sábado, 26 de agosto de 2023

MARCAS (Reflexiones desde un bodegón)

Por Aldo Barberis Rusca (1)

Algunas noches, después de que el último parroquiano abandona el boliche y las persianas metálicas se cierran, el gallego recorre el salón pasando el lampazo sobre las corroídas baldosas en damero blanco y negro y se detiene junto a las mesas mirando y repasando con la mano cada marca, cada astilladura de la madera, cada quemadura de cigarrillo; intentando recordar los rostros de quiénes estuvieron sentados en esos lugares.

La imágenes pertenecen al autor

No se trata de recordar a los clientes habituales, aquellos que por fuerza de persistencia ya pasaron a formar parte del mobiliario del boliche. Ni siquiera aquellos que de tarde en tarde se caen a tomar un café o a comer un sándwich

El gallego intenta recordar aquellos que han pasado una vez a las apuradas a tomar un café con leche con medialunas después del ayuno obligado por un análisis de sangre, aquellos que se sentaron a tomar un agua sin ganas haciendo tiempo entre dos trámites, aquellos que simplemente necesitaban de una mesa para anotar un pedido o hacer una factura.

En esas recorridas, trata de emparejar aquellas caras fugaces, apenas recordadas, con las marcas perennes de las mesas

Acaso aquel hombre que transcribía con letra prolija sobre una planilla unas notas tomadas rápidamente en una libreta fue el responsable de esa quemadura de cigarrillo? Acaso esa mujer que hablaba nerviosamente por teléfono dejó marcada sus uñas en el borde de madera? O fue el niño pelirrojo y maleducado el responsable de ese rayón azulado que cruza la mesa de punta a punta?

El gallego recorre el salón intentando empatar cada marca con una cara hasta llegar al fondo, a aquel rincón sombrío cerca de la puerta del baño donde se pueden ver un poema enmarcado y una foto grupal de un tiempo imposible de determinar.


En aquel rincón hay una mesa qué rara vez se ocupa, solo cuando el salón está completo; cosa que nadie recuerda haber visto jamás, o cuando algún viandante requiere de una ubicación que demande una discreción extrema.

La cercanía de la puerta del baño y la lejanía de las ventanas, sumado a la mugre acumulada sobre las lámparas le dan a esa mesa unas cualidades que la hacen casi ajena al resto del boliche y favorece a que la ocupen hombres mal entrazados, de aspecto sombrío y miradas torvas que hablan en voz baja.

Es en aquella mesa que el gallego se detiene con mayor interés, donde la marca que llama su atención se encuentra más fuera de lugar.

Sobre la mesa del fondo del boliche, la más oscura, la más inhóspita; grabado con un punzón o con la punta seca de un de un compás un corazón encierra dos nombres: Lolo y Ramona.

El Gallego, el de la memoria prodigiosa, el hombre capaz de recordar decenas de pedidos distintos y repartirlos sin equivocarse en ninguno es incapaz de emparejar aquella marca con algún rostro almacenado en su inmenso archivo de caras.

Fue acaso esa pareja de adolescentes, casi niños, con sus uniformes escolares que se miraban fijamente a los ojos sin dirigirse apenas la palabra? O fueron aquellas dos chicas que luego de muchas dudas finalmente se tomaron las manos?

Centenares de rostros, de parejas felices, infelices, desesperadas, dichosas pasaron por las mesas del boliche, pero ciertamente ninguna recaló en la mesa del fondo, aquella tácitamente reservada para oscuros negocios y relaciones clandestinas.

El gallego imagina alternativamente felicidades y desdichas casamientos, separaciones, hijos, nietos, soledades, etcétera.

Parado solo en medio de la penumbra del salón ve pasar frente a sus ojos miles de caras que aparecen y desaparecen fugazmente y es un inventario de cada marca de cada huella que ha quedado durante tanto tiempo.

Y es entonces cuando el gallego comienza a pensar si el boliche no será nada más que una acumulación de marcas qué han ido dejando a su paso miles de personas anónimas y olvidadas.

Quizás, piensa, el destino del hombre sea pasar dejar una marca y ser olvidado, ya que todos, de una forma u otra, seremos olvidados en algún momento.

Sin embargo hay quienes niegan todo esto basándose que el gallego es incapaz de elucubrar pensamientos de ese tipo bien que el piso del bodegón jamás conoció el paso de un lampazo

Sin embargo alguna vez se lo ha escuchado decir, mientras acomodaba los pocillos de café boca abajo sobre la Pavoni, "vivimos para ser olvidados"

Notas y referencias

(1) Texto inédito del autor que inaugura una nueva serie de “Reflexiones desde un bodegón”.


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