Comparto la idea de
que no hay que confundir sabiduría con erudición. En términos
gastronómicos el capital cultural adquirido a partir de abrir el
paladar a nuevas experiencias y educar los sentidos en las distintas
percepciones visuales, olfativas, gustativas y táctiles nos acercan
a la sabiduría, en tanto que el volumen y la calidad de las lecturas
nos acercan a la erudición. En estas reseñas sobre un libro que
habla de la cocina y la comida en el Río de la Plata,(1) dedico
algunas reflexiones sobre la cultura gastronómica del autor en las
secciones Aportes y comentarios sobre su erudición en la sección
Crítica.
Sinopsis
de contenido: Estamos frente a
un estudio
amplio en interdisciplinario sobre el tema que abarca enfoques
arqueológicos, etnográficos e historiográficos. No todos ellos
tienen el mismo nivel de trabajos concluidos y conclusiones
eficientemente elaboradas, pero están planteados con seriedad
científica y honestidad intelectual. En ese sentido, el texto parte
de algunos capítulos dedicados a la fundamentación teórica del
estudio y sigue con los capítulos que exponen los resultados sobre
la periodización de la comida de los querandíes desde antes de la
llegada de Pedro de Mendoza hasta tres cuartos del siglo XIX; sobre
los sistemas de abastecimiento de la ciudad desde 1580 hasta tres
cuartos del siglo XIX; sobre la comida según la accesibilidad a los
productos en los ámbitos urbano y rural y en los distintos sectores
sociales y sobre los testimonios arqueológicos que sustentan o
complementan todos los estudios. El libro finaliza con una
conclusión, una extensa bibliografía consultada y dos apéndices
(recetas recopiladas de las fuentes históricas y tablas taxonómicas
elaboradas a partir de los hallazgos arqueológicos en la basura
analizada en las excavaciones).
Marco teórico:
En estos capítulos trata de tres temas. Diría que el primero expone
el marco teórico sobre el que se puede definir el sentido de una
identidad culinaria regional o nacional. El segundo enfoca el sentido
práctico de reconocer esa identidad; partiendo de la declaración de
la Unesco que define la cocina como patrimonio intangible de la
Humanidad y de sus consecuencias para el desarrollo turístico.(a) El
tercero expone las visiones teóricas para la investigación y las
técnicas usadas en su trabajo de campo.
Periodización:
La comida en el Río de la Plata abarca tres períodos: el de los
querandíes (c. 500 a C.-1536), el de la conquista y los primeros
años de la independencia (1536-1860, el período 1810-1860 no tuvo
variaciones significativas con relación al período colonial) y la
influencia de la inmigración (1860 a nuestros días). En el capítulo
IV rescata el sistema de comidas de los querandíes. El capítulo V,
quizás el más largo de todo el libro, analiza el fenómeno de la
centralidad del consumo de la carne vacuna, en especial, desde 1580
en adelante, incluyendo referencias a ese consumo en el siglo XXI.
Finalmente, dedica el capítulo VI a la preservación de la carne y
otros alimentos y al desperdicio que se hacía de ella.
Sistemas de
abastecimiento en la ciudad de Buenos Aires:
Realiza una extensa y detallada descripción de los sistemas de
abastecimiento de la población de ciudad de Buenos Aires. Muy
detallada en materia de mataderos y mercados (capítulo VII y VIII),
con un énfasis menor en relación con vendedores ambulante y
pulperos (capítulo VIII). Aunque el tema es muy importante para el
esquema teórico con el que trabaja, en donde la accesibilidad a los
alimentos se mide tanto por el poder adquisitivo de los distintos
sectores sociales como por la disponibilidad de productos en el
mercado, interesa menos en la búsqueda gastronómica en la que estoy
empeñado.
Comidas según la
accesibilidad a los alimentos:
El capítulo IX está dedicado a la comida en la ciudad de Buenos
Aires en los distintos sectores sociales en que se han podido
realizar estudios arqueológicos (siempre cotejados con fuentes
históricas, donde es posible hacerlo). El capítulo X expone sobre
la forma de comer y el menaje utilizado para ello, se complementa con
el capítulo XI que desarrolla el tema de la cocina (cocineras,
cocinas (artefactos y locales) y combustibles). El capítulo XII está
dedicado a la restauración (hoteles, restaurantes y fondas).
