A veces me sorprenden
los caminos que llevan mi interés a una receta concreta, oficiada por una
persona concreta. A veces las he encontrado en recetarios escritos por personas
que ya no están y que requieren interpretaciones de terceros; a veces alguien me
invita a comer y pruebo un plato especial que desata mi interés; a veces sólo imagino,
a partir de vagas noticias, que alguien cocina bien y le pido sus recetas; a
veces una historia se revela de manera fortuita en una circunstancia ajena al
cocinero de marras o alejada del foco motivacional en una charla casual… y,
casi por arte de magia, la receta aparece. Éste es el caso de una receta de don
Cayetano Branca.
Una discusión, a la que
imprimí una dirección equivocada, con mi amigo José Fernández Erro sobre las
recetas de pastas con albóndigas y la prosa giocosa del querido Goyo Branca operaron
en mi espíritu y fueron las incitaciones eficaces que me condujeron a proferir estas
notas. Me explicaré… pero antes, solicito al lector que ejercite la virtud de
la paciencia y sostenga una mirada indulgente porque la historia de cómo las
recetas de don Cayetano llegaron a las manos de este Recopilador es como una
cebolla a la que vamos quitando las capas de a una.
I A la manera de prólogo: la incitación
He publicado una
primera parte de mis notas sobre un viaje al siglo XVIII en el Bajo de
Monserrat que hicimos con José y Marta en noviembre de 2024. (1) En la parte
siguiente, que verá la luz en los próximos días, cuento que culminamos el tramo
matutino de nuestro recorrido por la ciudad que amo con una comida en el
restaurante Siete Ríos del Centro Riojano Español de Buenos Aires.
De la comida compartida
con nuestras mujeres, sólo adelantaré una pequeña discusión que sostuvimos con
José sobre la “italianidad” de la cocina italiana. Defendía yo la idea de que
la mayor parte de la cocina que consideramos de ese origen surgió de la
inventiva de los italianos de la’altreoceano, es decir, fuera de la Península.
He discutido esto
muchas veces, en mis artículos de El
Recopilador de sabores, en mis referencias a los platos nacidos en La
Argentina (las milanesas napolitanas del Centro porteño, los sorrentinos de Mar
del Plata y la baña cauda de la Pampa Gringa, por sólo poner algunos ejemplos).
(2) Pero en ese almuerzo, para mostrar que el fenómeno no eras exclusivamente
argentino, tomé un ejemplo de la cocina ítalo norteamericana, los espaguetis
con albóndigas.
Sostenía yo que esta
idea de combinar la pasta con las albóndigas y su origen neoyorkino estaba bien
documentado en una publicación de 1929. Dije eso y la charla siguió un poco más
y Marta, la esposa de José, dijo que nuestro común amigo Goyo Branca practicaba
una receta de pasta con unas albondiguitas pequeñas. Debo aclarar que el comentario
conmovió mi argumentación por varias razones.
En primer lugar porque aparentemente
ignoraba la existencia de esa receta. Digo aparente porque, cuando Goyo me explicó
el procedimiento, recordé que conocía un plato parecido y que lo había probado
en una versión napolitana. (3) Adicionalmente confundí un genérico, la pasta,
con un específico, los espaguetis.
Pero, fundamentalmente lo
que más me contrarió fue verme en la posición conceptual en que me puse… qué
hacía yo cambiando el eje de mis propósitos, discutiendo de orígenes y teorías
generales, cuando mi interés principal está en las recetas concretas que
cocinan personas concretas (ver nota (2)). Que después suelte el vuelo, bastante
ligero de equipaje, sobre las influencias difusas que esas personas concretas
pudieron haber recibido y pusieron en práctica a la hora de cocinar, es otra
cosa. Al fin de cuentas, como ya les mostraré, ese fue el contexto que Goyo dio
a la cocina de su abuelo Cayetano.
