A Pancho Ramos, Patricia Courtois y Manuel Corral Vide que inspiraron
estas reflexiones torpes e incompletas.
Voy a publicar una receta que ya edité en El Recopilador de sabores entrañables. ¿Acaso contiene
algunas variantes que justifiquen una revisión? Casi ninguna. ¿Por qué la
publico? Simplemente porque es una de las ideas gastronómicas con las que deseo
hacer bandera.
Las imágenes pertenecen al autor
Ya he contado cómo veía a
mi madre elaborar estos bocadillos de acelga en un perol mágico del que salían preparaciones
con insólitas variantes. También he situado esta receta en el contexto del
recetario de los bodegones porteños… Y he manifestado mi asombro por el morfema
extraño a nuestro habla (en el Río de la Plata debiéramos llamarlos “bocaditos
de acelga”).
Debo decir que no se
trata de una preparación relegada al olvido que sólo puede ser evocada como
substancia del pasado como he hecho hasta aquí. Muchos restaurantes porteños
siguen teniendo estos bocadillos en sus cartas con la única variante significativa de cambiar, en algunos casos, la acelga por la espinaca.
Los he comido en Elcano
Grill, un boliche de barrio en Colegiales, y en Grappa, un restaurante de
Palermo Hollywood especializado en pizza a la parrilla. Me gusta comerlos donde
los encuentro, pero debo confesar que los más deliciosos que comí son los que
prepara mi prima Patricia Courtois.
Patricia estuvo a cargo
de los fuegos en el restaurante Le Bistrot de la Alianza Francesa de Buenos
Aires. Su cocina es básicamente francesa con acento regional. Ella misma
confiesa que le gusta dejarse influenciar por las cocinas de los pueblos. Esto
es en Francia, por las tradiciones de sus abuelos normandos; en La Argentina, por
su infancia vinculada con la pampa bonaerense. En definitiva, su hígado a la
normanda es tan memorable como sus bocadillos de acelga. (1) Patricia busca que
su cocina sea una evocación permanente de los sabores que nos han hecho crecer
en familia, que nos ha constituido como personas. En ese sentido, piensa y
siente como este Recopilador.
Se preguntarán, ¿qué es
lo que nos interesa rescatar de ese pasado? Bueno, y si no se lo preguntan, me
lo pregunto yo… y, de paso, formulo alguna respuesta.
Me crié en una cocina
rodeado de aromas y sabores que, con el tiempo, me he propuesto recuperar. Algunos
amigos, Pancho Ramos entre ellos, dicen que esa búsqueda es una persecución
vana, algo así como correr detrás del viento, porque, por más empeño que
pongamos, jamás podremos encontrarlos. Otros sostienen que es precisamente a
través de la memoria evocativa que nos encontramos con aromas y sabores
esenciales para identificarnos como seres humanos. Manuel Corral Vide recurre
al pensamiento de Ann Noble para decirnos que esos aromas del recuerdo son
fundamentales en una especie animal que va perdiendo el sentido del olfato con
los años. (2)
¿Qué pienso yo? Mis ideas
son contradictorias. Por un lado creo que la historia de lo que hemos vivido
nos constituye y nos hace humanos. Por el otro, pienso que el pasado ha
desaparecido en su materilidad y no podemos recuperarlo tal y como fue. Pero, y
estoy convencido de ello, todo desarrollo dialéctico ha de tener un momento de
conciliación. El mío me conduce a pensar que la historia no es la
reconstrucción del pasado, sino de lo que honestamente creemos que ese pasado
fue.
Volviendo a la mesa con
esta idea, no veo vanidad en querer rescatar aquellos sabores, siempre y cuando
los traigamos al presente y los hagamos jugar en la vida cotidiana como lo que
son, un acto de fe que nos constituye como personas. ¿Estoy hablando de fe?
Bueno, sí… es que a veces me propongo abandonar esa segunda inocencia que da el
no creer en nada. (3)
Manifestada mi fe, puedo
ponerme en la tarea de la recuperación de aromas y sabores de la infancia. Pero
hay, todavía, una salvedad que formular.
