San Domingo, Los siete ríos de La Rioja Española y algo más…
Ir a Parte I
A Corpus Martínez y Fran López
Encandilados, yo por lo menos, por
la luz rutilante que inunda las naves de San Ignacio y San Francisco, los
viajeros (Marta, Haydée, José y yo) salimos de este último templo con la clara
intención de seguir aprovechando la intensa luz del mediodía en la Iglesia de Nuestra
Señora del Rosario de los dominicos, donde completaríamos el circuito, o eso por
lo menos, creí en ese momento, por el siglo XVIII en el bajo de Monserrat.
Personalmente, había hecho el
recorrido por estas iglesias hace varios años. Fue cuando llevé Corpus Martínez
y a Fran López, su marido, mis paisanos de la Villa de Igea en la Rioja
Española, a recorrer Monserrat y San Telmo. Mi pretensión, en esa oportunidad,
no fue mostrarle estos templos, sino el entorno patrimonial urbano de esos
barrios de Buenos Aires.
En ese recorrido tuvimos poca suerte.
San Ignacio estaba abierto, pero se veía a los artesanos que cuidadosamente
restauraban todavía algunos de los altares de las capillas laterales. En San
francisco no pudimos entrar, el templo se hallaba cerrado por un intenso
trabajo de restauración integral cuyos resultados pudimos celebrar ahora, como
ya lo expuse en la primera parte del recorrido que llevo comentando en estas
notas.
Pero, en Santo
Domingo, es donde peor nos fue en aquella oportunidad. Las naves oscuras y
deterioradas se mostraban desnudas de obras de restauración y, lo peor, mi
ignorancia me impidió mostrarles el Camarín de la Virgen y su portentoso
tesoro… Ahora tenía la oportunidad de una revancha. Por eso los invito a entrar
en esta Iglesia… A los lectores, en general y a Corpus y Fran, en especial.
III Santo Domingo,
en vías de recuperación
Caminamos por la calle Defensa las
dos cuadras que separan San Francisco de Santo Domingo bajo el sol intenso de
una primavera que ya se probaba los trajes del verano.
Los porteños de hoy, llamamos Santo
Domingo a este templo; pero, en realidad, se trata de la Basílica de Nuestra
Señora del Rosario, anexa el convento de los dominicos.
El atrio es impactante. Gobernado
centralmente por el mausoleo de Manuel Belgrano, devoto de la Virgen del Rosario;
acompañado por la torre del este impactada por la artillería de las milicias
porteñas durante las jornadas de la Defensa de Buenos Aires, en 1807, y por el
estilo que yo llamaría ecléctico de la fachada principal.
Allí se ve un tímpano neoclásico, pero
también se ven, como observó Marta, algunos rastros de estilo italianizante,
similares a los que se se pueden observar en las iglesias de San Francisco en
las ciudades de Salta y San Miguel de Tucumán, especialmente en las torres.
En realidad, la fachada no fue
concebida en su eclecticismo, sino en el estilo colonial barroco del siglo
XVIII. José halló su descripción original en un artículo de Mario Buschiazzo,
publicado en 1951 por el Instituto de Arte americano de la Facultad de
Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Buenos Aires. La Fachada actual
se debe a una refacción llevada a cabo por “los constructores Plon y Oliver en
1894” (así los trata Buschiazzo). (3)
Imagen de Carlos Pellegrini (padre)
Referencia en (a)
José comenta el artículo diciendo: “Me quedó el sabor de un pasado
tergiversado, más por cuestiones ideológicas que por evoluciones
arquitectónicas: “La segunda mitad del siglo pasado fue un período que se
distinguió en toda América por el ímpetu con que los llamados espíritus
progresistas arremetieron contra los monumentos que habíamos heredado del
período hispánico””. (4)
Afortunadamente, una litografía del
ingeniero Carlos Pellegrini, rescata la fachada, tal y como se la veía en 1830.
El templo está mucho más oscuro que
los otros, tal vez tenga una estructura con menor acceso lumínico que San
Ignacio y San Francisco. Digo tal vez, porque las naves laterales estaban
invadidas por andamios, hecho que, obviamente, me puso feliz… Me dije, por fin
le tocó a Santo Domingo.
