“Y es que
siete siglos de nuestra historia no se borran con una apresurada alusión a la
dominación árabe, primero, porque no fue árabe en su estricto sentido y,
segundo, porque no fue dominación, también en su estricto sentido. Nuestros antepasados
andalusíes pertenecían a las tres religiones, convivían (con altibajos, como
todas las familias) y hablaban y escribían en árabe, de modo que hasta la
liturgia cristiana debía ser aclarada con notas marginales arábigas. Incluso
los judíos, de tan peculiar y cerrada estructura social, hablaban en la vida
común el árabe, al punto de bautizar con un término arábigo su hamin del
sábado, antecesor del hispánico cocido: la adafina.” (2000, Abad
Alegría, F., Cuscús, pp. 7-8)
¿Quién que ha conocido la Mezquita Catedral de
la Ciudad de Córdoba, no se ha de conmover con las palabras transcriptas en el
epígrafe?
I Un libro notable y mi relación con
la historia de España
Desde niño he pensado que un libro te puede
cambiar la vida. Pero como me ha ocurrido con varios, y todos ellos de la más
diversa catadura, esta vez me quedo con la generalidad, hay libros que te
cambian la vida.
Las imágenes pertenecen al autor
Esta vez se trata de un libro escueto, en su
volumen, claro está, que me prestó mi amigo y maestro Pancho Ramos. Esta obra
ha sido verdaderamente incitante para mis indagaciones culinarias, desde el
propio subtítulo: “Recetas e historias del alcuzcuz magrebí-andalusí”. (1)
El epígrafe nos da noticias que, en lo
personal, me retrotrajeron hasta el año 1978, cuando cursé Historia de España
de la mano de la profesora Nora Ramos en la Facultad de Filosofía y Letras de
la UBA. Ella, disciplinada discípula de don Claudio Sánchez Albornoz, insistía,
con pasión casi desmedida, en que no había habido invasión árabe en España. Que
sólo se trató de una invasión de pueblos musulmanes norteafricanos capitaneados
por una elite árabe.
El tema no fue menor para mí, como tampoco
para Abad Alegría. Un detalle importante que el autor refiere y que la
profesora Ramos subrayaba es la convivencia, en algunos casos fructífera, de
los pueblos de las tres religiones del Libro en la tierra de mis antepasados.
Efectivamente, durante los siglos XII y XIII,
esta convivencia dio lugar a múltiples actividades intelectuales cuyo centro de
acción fue lo que se ha conocido como la escuela de traductores de Toledo. Esta
convivencia, basada en la tolerancia reinante en esa ciudad gobernada por los
castellanos, permitió que Europa recuperara textos fundamentales de autores
clásicos que sólo se conservaban en árabe.
Cuando tuve oportunidad de viajar, intenté
encontrar ese clima de convivencia en Toledo. Me resultó muy difícil actualizar
ese pasado dentro de las vitrinas de museo que parecen encerrar la ciudad.
Toledo, en el presente, no nos habla, tal vez deba decir, no me habló
precisamente de esa convivencia. Sin embargo, hay dos lugares en donde aquel
pasado fructífero se refleja claramente en la acogida que de él hacen las
generaciones actuales: Ávila y el misticismo aún visible en ella, y Córdoba y
su majestuosa Mezquita Catedral, donde esta última gana en alturas y
luminosidad desde el mismo corazón de la primera.
Por ello, me
impactó en mayor medida el libro de Abad Alegría que el recuerdo de las clases
de la profesora Ramos. Es que, para este autor, la convivencia no se ha queda
estancada en la Edad Media… tiene presente y también futuro, pero la imagina en
torno de una mesa en la que se sirve un plato de cuscús, ¿y por qué no?:
“El alcuzcuz es delicioso, bien hecho. Es una
comida completa, si completa se hace, es excusa para alifara amistosa y para
celebración exotizante. Y además, un poco a lo lejos, es tan nuestro como de
nuestros primos cercanos magrebíes. De modo que, con un mucho de entusiasmo y un
muchísimo de osadía, vamos a contar algo sobre tan antiguo producto, hispano-andalusí
por derecho propio, en la esperanza de que se contagie al lector la admiración
y el gusto por prepararlo.
