20 a 23 de octubre de 2014
“En tu viejo
brazo se quedó el ayer,
rescoldo del alma arisca que se fue,
el tiempo en tus manos solas,
quedó tendido sobre la luz,
sangre resaca de la mañana,
llorando
siglos a la voz del sol.”
(Petrocelli, Ariel, “El Antigal”)
I Camino a Cachi. Tribulaciones del camino.
El lunes nos levantamos bastante temprano. Habíamos programado el
día de modo tal que los 170 km que separan Cafayate de Cachi fueran llevaderos.
Esto suponía demorarnos unos cuantos minutos en San Carlos y almorzar en
Angastaco, tratando de quedar holgados en tiempo por si queríamos detenernos en
algún otro lugar. Pero el hombre propone y el camino que tiene sus vueltas,
dispone.
Llegamos a San Carlos, recorrimos la plaza, la bella plaza
colonial de San Carlos, entramos en la iglesia, caminamos debajo de los
soportales neoclásicos de la Municipalidad (¿será una construcción del siglo
XVIII como prometen los anuncios turísticos?), recorrimos el local de objetos
artesanales. Cuando volvimos a tomar la ruta (la ubicua Ruta nacional 40),
anduvimos un par de cuadras por la calle San Martín que nos transportó al
pasado en que San Carlos era la ciudad más importante del Valle...
El tiempo fue muy escaso allí... nos fuimos, pero anotamos el
lugar para volver en el próximo viaje
que hagamos al noroeste argentino... mientras levantamos este registro,
entrecerramos los ojos y soñamos con demorarnos bajo la recova de un bar de la
plaza tomando una botella de Me Echó la Burra, una cervecita que hacen en los
arrabales de esta ciudad que quiso alguna vez ser la capital de la provincia de
Salta.
El día estaba espléndido. Atravesábamos uno a uno los parajes del
Departamento San Carlos en el Bajo Valle Calchaquí. Nos detuvimos a tomar fotos
en La Merced y Payogastilla. Dejamos atrás Santa Rosa, y nos aprestábamos para
atravesar la Cuesta de las Flechas, uno de los paisajes más extraños y bellos
de todo el recorrido. Pasamos el cementerio, dimos un giro a la derecha y allí
vimos, casi de golpe, como el auto tomaba una temperatura inusitada y echaba
vapor por el capot. Nos detuvimos, intentamos una comunicación telefónica y
nada... no había señal para telefonía celular en ese rincón del camino...
Primero sorpresa, luego angustia, finalmente serenidad...
retomamos, con algún riesgo, el camino, volviendo hacia el paraje Santa Rosa
donde pedimos ayuda en un conjunto de casas... Allí mismo vimos, ¿cómo decía
Antonio Machado?, ¡Ah, sí! “en todas partes he visto... buenas gentes que vive,
laboran, pasan y sueñan”... En una de las casas, había una familia almorzando
bajo el alero. El más joven se paró y se dirigió hacia nosotros. Nos ofreció
todo lo que necesitábamos, señal para comunicarnos y sombra para esperar el
auxilio del Automóvil Club Argentino.
Cuando tuvimos todo resuelto, y nos dispusimos a esperar, los
hombres se retiraron a descansar para volver al trabajo en una hora más y la
dueña de casa, se sentó con nosotros. Estuvimos charlando largamente sobre las
cosas de la vida con doña Olga. Las casi dos horas de espera se hicieron
instantes fugaces. Entre charla y charla, la señora nos mostró la bodega de su
hijo, nos hizo probar sus vinos y terminamos comprando un par de botellas de un
mistela rosado que estaba exquisito. ¿La marca? Walter Espinoza, que así se
llama el joven que nos asistió.
Por fortuna, el mecánico del Automóvil Club pudo resolver el
problema que teníamos. Seguimos viaje. Almorzamos, como habíamos previsto, en
Angastaco, pero a las cinco de la tarde... Sentimos que era mucho el tiempo que
habíamos ganado bajo el alero de esa casa humilde en el paraje Santa Rosa junto
a la Ruta Nacional 40.
II Luces y sombras de una ciudad maravillosa.
Llegamos a Cachi cuando anochecía. De modo que dejamos los
recorridos para el día siguiente.
En nuestro primer día en Cachi, fuimos a Puerta de la Paya, a
Piedra del Molino, almorzamos en Payogasta y recorrimos la ciudad a la
tardecita.
Nuestro paseo nos condujo a la plaza y a recorrer las ocho o diez
manzanas que la rodean. La plaza es bonita, como casi todas en el Valle. Pero
en esta se destaca una iglesia verdaderamente barroca. Sencilla y bella en su
austeridad. Es muy original el cielo raso de cardón (no es el único que vimos
en Cachi). Apenas si pudimos recorrerla
en su interior porque no quisimos fastidiar con una presencia ruidosa a las
señoras que rezaban el rosario.
Cruzamos la plaza y fuimos hasta la oficina de información
turística. Pudimos arrancarles algo de información con cuenta gotas a los empleados
municipales que allí estaban. Nos sugirieron que fuéramos al museo que estaría
abierto por una hora y media más. Ingresamos y, a poco de iniciar la vista, nos
enteramos que el director había dispuesto un cambio de horario... prácticamente
nos echaron en la mitad del recorrido.