Finalmente, el capítulo XIII, complementario con el capítulo IX, se
refiere a la cocina rural de la Provincia de Buenos Aires con el
mismo esquema de relevar los testimonios arqueológicos y
confrontarlos con las fuentes históricas.
Testimonios
arqueológicos: En el capítulo XIII, describe y enumera los sitios
excavados y los institutos que llevaron adelante las excavaciones.
Los datos obtenidos son de fines del siglo XVIII y principios y
mediados del siglo XIX. No se han conseguido sitios en que se puedan
establecer dataciones previas. Con la información obtenida se pueden
reconstruir las conductas de consumo de los distintos sectores
sociales sobre los que se cuenta con información zooaqueológica.
Conclusiones:
El texto incluye un capítulo de conclusiones (capítulo XIV).
Aportes
y argumentos: En el capítulo I, estructura la idea de que debe
entenderse por identidad regional o nacional de una tradición
culinaria. La desarrolla sobre las siguientes aspectos: la
identificación de un limitado número de alimentos seleccionados, de
las técnicas de preparación (destacando la importancia de las
técnicas de cocción), de los condimentos y del estatus simbólico
de la ingesta de alimentos según lo sectores sociales.(b) En otro
sentido, sostiene que la cocina confiere identidad, que uno es lo que
come.(ver referencia (a)) Esta cocina identitaria es, también, un
lenguaje que expresa una cultura. Es el primer modo en que una
identidad que se expresa a través de ella, entra en contacto con
otras culturas; produciendo, cruces e intercambios.(c)
En
el capítulo III, ya se centra en los marcos teóricos de su
investigación, tomando la idea de “conducta de consumo” de la
población propuesta por Susan Henry para adaptarla al consumo
alimentario, y al concepto de “cadena alimentaria” de D. Landon
que le permite utilizarla en las investigaciones zooarqueológicas.
Las conductas de consumo, según Henry, se basan en las creencias
comunes, valores, actitudes, estándares de conducta y símbolos que
representan a un determinado grupo humano y se hace visible en los
estudios sobre la obtención, uso, precios y disponibilidad de
productos o servicios del colectivo social bajo análisis.(d) En
paralelo, Landon propone la idea de cadena alimentaria que supone la
obtención, distribución, conservación y consumo de los alimentos.
Como puede apreciarse, esta idea no sólo es aplicable a las
sociedades de consumo, sino también a las sociedades primitivas o la
interpretación de los restos óseos obtenidos de la basura dejada
por cualquier grupo social. Desde allí, el autor se propone
estudiar, el costo de los alimentos y la distribución urbana y rural
de los mismos.(e)
A
lo largo de la obra, y éste es su principal aporte, va contrastando
las fuentes historiográficas con los hallazgos arqueológicos. En el
decurso del texto hace referencias genéricas a estos últimos, sin
formular citas concretas. Esto es así porque, en el capítulo XIII
lista los sitios arqueológicos estudiados, a saber: conventos de los
Dominicos y conventos de las Catalinas, sobre basura acumulada en el
siglo XVIII; tres casas de poder adquisitivo alto, dos en la Ciudad
de Buenos Aires y una en San Isidro, sobre basura de mediados del
siglo XIX; una casa de poder adquisitivo medio en la Ciudad y un caso
de restos de basura dejado por obreros de la construcción a mediados
del siglo XIX en la misma Ciudad de Buenos Aires, mientras construían
un depósito.