”Y que en tan
hermosa ocupación nos encontremos y quiera Dios (¡Él sea alabado!) que
nos sirva para gozar y recordar, trayéndola del tesoro de la memoria colectiva,
una faceta de nuestro glorioso pasado andalusí.” (pag. 9)
He publicado una receta de cuscús en La
Argentina actual (¿aprendizaje exotizante o lección naturalizante?). Cuando la
escribí, tenía una idea confusa acerca de qué era el cuscús. Tan confusa que no
lograba separarla con claridad de la elaboración y el uso del burgul. (2) Este
libro llegó a mis manos para corregir algunos errores graves; pero no me dio
tiempo para un desarrollo adecuado del tema en el artículo de marras. Ello me
obligó a componer este otro, más como una revisión de lo escrito que como una
reseña crítica de la obra que, en cierto modo, también lo es.
II El alcuzcuz
Abad
Alegría nos dice:
“El
alcuzcuz es sémola de trigo, modelada
en forma de minúsculos granitos, con el concurso de harina de trigo también, agua, una pizca de sal y mucho movimiento
de la mano. Y luego conservada tras secado, para ser empleado como base cereal
en comidas principales y a veces dulcería. Y que se debe cocer al vapor de agua
caliente, despacito, conservando la separación de los nutritivos granitos. Y
nada más.” (pp. 11-12, subrayados míos)
Y agrega que tiene una composición
nutricional equilibrada que se puede suplementar sencillamente con la adición
de algunas proteínas, grasas, minerales, etc. “Le pasa lo mismo que al pan,
base de la alimentación occidental durante siglos y no simple acompañamiento o
guarnición, como ahora.” (pag. 12)
Ahora bien, el denominado trigo
burgul, también tiene la forma de granitos de harina. Nuestro desconocimiento,
digo, de gran parte de los argentinos, hace que confundamos ambos productos, al
punto de que muchos preparan la muy conocida ensalada tabuleh que lleva burgul
y perejil y algunos productos más, con cuscús.
Siguiendo a nuestro autor podemos
establecer que hay tres cuestiones básicas que es necesario aclarar para
entender de qué estamos hablando, esto es: el producto de trigo, la forma de
elaboración del producto y la cocción para su consumo.
El primer dato importante es que el
cuscús se elabora a partir de sémola, es decir, de la parte dura del grano de
trigo, aunque también se usa algo de harina de la parte más blanda del grano, para
complementarlo durante su preparación. En cambio, el burgul, se elabora a
partir del grano entero. En ambos casos se utiliza la harina de grano duro.
El segundo dato, relacionado con el
primero, es tal vez el más importante. El burgul se obtiene de la pre-cocción
del grano entero de trigo, en tanto que el cuscús, del aglutinamiento de la
sémola, asistida con el agregado de un poco de harina.
Efectivamente, en el burgul, el
grano se cocina en agua salada hasta que la cáscara comienza a romperse. Llegado
a ese punto, se cuela y se seca al sol durante una semana. Finalmente, se muele
en un mortero hasta que la cáscara se desprenda. Se procede, entonces, a la
separación de la misma con un cernidor y a un segundo secado.
El cuscús se obtiene aglutinando la
sémola mediante una especie de micro bollado con la palma de la mano
humedecida, “como quien hace minúsculas albondiguitas” dice Abad Alegría (pag.
15). El resultado son uno granitos de 2 mm de diámetro. El agregado de un poco
de harina, en el proceso de elaboración, le da una consistencia permeable.