El almuerzo y la charla
fluyeron apaciblemente hacia otros caminos; pero el debate abierto con José
siguió en los días siguientes. Entre tanto, desde ese momento, comencé a
concebir la idea de consultar a Goyo porque, al margen del debate, me atraía
esa receta concreta que me devolvería al buen camino. Finalmente lo hice. Unos días
después y recibí una carta muy circunstanciada sobre esa receta que él practica
y que debe a su abuelo. (4) El asunto es que rápidamente, su prosa, precisa y
divertida a la vez me puso en contacto con la memoria de la cocina de su abuelo
Cayetano Branca, me incitó a encarar esta recopilación a partir de ella.
II
Don Cayetano y la cocina
Manifesté a Goyo mi
deseo de publicar la receta de pasta con albóndigas y también le pedí, si tenía
la amabilidad de pasarme algunas otras fórmulas de los platos que preparaba su
abuelo. Mi amigo se excedió en su amabilidad y me mandó un opúsculo que
contiene una veintena larga de recetas de don Cayetano que él mismo recopiló
con un primo suyo. En el envío me autorizaba a utilizar esa joya (la atribución
es mía) para mis futuros escritos, o, simplemente, para publicarla tal y como
estaba. (5)
Su carta citada en la
nota (4) habla de circunstancias en que la cocina de don Cayetano se desarrolló,
y que yo ya conocía parcialmente. (6) Será la fuente inicial para recuperar un
interesante recorrido de vida de un inmigrante que expresó con enorme vitalidad
su identidad personal en la cocina familiar.
En el comienzo, contaré
un par de historias de inmigrantes de fines del siglo XIX y principios del XX. Desde
luego que amo el sentido profundo de valentía que encierran estas historias de
desarraigo y dolorosa adaptación a una realidad social y cultural distinta. Ya
no debiera, pero sigue sorprendiéndome que las historias se repitan y conserven
un gran paralelismo entre las dos colectividades más numerosas, los españoles
del norte de la península y los italianos del sur de la suya.
Voy a contar que conocí
a mi bisabuela Luisa Fadrique de Toledo nacida en un pueblo de serranías en La
Rioja Española; pero, en realidad, nunca la vi en mi vida… lo que
verdaderamente conocí, fue su presencia, cuando yo era un niño. Cuenta mi tía, nieta
suya, que, a partir de la muerte de mi tío abuelo Fidel Toledo Fadrique, antes
de que yo naciera, doña Luisa se encerró en su pieza y vivió postrada, tal vez cursando
lo que hoy vulgarmente llamaríamos una depresión. Ella vivía en una casa con
tres de sus hijos en el barrio de Villa Lugano. Cada vez que íbamos a ver a los
Toledo, había que cruzar en silencio la puerta de esa pieza porque nos
advertían que la abuela estaba descansando. Lo dicho, de mi bisabuela sólo
conocí su presencia detrás de los postigos siempre entornados de su habitación.
La historia de doña
Marietta, la abuela de mi amigo Goyo, fue bastante parecida, aunque con algunas
diferencias notables. Nació en Lecce, en el taco de la bota, es decir, en la
región de Apulia. Migró a la Argentina siendo muy joven junto con su madre y
tres hermanas. Se casó, tuvo dos hijos y enviudó siendo muy joven. Volvió a
casarse, esta vez con don Cayetano Branca, Nacido en Rossano, provincia de
Cosenza, Calabria. Con su nuevo marido tuvo dos hijos más, el menor era el
padre de Goyo.
Y aquí es donde la
historia comienza a repetirse. Tres años antes de que Goyo naciera, fallece el
hijo mayor de la abuela. Entonces doña Marietta se viste de negro y no sale más
de su pieza; pero a diferencia de doña Luisa, no se desconecta del resto de la
familia ni vive postrada. Me cuenta Goyo que su habitación era grande y
contenía una mesa para doce personas donde la familia comía todos los días,
excepto los domingos, cuando se juntaban veinticinco personas y había que usar
el comedor. (7)
Tal vez haya sido,
ensayo, porque lo que los españoles viven estas historias como una insoportable
tragedia, mientras que, para los italianos, son un intenso drama. Es por eso,
tal vez, que doña Marietta jamás perdió el control de la vida familiar.