El
capítulo IV, es dedicado a los querandíes. Los guaraníes les
dieron ese nombre que quiere decir comedores de grasa (conservaban la
grasa obtenida de la pesca para épocas de escacés). Hay registros
arqueológicos de esta etnia desde cerca del años 500 a C. (no cita
fuentes en todas las referencias que hace de los hallazgos
arqueológicos), siendo mencionados por última vez en 1678.(f)
Cazaban venados, guanacos y ñandúes y pescaban sábalos y otra
especies. En verano, secaban la carne de los sábalos, despojada de
su grasa; moliéndola luego en una especie de harina que conservaban
al igual que la grasa (ver (f)). Comían langostas (incendiaban los
campos en donde las encontraban y hacían harina con ellas para
preparar una especie de pan), caracoles grandes de río y, en algunas
poblaciones maíz que, se supone, obtenían de los guaraníes en
algún tipo de intercambio.(g) Se desconoce cómo cocinaban los
alimentos, pero se han encontrado vasijas de cerámica tiznadas por
lo que supone que cocían algunos alimentos. Nada más dice sobre los
Querandíes. De la lectura concluyo que no parece haber indicios de
que comieran la carne asada. Nada quedó de todo esto en la cocina
nacional, tal y como empezó a concebirse desde la fundación de
Buenos Aires en 1580.
El
capítulo V está dedicado a la comida desde la conquista hasta
mediados del siglo XIX. En él, expone cómo se ha ido constituyendo
el modelo de cocina basado en la carne vacuna. Dedica unos párrafos
a la primera Buenos Aires, removiendo la idea de que las hambrunas
que allí hubo se mantuvieran durante todo el período (1536-1541).
Cuando Irala ordena despoblar la ciudad hubo cierta resistencia, el
rancherío sitiado por los querandíes era cuestión del pasado y la
situación se había normalizado contándose ya con sementeras, cría
de ganados y aves de corral.(h)
A
partir de la fundación de Garay (1580), el autor rastrea cuáles son
los productos cárnicos que están en el centro de la alimentación
de los porteños. Realiza la siguiente lista de animales: bovinos,
ovinos y, en mucho menor medida, porcinos, por un lado y productos de
la caza y de la pesca, por el otro (venados, volatería y peces de
río). Con relación al origen de estos productos, señala que Garay
trajo un arreo de vacas y caballos (ver referencia (h)) y que, una
vez asentada la ciudad, se obtuvieron ovinos de las estancias ya
instaladas en Córdoba y Santa Fe.(i) De todos estos productos se
encontraron restos óseos en las investigaciones arqueológicas. A
pesar de la diversidad apuntada, la presencia de la carne vacuna es
mayoritaria.
La
carne vacuna se caracterizaba por ser muy barata debido a que el
cuero tenía mucho más valor que la carne. Sin embargo, hubo
problemas de abastecimiento desde el principio. Silveira pasa revista
a los problemas de accesibilidad al producto en tres aspectos: el
abastecimiento, el precio y los ingresos de los consumidores.
Desde
1595 hay registros del control de abastecimientos de la población.
El Cabildo entendía en la elección de los proveedores (por
licitación hasta 1755, por la asignación de una matrícula, a
partir de entonces), fijaba los precios máximos, establecía las
condiciones de los mataderos y la calidad de la carne (animales
grandes de más de 450 Kg, pero que no fueran vacas, etc.).(j-k) La
carne se vendía por cuartos (más de 40 kg), lo que suponía
dificultades para la conservación y mucho desperdicio (ver
referencia (k)). Fechas significativas: 1595: primera información
sobre la licitación del abastecimiento de carnes; 1605: primer
registro sobre la determinación de los precios máximos de la carne
y 1619: primera referencia a la venta de carne por cuartos (ver
referencia (k)).
En
cuanto a la comercialización, desde 1610 hay referencias a la idea
de vender la carne en locales específicos, fuera del matadero, y en
cortes valuados por el peso del producto. Se logró lo primero en la
segunda mitad del siglo XVIII con la profusión de mercados de
abastecimiento (ver referencia (j)). Con relación a los cortes,
recién hacia 1834 hay testimonios sobre el reconocimiento del
costillar como un pieza diferenciada de los cuartos.(l) En la ciudad
de Córdoba, se reconocía ciertos cortes. Hay registros de 1787, en
los que ya se puede encontrar estas denominaciones: costillar,
pecho, aguja, lomo, cabeza, cola, patas y huesos (ver referencia
(k)).
