Villa de Igea, lunes 3 de setiembre de 2018
Todos saben que amo mucho esta tierra. Desde siempre la he amado.
Aquí desde que era un pibito así… ¡Qué digo así…! Desde que era así…
Las imágenes pertenecen al autor
Aún es noche cerrada en las serranías riojanas. Las luces del auto
hieren el silencio como una caricia hospitalaria. Atrás, las callejas de
Grávalos seguirán durmiendo.
Nos recibe la Villa de Igea. Las calles están casi desiertas, de
no ser por la callada andadura de los pocos vecinos que apresuran el paso hacia
la iglesia, estarían vacías… es que las campanas llaman. El alumbrado público
aún despliega una cobertura somnolienta sobre los pasos casi silenciosos que
Haydée y yo damos con el mismo destino.
La luz mortecina parece proteger las calles de la noche cerrada;
pero si se levanta la vista al cielo, si se trata de entrever más allá de los
edificios, se percibe un tenue destello que sólo nuestra imaginación y nuestra
experiencia asocian con el inminente arribo de la mañana.
Está fresco, pero la voluntad de los feligreses ofrece un
calorcito estimulante. No somos tan pocos como era de esperarse de cómo se
venía viviendo esta tradición en los últimos años… es más, somos unos cuantos…
Nos hemos parado en una rueda que nadie preside, el cura es uno
más, en un costado. La campanita suena, la orquesta arranca y cantamos loas a
la Virgen del Villar. Le pedimos en rogativa que nunca se acabe esta devoción;
pero a mí me suena distinto… y casi se me escapa un “que no acabe nunca esta
tradición”.
Hoy iremos a la ermita
Entre cantos y oraciones
Y en ella te dejaremos
Flores y los corazones.
Es que he amado esta tierra desde siempre, pero nunca había tenido
la oportunidad de asistir a esta ceremonia que imagino más que centenaria. Estoy
tan emocionado que hasta percibo, casi físicamente, el lazo fraterno que une a
quienes estamos allí cantando.
¿Es que, acaso, de repente, me he vuelto un conservador?
¿Conservador de qué? ¿Cómo explicar la felicidad que me provoca cantar de madrugada
con estas gentes entrañables? ¿Cómo explicar que la vida late aquí donde los
teléfonos celulares están apagados y sólo se escucha el tañido de la campanita
y el sonido de la música? ¿Hace falta ser creyente devoto a la vieja usanza para
disfrutar del aire puro a humanidad que aquí se respira?
Ahora vamos a cantar la campanilla a otro sitio. En la placetilla
que está frente al palacio del Marqués de Casa Torre. Desde allí se ve el campo
y el cielo azul, todavía es de noche. Le decimos a la Virgen que cuando la
llevemos a su santuario, a unos tres kilómetros del pueblo, solo nos
detendremos al frente a cementerio a honrar a nuestros antepasados.
¿Una veneración de pueblos primitivos? Tal vez, pero, acaso había
más humanidad en ellos y en su tiempo que la que vivimos en nuestro siglo que
pretende liberarse de la muerte mirando para otro lado.
Al llegar al cementerio
Haremos una parada
Allá están nuestros difuntos
Un cerco harán sus almas.
Mis abuelos partieron desde aquí hace más cien años a buscarse un
futuro mejor en La Argentina. Hoy, desde hace dos días ya, estamos en Igea con
mi primo Juan Carlos Espada como queriendo cerrar un círculo. Ambos contamos, a
quien nos quiera escuchar… y a quien no, también, que, cuando éramos niños, todos
los años, el primer domingo de setiembre había fiesta en casa, celebrábamos el
día de la Virgen como si fuera el cumpleaños de alguien de la familia…
…y ahora estamos aquí disfrutando de estas fiestas fantásticas. Vivimos
intensamente las celebraciones religiosas de profunda raigambre católica que se
intercalan con espectáculos taurinos cuyo origen se pierde en los tiempos
(¿cuántos años, cuántos siglos tienen, por ejemplo, los murales del Palacio de Cnosos en
Creta?).
Todo lo que ocurre aquí en estas fiestas tiene un solo
protagonista, el pueblo de Igea. Tan activo como el de Fuente Ovejuna, todos
los años carga con la Virgen a cuestas desde la Iglesia a la Ermita, para
regresar luego entusiasmado a la Villa a disfrutar del recorte de vaquillas en
la plaza y el encierro en la Calle Mayor.
En otra estación seguimos cantando y le decimos a la Virgen que
iremos a pie para llevarla, que renunciaremos a trasladarnos por otros medios
(la canción que cantamos, pienso, debe ser muy vieja, porque habla de caballos).
Vale la pena madrugar para disfrutar de este encuentro… de pronto
mi primo Ángel, el Caracol, se desprende del grupo… ¿Ha recordado alguna
urgencias? No. Es el cumpleaños de un amigo y, empuñando su trompeta, ejecuta
armoniosamente Las Mañanitas frente a su casa… ¡Qué bien que toca trompeta! Nos
hace tan felices que todos cantamos esa vieja canción mexicana como si el del
cumpleaños fuera amigo de cada uno de los presentes.
En la siguiente estación estamos todos más animados, las luces del
amanecer se reflejan ya en las sierras que dan al poniente. Cantamos y
celebramos.
Todos a la ermita
Mozos y doncellas
No ir a caballo
Que primero es ella.
Pienso en todas las emociones que me depararon estos días. Las
autoridades me asignaron el honorable cargo de encender el primer cohete del
chupinazo con que se da inicio a las Fiestas. Lo hice en representación de los
descendientes de igeanos que emigraron a La Argentina. Es muy difícil describir
lo que he sentido en esos momentos. Tantos sueños de tantos años. Hace 25 años
que mi primo Juan Carlos y yo soñamos con estar en un día como el de hoy en
esta tierra bendita… y casi no me puedo creer lo que estamos viviendo…
Las experiencias fueron muchas, el chupinazo, la procesión, los
recortadores en la plaza, el último día la novena en la iglesia, las cañitas de
cerveza bebidas con morosa felicidad en la terraza del bar Avenida en la Calle
Mayor… y aún falta mucho, la peregrinación a la Ermita de la Virgen, la
romería, el encierro. Recién empieza el tercer día de nuestra estadía, pero
ayer a Juan Carlos le pareció que nos habíamos pasado varios más, tal la intensidad
y el vértigo de las emociones.
Todos a la ermita
En la procesión
Que nunca se pierda
Esta devoción
Llegamos a la última estación, cantamos y volvemos a la iglesia…
ya es de día, ya es de día en la Villa de Igea.
¡¡¡ Maravillosa descripción !!!
ResponderEliminarSi bien recuerdo las celebraciones en casa del abuelo, nunca la sentí como la relatás en esta oportunidad.
Es muy probable que sea porque el abuelo no nos trasmitía el peso de la tradición y vos, en estos momentos, lo estás describiendo con la tremenda emoción de "la primera vez".
Me impacta la comunión que contás sentir al concurrir al encuentro, supongo que es el peso de la historia familiar que hace de Igea el lugar querido y añorado sin saber, a simple vista, ¿por qué?.
La respuesta debe ser: ¡¡¡Son los genes, estúpido!!!
Te agradezco este compartir que me lleva a la historia familiar poco conocida por mí pero anhelada por mi alma.
me conmueve tu relato. te felicito.
ResponderEliminarsalu2
Gracias, Héctor
EliminarImpresionante tu relato Mario!
ResponderEliminarGracias, Manolo, un abrazo desde Argentina.
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