José Acosta s.j. nació
en Medina del Campo (Valladolid) en 1540 y falleció en Salamanca en 1600.
Ingresó en el noviciado de la Compañía de Jesús en 1561, ordenándose sacerdote
en 1567. Pasó 17 años en Perú y México. En 1590 se publicó en Sevilla su obra
más importante, Historia
Natural y Moral de las Indias. Se trata de una
síntesis natural y antropológica de los territorios ocupados por los españoles
en el siglo XVI. “Sus ideas se adelantan en 250 años a algunas de las hipótesis
de Darwin. La vida de Acosta fue muy discutida dentro del contexto social y
político de la España de Felipe II, de la Iglesia de Roma y de la Compañía de
Jesús” (1)
Los fragmentos que se transcriben a
continuación están tomados del “Libro Cuarto” de la obra citada. La misma se
compone de siete libros. Los cuatro primeros están dedicados a la historia
natural, los tres siguientes poseen un carácter “antropológico”. En los tres primeros
libros, las referencias sobre la vida y las costumbres alimentarias de los
indios americanos son escasas y escuetas. El Libro cuarto expone sobre los
frutos de la tierra, primero los minerales y luego los vegetales y animales que
son aptos para la alimentación humana. En los párrafos que siguen, el padre
José realiza una prolija descripción de los plátanos. Comienza diciendo que ese
es el nombre que le dieron los españoles, sin indicar cuál era el que usaban
los indígenas. Ese nombre se dio por una cierta semejanza entre las hojas del
plátano indiano y el plátano europeo. Dedica varios párrafos en describirlos y
sostener lo infundado de esa semejanza. Describe prolijamente este árbol
indiano, sus frutos y las propiedades que estos tienen. Un detalle interesante
es que estos árboles son fertilizados con cenizas, pero no indica si la
costumbre es propia de los aborígenes. Finalmente enumera los usos alimentarios
y refiere la curiosidad de que sus hojas sirven para reemplazar el papel,
cuando se carece de él, en los menesteres de la escritura. (2)
Los plátanos en
las Indias del siglo XVI
“Pasando a plantas mayores, en el linaje de árboles, el
primero de Indias, de quien es razón hablar, es el plátano o plántano, como el
vulgo le llama. Algún tiempo dudé si el plátano que los antiguos celebraron, y
éste de Indias era de una especie; mas visto lo que es éste, y lo que del otro
escriben, no hay duda sino que son diversísimos. La causa de haberle llamado
plátano los españoles (porque los naturales no tenían tal vocablo) fué como en
otras cosas, alguna similitud que hallaron, como llaman ciruelas y piñas y
almendras y pepinos, cosas tan diferentes de las que en Castilla son de esos
géneros.
En lo que me parece que
debieron de hallar semejanza entre estos plátanos de Indias y los plátanos que
celebran los antiguos, es en la grandeza de las hojas, porque las tienen
grandísimas y fresquísimas estos plátanos, y de aquéllos se celebra mucho la
grandeza y frescor de sus hojas, también ser planta que quiere mucha agua, y
cuasi continua. Lo cual viene con aquello de la escritura: Como plátano junto a
las aguas. Mas en realidad de verdad no tiene que ver la una planta con la
otra, más que el huevo con la castaña, como dicen. Porque lo primero el plátano
antiguo no lleva fruta, o a lo menos no se hacía caso de ella; lo principal
porque le estimaban era por la sombra que hacía; de suerte que no había más sol
debajo de un plátano que debajo de un tejado.
El plátano de Indias,
por lo que es de tener en algo, y en mucho, es por la fruta, que la tiene muy
buena; y para hacer sombra no es ni pueden estar sentados debajo de él. Ultra
de eso, el plátano antiguo tenía tronco tan grande y ramos tan esparcidos, que
refiere Plinio del otro Licinio, capitán romano, que con diez y ocho compañeros
comió dentro de un hueco de un plátano muy a placer. Y del otro emperador Cayo
Calígula, que con once convidados se sentó sobre los ramos de otro plátano en
alto, y allí les dió un soberbio banquete. Los plátanos de Indias ni tienen
hueco, ni tronco ni ramos. Añádese a lo dicho que los plátanos antiguos dábanse
en Italia y en España, aunque vinieron de Grecia, y a Grecia de Asia, mas los
plátanos de Indias no se dan en Italia y España; digo no se dan porque, aunque
se han visto por acá, y yo vi uno en Sevilla en la huerta del Rey, pero no
medran ni valen nada.