El
autor pasa revista a la información disponible y, con los pocos
datos que obtiene de las crónicas de viajeros, de las actas del
extinguido Cabildo de Buenos Aires (ver referencia (k)), de la
libreta de gastos del tesorero del episcopado(m) y de investigaciones
anteriores elabora una información consistente en la que compara los
precios de la carne con otros productos y con la capacidad de compra
según los salarios. Los datos disponibles son escasos, pero las
conclusiones provisorias son válidas. Para el siglo XVII: la carne
es el producto más barato (v. g., el precio de una gallina equivale
al de 133 kg de carne de vaca) y accesible a los trabajadores (v. g.,
con el sueldo diario de un soldado se podían comprar 50 kg de carne,
con el mismo salario, 2 docenas de huevos). Para el siglo XVIII: si
bien la carne aumentó hasta en un 400%, seguía siendo muy barata
con relación a otros productos y accesible a los asalariados (se
podía comprar un kg de carne con 1,35% del sueldo diario de un
escribano del Cabildo y 3,12% del sueldo diario de un mozo de
pulpería). Para el siglo XIX: el precio de la carne subió 15 veces
entre 1800 y 1851; sin embargo, la carne siguió siendo barata con
relación a otros productos (aquí sigue los estudios realizados por
Fernando Barba)(n); la carne empieza a ser un producto inaccesible
para los sectores más bajos de la población.(ñ) La evolución está
relacionada con el ciclo del cuero cuando la carne se despreciaba
(siglo XVII y XVIII) y con el ciclo de los saladeros que, a pesar de
no provocar un encarecimiento importante en el producto, generó
problemas de abastecimiento (1800-1850).
Dedica
un capítulo breve a la preservación de la carne y otros alimentos.
Las técnicas de preservación se limitaban al uso de la sal, pero
esta no se aplicaba a la carne porque era un producto caro. Sin
embargo, era utilizada para la conserva de pescado. No hay
testimonios de que se ingiriera charqui en Buenos Aires. Algunas
verduras y frutas, y también el pescado, se secaban al sol
(zapallo, ciruelas y duraznos). Sandías y melones se secaban como
orejones. Luego de explorar las evidencias arqueológicas arriba a la
conclusión de que había un gran desperdicio de carne, v. g., no hay
marcas de cortes antrópicos en los huesos, de modo que se quitaba la
pulpa groseramente, dejando huesos fuera de la cocción. En restos
arqueológicos de la provincia de Santa Fe, sí se encuentran huellas
de cortes antrópicos en los huesos.
El
autor se formula dos cuestiones, a saber: qué comían los porteños
a partir de los alimentos disponibles en el mercado y si estos
productos eran accesibles a todos los sectores sociales. Para ello
cuenta, como ya se ha expuesto, con información arqueológica en
casas de sectores sociales pudientes (siglo XVIII), en la
construcción de un depósito (siglo XIX) y en conventos (siglo
XVIII). Además de las crónicas de viajeros, cuenta, como fuente
histórica la libreta de gastos diarios que llevaba el tesorero en la
casa del obispo.
En las casa de
familias pudientes, las comidas se preparaban sobre la base de
recetas españolas, con alguna influencia francesa. Los testimonios
de Mariquita Sánchez y Lucio V. Mansilla difieren en la parquedad de
la primera y el gran detalle que expresa el segundo sobre cómo eran
las comidas en la primera mitad del siglo XIX, en las casas de estos
sectores sociales.(o – p) Dos aspectos le llaman la atención, la
abundancia de platos que se sirven en la cena (hasta 25 platos
diferentes) y la existencia de carne asada al horno; esas casas no
contaban con espetones o parrillas, pero sí con horno.
El
repositorio de basura encontrado en la construcción de un depósito,
le permite al autor obtener información acerca de los que comían
los obreros de la construcción hacia 1840. De este modo accede a la
dieta de las clases no pudientes. No llama la atención ya, pero la
carne vacuna sigue siento el alimento principal (Representa el 46%
del total de los hallazgos en la basura. A su vez, el 81% del total
está compuesto por carne de vaca, de ovino y de gallinas). Se trata
de un producto muy accesible por el precio. No ocurre lo mismo con el
Azúcar que es muy caro para la época.
Finalmente, en los
ámbitos religiosos, se comía del mismo modo que en las casas de las
familias pudientes. Sólo se destaca la fuerte presencia de pescado
(no en mayor proporción que la carne vacuna, claro está). Esta
diferencia con las casas de las familias pudientes, muestra la fuerte
adhesión de monjes y monjas a las prácticas de ayuno y abstinencia
preceptuadas por la Iglesia para ciertas festividades religiosas.