De modo que la recorrida fue
escueta, andando por donde pudimos… Terminamos concentrándonos en el camarín de
la Virgen que, para mí, resultó todo un descubrimiento.
Allí se conservan las banderas y
estandartes tomados por los porteños (por todos ellos, hayan sido peninsulares,
criollos o extranjeros) a las tropas británicas invasoras de 1806 y 1807.
Según un relato que lleva las
trazas de legendario, ocurrió que, cuando los británicos ocuparon Buenos Aires
en 1806, Santiago de Liniers, también devoto de la Virgen del Santo Rosario,
prometió allí trabajar por la reconquista de la Ciudad y que, si tenía éxito en
la empresa, depositaría los trofeos obtenidos en ese templo. Efectivamente, se
siguen conservando allí desde 1807, cuando se rindieron las tropas británicas que
se acantonaron en el convento ante el ataque de las milicias porteñas. Episodio
que también recuerdan el impacto de las balas de cañón sobre la torre del este
(la única que tenía el templo por entonces).
Esas balas fueron reemplazadas por
tacos de madera durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas, y siguen dando
testimonio de los hechos que nos enorgullecen a los porteños de todos los
tiempos.
Salí de ese templo totalmente
conmovido… recordando haber pasado por esa esquina y haber ingresado por
primera vez hace más de cincuenta y cinco años sin saber entonces del tesoro
que se escondía en el camarín de la Virgen. Sí, se cumplieron ya cincuenta y
cinco años desde que entré en la iglesia para escuchar un concierto de órgano,
en 1970.
Bajo ese mismo
sol radiante, caminamos algunas cuadras por la avenida Belgrano hasta llegar al
número 958, donde queda el restaurante Siete Ríos del Centro Riojano Español de
Buenos Aires… iba yo con el corazón inflamado de emociones.
IV Un intermedio
por los Siete Ríos de La Rioja Española
Entramos en el restaurante. Nos
sentamos a una mesa y disfrutamos de delicias varias de la cocina de raigambre
hispana en La Argentina. En el momento de componer estas notas, había olvidado
qué comió cada uno, pero me empeñé en reconstruir aquella tenida gastronómica.
Sí recordaba que compartimos una tortilla
muy buena. Hecha a la moda española actual con las papas y la cebolla confitadas
y los huevos poco cuajados. Esta novedosa preparación, que ya lleva algunos
años en nuestros lares, pocos por cierto, se constituye, en este caso, en una
nueva síntesis de la comida hispano argentina de Buenos Aires. No sólo estaba
babé, como dije, es decir, al gusto porteño mayoritario; sino que, además,
llevaba chorizo colorado, al estilo de la tortilla que los porteños llamamos siempre
“a la española”.
Con todo, para completar el cuadro,
recurrí a la notable memoria de Marta que me ayudó a componer la exposición del
surtido de viandas que tuvimos sobre la mesa. Marta comió pimientos del
piquillo rellenos de pescado; José, unos chipirones a la plancha y Haydée y yo
compartimos unos canelones rellenos de pescado. Finalmente, todos compartimos
unas gambas al ajillo. (6)
El restaurante del Centro Riojano
Español de Buenos Aires se ha renovado en nombre y estilo. Siete Ríos alude a
los cursos de agua de la Rioja Española que llevan su caudal hasta el Ebro
(Tirón, Oja, Najerilla, Iregua, Leza, Cidacos y Alhama-Linares). El estilo de
la cocina que, si bien sigue la línea de la tradición de restaurante
“españoles” de Buenos Aires, ha sido renovado con las modas, estilos, técnicas e,
incluso, recetas tomadas de la restauración española actual.
Ya describí la tortilla y su novedoso
estilo a la moda actual de España. Agrego que la presencia de los pimientos del
piquillo rellenos aporta su novedad en producto y receta, presente en la cocina
hispano porteña desde hace relativamente pocos años.
