sábado, 19 de julio de 2025

Viaje al Siglo XVIII por las calles estrechas del bajo de Monserrat (Parte II) (2024/noviembre)

San Domingo, Los siete ríos de La Rioja Española y algo más…

Ir a Parte I

A Corpus Martínez y Fran López

Encandilados, yo por lo menos, por la luz rutilante que inunda las naves de San Ignacio y San Francisco, los viajeros (Marta, Haydée, José y yo) salimos de este último templo con la clara intención de seguir aprovechando la intensa luz del mediodía en la Iglesia de Nuestra Señora del Rosario de los dominicos, donde completaríamos el circuito, o eso por lo menos, creí en ese momento, por el siglo XVIII en el bajo de Monserrat.

Las imágenes pertenecen al autor, salvo indicación en contrario 

Personalmente, había hecho el recorrido por estas iglesias hace varios años. Fue cuando llevé Corpus Martínez y a Fran López, su marido, mis paisanos de la Villa de Igea en la Rioja Española, a recorrer Monserrat y San Telmo. Mi pretensión, en esa oportunidad, no fue mostrarle estos templos, sino el entorno patrimonial urbano de esos barrios de Buenos Aires.

En ese recorrido tuvimos poca suerte. San Ignacio estaba abierto, pero se veía a los artesanos que cuidadosamente restauraban todavía algunos de los altares de las capillas laterales. En San francisco no pudimos entrar, el templo se hallaba cerrado por un intenso trabajo de restauración integral cuyos resultados pudimos celebrar ahora, como ya lo expuse en la primera parte del recorrido que llevo comentando en estas notas.


Pero, en Santo Domingo, es donde peor nos fue en aquella oportunidad. Las naves oscuras y deterioradas se mostraban desnudas de obras de restauración y, lo peor, mi ignorancia me impidió mostrarles el Camarín de la Virgen y su portentoso tesoro… Ahora tenía la oportunidad de una revancha. Por eso los invito a entrar en esta Iglesia… A los lectores, en general y a Corpus y Fran, en especial.

III Santo Domingo, en vías de recuperación

Caminamos por la calle Defensa las dos cuadras que separan San Francisco de Santo Domingo bajo el sol intenso de una primavera que ya se probaba los trajes del verano.

Los porteños de hoy, llamamos Santo Domingo a este templo; pero, en realidad, se trata de la Basílica de Nuestra Señora del Rosario, anexa el convento de los dominicos.


El atrio es impactante. Gobernado centralmente por el mausoleo de Manuel Belgrano, devoto de la Virgen del Rosario; acompañado por la torre del este impactada por la artillería de las milicias porteñas durante las jornadas de la Defensa de Buenos Aires, en 1807, y por el estilo que yo llamaría ecléctico de la fachada principal.

Allí se ve un tímpano neoclásico, pero también se ven, como observó Marta, algunos rastros de estilo italianizante, similares a los que se se pueden observar en las iglesias de San Francisco en las ciudades de Salta y San Miguel de Tucumán, especialmente en las torres.

En realidad, la fachada no fue concebida en su eclecticismo, sino en el estilo colonial barroco del siglo XVIII. José halló su descripción original en un artículo de Mario Buschiazzo, publicado en 1951 por el Instituto de Arte americano de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Buenos Aires. La Fachada actual se debe a una refacción llevada a cabo por “los constructores Plon y Oliver en 1894” (así los trata Buschiazzo). (3)

Santo Domingo en la primera mitad del siglo XIX
Imagen de Carlos Pellegrini (padre)
Referencia en (a) 

José comenta el artículo diciendo: “Me quedó el sabor de un pasado tergiversado, más por cuestiones ideológicas que por evoluciones arquitectónicas: “La segunda mitad del siglo pasado fue un período que se distinguió en toda América por el ímpetu con que los llamados espíritus progresistas arremetieron contra los monumentos que habíamos heredado del período hispánico””. (4)

Afortunadamente, una litografía del ingeniero Carlos Pellegrini, rescata la fachada, tal y como se la veía en 1830.