Estas conductas parecen ser tomadas con mayor laxitud por las
familias de los sectores sociales de mayores recursos.
Trata
de establecer los horarios de las comidas partir de las fuentes
históricas (capítulo X), memorias y relatos de viajeros; pero no lo
consigue. Los testimonios se contradicen entre sí y no permiten
establecer un esquema único. Con todo le llamen la atención dos
cuestiones que aparecen en varias fuentes: el almuerzo a las 11 de la
mañana y la cena a las 5 de la tarde. Con relación a este último
dato, estima que las fuentes que dan cuenta de él, están
relacionadas con períodos invernales. Pero no puede comprender ese
almuerzo a las once de la mañana que las fuentes describen como lo
que hoy llamaríamos un brunch (ver referencias (o) y (p)). Las
fuentes también dan cuenta de la escacés de vajilla se compartían
vasos, platos y cubiertos en la mesa (ver referencias (o) y (p)). La
escacés de tenedores exigía comer con las manos.
Según los hallazgos
arqueológicos, las cocinas eran, por lo general pequeñas (5 m2). Se
cocinaba en un fogón sobre el piso, asistido por trebeles para
apoyar las ollas (capítulo XI). Excepciones, la cocina de la casa de
Liniers en Alta Gracia que se exhibe en el museo y la de la familia
Pueyrredón en San Isidro. La de Liniers era amplia, contaban con
mesadas, dos fogones y campana para la extracción de humo.(q) Por
otro lado, la cocina de la casa de Rosas en Palermo seguía sus
instrucciones para las cocinas de las estancias redactadas por él
mismo: eran construidas en un pabellón fuera de la casa y muy
amplias porque debían servir de comedor para los peones.(ver
referencia (j))
En
el capítulo XI también hace aportes vinculados con el combustible
que se usa para cocinar. La zona de asentamiento de Buenos Aires es
muy pobre en leña. El abastecimiento de leña es preocupación de
las autoridades capitulares desde 1619.(ver referencia (k)) El
Cabildo regula la actividad de los proveedores, otorgando
autorizaciones, estableciendo los sitios de provisión y los precios
máximos. La leña se obtenía básicamente del Delta del Paraná y
la Banda Oriental del Uruguay, pero también de plantaciones
destinadas a producirla (básicamente madera de durazno) y de las
estancias cercanas. En la campaña se usaba estiércol seco de vaca y
cardos secos.(r)
El
capítulo XII refiere el desarrollo de la restauración en la ciudad
de Buenos Aires desde fines del siglo XVIII hasta fines del siglo
XIX. Los hoteles eran los verdaderos restaurantes de la época
(destaca especialmente el hotel de Faunch y el de Clara la
Inglesa).(s) En 1810 había una sola fonda en Buenos Aires (Posada de
los Tres Reyes) y un cocinero francés (Monssieur Ramón) que dictaba
clases de cocina y cocinaba para las familias que se lo requerían en
ocasiones especiales.(ver referencia (o)) Avanzada la primera mitad
del siglo XIX las fondas que se abrieron eran malas y malolientes,
salvo la Fonda de la Catalana (cercana a Plaza de Mayo).(ver
referencia (s)) Luego de la caída de Rosas, la oferta gastronómica
de hoteles y fondas mejoró notablemente.(no hay respaldo documental
para este último aserto, pero estimo que, por la secuencia del del
texto, continúa con Wilde (ver referencia (s)).