El burgul se hierve en el momento
de comer, si se ha molido grueso; pero si se utiliza el molido fino, alcanza
con hidratarlo con agua casi hirviendo. El cuscús se cocina al vapor en un
utensilio específico de nominado alcuzcucero. También se cocina en el momento
de comer junto con los alimentos que lo acompañarán, colocando el alcuzcucero
encima de la olla en que se cuecen esos alimentos. (pp. 13-15)
El cuscús puede recibir una pre-cocción.
En Buenos Aires, se consigue un cuscús industrial pre-cocido en dietéticas o
negocios de especialidades árabes. En este caso, se lo puede hidratar con agua
casi hirviendo. Esta manera de prepararlo ha generado más de una confusión con
el burgul entre neófitos inexpertos como yo.
La diferencia con el producto
artesanal que se cuece en el momento es notable. He probado un cuscús excelente
hecho al modo tradicional, en el restaurante Mishiguene, por el cocinero Tomás
Kalica. ¿En un restaurante de cocina judía? Sí, si bien el cuscús es un
producto del Magreb (norte occidental de África), fue llevado a Israel (en
pleno territorio del burgul) por familias sefardíes de origen magrebí. (Pag. 16)
El tema de la cocción ha sido
decisivo porque ha hecho que fuera en el Magreb donde se afincó la variedad de
trigo de grano duro, proveniente de Egipto, en tanto que el de grano tierno,
también oriundo de Egipto, ha tenido una larga historia de predominio por
amplias zonas del planeta, iniciando su periplo por la Europa Mediterránea hace
milenios. Volveré sobre el tema en el acápite que sigue.
Italia es el lugar en donde las dos
tradiciones del trigo se han encontrado. El trigo de grano tierno, tan originario
de la denominada media luna fértil del Oriente Medio como el de grano duro,
llegó en tiempos del Imperio Romano. Desde entonces, se lo utiliza como
ingrediente básico del pan y se ha transformado en la base milenaria de la
comida del Occidente Cristiano. La sémola de grano duro, llegó durante el
dominio magrebí (sarraceno) en Sicilia (siglos XII y XIII). Ha sido la base de
la pasta secca que Italia globalizó desde el siglo XIX… Pero no es el único
producto de sémola que se consume en ese país, aún se conserva, en Sicilia, por
cierto, el consumo de cuscús, en especial en la ciudad de Trapani.
En Francia, el cuscús es parte del
acervo culinario nacional. Ha sido rescatado del olvido europeo a partir de su
vínculo con sus ex colonias en el norte de África, en especial con Argelia
donde existió una importante población criolla francesa.
Como verán abajo, en España, el
origen y el destino del cuscús fue bien diferente.
III Noticias
de encuentros y desencuentros
Entre 1492 y 1609, España sufrió
desgarramientos en su estilo de convivencia multiétnica cultivado desde por lo
menos el siglo VIII de nuestra era, en el área bajo dominio musulmán, y durante
los siglos XII y XIII en los reinos cristianos (es decir, entre la toma de
Toledo y la muerte de Alfonso X, el sabio, desde 1085 hasta 1284). Sólo voy a
dar cuenta del fenómeno y de la contrariedad que, en lo personal me provoca. En
materia política, dejo la tarea de reparación a los españoles.
Con todo, quiero destacar un par de hechos. La
actitud del rey Juan Carlos Primero quien, en abril de 1992, asistió, en la
sinagoga de Madrid, a un acto de reconciliación con el pueblo judío al
cumplirse quinientos años de la Real Célula firmada por Isabel la Católica,
resolviendo la expulsión de los judíos del Sefarad. También una la ley sancionada
en 2015 que permite acceder a la ciudadanía española a los descendientes de
sefardíes expulsados en 1492.
Con esa reconciliación en marcha, aún falta el
reencuentro de España con el Magreb. Ya les he
mostrado que Francisco Abad Alegría piensa que la mesa puede ser el mejor sitio
para ese reencuentro y un plato de cuscús, bien hecho, como el mismo afirma, el
vehículo ideal. Por eso el libro que tengo entre manos no sólo habla de la preparación
del cuscús y de las recetas que juzga importantes para celebrar su consumo;
sino también de una historia de encuentros y desencuentros cuyo escenario fue
el propio territorio hispano lusitano.