El templo está mucho más oscuro que los otros, tal vez tenga una estructura con menor acceso lumínico que San Ignacio y San Francisco. Digo tal vez, porque las naves laterales estaban invadidas por andamios, hecho que, obviamente, me puso feliz… Me dije, por fin le tocó a Santo Domingo.


De modo que la recorrida fue escueta, andando por donde pudimos… Terminamos concentrándonos en el camarín de la Virgen que, para mí, resultó todo un descubrimiento.

Allí se conservan las banderas y estandartes tomados por los porteños (por todos ellos, hayan sido peninsulares, criollos o extranjeros) a las tropas británicas invasoras de 1806 y 1807.

Según un relato que lleva las trazas de legendario, ocurrió que, cuando los británicos ocuparon Buenos Aires en 1806, Santiago de Liniers, también devoto de la Virgen del Santo Rosario, prometió allí trabajar por la reconquista de la Ciudad y que, si tenía éxito en la empresa, depositaría los trofeos obtenidos en ese templo. Efectivamente, se siguen conservando allí desde 1807, cuando se rindieron las tropas británicas que se acantonaron en el convento ante el ataque de las milicias porteñas. Episodio que también recuerdan el impacto de las balas de cañón sobre la torre del este (la única que tenía el templo por entonces).

Esas balas fueron reemplazadas por tacos de madera durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas, y siguen dando testimonio de los hechos que nos enorgullecen a los porteños de todos los tiempos.

Salí de ese templo totalmente conmovido… recordando haber pasado por esa esquina y haber ingresado por primera vez hace más de cincuenta y cinco años sin saber entonces del tesoro que se escondía en el camarín de la Virgen. Sí, se cumplieron ya cincuenta y cinco años desde que entré en la iglesia para escuchar un concierto de órgano, en 1970.


Bajo ese mismo sol radiante, caminamos algunas cuadras por la avenida Belgrano hasta llegar al número 958, donde queda el restaurante Siete Ríos del Centro Riojano Español de Buenos Aires… iba yo con el corazón inflamado de emociones.

IV Un intermedio por los Siete Ríos de La Rioja Española

Entramos en el restaurante. Nos sentamos a una mesa y disfrutamos de delicias varias de la cocina de raigambre hispana en La Argentina. En el momento de componer estas notas, había olvidado qué comió cada uno, pero me empeñé en reconstruir aquella tenida gastronómica.

Sí recordaba que compartimos una tortilla muy buena. Hecha a la moda española actual con las papas y la cebolla confitadas y los huevos poco cuajados. Esta novedosa preparación, que ya lleva algunos años en nuestros lares, pocos por cierto, se constituye, en este caso, en una nueva síntesis de la comida hispano argentina de Buenos Aires. No sólo estaba babé, como dije, es decir, al gusto porteño mayoritario; sino que, además, llevaba chorizo colorado, al estilo de la tortilla que los porteños llamamos siempre “a la española”.

Con todo, para completar el cuadro, recurrí a la notable memoria de Marta que me ayudó a componer la exposición del surtido de viandas que tuvimos sobre la mesa. Marta comió pimientos del piquillo rellenos de pescado; José, unos chipirones a la plancha y Haydée y yo compartimos unos canelones rellenos de pescado. Finalmente, todos compartimos unas gambas al ajillo. (6)

Las fotos de 7 Ríos pertenecen de Marta Gallegos

El restaurante del Centro Riojano Español de Buenos Aires se ha renovado en nombre y estilo. Siete Ríos alude a los cursos de agua de la Rioja Española que llevan su caudal hasta el Ebro (Tirón, Oja, Najerilla, Iregua, Leza, Cidacos y Alhama-Linares). El estilo de la cocina que, si bien sigue la línea de la tradición de restaurante “españoles” de Buenos Aires, ha sido renovado con las modas, estilos, técnicas e, incluso, recetas tomadas de la restauración española actual.