El capítulo XIII
está dedicado a la comida rural desde finales del siglo XVIII y el
siglo XIX. Los aportes se despliegan en dos ámbitos, el de las
postas y el de las estancias, dedica también algunos párrafos a la
comida de los gauchos y al lugar que ocupaban las cocinas en los
establecimientos rurales. En las postas se comía carne asada (para
ello se usaba un asador) o sancochada en pucheros (también se tomaba
el caldo ) y no mucho más (en ocasiones, podía haber zapallos al
rescoldo). La bajillas escaseaba (el caldo se tomaba sobre la olla
con con unas conchas de caracol que oficiaban de cucharas).(t) No
había pan, casi no había sal, no había mesa (se comía sentado
sobre huesos de cabezas de vacas alrededor de la olla), el único
cubierto era el cuchillo que cada uno debía poseer.(u) En las
estancias, se come diferente. Realiza una distinción entre las
estancias que son propiedad de ingleses y las que son propiedad de
los criollos. En las primeras, además de carne asada, hay pan, papas
y budín inglés. En las de los criollos también hay pan,
confituras, cognac y té. Además, para el asado criollo que se sirve
al aire libre, se utilizaban mesas enmanteladas. Llama la atención a
los viajeros, la escacés de vajilla, en especial la carencia de
vasos, en estas familias criollas pudientes. En un dato no menor,
Hudson da cuenta de una cocina más variada, pero hay que entender
que no era un viajero, sino un residente.(ver referencias (t) y (r)).
¿Qué comían los gauchos a fines del siglo XVIII y principios del
XIX? Preferían los cortes fáciles de extraer de los animales que se
mataban sólo para aprovechar los cueros, esto es: lengua, matambre y
caracú. Llama la atención el testimonio de Concolorcorvo que
describe una técnica que consiste en vaciar la vaca entera, prender
un fuego con el mondongo y la grasa, introducirlo en el vientre de la
vaca, cerrarlo y dejar que se cocine por muchas horas (hasta de un
día para el otro).(w) La dieta es básicamente carnívora, se mofan
de los europeos que comen verduras, sólo acompañan la carne con
mate que beben todo el día. (ver referencias (j) y (t)).
El
capítulo XIII está dedicado a los testimonios arqueológicos. Por
un lado lista los sitios en que se ha realizado las excavaciones ya
enumerados arriba y, por el otro, el de los hallazgos (básicamente
la primacía absoluta del consumo de carne vacuna en todos los
casos). Los restos encontrados fueron datados entre fines del siglo
XVIII y mediados del XIX.(x) De modo que, con algunos matices, los
hallazgos arqueológicos coinciden con los testimonios recogidos en
las crónicas.
El
libro termina con unas conclusiones. No voy a dar cuenta de ellas
porque resultan reiterativas con relación a lo ya expuesto.
Apoyatura
erudita: Se trascriben a continuación las citas de interés
(a)
2005 Álvarez, Marcelo, “La cocina como patrimonio (in)tangible”
en AAVV, La cocina como patrimonio (in)tangible, Primeras jornadas de
patrimonio gastronómico, Buenos Aires, Gobierno de la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires, pp. 11.
(b)
1985, Farb, P. y Armelagos, G., Anthropologies de costumes
alimentaires, Paris, Denoel.
(c)
2003, Montanari, Massimo, El mundo de la cocina, Buenos Aires, Paidós
Diagonales.
(d)
1991, Henry, Susan, “Consumer, Commodities and Choices: A General
Model of Consumer Behavior”, en Historical Archaeology, V.
25, N° 2, pp. 3-14, Michigan, Ann Harbor.
(e)
1998, Landon, D., “Feeding
Colonial Bostón: a Zooarchaeological Study”, en Historical
Archaeology, V. 30, N° 1, California.
(f)
1963, Lotrhop, S. K., “Indians of the Paraná y Delta and Plata
Litoral”, en Handbook of South american Indians, Vol. 1,
Smithsonian Institute, Bureau of American Ethnology, Buelletin 143.
(g)
1997, Palermo, M. A., Los indios de la pampa, Buenos Aires,
Ed. Quirquincho.
(h)
1963, Fitte, Ernesto J., Hambre y desnudeces en la conquista del
Río de la Plata, Buenos Aires, Emecé.
(i)
1984, Montoya, alfredo J., Como evolucionó la ganadería en la
época del Virreynato, Buenos Aires, Plus Ultra
(j)
2002, Arcondo, Aníbal, Historia de la alimentación en la
Argentina, Córdoba, Ferreyra Editor.
(k)
1907-1908, Archivo General de la Nación (Sala XIII, 21/10/4),
Acuerdos del extinguido Cabildo de Buenos Aires, Tomos I a V, Buenos
Aires.