Siguiendo con el
paralelismo, debo decir que ambas familias contaban con numerosos miembros,
siete en mi caso y once en el de Goyo. Ambas tenía el mismo problema, las
personas que compartían las respectivas casas tenían que comer y alguien tenía
que tomar la posta en los fogones. En Lugano, la nuera de doña Luisa se hizo
cargo… Y aquí viene el nudo de este relato que continúa por un camino
divergente: en la casa de Almagro, donde vivían Marietta, Cayetano y nueve
personas más, el que se hizo cargo de la cocina fue el propio Cayetano.
III
Don Cayetano, su cocina y las influencias recibidas
Ahora bien, ¿cómo
aprendió a cocinar don Cayetano? Si no entendí mal, simplemente cocinando.
Al respecto le daré la voz al propio Goyo:
“En la casa, por aquella
época, vivían 10 u 11 personas que, claro, debían comer. Entonces es cuando se
hace cargo de la cocina mi abuelo Cayetano. Quien, obviamente, comienza
cocinando lo que había comido hasta entonces, esto es, platos de origen y
tradición pugliese.
”¿Y a qué viene todo esto? A concluir que mi abuelo tendría alguna
influencia calabresa en su cocina, pero el origen más importante, sin duda era
de L’Apulia, hecho que he comprobado con el simple comparar lo que se comía en
casa con lo de mis tías abuelas” (ver nota (4))
Notable. Imaginé, entonces, que había aprendido a cocinar de sus
cuñadas. Pero Goyo, ante mi consulta corrigió mi percepción con una aclaración
tan precisa como grávida de matices sugerentes:
“Respecto de tu pregunta, creo que “aprendió” me resulta una
palabra demasiado fuerte. Está claro que el viejo tenía un talento natural que
lo hizo famoso en la familia. Me consta que hubo gente que emprendió largos
viajes en colectivo al solo efecto de probar sus berenjenas rellenas. Más bien
prefiero hablar de influencias recibidas que, como bien sabés, enriquecen
cualquier performance culinaria individual.” (ver nota (5))
Entonces mi mente se
encaminó hacia a otro escenario. Por circunstancias de la vida, don Cayetano
tuvo que ocupar un papel en la vida familiar que, tal vez no esperaba, pero
para el que estaba excelentemente dotado. Me permito imaginar dos influencias
más. Una, bastante objetiva, los ingredientes disponibles con que esas mujeres
pugliesas preparaban los platos de su tradición culinaria. La otra, más
subjetiva, la del entorno “neo criollo” (8) en donde estas familias se habían
insertado.
El contacto con otras
familias de origen diverso ha contaminado, para bien, las cocinas que se
desarrollaron en La Argentina. Claro que resulta difícil medir el impacto
exógeno en cada cocinero (depende de la apertura que cada familia tuviera hacia
el ambiente social externo). Seguramente Cayetano y sus cuñadas han recibido
estas influencias en una proporción difícil de establecer, simplemente porque
han frecuentado los ámbitos en los que se propiciaba el intercambio
(principalmente el almacén, la verdulería, la carnicería y las noches de verano
en la vereda).
Estos intercambios y
las innovaciones personales de cada cocinero familiar hacen crecer una
tradición culinaria, Goyo no lo concluye expresamente, pero lo insinúa,
señalando algunas variantes que nuestro cocinero oficiaba sobre las recetas de
sus cuñadas. (9) Los toques personales que don Cayetano son evidentes, para
Goyo por lo menos. Claro está también que confirman el talento natural para la
cocina que ese buen hombre tenía.
IV Recetas seleccionadas
En una ojeada sobre el
recetario que Goyo y su primo recopilaron, pueden verse todos esos detalles,
pero ensamblados en un haz único. Las fórmulas se exponen de manera escueta, aunque
con notable precisión y racionalidad permiten percibir la conmovedora vitalidad
con la que el viejo se movía en la cocina… incluso, permite entrever quién fue
el “que emprendió largos viajes en colectivo al solo efecto de probar sus
berenjenas rellenas”.