He dicho, en el artículo de mi autoría ya citado,
que resulta verdaderamente curioso es que este plato no forme parte de la
cocina andaluza tradicional, cuando esta región de España conserva vínculos
culturales con Marruecos y el resto del Magreb más que evidentes, como es el
caso de la arquitectura y de la música. En esa oportunidad, estimé que había un
rechazo por esta comida en los castellanos que poblaron el Al Andaluz a partir
de la reconquista.
Abad Alegría indaga en viejos recetarios. Esos
libros que se publicaron en España durante el Renacimiento aluden a una cocina
más europea que española. Lo cual no es incoherente debido a que se trata de
textos escritos por cocineros cortesanos. En muchos que cita nuestro autor, el
cuscús no existe ni siquiera como referencia. Sin embargo, encuentra que el
recetario de Francisco Martínez Montiño (cocinero de las cortes de Felipe III y
Felipe IV) le dedica 5 páginas a la elaboración y cocción del cuscús, y a las
combinaciones posibles con otros ingredientes, todo ello de manera similar a
cómo se prepara el cuscús en el Magreb, excepto en el uso del picante y de las
salsas. (4)
Esta
presencia del cuscús en la literatura culinaria llama la atención de nuestro
autor que luego de comparar esta obra con las de otros autores, señala la
existencia de dos tradiciones reconocible en los libros publicados y por él
consultados. Una cocina culta, heredada de los Austrias, con fórmulas tanto
centro europeas como españolas. Otra relacionada con el Mediterráneo cristiano.
Aunque, sin embargo, una sola de las obras de esta corriente refiere al cuscús,
lo que le permite concluir:
“Con el
Alcuzcuz parece que se da un fenómeno parecido al ocaso del cilantro; esta
planta aromática, fundamental en la culinaria musulmana, queda prácticamente
proscripta, quizás por demasiado musulmana, excesivamente identificada con la
sociedad vencida, punto de mira de todas las inquisiciones del momento. Así, el
alcuzcuz sería mucho más bereber, más absolutamente identificable como no
cristiano, que unas albóndigas, unas salchichas o una buena alboronía, que
recuerdan preparaciones previas, romanas o genéricamente preislámicas en
España.” (Pag. 27)
Lo cierto es que parece que el cuscús había quedado
encerrado en una endo cocina morisca desde la toma de Granada hasta la
expulsión de los moros en 1609. A partir de allí, desaparece de la península.
La última mención en la literatura española se encuentra en El Quijote,
precisamente publicado a principios del siglo XVII. Cervantes lo refiere a las
preferencias alimentarias de los moros, confirmando la idea de la existencia de
esa endo cocina. A su vez, esta última mención parece confirmar también la idea
de “proscripción” a la que se refiere Abad Alegría, el cuscús abandonó España
con los moros. (5)
El escritor argentino Enrique Larreta pinta el
clima adverso a los moros
en su reconocida novela La Gloria de don Ramiro (1908). En esta obra,
ejemplo de la narrativa modernista hispanoamericana, se puede ver la actitud de
la nobleza castellana en las postrimerías del reinado de Felipe II que
desembocaría en la expulsión decretada por Felipe III. El autor pinta con
solvencia erudita el aire decadente de aquella vieja nobleza que rechaza a las
poblaciones musulmanas sin atinar en el reemplazo de su capacidad de mano de
obra a una España socialmente alicaída. (6)
IV Una larga historia
¿Cómo empezó esta historia?
Obviamente antes que el cuscús, antes del Islam, antes que llegara el trigo de
grano duro al Magreb.