El museo está ubicado en una casa precedida por una recova y, en
ángulo recto con la iglesia, se dispone sobre una plaza seca de una gran
belleza. La parte de la colección que pudimos ver es excelente. Uno de los
mejores museos que visitamos en todo el recorrido. No pudimos saber la historia
del edificio en que se aloja.
En
torno de la plaza, las calles despliegan una cuadrícula renacentista, como en
todas las ciudades que conservan la impronta española de su fundación. En una
de las calles laterales, algunos bares ofrecen refrescos a los viajeros.
Estos locales disponen de mesas y sillas
bajo sombrillas en la acera de la plaza en tanto que disponen de otras mesas
que se ubican sobre la vereda estrecha. Estas últimas no están orientadas hacia
la mesa que las acompaña, sino hacia la
calzada (recuerdan los bares mexicanos de las películas del lejano oeste por su
estilo y los bares de París por la orientación de las sillas).
Tomamos
una cerveza en uno de estos bares mientras llegaba la noche. Desde este lugar
privilegiado, pudimos ver cómo se encendían las luminarias, faroles de estilo
colonial. Estábamos relajados disfrutando de la placidez de la hora, del no
hacer nada y de presenciar la magia con que Cachi transita hacia una noche
apacible.
Desde
nuestro puesto de vigía, también pudimos ver la uniformidad de los carteles que
anunciaban cada negocio, todos ellos hechos de hierro forjado. Es maravilloso
ver como hasta el logo del Banco Macro (institución financiera de fuerte
presencia en las provincias de Tucumán y Salta) estaba construido con ese mismo
diseño de hierro forjado. Las casas particulares y los comercios siguen el
mismo estilo predominante en el Valle que nos hace sentir que estamos en el
siglo XVIII. La ciudad, nos habían avisado, tiene encanto... pudimos
verificarlo.
En el
otro lado de la plaza, se abre una diagonal que conduce hacia un alto en el que
se ubica la hostería del ACA. Un edificio de estilo colonial español que
pareciera ocupar el lugar de “la sala” (término que se usa en el Valle para
designar al edificio principal de una gran estancia).
Cachi
es una ciudad bella y bastante homogénea en su sencillez, salvo por dos
edificios que se ubican en la diagonal. Una gomería que ocupa un edificio de
hormigón sin terminar que, además, sobrepasa la media de elevación del resto de
las construcciones, y un locutorio que luce, o mejor dicho desluce, una
iluminación de tubos fluorescentes en la puerta de acceso. En un negocio de
artesanías, a un par de cuadras de la plaza, nos cuentan que la lucha del
pueblo y las autoridades por mantener el estilo es denodada contra los
patrocinadores de una modernidad que no aporta el menor rastro de belleza. A propósito, la calidad de las artesanías es una nota destacada en
Cachi. La obra de artesanos con nombre y
apellido es fácil de encontrar en ella, mucho más que en Cafayate, por ejemplo.
No pudimos hacernos una idea muy precisa de la gastronomía local,
porque siempre almorzamos fuera de Cachi. Pero baste con decir aquí que en el
restaurante Viracocha comimos muy bien y que la oferta de la hostería del ACA
es más que razonable. De todas maneras, dedico algunos comentarios más en un
artículo específico sobre la gastronomía del Valle.
En nuestro segundo día en Cachi, fuimos hasta la Poma y en el
último, fuimos hasta La Paila y volvimos
a Payogasta donde almorzamos con Alejandro Alonso.
Cachi me produce cierta tristeza por esa manada de cocineros que hicieron una mamarrachada de lucimiento personal, pregonando intenciones de atender a los productores del lugar. Hasta ahora, por lo que me cuenta un lugareño, no pasó nada. Les compraron ají molido o pimentón al precio ridículo que están acostumbrados que les paguen, se llevaron kilos de especies y no ha vuelto a pasar nada. Le pregunté a una cocinera que fue de las más fotografiadas que pensaban seguir haciendo, y con gran habilidad me dijo: "lo que haremos, será de manera silenciosa..." (después de haberse mostrado en la primera plana de La Nación....) Conclusión, al momento no han hecho nada y los meses corren....
ResponderEliminarGracias, Alejandro Maglione, por tus comentarios.
EliminarTus reflexiones, siempre agudas y honestas, enriquecen de manera notable, mis humildes apuntes.
Ya hemos discutido el tema en otros espacios. Si bien tiene varias aristas a considerar, debo reconocer que tu punto de vista dan en el centro del problema. ¿Se puede esperar más de nuestros cocineros mediáticos?
Por otro lado, tus reflexiones me da el pie para otra. El pimentón de Cachi y Payogasta (uno de los mejores del mundo) requiere una intervención que lo jerarquice en los grandes mercados. Avanzar hacia una denominación de origen, el incremento de la molienda y del fraccionamiento en origen es una oportunidad que todos los actores deben considerar.