¿Cómo seleccionar un puñado de recetas para publicar en El Recopilador de sabores entrañables?
Fácil, me dije, debo seguir el criterio que habitualmente uso para seleccionar
las fórmulas que publico, es decir, elegir las que me resultan más
significativas después de una prolija lectura… Pero ocurrió que, después de
cuatro prolijas lecturas, aún seguía con dudas y vacilaciones.
Claro que había dos que tenían que ir de cajón, la de pasta con
albondiguitas y la de berenjenas rellenas. ¿Elegiría las dos o tres restantes
con el método lógico popular que se aprendía en las veredas, conocido con el
nombre técnico de “osofete colorete”? Parecía no quedar otro remedio.
En una quinta lectura de esas tres hojas maravillosas, traté de
inteligir una clasificación y seleccionar las más significativas de cada clase.
Elegí de este modo y quedaron las siguientes recetas: entre las
preparaciones con carne, Bifes con pan rallado (la receta de albóndigas quedará
asociada a la de pasta con albondiguitas); en las salsa, Salsa pura de tomates,
Tuco con conserva y Salsa genovesa; en las preparaciones en que se usa el pan
rallado en lugar del queso, Papas en tiela, Fideos con pan rallado y Fideos con
pan rallado sin tuco.
Hice la cuenta de la apretada selección y advertí que había
elegido más de la mitad de las fórmulas; pero me pareció que la clasificación
era una manera adecuada de dar con el sentido de este recetario. Entonces decidí
usarla como método de ordenamiento de los platos, garantizando el ejercicio de
una vocación de síntesis.
Ahora, los invito a preparar y saborear los platos de la cocina de
don Cayetano Branca.
Notas y referencias:
(1) 2025, Aiscurri,
Mario, “Viaje
al Siglo XVIII por las calles estrechas del Bajo Monserrat (2024/noviembre),
Parte I: San Ignacio y San Francisco” en El
Recopilador de sabores entrañables, leído en https://elrecopiladordesabores.blogspot.com/2025/03/viaje-al-siglo-xviii-por-las-calles.html.
(2) Por supuesto que valoro todos aquellos aportes que creo haber
hecho acerca de la identidad ítalo argentina de las mencionadas fórmulas,
valorando más la práctica y la aceptación local que “el origen”. Pero ahí
estaba yo, en mi discusión con José, subrayando con énfasis el “nuevo origen”
que atribuía a los espaguetis con albóndigas y reflexionando en torno a cuestiones
que poco tenían que ver con los intereses circunstanciales de mi interlocutor
que sólo quería que prestara atención a una receta concreta que realmente
existía y que su mujer había traído a la mesa.
Listo los principales artículos que escribí para que el lector pueda distinguir
la sintonía que propongo en la dialéctica origen / identidad.
Sobre la baña cauda y la bagna caoda
2012, Aiscurri, Mario, “Bagna cauda”, en El Recopilador de sabores entrañables, leído el 29 de diciembre de
2024 en https://elrecopiladordesabores.blogspot.com/2012/02/bagna-cauda.html.
2018, Aiscurri, Mario, “Bagna cauda a la Clementina, un hallazgo en el Libro de
doña Petrona”, en El Recopilador de
sabores entrañables, leído en https://elrecopiladordesabores.blogspot.com/2018/03/bagna-cauda-la-clementina-un-hallazgo.html
el 29 de diciembre de 2024.
2020, Aiscurri, Mario, “Bagna cauda (revisión), la receta del subteniente
Chioni (1918)”, en El Recopilador de
sabores entrañables, leído en https://elrecopiladordesabores.blogspot.com/2020/09/bagna-cauda-revision-la-receta-del_5.html
el 29 de diciembre de 2024.