Tribus bereberes nómades ocupaban
el Magreb hasta la llegada de los árabes, a fines del siglo VII. En primera instancia
resisten la ocupación; pero luego se convierten al Islam. Como consecuencia de
ello, los ejércitos musulmanes que ocuparán España a principios del siglo VIII
estarán conformados por una elite árabe y un grueso de tropas bereberes. A
mediados de ese siglo, el poder islámico en España comienza a tomar
independencia en relación con las capitales orientales del “imperio” islámico,
Damasco y Bagdad. Esta situación y el hecho de que las tribus conversas sigan
resistiéndose a la arabización de sus costumbres son claves para entender la
relación de España con el Magreb hasta la expulsión de los moros en 1609.
Estas tribus bereberes, nos dice
Abad Alegría, consumían gramíneas silvestres que eran molidas de manera
rudimentaria y conservadas en sextos. Utilizaban morteros de madera, livianos y
transportables. Estas gramíneas silvestres eran aplastadas en esos morteros y se
consumían hervidas.
El Islam trajo transformaciones
socioculturales importantes a la región. Parte de las poblaciones que la
habitaban dejaron de ser nómades recolectores y pasaron a vivir en
asentamientos agrícolas, donde empezó a cultivarse el trigo de grano duro que
sí se suele cocinar al vapor. La transformación no fue instantánea y homogénea.
Las poblaciones de recolectores de gramíneas siguieron existiendo por siglos.
Es más, algunas de esas especies que consumía en su forma silvestre, se
cultivan hoy en día en muchas partes del planeta (el denominado trigo
sarraceno, es la más conocida). La adopción del trigo llevó, por lo menos, dos
siglos.
Los cierto es que la aparición del
trigo y la adopción de las variedades de grano duro que permiten obtener la
sémola, está asociada al origen del cuscús. Como en todas estas cuestiones
vinculadas con la cocina, es muy difícil establecer fechas precisas. Tampoco se
puede establecer con precisión el momento en que aparece el alcuzcucero. Abad
Alegría lo asocia a una utilización eficiente de un recurso extremadamente
escaso en el Magreb, el agua.
Pero aquí, el autor entra en una
contradicción. Primero afirma “El grano así aplastado (se refiere a las
gramíneas recolectadas por los bereberes nómades), se cocía en agua,
añadiéndole un poco de mantequilla y sal. No se tomaba cocido en vapor.” (pag.
18). Sin embargo, en el párrafo siguiente afirma: “Sabemos que el vapor cuece
bien los granos silvestres y la sémola de grano duro”. Está claro que el hecho
que lo sepamos nosotros no supone que así lo hicieran los magrebíes anteriores
al siglo X; pero vuelve sobre el tema en la página 30, donde dice: “Ya he
comentado antes cómo los pueblos bereberes hacían uso de gramíneas silvestres
para elaborar algo parecido al alcuzcuz, hace muchos siglos.” Pero no describe
cuál es el parecido, de modo que podemos sortear estas contradicciones, sobre
todo porque el cuscús, tal y como lo conocemos aparece tardíamente en relación
con la adopción del trigo en el Magreb y, por cierto, también en el-Alandalus.
¿Cuándo? Veamos.
Luego de explorar los recetarios
renacentistas, como les he mostrado arriba, para rastrear la ocurrencia de
recetas de cuscús entre la toma de Granada y los momentos posteriores a la
expulsión de los moros; Abad Alegría intenta rastrear su presencia en textos
sanitaristas y recetarios andalucíes y de alcuzcuceros en las indagaciones
arqueológicas en el sur de España y las Islas Baleares.
No hay referencias al cuscús hasta
el siglo XIII (pp. 29-33) ni se hallaron restos de alcuzcuceros anteriores al
mismo siglo (pp. 33-38).
