sábado, 17 de abril de 2021

Provisiones que se pueden obtener en una pulpería (1866 y c 1870)

José Luis Busaniche fue un notable historiador argentino. Nació en Santa Fe de la Veracruz, capital de la Provincia de Santa Fe, en 1892 y falleció en San Isidro, Provincia de Buenos Aires, en 1959. Sus obras más importantes están relacionadas con los bloqueos franco – británicos de 1838 y 1843, el papel que jugó la Provincia de Santa Fe en esas circunstancias, el Gobierno de Juan Manuel de Rosas y la construcción del federalismo argentino. En 1938 publica un libro de lecturas históricas argentinas que reedita en 1959 con el título de Estampas del Pasado. (1) Este libro ha servido de inspiración para la sección “Rescoldos del Pasado” de El Recopilador He rescatado varios textos de la colección, reproduciendo las prolijas referencias de Busaniche.

A continuación dos textos que nos informan acerca del funcionamiento de una pulpería en la Provincia de Buenos Aires hacia fines de los años sesenta del siglo XIX.


Referencia de la imagen: 2020, en Historias con pueblos, leído el 17 de abril de 2021, Patricia Adriana en https://historiasconpueblos.blogspot.com/2020/05/cabildo-de-lujan.html 

El primero pertenece a Robert Bontine Cunninghame Graham. Escritor, aventurero, político y viajero escocés. Nació en Londres en 1852. En 1868 arribó al Río de la Plata. Recorrió las provincias argentinas de Buenos Aires y Entre Ríos, la República Oriental, el sur del Brasil, la República del Paraguay y otros países de América. En 1886, ingresó en el Parlamento británico, siendo el primer diputado socialista inglés. Escribió sobre temas argentinos, entre otros. En 1869 trabó amistad con Guillermo Hudson, naturalista y escritor de habla inglesa, nacido en La Argentina. Falleció en Buenos Aires en 1936 a donde había llegado por viaje de placer. En 1914, se publicó la traducción castellana de El Río de la Plata, del cual se tomaron los fragmentos que se transcriben.

Cunninghame Graham describe prolijamente la pulpería y sus clientes. Nos anoticia acerca de que en 1870 ya los paisanos usaban bombachas, aunque el chiripá no había desaparecido. Manifiesta su admiración por las destrezas de los criollos como jinetes, los define como centauros, es decir, como si el jinete y el caballo fueran una sola entidad. Enumera algunos productos que se vendían en las pulperías. Las principales bebidas eran el vino carlón (vino catalán importado de España), la cachaza y la ginebra. El local también vendía yerba y algunos otros productos que despiertan nuestra curiosidad, como sardinas, pasas de uva e higos. Finalmente realiza una viñeta en la que pinta la pulpería como un ámbito de sociabilidad campestre.

El segundo pertenece al escritor porteño Santiago de Estrada (1845-1892). Escribió notas de viaje críticas sociales y cuadros de costumbres. Era miembro corresponsal de la Real Academia Española. Sus Obras completas se publicaron en 1889. Era amigo personal de Juana Manuela Gorriti quien lo menciona en su libro Íntimas. (2)



El fragmento refiere la fiesta de la Virgen de Luján en la localidad homónima en 1866. Allí se construían unas barracas improvisadas en las que los pulperos ofrecían sus productos a los paisanos concurrentes a las celebraciones. Es interesante la descripción del contraste entre las nuevas costumbres y las viejas que la civilización, que se ha difundido a lo largo de las vías del ferrocarril, fue dejando atrás. Resultan de interés las novedades en la vestimenta del gaucho y los productos que el pulpero vende (entre ellos, las sardinas).

Viñetas de una pulpería (1870 c)

“Delante de la puerta había una fila de palenques enclavados en el suelo para atar los caballos; allí se veían, a todas horas del día, caballos atados que pestañeaban al sol. /…/ Algunas veces salía un hombre de la pulpería con una botella de ginebra en la mano, o con algún saco de yerba que colocaba en su maleta, y luego soltando cuidadosamente su cabestro, apoyaba el pie contra el costado del caballo y se encaramaba, arreglándose las bombachas o el chiripá, y emprendía el camino hacia el campo, al trotecito corto, que ha eso de las cien varas se convertía en el galope lento de las llanuras.

”Algunos de los caballos atados a los palenques estaban ensillados con recados viejos, cubiertos con pieles de carnero; otros relucían con enchapados de plata; a veces, algún caballo redomón, con ojos asustados, resoplaba y saltaba hacia atrás si algún incauto extraño se acercaba más de lo mandado.

”De la pulpería salían, en ocasiones, tres o cuatro hombres juntos, algunos de ellos medio borrachos. En un momento, todos estaban a caballo con presteza, y, por decirlo así, tendían el ala como si fueran pájaros. Nada de embestidas infructuosas para coger el estribo, ni de tirones de rienda, ni de entiesamientos del cuerpo en posiciones desairadas al hallarse ya a caballo, ni fuerte golpear de la pierna del otro lado de montar, según el estilo de los europeos, se veía jamás entre aquellos centauros que lentamente empezaban a cabalgar. Ocurría que algún hombre que había bebido demasiado generosamente Carlón o cachaza, coronándolo todo con un poco de ginebra, se mecía en la silla de un lado al otro, pero el caballo parecía cogerlo a cada balanceo, manteniéndolo en perfecto equilibrio merced al firme agarre de los muslos del jinete.