Sobre los sorrentinos
2015, Aiscurri, Mario, “Julio en Mar del plata II: La misteriosa invención
de los sorrentinos”, en El Recopilador de
sabores entrañables, leído en https://elrecopiladordesabores.blogspot.com/2015/12/julio-en-mar-del-plata-ii-la-misteriosa.html
el 29 de diciembre de 2024.
2017, Aiscurri, Mario, “El misterioso origen de los sorrentinos (final
respetuoso)”, en El Recopilador de
sabores entrañables, leído en https://elrecopiladordesabores.blogspot.com/2017/12/el-misterioso-origen-de-los-sorrentinos.html
el 29 de diciembre de 2024.
Una nueva leyenda sobre las milanesas a
la napolitana
2024, Aiscurri, Mario, “Historias legendarias de la cocina argentina I
Milanesa a la napolitana en Wikipedia)”, en El
Recopilador de sabores entrañables, leído el 29 de diciembre de 2024 en https://elrecopiladordesabores.blogspot.com/2024/07/historias-legendarias-de-la-cocina.html.
Como puede verse, el
tema central no está en el concepto del “origen” de cada fórmula, sino en el reconocimiento
de ideas concretas desarrolladas por determinados colectivos sociales. Como les
mostraré en el artículo específico de la receta de don Cayetano Branca.
(3) Hace ya unos
cuantos años, nos reuníamos, con un nutrido grupo de personas en la pizzería
San Paolo de Palermo. Su dueño y fundador, Maurizio de Rosa, es un pizzaiolo
napolitano que luce y expresa una extensa cultura general. Junto con el crítico
gastronómico porteño Pancho Ramos, organizó un ciclo de películas italianas a
las que acompañaba con un plato destacado de esa cocina que tuviera algún
protagonismo en la vista compartida por los concurrentes. En una de ellas, aparecía
Alberto Sordi comiendo “pasticcio” o “timbalo” (tales eran las denominaciones
que Maurizio le daba al plato) en una refinada casa de aristócratas monárquicos
en Roma (1961, Risi, Dino, Una vita
difficile, vista el 27 de diciembre de 2024 en https://www.youtube.com/watch?v=96NLqkapAP0).
Para culminar la jornada, De Rosa sirvió su pasticcio que tomaba la idea del
que se veía en la película, pero la
desarrollaba con algunas diferencias. Lamentablemente el ciclo no perduró,
Maurizio vendió su pizzería y ya no vive en Buenos Aires y Pancho Ramos siguió por
otros caminos. La receta de Cayetano Branca es diferente de ambas, la que comió
Sordi y la que comí yo; pero las tres conservan un liet motiv: las albóndigas
pequeñas y el gratinado en el horno.
(4) 2024, Gregorio
“Goyo” Branca a Mario Aiscurri, correos-e de 26 de noviembre.
(5) Ídem del 27 de
noviembre.
(6) 2013, Aiscurri,
Mario, “Pasta e fagioli”, en El
Recopilador de sabores entrañables, leído el 30 de diciembre de 2024 en https://elrecopiladordesabores.blogspot.com/2013/03/pasta-e-fagioli.html.
(7) 2025, Gregorio
“Goyo” Branca a Mario Aiscurri, correos-e del 20 de enero.
(8) Expuse mi idea de
“cocina neo criolla” en 2022, Aiscurri, Mario, Sabores entrañables (Recetas y reflexiones sobre una cocina neocriolla
crepuscular en Buenos Aires), Buenos Aires, Puntoaparte Ediciones
Independientes, pp. 131-147.
(9) Incluso intervenían
algunas situaciones particulares que influían, imponiendo restricciones, en
algunos aspectos de su cocina. Restricciones que a la vez promovían salidas
creativas. Goyo afirma, por ejemplo, que el control que ejercía doña Marietta sobre
la vida familiar y el estado de salud frágil de su padre, sobre todo en materia
digestiva, “al calabrés Cayetano ¡lo castraron de picantes! En mi casa no entraban
ni la pimienta, ni el ají molido, ni ¡nada! Igual el viejo se las arreglaba
para que su cocina fuera muy sabrosa.” Referencia en nota (7).