No digo nada nuevo si afirmo que
resulta muy placentero cocinar con un amigo. Todos aquellos a los que le gusta
cocinar y han vivido la experiencia de hacerlo a cuatro manos saben
perfectamente la felicidad que produce.
Las imágenes pertenecen a Diego Bianchi
Lo cierto es que tuvimos un gran
almuerzo en casa de Diego Bianchi, multifacético cocinero y gran amigo. El
desafío había sonado interesante… incitante. “Tengo unas perdices que trajo un
amigo de mi padre después de una jornada de cacería en el campo… ¿Qué te parece
si hacemos un escabeche?”
I Los escabeches
Desde hace algún tiempo que vengo
meditando en esta técnica de conservación de origen moro, muy desarrollada en
España, y en su parientes cercanos, los encurtidos italianos, el ceviche
americano y otras preparaciones en que la acidez manda.
En mi infancia me atraían poderosamente
los sabores pungentes de estas preparaciones. Su evocación siempre estuvo
presente y, cada tanto, volvía a ellos. Pero, últimamente, me ha pasado algo
que fue conmoviendo mi fe. Me he visto contrariado por un creciente proceso colectivo
de atenuación de la acidez de muchas de estas preparaciones. En algunos casos, esa
atenuación ha resultado excesiva.
En un restaurante de Venecia pedí
unas sarde in saor. Se trata de una preparación de pescado que se condimenta
con una salsa basada en vinagre. Esta preparación era, en su origen, un método
de conservación de alimentos como el escabeche. En ese restaurante pusieron una
botella de aceto balsámico sobre la mesa antes de traerme el pescado. El hecho
me intrigó; pero cuando probé el plato encontré el sentido… no había en él ni
rastros de acidez, era una salsa suave y dulzona. De modo que si quería saor
debía ingeniármelas con esa botella
Pero también he tenido cita con la
experiencia contraria. Es un verdadero problema cuando el plato se manifiesta
con acidez excesiva. En un bar del barrio porteño de El Talar, servían
deliciosas picadas con varios escabeches de distintas carnes. Pero el exceso de
vinagre en las preparaciones casi impedía diferenciar el sabor de cada carne
escabechada.
He tenido en mis manos viejas
recetas de escabeche en las que el vinagre representa un tercio de los
líquidos. Esa fórmula tradicional que tanto me gustaba de niño (tal vez porque
se trataba de un plato infrecuente en la mesa familiar) es la que da como
resultado esos escabeches que no pueden diferenciarse entre sí.
Seguramente es necesario un
equilibrio. Una pista hacia él me la dio una receta canaria de conejo en
salmorejo. El conejo se cocina en un caldo en el que el vinagre sólo alcanza el
25% del total de los líquidos. No sé si siempre se hizo así o si antes era más
ácido. Pero la fórmula que yo tengo posee un agradable equilibrio y el conejo
se siente conejo.
II Escabeche de perdices con Diego
Bianchi
Ya había practicado, en casa,
escabeches con este nuevo equilibrio de acidez, utilizando pollo y conejo. Los
resultados fueron promisorios. Pero la propuesta de Diego era muy tentadora, encerraba
una vuelta de tureca, escabeche con carne de caza. Mi madre sólo hacía
escabeches con carne de caza, perdices y liebres… y Diego ofrecía perdices. Era
la oportunidad de reformular el escabeche de mi madre, tarea grande, sobre todo
si se piensa que hace más de cincuenta años que no he podido probarlos.
Nos dirigimos a la casa de Diego. Todo
fue placer ese día. Lunes feriado de mediados de noviembre. Un día de primavera
en Buenos Aires que se manifestaba infrecuente para esa altura del año… un sol
tierno y otoñal y un gran equilibrio de las otras condiciones climática
(humedad, presión atmosférica, etc.).
Caminamos por la calles de Devoto
con Diego para hacer las últimas compras, y el sol acompañaba. Empezamos a
realizar la mise au place en la cocina amplia y luminosa, y el sol acompañaba.
Diego limpió bien las perdices,
tratando de ver si había quedado algún perdigón. Yo terminé de transformar las
aves enteras en presas, descartando las partes que estaban demasiado dañadas y
las alitas que preparamos como un tente en pie mientras preparábamos la comida.
El resto fue un caldo de verduras y una copita de vino para compensar la sed de
los cocineros.
Finalmente cominos, estábamos
presentes Haydée y yo, Diego y su padre. Disfrutamos de la comida, de la charla
en la mesa y de un buen vino… y del sol que acompañaba.
¿La receta? No se las voy a dar, la
encuentran en este enlace al sitio Web de Diego, Encontacto con lo divino. Sólo diré que, el vinagre sólo representó el
20% del líquido de cocción. A mí me pareció que tenía el equilibrio justo que
las perdices demandaban.
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