Por Aldo Barberis Rusca (1)
Si existe en el mundo un lugar políticamente
incorrecto, ese es el bodegón. En el boliche se pueden escuchar las opiniones
más extremas sobre los temas más diversos; desde el fútbol a la política,
pasando por la religión y el sexo; el bodegón es el ámbito de las desmesuras y
los desatinos más imponentes.
Si el sushi,
el paradigma de nuestros tiempos, es pequeño, módico, mesurado, minimalista; el
bodegón es el reino de lo grasiento, lo frito, lo desmesurado y lo abundante.
Las imágenes pertenecen al autor
Cuando uno
piensa en un sushi bar, en un restó bar, imagina que en esos ambientes todo
será discreto, prudente, sensato, juicioso; lugares donde las charlas son
mantenidas en un conveniente y susurrado medio tono y las posiciones y opiniones
defendidas sin demasiado entusiasmo ni vehemencia.
En cuanto
observamos con un poco de atención, nos damos cuenta de que no solamente en el
ámbito culinario la mesura es lo que manda hoy, una mesura que linda con la
apatía.
Si recorremos
los nuevos barrios privados y countryes del Gran Buenos Aires, observaremos que
el estilo predominante en la construcción de casas es lo que se conoce como
estilo contemporáneo. Para el lego en la materia es bastante difícil
diferenciar el contemporáneo del racionalismo ya que ambos se parecen bastante,
sobre todo en el uso de líneas muy definidas y la falta de ornamentos.
Sin embargo,
mientras que el racionalismo propone un uso racional (valga la redundancia) de
los elementos constructivos; es decir que cada elemento está donde está porque
tiene una razón de ser; el estilo contemporáneo se concentra en hacer
construcciones “secas”, sin gracia, sin ornamentos ni revestimientos ni colores
ni decoraciones; todo muy mesurado.
Los mismos
countryes; su diseño, su simetría; nos hablan de este espíritu de mesura, de
esta falta de temperamento que predomina en estos momentos en que se ha
confundido la sensatez con la racionalidad lo cual, en términos prácticos,
equivale a confundir una morcilla con un trozo de hilo negro.
Resulta extraño
que en tiempos donde se hace un culto a la creatividad, se la cultive,
simultáneamente con la sensatez y la mesura.
En todos lo
ordenes en que se la encuentre, la sensatez solo conduce a lo esperable y lo
obvio, no se puede ser creativo y sensato al mismo tiempo; y todos lo ejemplos
anteriores dan cuenta de esto.
Cuando se ve
una casa contemporánea la única sensación que nos produce es la de un inmenso
aburrimiento, una especie de “déjà vu” que nace de haber visto mil veces la
misma casa cúbica (con perdón de Alfonsina) con pretensiones. Cuando atacamos
una porción de sushi, la única sorpresa que podemos esperar es que el salmón rosado
crudo esté en mal estado y morir intoxicados.
Por lo demás,
siempre lo mismo, todo sin sorpresas, todo sin pasión.
Para trazar
una línea recta no hace falta ser creativo, ni para dibujar la letra “o” con el
culo de un vaso. La simetría no suele causar problemas, se trata de poner de un
lado lo mismo que del otro y listo.
El problema es
que no solo de rectas y simetrías vive el hombre. Es más, podríamos decir que
las rectas y las simetrías han matado a varios.
Lo sensato, lo
moderado, es transitar una y otra vez por el mismo camino. Después de todo;
¿para qué buscar nuevas rutas si ya tenemos rutas conocidas?, ¿para qué intentar
nuevos destinos si estamos cómodos donde estamos? Y si no lo estamos ¿cómo
sabemos que en otro lugar estaremos mejor?
Si nos ponemos
a ver una serie de TV americana, sobre todo aquellas donde los protagonistas
son grupos de amigos jóvenes tipo Friends o Felicity, veremos que todos se
comportan de un modo mesurado, pretendidamente respetuoso y tolerante; lo que
se llama políticamente correcto.
No solamente
los comportamientos interpersonales son correctos: el café es descafeinado, lo
mismo que el té; las comidas son bajas en grasa, sodio, azúcar, colorantes y
conservantes; los ambientes de las casas son seguros; las pinturas, libres de
solventes; las plazas no tienen hamacas y los cuchillos no cortan.
Lo que no
queda claro es si la ficción repite el comportamiento o si los yanquis actúan
como en las series. Tal vez la respuesta se encuentre en una mutua alimentación
dialéctica entre ambos.