Ya describí la tortilla y su novedoso estilo a la moda actual de España. Agrego que la presencia de los pimientos del piquillo rellenos aporta su novedad en producto y receta, presente en la cocina hispano porteña desde hace relativamente pocos años.


Tomamos buenos vinos, un torrontés (Marta, especialista en esta cepa, y Haydée también, siempre manifiestan su preferencia por los vinos blancos) y un excelente tinto mendocino.

La charla amable y distendida estaba coronando una recorrida que a mí ya me había resultado maravillosa. Hablamos de temas diversos. Destaco, sobre todo, un breve intercambio sobre la identidad de la cocina italiana. En ese intercambio, yo sostenía que la mayoría de las creaciones actuales de la cocina italiana no provenían de la Península, sino de las colectividades degli italiani all’estero. Puse por ejemplo la creación neoyorquina de la pasta con albóndigas. A lo que Marta respondió que Goyo Branca, un amigo en común que todos tenemos, preparaba una receta de su abuelo que lleva albondiguitas. Insistí en mi idea y pronto cambiamos de tema hacia tópico vinculado con nuestra aventura dieciochesca.

Sin embargo, el tema de la cocina italiana no quedó allí. Se desplegó en apasionado debate con José en los días siguientes. Concluyó con la consulta a nuestro amigo Goyo y con la publicación de las recetas de su abuelo que este Recopilador acaba de editar (en el texto central de esa recopilación, expuse en extenso el sentido y el contenido del debate). (7)


Terminé satisfecho y creí que allí casi que terminaría nuestro viaje. Pensé que sólo restaba entrar en predio de la Procuraduría de los Jesuitas y volver a la Plaza de Mayo para ver donde estaban las estatuas que yo siempre había visto en la plazoleta de San Francisco…

…Pero José que conoce bien el barrio (es egresado del Colegio Nacional de Buenos Aires), aún tenía un as en la manga y, más que un as, un póker de ases…

V Dejamos algo pendiente por voluntad ajena, los túneles de Buenos Aires

El sol intenso del mediodía porteño parecía iniciar su declinación cuando salimos del restaurante a eso de las cuatro y media de la tarde. Tal vez quería decirnos que aún faltaban algunas semanas para el verano y que ese atardecer sería amable.

Todos los que han recorrido la Manzana de la Luces conocen buena parte de su historia y han visitado algunos de los locales en donde se ha ido construyendo parte la porteñidad moderna, desde la expulsión de los jesuitas hasta la noche de los bastones largos, ocurrida casi exactamente dos siglos después.


Efectivamente, en el patio de la ex procuraduría de la Compañía de Jesús hasta 1767, funcionó la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires. Fue principal objetivo del desalojo de la casa de Altos Estudios ordenada por el Gobierno de Facto de 1966, en la jornada conocida como la Noche de los Bastones Largos. Entre ambas fechas, la manzana fue sede del cuartel de los Patricios, durante la Revolución de Mayo, sede de la Universidad creada durante el Gobierno de Martín Rodríguez y de la Sala de Representantes de la Provincia de Buenos Aires por varias décadas, en la primera mitad del siglo XIX.

El predio conserva buena parte de la historia de esa congregación religiosa en el Río de la Plata del siglo XVIII. Esa misma mañana, habíamos iniciado nuestro viaje por la iglesia de San Ignacio y, como ya conté en la Parte I, a Marta le llamó la atención la roseta por la que entraba la luz sobre el altar mayor. ¿De dónde viene esa luz? Precisamente del patio de la procuraduría, le dije sin tener certeza hasta que estuvimos allí y pudimos verificarlo.

De modo que entramos y vimos la roseta desde el otro lado; pero hay muchas cosas más en ese patio o plaza seca interior. Hace algunos años, por ejemplo, había una excursión que hacía bajar a los visitantes al subsuelo y recorrer los misteriosos túneles que la arqueología urbana de los últimos años ha puesto al descubierto. Pero las visitas guiadas estaban suspendidas en noviembre de 2024 y nos informaron que no se sabía, si se iban a reanudar.


