José Luis Busaniche fue
un notable historiador argentino. Nació en Santa Fe de la Veracruz, capital de
la Provincia de Santa Fe, en 1892 y falleció en San Isidro, Provincia de Buenos
Aires, en 1959. Sus obras más importantes están relacionadas con los bloqueos
franco – británicos de 1838 y 1843, el papel que jugó la Provincia de Santa Fe
en esas circunstancias, el Gobierno de Juan Manuel de Rosas y la construcción
del federalismo argentino. En 1938 publica un libro de lecturas históricas
argentinas que reedita en 1959 con el título de Estampas del Pasado. (1) Este libro ha servido de inspiración para
la sección “Rescoldos del Pasado” de El Recopilador He rescatado varios textos
de la colección, reproduciendo las prolijas referencias de Busaniche.
Robert Bontine Cunninghame Graham fue un
escritor, aventurero, político y viajero escocés. Nació en Londres en 1852. En
1868 arribó al Río de la Plata. Recorrió las provincias argentinas de Buenos
Aires y Entre Ríos, la República Oriental, el sur del Brasil, la República del
Paraguay y otros países de América. En 1886, ingresó en el Parlamento
británico, siendo el primer diputado socialista inglés. Escribió sobre temas
argentinos, entre otros. En 1869 trabó amistad con Guillermo Hudson,
naturalista y escritor de habla inglesa, nacido en La Argentina. Falleció en
Buenos Aires en 1936 a donde había llegado por viaje de placer. En 1914, se
publicó la traducción castellana de El
Río de la Plata, del cual se tomaron los fragmentos que se transcriben.
Con minucioso cuidado, el autor compone un
registro etnográfico del arte de cebar mate en la campaña bonaerense, pintando,
a la manera de los impresionistas, la escena de sociabilidad en que el mate se
compartía.
Mateada en una cocina de campo (1870 c)
“/…/ El palenque deslindaba los límites del hogar; más allá de él,
tanto la etiqueta como la prudencia, mandaba al extraño no pasar sin un
ceremonioso “Ave María Purísima”, contestado con un “Sin pecado concebida”. A
esto seguía la invitación a apearse y a atar el montao; luego, ahuyentados los perros, que mantenían al viajero
rodeado /…/ el dueño de casa la franqueaba a su huésped. Se entraba a la
cocina, que servía de comedor y de cuarto de recibo. Una vez sentados sobre
cabezas de buey, comenzaba el desgrane de noticias: que ya la revolución había
estallado en Corrientes, o que algún caudillo conocido recogía caballos y
reclutaba gente en Entre Ríos o en la Banda Oriental; que los colorados habían
tomado Paysandú, que los blancos habían triunfado en Polanco o en algún otro
lugar, o que este o aquel gobernador había sido asesinado.
”Luego se habla de caballos, de las marcas con que estaban
herrados, del precio del ganado en Concepción del Uruguay y de que si era
cierto que Cruz Cabrera había matado a Juan el Velludo, y de cómo era que en el
monte de Yi quedaban matreros, y de muchas cosas de esa laya, de suprema
importancia en el campo. Luego servían el mate, mientras conversaban a la luz
de la lumbre.
”Aparecía una china o una negra, levantando el cuero de yegua,
tendido a guisa de puerta, y después de hacer sus venias, recibía la yerba,
tomada de un saco hecho de un buche de avestruz, ponía el caldero al fuego, se
sentaba en un banco, abriendo las rodillas como si fuera a partirse en dos, y se
inclinaba para soplar el fuego; cuando el agua hervía, ponía la yerba en el
mate, ajustando la bombilla en posición vertical, operación que requería alguna
habilidad, y después de verter el agua, empezaba a chupar el tubo, escupía al
suelo las primeras chupadas, hasta dejar el aparato corriente; luego, luego de
tomar un mate por su propia cuenta, lo pasaba de mano en mano entre los
convidados, con cierta nimia distinción de categorías. Mientras todos chupaban
el brebaje, hasta dejar el mate seco, la muchacha de pie todo el tiempo, solía
deslizar la mano distraídamente entre sus largos cabellos, o entre sus motas
negras, como en busca de algo, en tanto que, con su pie descalzo, se rascaba la
otra pierna. Luego volvía aponerse en cuclillas, llenaba el mate y después de
la chupada inevitable, para cerciorarse del tiro de la bombilla, comenzaba de
nuevo a pasarlo a la redonda. La muchacha que lo servía guardaba, durante la
ceremonia, un silencio solemne como si cumpliera con algún rito. Si el dueño de
casa no tenía hija o mujer, o muchacha, servía el mismo el mate, pero no lo
pasaba de mano en mano: sentado junto al fuego lo llenaba, veía si tiraba bien
y se lo pasaba a otro. El mate circulaba así hasta que la yerba perdía su
sabor, que era áspero, amargo y acre. En el campo nunca se tomaba con azúcar
sino cimarrón.
”La conversación se generalizaba: se hablaba de la invasión de los
indios, de que los infieles, en su última entrada, habían quemado el rancho de
Quintín Pérez, de que se le había visto retirándose a la luz de las llamas /…/
arreando una caballada, costeando el estero al oeste.
”Los hombres que en estos decires se entretenían, eran, por lo
general, altos cenceños y nervudos, con no pequeña dosis de sangre india en sus
enjutos y musculosos cuerpos. Si las barbas eran ralas, en desquite el cabello,
luciente y negro como ala de cuervo, les caían sobre los hombros, lacio y
abundante. Tenían la mirada penetrante y parecía que contemplaban algo más allá
de su interlocutor, en horizontes lejanos, llenos de peligros, rondados por los
indios, en donde a todo cristiano le incumbía mantenerse alerta con las riendas
en las manos /…/.” (2)
Notas y Bibliografía:
(1) 1959, Busaniche,
José Luis, Estampas del pasado, lecturas
de historia argentina, Tomo II, Buenos Aires, Hyspamérica, 1986.
(2) Busaniche, José
Luis, Op. Cit., Tomo II pp. 267-268.
No hay comentarios:
Publicar un comentario