Con
esta información, el autor arriba a las siguientes conclusiones:
· El momento histórico: “Invasión islámica (se
refiere a la presencia de los almohades en España desde el último tercio del
siglo XII) en los social y religioso, pero bereber en lo racial y cultural. A
partir de La Navas de Tolosa (1212) el terreno de los musulmanes en España queda
reducido a parcelas cada vez más pequeñas; Ahmar Ibn Nasr, funda la dinastía nazarí
en Granada, dominando la actual extensión de Granada, Almería, Málaga y parte
de Jaén y Murcia. El reino de Granada cae al fin en 1492, /…/.” (pag. 29)
“Globalmente, la influencia bereber es decisiva e imprimirá un modo particular de entender el Islam y una profunda huella cultural en nuestro suelo. En el tema que nos ocupa, no es extraño que se introduzcan en la península usos culinarios, como el alcuzcuz. /…/.” (pag. 30)
“Globalmente, la influencia bereber es decisiva e imprimirá un modo particular de entender el Islam y una profunda huella cultural en nuestro suelo. En el tema que nos ocupa, no es extraño que se introduzcan en la península usos culinarios, como el alcuzcuz. /…/.” (pag. 30)
· La idea gastronómica: “A partir del siglo XIV,
el trigo que se generaliza en España es el candeal, cuya preparación ya difiere
bastante de las del duro; en este momento ya es imprescindible la formulación
compleja que se mima y perpetúa en la awla
magrebí, (7) de amasado, humedecido, enharinado. Pero debemos pensar que en
estos momentos, el al-Andalus ya está en regresión máxima, en las vísperas de
su final, y por tanto la capacidad de influir sobre las costumbres peninsulares
de técnicas como la culinaria, es muy limitada o casi inexistente. En los dos
siglos largos que separan la batalla de Las Navas de Tolosa y la conquista de
Granada por los Reyes Católicos, es cuando verosímilmente se va a gestar la
formulación definitiva y completa del alcuzcuz que hoy conocemos. Parece
difícil entender tal génesis sin el concurso del trigo candeal, que seguirá una
dirección norte-sur, y la de un modo de preparación al vapor, con alcuzcucero y
sobre la base de sémola de trigo duro, cuyo sentido es sur-norte. De este modo,
no parece rebuscado admitir la posibilidad de que el alcuzcuz que recoge
Martínez Montiño, sea reliquia de un producto que se estructura definitivamente
a horcajadas de las Columnas de Hércules (denominación clásica del Estrecho de
Gibraltar), con la inevitable interacción al-Andalus-Magreb, con una base
almohade fundamental, /…/.” (pp. 32-33)
Nuevamente hallamos una
contradicción en el texto; pero esta es difícil de resolver a partir de la
lógica que el autor exhibe en su escritura, como ocurrió con los casos
anteriores. ¿Acaso trigo candeal y trigo de grano duro no son sinónimos? En los
casos analizados arriba, cierta ligereza en la escritura y falta de precisión
en los términos utilizados permitían sortear ciertos desplazamientos
conceptuales, de modo que, con una pequeña exégesis, se le podría otorgar el
beneficio de la duda al señor Abad Alegría. Pero aquí no. ¿Habrá querido decir
que de norte a sur era el camino de la molienda de harina y de sur a norte, el
de la sémola? Es probable, pero mi insolvencia erudita en la materia me impide
asegurarlo con certeza. La idea de que harina y sémola son tan indispensables
como unas palmas habilidosas de manos sabias para elaborar el cuscús da
elementos para alimentar esta hipótesis; pero habría que indagar la historia de
los molinos en ambas márgenes del Estrecho.
Adicionalmente, y con todo el
aporte que hace al conocimiento de la materia, este libro anda con una pata
coja. Está claro que no es rebuscado admitir la posibilidad de que el cuscús
haya alcanzado su estructura definitiva a horcajadas de las Columnas de
Hércules; pero tendríamos mayores certezas sobre el particular, si contáramos
con el análisis de fuentes literarias y arqueológicas del otro lado del
estrecho, en el propio Magreb. Abad Alegría no alcanzó a desarrollar es línea
de investigación.
V El camino de regreso a
casa
Del mismo modo que el Rey Juan
Carlos y el gobierno español ha avanzado en un proceso de reconciliación con el
pueblo judío, en general, y de políticas reparadoras hacia los sefardíes, en
particular, los amantes de la paz entre los pueblos esperamos que esa gran
nación europea reconstruya los lazos que lo han unido al pueblo magrebí durante
siglos.