Me ha causado gracia un
comentario de Elisabeth Checa en su guía de vinos para 2017 (a esta altura del
partido, no sé si sigo leyendo sus guías porque valoro sus comentarios sobre
los vinos o porque lo que verdaderamente me interesa es su literatura). En el pasaje
describe un vino de guarda, allí nos dice: “Tiene todo el glamour de la
juventud, se puede beber ya o guardar por lo menos cinco años o más. Puede
deparar sorpresas, por su estructura y personalidad promete una notable
evolución. Pero nos gusta aquí y ahora. Ni el vino ni nosotros seremos lo
mismo.” (4)
La vida pasa, nosotros
hemos cambiado, y seguiremos haciéndolo, de modo que aquellas sensaciones,
ideas y valores que nos han constituido y que por un acto de fe tenemos
presentes, de nada sirven si no nos han ido acompañando en los cambios. Nuestra
salud mental nos da criterio para saber qué debemos conservar y qué debemos
descartar en nuestra memoria.
De modo que no hay riesgo
en la evocación y en la búsqueda de aromas y sabores de la infancia, si sabemos
cuáles son los límites de hacerlo. En realidad, el riesgo es otro, es la vida
anestesiada por el vértigo y el aturdimiento que nos invita a no tener historia,
a tirarla por la borda, incluyendo los aspectos que hayan acompañado nuestra
evolución personal.
Sabiendo cuáles son los
límites de la evocación, me gustaría explorar ahora mis sentimientos cuando
dispongo mis sentidos para cocinar y comer estos bocadillos de acelga.
El primer sentimiento que
experimento es que me gusta cocinar. Cocinar me alimenta el cuerpo, pero
también el alma. Por mucho tiempo di por supuesto que ese es un placer
compartido por todos los seres humanos. Sobre todo en esta época en que los
cocineros son estrellas de televisión y nos facilitan poder hacerlo bien con sus
enseñanzas.
Pero no es así. Para
muchas personas, cocinar es una pesada carga que, si pueden, evitan. Salidas a
restaurantes, pedido de comida a domicilio, alimentos industrialmente
elaborados son soluciones más frecuentes que ponerse a cocinar. El gran
argumento es que cocinar demanda demasiado tiempo, tiempo que, en el vértigo de
la vida, necesitamos para hacer otras cosas. ¿Cuáles? Mirar televisión, navegar
por la Internet con el teléfono y ¿qué más? ¡Ah, sí! Charlar con nuestros seres
queridos… eso, eso, cocinar nos impide charlar con nuestros seres queridos.
Este fenómeno ha sido el
centro de las reflexiones de algunos, pocos, cocineros famosos como el ya
fallecido Santi Santamaría. Recientemente, Manuel Corral Vide retomó el tema en
un libro inquietante, El Fin de la Cocina. El autor sostiene que es la
cocina lo que nos ha hecho humanos allá en el lejano Paleolítico y que dejar de
cocinar, como está ocurriendo, nos deshumaniza. (5)
¡Cómo me
gustaría poder transmitir lo que siento cada vez que enfrento los fuegos, sea para
hacer un asado, un guiso o, simplemente, sea para tirar un bife sobre la
plancha caliente y acompañarlo con una ensalada! ¡Cómo me gustaría convencerlos
de que vale la pena, de que cocinar es un acto mágico que nos hace sentir bien
en un mundo infestado de situaciones angustiantes!
Tal vez, si se animan con
estos bocadillos… ¿Cómo? ¡Ah, que son fritos y que eso los hace dañinos? Bueno,
también me gustaría convencerlos de que la fritura no es dañina en sí misma… En
el momento de comer, lo que daña nuestra salud es lo que está mal hecho (cocinado
sin amor y con malos productos) y lo que se consume en exceso.
Ahora mi receta bandera:
Bocadillos
de acelga
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Fuente
(fecha)
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Elaboración
personal a partir de las recetas de Dolli, Claudia y Graciela.(6) (2013)
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Ingredientes
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Acelga
300 g.
Aceite para
freír.
Queso rallado
50 g.
Sal.
Huevos 2 ó
3 unidades.
Nuez moscada
a gusto.
Harina leudante
1 taza.