Lo cierto es
que el mundo se ve cada vez más poblado de conductas, propuestas y opciones
correctas, moderadas, sensatas, mesuradas y discretas. Hasta el fútbol que en
apariencia es un ámbito donde prima la pasión y el fanatismo, se ve sorprendido
por propuestas técnicas que proclaman la necesidad de un equipo equilibrado.
Y no es que en
el bodegón reneguemos de la sensatez y la cordura. Menos aún abjuramos de la
sencillez, toda vez que hemos cantado alabanzas hacia la ingenua simplicidad de
las papas fritas. Se trata de la convicción de que no se puede partir de la
sencillez para llegar a la sencillez.
El camino
hacia la mesura, debe partir desde lo desmesurado, porque el proceso creativo
es un proceso reductivo, sustractivo.
Sin ir mas
lejos, el Narigón Cildáñez, personaje eterno del bodegón de quien ya hablaremos
en otras columnas, ejemplificaba este tema con una comparación de dudoso buen
gusto pero de indudable eficacia. “una mina en paños menores, decía, te
calienta solamente si antes estaba vestida; por que si antes estaba en bolas es
una mina a medio vestir, solamente”
Pretender la mesura de arranque es una pretensión nacida de la soberbia. Aquel que pretende partir de la sencillez, supone que no necesita recorrer el duro camino que le enseñó a Miguel Ángel que su David estaba dentro del bloque de mármol y que sólo necesitaba eliminar lo superfluo para hallarlo.
Los ejemplos
en este sentido abundan y podemos hallarlos en todas las culturas. San Agustín
llega a la santidad luego de una vida de excesos, lujos y placeres que parecen
sacados de la letra del tango “Acquaforte”, y comparte este derrotero con
varios santos entre los que se destaca, nada menos que San Francisco de Asís.
Del otro lado
del mundo, geográfica y culturalmente hablando; el príncipe Siddhartha Gautama,
que vivía inmerso en la nube de su corte y alejado del mundo en cuerpo, mente y
alma, se transforma al ver casualmente durante un paseo un pobre, un enfermo y
un viejo; todas cosas que no conocía. Esta visión lo lleva a dejar todos los
lujos, faustos y boatos de la corte y convertirse nada menos que en Buda.
Si el lujo es
vulgaridad, la mesura también puede serlo; cuando es una sencillez fingida y
pretenciosa como suele ser la austeridad de los poderosos.
Nuestro
bodegón es cualquier cosa menos mesurado. Sus platos son generosos y
abundantes, sus paredes rebosan de iconografía tanguera y futbolística y los
parroquianos son extrovertidos o retraídos, pero todo con desmesura. Es un
templo excesivo de una fe sin dogmas ni oficiantes y cuyos feligreses son todos
los fanáticos, extremistas, obesos, exaltados, lascivos y apasionados que pasan
y entran.
Por que en
medio de semejante desmesura, entre el desmán de excesos y la exuberancia
barroca del boliche; campea la verdadera virtud de la humildad, aquella que no
encontramos en el minimalismo posmoderno del restó bar.
Notas y referencias:
(1) 2005-2007 c, Barbieri Rusca, Aldo, “Hoy salpicón”, El barrio Villa Pueyrredón, sección
“Reflexiones desde un bodegón”.
Maravillosa descripción del modernismo, minuciosa, profesional y, por otra parte, cálidamente amoroso reconocimiento al encuentro de las historias personales amalgamadas alrededor de la mesa del bodegón.
ResponderEliminarLa falta de sensibilidad del primero contra la exagerada demostración de los sentimientos en el segundo, marcan un antes y un después de algo que no logro identificar.
¿Cuándo se produjo ese cambio tan pronunciado?
¿Habrá sido cuando las casas se achicaron?
¿O cuando las urgencias nos invadieron?
¿Cuándo dejamos de ser amorosos para ser formales?
¿Alguien me puede orientar? . . .
Gracias, Oscar, por tus comentarios.
EliminarTus preguntas son más que interesante. Habría que pensarlas un poco... o, tal vez, un mucho.
Muuy bueno este artículo; el problema es que se hacen tooodas las casas iguales; todos los restós iguales; que la opiniones también son iguales; que hay que ser políticamente correcto en todo, con lo que se van perdiendo los matices y, al final, la verdad
ResponderEliminarGracias, ritabahiana, por su comentarios reflexivos y enriquecedores
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