Me pregunté si, quien decidió esa suspensión, quería clausurar la historia que nos identifica, en su área de responsabilidad específica por lo menos… pero surgió en mi mente una negativa casi inmediata. Es muy difícil que la historia se deje clausurar, siempre, por algún lado, los testimonios afloran y vuelven a la superficie con encomiable obstinación. El problema suele ser que, muchas veces, nos cuesta mirarlos de frente y nos dejamos obnubilar por sombrías neblinas o por destellos de apariencia iridiscente.

Cuando salimos de allí, José que vino preparado para rodear la Manzana hasta llegar el frente del Colegio Nacional de Buenos Aires (cronológicamente el último edificio levantado en ella), nos incitó a seguir nuestro camino, mostrándonos que lo visto no era todo lo que podíamos llegar a contemplar en nuestro viaje.

Habíamos comenzado nuestra andadura, esa misma mañana, casi desde la puerta de la procuraduría, caminando por la calle Alsina hacia la iglesia de San Ignacio. Ahora nos invitaba a recorrer el perímetro de la manzana por la calle Moreno… Llevaba en sus bolsillos una copia de un bello poema de Baldomero Fernández Moreno dedicado al colegio en dónde el poeta había estudiado cuando todavía era el Colegio Central. (8)

…y eso no era todo. Él mismo sabía que, dando esa vuelta, llegaríamos a otro rincón de la ciudad, en el que los restos arqueológicos de un edificio civil nos iban a mostrar el rostro cotidiano de la ciudad dieciochesca. Allí nomás está el Paseo de la Cisterna.

Ir a parte III

Notas y referencias

(4) 1951, Buschiazzo, Mario, “Templo y convento de Santo Domingo de Buenos Aires, en Anales del Instituto de Arte Americano e Investigaciones Estéticas N° 4, Buenos Aires, Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Buenos Aires, pp. 62-75.

(5) 2025, José Fernández a Mario Aiscurri, correo-e del 31 de marzo.

(6) 2024, Marta Gallegos a Mario Aiscurri, correo-e del 20 de diciembre.

(7) 2025, Aiscurri, Mario, “Las recetas del abuelo Cayetano”, en El Recopilador de sabores entrañables, leído el 19 de julio de 2025 en https://elrecopiladordesabores.blogspot.com/2025/04/las-recetas-del-abuelo-cayetano.html

(8) 2024, José Fernández Erro a Mario Aiscurri, correo-e del 26 de noviembre

Elegía al viejo Nacional Central

La Ciudad terrible mueve su piqueta...

¿Dónde está mi viejo Nacional Central?

Este gran palacio no me dice nada,

muchos parecidos tiene la Ciudad.

¡Dios mío, Dios mío, si apenas me acuerdo!

Quince años, lo menos, transcurrieron ya...

Era un portal ancho, húmedo y oscuro,

portal de convento, de casa feudal.

Y unos corredores, sonoros y largos,

de bóvedas altas, blanqueadas de cal,

pavimento de blancas y negras baldosas,

y un aroma de años y de santidad.

Largos corredores para lentos monjes;

rosarios, sandalias y pardo sayal...

Muros, hornacinas para las imágenes,

vidrios emplomados en el ventanal.

Aulas frías y anchas como refectorios,

aulas subterráneas, llenas de humedad;

maestros y alumnos con algo de brujos

como cuando era crimen estudiar.

¡Oh clase de Química! Frotado alambique,

cerrando los ojos te veo brillar,,,

¡Oh clase de Química! Antaño bodega

de los buenos vinos del señor abad...

¡Oh claustros sombríos del viejo colegio!

¡Conventuales claustros! ¡Claustro colonial!

Bajo nuestra bóveda, acaso en mi alma

dio su primer rosa, místico rosal.

La Ciudad terrible mueve su piqueta...

¿Dónde está mi viejo Nacional Central?

Baldomero Fernández Moreno

(a) Vista el 7 de abril de 2025 en  https://ilustracionargentina.wordpress.com/2016/11/02/ilustrador-carlos-e-pellegrini/ 

 

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