Tomamos buenos vinos, un torrontés
(Marta, especialista en esta cepa, y Haydée también, siempre manifiestan su
preferencia por los vinos blancos) y un excelente tinto mendocino.
La charla amable y distendida estaba
coronando una recorrida que a mí ya me había resultado maravillosa. Hablamos de
temas diversos. Destaco, sobre todo, un breve intercambio sobre la identidad de
la cocina italiana. En ese intercambio, yo sostenía que la mayoría de las
creaciones actuales de la cocina italiana no provenían de la Península, sino de
las colectividades degli italiani all’estero. Puse por ejemplo la creación
neoyorquina de la pasta con albóndigas. A lo que Marta respondió que Goyo
Branca, un amigo en común que todos tenemos, preparaba una receta de su abuelo
que lleva albondiguitas. Insistí en mi idea y pronto cambiamos de tema hacia
tópico vinculado con nuestra aventura dieciochesca.
Sin embargo, el tema de la cocina
italiana no quedó allí. Se desplegó en apasionado debate con José en los días
siguientes. Concluyó con la consulta a nuestro amigo Goyo y con la publicación
de las recetas de su abuelo que este Recopilador acaba de editar (en el texto
central de esa recopilación, expuse en extenso el sentido y el contenido del
debate). (7)
Terminé satisfecho y creí que allí
casi que terminaría nuestro viaje. Pensé que sólo restaba entrar en predio de
la Procuraduría de los Jesuitas y volver a la Plaza de Mayo para ver donde
estaban las estatuas que yo siempre había visto en la plazoleta de San
Francisco…
…Pero José que
conoce bien el barrio (es egresado del Colegio Nacional de Buenos Aires), aún
tenía un as en la manga y, más que un as, un póker de ases…
V Dejamos algo pendiente
por voluntad ajena, los túneles de Buenos Aires
El sol intenso del mediodía porteño
parecía iniciar su declinación cuando salimos del restaurante a eso de las
cuatro y media de la tarde. Tal vez quería decirnos que aún faltaban algunas
semanas para el verano y que ese atardecer sería amable.
Todos los que han recorrido la Manzana
de la Luces conocen buena parte de su historia y han visitado algunos de los
locales en donde se ha ido construyendo parte la porteñidad moderna, desde la
expulsión de los jesuitas hasta la noche de los bastones largos, ocurrida casi
exactamente dos siglos después.
Efectivamente, en el patio de la ex
procuraduría de la Compañía de Jesús hasta 1767, funcionó la Facultad de
Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires. Fue principal objetivo del
desalojo de la casa de Altos Estudios ordenada por el Gobierno de Facto de 1966,
en la jornada conocida como la Noche de los Bastones Largos. Entre ambas
fechas, la manzana fue sede del cuartel de los Patricios, durante la Revolución
de Mayo, sede de la Universidad creada durante el Gobierno de Martín Rodríguez
y de la Sala de Representantes de la Provincia de Buenos Aires por varias
décadas, en la primera mitad del siglo XIX.
El predio conserva buena parte de
la historia de esa congregación religiosa en el Río de la Plata del siglo
XVIII. Esa misma mañana, habíamos iniciado nuestro viaje por la iglesia de San
Ignacio y, como ya conté en la Parte I, a Marta le llamó la atención la roseta
por la que entraba la luz sobre el altar mayor. ¿De dónde viene esa luz?
Precisamente del patio de la procuraduría, le dije sin tener certeza hasta que
estuvimos allí y pudimos verificarlo.
De modo que entramos y vimos la
roseta desde el otro lado; pero hay muchas cosas más en ese patio o plaza seca
interior. Hace algunos años, por ejemplo, había una excursión que hacía bajar a
los visitantes al subsuelo y recorrer los misteriosos túneles que la
arqueología urbana de los últimos años ha puesto al descubierto. Pero las
visitas guiadas estaban suspendidas en noviembre de 2024 y nos informaron que
no se sabía, si se iban a reanudar.