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Preparación
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1.-
Lavar
las hojas de acelga en varias aguas.
2.- Colocar en
una cacerola profunda las hojas sin el tallo, con el agua del lavado,
condimentar con sal y tapar la cacerola para que se cocine al vapor.
3.- Cuando
esta tierna retirar, dejar enfriar y escurrir.
4.- Picar la
acelga y mezclarla con la harina leudante, los huevos, el queso rallado.
Condimentar con sal, pimienta y nuez moscada.
5.- Freír los
buñuelos en aceite bien caliente, escurrir en papel absorbente y servir
calientes de manera preferente.
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Comentarios
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1.-
Me gusta freír con aceite de oliva. Se puede volver a usar, pero, para
conservarlo, es importante colar el aceite usando una gasa.
2.-
La cantidad de huevos depende del tamaño.
3.-
Lo importante es conseguir una textura adecuada, ni densa o dura ni demasiado
líquida. Cualquier defecto se puede corregir agregando un poco de agua o de
harina, según lo que haya que corregir.
4.-
Algunos cocineros prefieren reducir los huevos y agregar leche.
5.-
En los bocadillos, el escurrido de la acelga blanqueada no debe ser tan
obsesivo como en el caso de la pascualina.
6.-
Siempre es bueno hacer esta receta en invierno, cuando se consigue la mejor
acelga. Fuera de temporada, se puede hacer con acelga congelada. En este
caso, hay que reemplazar los primeros pasos por las instrucciones del
fabricante.
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Notas
y bibliografía:
(1) Leído
en http://www.lucullus.com.ar/noticias/patricia-courtois-de-le-bistrot-la-hacedora-de-sabores/,
el 22 de enero de 2017.
(2)
2016, Corral Vide, Manuel, El fin de la
cocina, edición del autor, Lanús, pp. 23-24.
(3)
¿Necesito citar que la imagen pertenece al poema “Las moscas” de Antonio
Machado?
(4) 2017,
Checa, Elisabeth, Los buenos vinos
argentinos, edición 2017, Buenos Aires, Vocación, pag. 118.
(5)
2016, Corral Vide, Manuel, Op. Cit., pássim.
(6) Dolli Irigoyen
en http://elgourmet.com/receta/bunuelos-de-acelga;
Claudia en http://recetasdeargentina.com.ar/bocaditos-de-acelga/
y Graciela Martínez en http://www.mis-recetas.org/recetas/show/21550-bocadillos-de-acelga-de-mami,
leídas el 21 de enero de 2017.
Hola Mario! Coincido en que "Cocinar nos Humaniza" y comparto el mismo placer. Gracias por la receta de los buñuelos, mi abuela los hacía asì y ademàs le tiraba un chorro de soda de sifòn porque, segùn decìa, quedaban màs esponjosos y aireados.
ResponderEliminarAbrazo, hasta pronto.Karina
Gracias, Karina, por los comentarios.
EliminarMi abuela y mi madre hacían lo mismo.
Ignoro cuál era la causa, pero ambas conseguían unos bocadillos sumamente esponjosos.
Besos, Mario.
Recuerdo, en época de noviazgo, las visitas a la confitería Jockey Club donde era profusa la presentación de los más variados platos que quedaban muy limpios.
ResponderEliminarVer abajo.
EliminarGracias, Oscar, por tus comentarios.
ResponderEliminarComo no recordar las porteñísimas picadas de la Jockey Club.
Adoro esos bocaditos y los hago siempre. También los pido en cualquier restaurante que los ofrezca
ResponderEliminarSiempre me interesan tus notas, y siempre aprendo...la vida es eso seguir aprendiendo, en este caso a disfrutar de la cocina y el buen comer, sabores y aromas. Mi madre hacia esos bocadillos pero le llamaba buñuelitos. Yo tambien los hago pero me gusta variar la verdura, acelga, o espinaca (cruda) o tambien lechuga, Y en vez de leche un chorrito de soda. Lo demas igual!
ResponderEliminarGracias, Cristina, por tus comentarios, siempre enriquecedores.
EliminarMi madre, también les echaba un chorro de soda.
Buena idea, la de la lechuga.