Finalmente, lo mismo en
que hay la semejanza, son muy desemejantes, porque aunque la hoja de aquéllos
era grande, no en tanto exceso, pues la junta Plinio con la hoja de la parra y
de la higuera. Las hojas del plátano de Indias son de maravillosa grandeza,
pues cubrirá una de ellas a un hombre, poco menos que de pies a cabeza. Así que
no hay para qué poner esto jamás en duda; mas puesto que sea diverso este
plátano de aquel antiguo, no por eso merece menos loor, sino quizá más por las
propiedades tan provechosas que tiene. Es planta que en la tierra hace cepa, y
de ella saca diversos pimpollos, sin estar asido ni trabado uno de otro.
Cada pimpollo crece, y
hace como árbol por sí, engrosando y echando aquellas hojas de un verde muy
fino y muy liso, y de la grandeza que he dicho. Cuando ha crecido como estado y
medio o dos, echa un racimo sólo de plátanos, que unas veces son muchos, otras
no tantos; en algunos se han contado trescientos: es cada uno de un palmo de
largo, y más y menos, y grueso como de dos dedos o tres, aunque hay en esto
mucha diferencia de unos a otros. Quítase fácilmente la cáscara o corteza; y
todo lo demás es médula tiesa y tierna y de muy buen comer, porque es sana y
sustenta: inclina un poco más a frío que calor esta fruta. Suélense los racimos
que digo coger verdes, y en tinajas, abrigándolos, se maduran y sazonan,
especialmente con cierta yerba que es a propósito para eso. Si los dejan
madurar en el árbol tienen mejor gusto, y un olor como el de camuesas muy
lindo. Duran cuasi todo el año, porque de la cepa del plátano, van siempre
brotando pimpollos, y cuando uno acaba, otro comienza a dar fruto, otro está a
medio crecer, otro retoña de nuevo; de suerte, que siempre suceden unos
pimpollos a otros; y así todo el año hay fruto.
En dando su racimo cortan
aquel brazo, porque no da más ninguno de uno, y una vez; pero la cepa, como
digo, queda y brota de nuevo hasta que se cansa: dura por algunos años; quiere
mucha humedad el plátano y tierra muy caliente; échanle al pie ceniza para más
beneficio; hácense bosques espesos de los platanares, y son de mucho provecho,
porque es la fruta que más se usa en Indias, y es cuasi en todas ellas
universal, aunque dicen que su origen fué de Etiopía y que de allí vino; y en
efecto, los negros lo usan mucho, y en algunas partes éste es su pan; también
hacen vino de él. Cómese el plátano como fruta así crudo; ásase también y
guísase; y hacen de él diversos potajes, y aun conservas; y en todo dice bien.
Hay unos plátanos
pequeños y más delicados y blandos, que en la Española llaman dominicos; hay
otros más gruesos y recios y colorados. En la tierra del Perú no se dan:
tráense de los Andes; como a Méjico, de Cuernavaca y otros valles. En Tierra
Firme y en algunas islas hay platanares grandísimos como bosques espesos; si el
plátano fuera de provecho para el fuego, fuera la planta más útil que puede
ser; pero no lo es porque ni su hoja ni sus ramos sirven de leña, y mucho menos
de madera, por ser fofos y sin fuerza. Todavía las hojas secas sirvieron a don
Alonso de Ercilla (como él dice) para escribir en Chile algunos pedazos de la
Araucana; y a falta de papel no es mal remedio, pues será la hoja del ancho de
un pliego de papel, o poco menos, y de largo tiene más de cuatro tanto. (3)
Notas y Bibliografía:
(1) Leído en https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=140428#,
el 3 de julio de 2023.
(2) 1590, Acosta, José
de s.j., Historia natural y moral de Las
Indias, Sevilla, San Juan de León. Leído el 3 de julio de 2023 en https://www.google.com.ar/books/edition/Historia_natural_y_moral_de_las_Indias/JA4rAQAAIAAJ?hl=es-419&gbpv=1&pg=PA2&printsec=frontcover
(3) Ídem, pp. 373-377
No hay comentarios:
Publicar un comentario