Es probable que el proceso demande
mucho tiempo; pero hay algunos aspectos que pueden fortalecer una tendencia en
ese sentido. La renovación de los vínculos culturales puede ser un buen camino.
He tenido oportunidad de conocer las
ciudades de Córdoba y Granada. En la primera, y esto lo he dicho ya muchas
veces, sorprende la estructura de una mezquita que ofrece un clima propicio
para la elevación espiritual. Entramos en un amplio espacio donde la
arquitectura del califato se expresa creando el clima de una enorme carpa que
parece protegernos de las inclemencias del desierto. Andamos por entre arcadas
apacibles; pero cuando llegamos al centro, la catedral allí construida pretende
alcanzar las cumbres luminosas que buscaron los arquitectos cristianos durante la
Baja Edad Media. Todo es armonía y suave transición en el edificio. Nada parece
venir de Medio Oriente ni del norte de Europa. Todo parece haber sido echo allí
mismo, a partir de un fructífero intercambio de ideas que se operó en la mente
de los arquitectos sin que haya habido un diálogo explícito, como sí ocurrió
con los palacios de La Alhambra en Granada.
La Andalucía actual exhibe también
una música propia poblada de requiebros tan encantadores como desgarradores. A
mí esa música me recuerda a cierta música marroquí que he tenido ocasión de
escuchar.
¿No les parece que estos puentes
son muy buenos? Tal vez tengamos algo más. Francisco Abad Alegría, como hemos
visto en algunos textos transcriptos, alienta la esperanza de que el regreso
del cuscús a casa, a la Andalucía donde todo indica que ha nacido, sea otro
vehículo de reconciliación.
Notas y bibliografía:
(1) 2000, Abad Alegría, Francisco, Cuscús, recetas e historias del alcuzcuz mabrebí-andalusí,
Zaragoza, Libros Certeza.
El resto de las
referencias a esta obra se indican con su número de página en el mismo texto
del artículo.
(2) 2018. Aiscurri,
Mario, “La receta de cuscús de Tucho Conde”, el El Recopilador de sabores entrañables, leído el 20 de octubre de
2018 en https://elrecopiladordesabores.blogspot.com/2018/04/la-receta-de-cuscus-de-tucho-conde.html.
(4) 1763, Martínez
Montiño, Francisco, Arte de cozina, pasteleria, vizcocheria y conserveria, (facsímil
de la citada edición), París, Valencia, 1994 (la primera edición es de 1611);
citado por 2000, Abad Alegría, Francisco, Cit., pp. 19-27. Abad Alegría cita la
edición de marras porque es la que él consultó. Ello no implica que esa
referencia no haya estado en el libro desde su primera edición de 1611, hecho
que juzgo más que probable por su coetaneidad con El Quijote.
(5) 2012, Capel, José
Carlos, “El cous cous, ese plato perdido”, leído en http://elpais.com/elpais/2012/09/27/gastronotas_de_capel/1348732745_134873.html,
el 4 de mayo de 2017.
(6) 1908, Larreta,
Enrique, La Gloria de don Ramiro,
Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, Capítulo Biblioteca Fundamental
Argentina N° 27, 1968.
(7) “El cuscús (nuestro alcuzcuz)
es el rey de las preparaciones de grano en el norte de África. Su preparación,
que aún se hace domésticamente, aunque se puede conseguir resultante de proceso
industrial, constituye una auténtica fiesta familiar, lejanamente parecida a
las reuniones montañesas para la preparación de las mazorcas de maíz o la gran
fiesta familiar de la matanza del cerdo; se llama awla a esta fiesta, en la que las familias se reúnen rotatoriamente
en casa de los vecinos, para preparar el alcuzcuz que llenará alegremente las
despensas.” 2000, Abad Alegría, Francisco, Op. Cit.,
pag. 14.
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