”La puerta de la casa daba a un cuarto de techo bajo, con un mostrador en medio, de muro a muro, sobre el cual se alzaba una reja de madera con una portezuela o abertura, a través de la cual el patrón o propietario pasaba las bebidas, las cajas de sardinas y las libras de pasas o de higos que constituían los principales artículos del comercio.

”Por el lado de afuera del mostrador, haraganeaban los parroquianos. En aquellos días, la pulpería era una especie de club, al que acudían todos los vagos de las cercanías a pasar el rato. El rastrilleo de las espuelas sonaba como chasquido de grillos en el suelo, y de día y de noche gangueaba una guitarra desvencijada que, a veces, tenía las cuerdas de alambre o de tripa de gato, remendadas con tiras de cuero. Si algún payador se hallaba presente, tomaba la guitarra, de derecho, y después de templarla, lo que siempre requería algún tiempo, tocaba callado algunos compases, generalmente acordes muy sencillos, y luego prorrumpía en un canto bravío, entonado en alto falsete, prolongando las vocales finales en la nota más alta que le era posible dar. Invariablemente estas canciones eran de amor y de estructura melancólica, que se ajustaba extrañamente con el aspecto rudo y agreste del cantor y los torvos visajes de los oyentes.

”Solía suceder que algún hombre se levantara, llegara a la ventanilla de la reja y dijera: “Carlón”; recibía un jarro de lata lleno de ese vino catalán, capitoso, de color rojo oscuro, como de medio litro; lo pasaba alrededor de todos los ociosos que allí se hallaban, comenzando por el payador.

”Llegaban transeúntes que saludaban al entrar, bebían en silencio y volvían a irse, tocándose el ala del sobrero al salir; otros se engolfaban al punto con conversación sobre alguna revolución que parecía inevitable u otros temas del campo. En ocasiones sobrevenían riñas a consecuencia de alguna disputa, o bien sucedía que dos reconocidos valientes se retaran a primera sangre, tocándole pagar el vino o cosa parecida al que perdiera. Pero a veces surgía alguna tempestad furiosa: por el mucho beber o por cualquier otra causa, algún hombre empezaba a vociferar como un loco y sacaba a relucir el facón.” (3)

Las barracas en la fiesta de la Virgen de Luján (1866)

“En la fiesta de la milagrosa Virgen de Luján, que se celebra todos los años en el pueblo del mismo nombre, se renuevan algunas de las antiguas costumbres de nuestros gauchos. La civilización que invade nuestros campos, llevando a ellos en los coches de ferrocarril, nuevas costumbres y nuevas necesidades, va haciendo perder su colorido original a la vida del gaucho. Sus trajes y habitudes se has transformado completamente.

”La bota de potro huye avergonzada a la sola presencia del poblado, para ser sustituida en los días de fiesta por la de becerro, y en los de trabajo por la alpargata; el chiripá se cae de las piernas del gaucho, ya acostumbrado a la comodidad del pantalón de piel del diablo; el cielo se hace perdiz en los bailes, porque los guitarreros entienden más de polkas y mazurkas, y el coñaque y el vermouth, han fundido a los importadores de caña y jiñebra.

”A pesar de esto, la fiesta de la Virgen de Luján, los paisanos bailan cielo y arman las célebres barracas de la función tradicional de la Recoleta.

”La barraca es una especie de rancho sin pared al frente; o mejor dicho, un galpón de tablas con techo de lo mismo o de ramas secas. En el fondo de ella, el pulpero improvisa un mostrador grosero y un estante ídem, en que coloca botellas de coñaque, cohetes de la India, cajas de sardinas, pan, dulce de membrillo, y algunas baratijas.

”En uno de los ángulos del galpón, pone la mesa destinada al juego del monte cubierta con un poncho viejo. En el extremo opuesto suele colocar el aparato para el juego de bolos, que preside el empresario de la fiesta o el que lleva la coima, teniendo siempre en la mano, pues estas funciones son nocturnas, un farol poco limpio, en el cual arde una vela de sebo.

”La iluminación de la barraca es hecha, en las de lujo, con faroles de papel, y en las de medio pelo con un candil agonizante o una vela encasquetada en una botella, que tiene por despabiladeras los dedos de los parroquianos.

”Algunos de éstos juegan al monte en el ángulo izquierdo de la improvisada habitación, otros cenan, teniendo por mesa el suelo, y los de más allá cantan, tocan la guitarra, payan, o escuchan de pie el canto y la música.

”Todos fuman y pasan el vasito que el pulpero llena con frecuencia, pero como la noche es larga y los estómagos absorben como esponjas, es necesario pasar el tiempo y proporcionarles trabajo a aquéllos.

”El exterior de la barraca está ocupado por los mosqueteros y los caballos de los mozos dueños de la fiesta.

”El humo de los cigarros ennegrece la atmósfera, a través de la cual se escapan los débiles rayos que arrojan los faroles.

”Los bailes ya no tienen su campo de batalla en las barracas, porque las mozas no las frecuentan de algún tiempo a esta parte. Las aficionadas los dan en sus casas.” (4)

Notas y Bibliografía: 

(1) 1959, Busaniche, José Luis, Estampas del pasado, lecturas de historia argentina, Tomo II, Buenos Aires, Hyspamérica, 1986.

(2) 1893, Gorriti, Juana Manuela, Lo Íntimo, Córdoba, Editorial Buena Vista, 2012, pag. 98.

(3) Busaniche, José Luis, Op. Cit., Tomo II pp. 254-256.

(4) Busaniche, José Luis, Op. Cit., Tomo II pp. 250-253.


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