Me pregunté si, quien decidió esa
suspensión, quería clausurar la historia que nos identifica, en su área de
responsabilidad específica por lo menos… pero surgió en mi mente una negativa
casi inmediata. Es muy difícil que la historia se deje clausurar, siempre, por
algún lado, los testimonios afloran y vuelven a la superficie con encomiable
obstinación. El problema suele ser que, muchas veces, nos cuesta mirarlos de
frente y nos dejamos obnubilar por sombrías neblinas o por destellos de
apariencia iridiscente.
Cuando salimos de allí, José que
vino preparado para rodear la Manzana hasta llegar el frente del Colegio
Nacional de Buenos Aires (cronológicamente el último edificio levantado en ella),
nos incitó a seguir nuestro camino, mostrándonos que lo visto no era todo lo
que podíamos llegar a contemplar en nuestro viaje.
Habíamos comenzado nuestra
andadura, esa misma mañana, casi desde la puerta de la procuraduría, caminando por
la calle Alsina hacia la iglesia de San Ignacio. Ahora nos invitaba a recorrer
el perímetro de la manzana por la calle Moreno… Llevaba en sus bolsillos una
copia de un bello poema de Baldomero Fernández Moreno dedicado al colegio en
dónde el poeta había estudiado cuando todavía era el Colegio Central. (8)
…y eso no era
todo. Él mismo sabía que, dando esa vuelta, llegaríamos a otro rincón de la
ciudad, en el que los restos arqueológicos de un edificio civil nos iban a
mostrar el rostro cotidiano de la ciudad dieciochesca. Allí nomás está el Paseo
de la Cisterna.
Ir a parte III
Notas y referencias
(4) 1951, Buschiazzo, Mario,
“Templo y convento de Santo Domingo de Buenos Aires, en Anales del Instituto de
Arte Americano e Investigaciones Estéticas N° 4, Buenos Aires, Facultad de
Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Buenos Aires, pp. 62-75.
(5) 2025, José Fernández a Mario
Aiscurri, correo-e del 31 de marzo.
(6) 2024, Marta Gallegos a Mario
Aiscurri, correo-e del 20 de diciembre.
(7) 2025, Aiscurri, Mario, “Las
recetas del abuelo Cayetano”, en El Recopilador
de sabores entrañables, leído el 19 de julio de 2025 en https://elrecopiladordesabores.blogspot.com/2025/04/las-recetas-del-abuelo-cayetano.html
(8) 2024, José Fernández Erro a
Mario Aiscurri, correo-e del 26 de noviembre
Elegía al viejo Nacional Central
La Ciudad terrible mueve su piqueta...
¿Dónde está mi viejo Nacional Central?
Este gran palacio no me dice nada,
muchos parecidos tiene la Ciudad.
¡Dios mío, Dios mío, si apenas me acuerdo!
Quince años, lo menos, transcurrieron ya...
Era un portal ancho, húmedo y oscuro,
portal de convento, de casa feudal.
Y unos corredores, sonoros y largos,
de bóvedas altas, blanqueadas de cal,
pavimento de blancas y negras baldosas,
y un aroma de años y de santidad.
Largos corredores para lentos monjes;
rosarios, sandalias y pardo sayal...
Muros, hornacinas para las imágenes,
vidrios emplomados en el ventanal.
Aulas frías y anchas como refectorios,
aulas subterráneas, llenas de humedad;
maestros y alumnos con algo de brujos
como cuando era crimen estudiar.
¡Oh clase de Química! Frotado alambique,
cerrando los ojos te veo brillar,,,
¡Oh clase de Química! Antaño bodega
de los buenos vinos del señor
abad...
¡Oh claustros sombríos del viejo colegio!
¡Conventuales claustros! ¡Claustro colonial!
Bajo nuestra bóveda, acaso en mi alma
dio su primer rosa, místico rosal.
La Ciudad terrible mueve su piqueta...
¿Dónde está mi viejo Nacional
Central?
Baldomero Fernández Moreno
(a) Vista el 7 de abril de 2025
en https://ilustracionargentina.wordpress.com/2016/11/02/ilustrador-carlos-e-pellegrini/
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