(l)
1993, Benarós, León, “El desván de Clío”, en Todo es
Historia, Año XVII, octubre.
(m)
Castreo, Damián, Libretas de gastos diarios del tesorero del
episcopado, en Archivo General de la Nación, Sala XII, 21/10/4.
(n)
1999, Barba, Fernando E., Aproximación al estudio de precios y
salarios en Buenos Aires desde fines del siglo XVIII hasta 1860,
La Plata, Universidad Nacional de La Plata.
(ñ)
2002, Aguirre, Patricia, “Gordos de escacez. Las consecuencias de
la cocina de la pobreza”, en 2005, Álvarez, Marcelo, Op. Sit.
(o)
1953, Sánchez, Mariquita, Recuerdos del Buenos Aires Virreynal,
Buenos Aires, ENE
(p)
1956, Mansilla, Lucio, Mis memorias, Buenos Aires, Editorial
Hachette.
(q)
2000, Schávelzon, Daniel, Historias del comer y del beber en Buenos
Aires, Buenos Aires, Aguilar.
(r)
1999, Hudson, Guillermo, Allá lejos y hace tiempo, Buenos Aires,
EMECE.
(s)
1881, Wilde, Jorge A., Buenos Aires desde 70 años atrás,
Buenos Aires, Eudeba, 1960.
(t)
1939, Mac Cann, William, Viaje a caballo por las provincias
argentinas, 1847, Buenos Aires, no indica editorial.
(u)
1920, Head, F., Las Pampas y Los Andes, Notas de Viaje, Buenos
Aires, no indica editorial.
(w)
1946, Concolorcorvo, El lazarillo de ciegos y caminantes, desde
Buenos Aires hasta Lima, Buenos Aires, Espasa Calpe Argentina.
(x)
1999, Silveira, Mario, MS Zooaqueológica Histórica Urbana:
Ciudad de Buenos Aires, tesis doctoral (no indica la
universidad).
Crítica:
El texto al que he accedido carece de una última corrección. Se
encuentran, con frecuencia, errores de tipeo que impactan sobre la
lectura y la precisión de las citas bibliográficas.
El
sistema de citas y referencias eruditas, aunque no es novedoso, es
sencillo, preciso y sumamente útil, a la vez que no dificulta la
lectura. Consiste en breves paréntesis incluidos al correr del texto
con el siguiente formato: (Apellido del autor, año de edición, dos
puntos número de página). Con todo, encontré algunos errores
formales que voy a puntualizar, que no invalidan la consistencia y
solidez con que el libro es soportado por la erudición del autor.
Explicable por la falta de una corrección final del texto nos
encontramos con autores mencionados que carecen de cita, citas que no
se encuentran o se encuentran con dificultad en la bibliografía
(porque hay una divergencia ortográfica en el apellido del autor o
en el año de edición del libro).
Otro
error, y este es conceptual, se encuentra en el año de edición. Se
cita el año de la edición consultada por el autor (sólo pertinente
si de trata de una edición corregida por el autor) y no por el año
de la primera edición (indispendable para los estudios
historiográficos), este error se corregiría si, invariablemente se
encontraran los años en la cita. En mi caso particular uso este
sistema, poniendo siempre en cabeza el año de la primera edición,
pero incluyendo siempre el de la edición consultada. Agrego además
el día de acceso a la lectura, si el texto fue obtenido a través de
la Internet.
Debió
tener un mayor asesoramiento gastronómico para identificar algunas
técnicas de conservación y cocción (v. g., en el capítulo V,
dedicado a la conservación de alimentos, no explora el capítulo de
los escabeches y los dulces). Aunque para el resultado final del
libro, e tema es muy menor.
En el capítulo IX
describe qué se comían, en Buenos Aires, los alimentos accesibles.
Le llama la atención que en las casas de familias pudientes, cuando
se pretendía agasajar a un invitado se presentaban una gran cantidad
de platos, hasta 25. Los comensales, claro está sólo se servían de
unos pocos y según sus preferencias. Compara el exceso de platos que
se sirven con la disposición de un restaurante chino; pero no se le
ocurre hacerlo con las picadas porteñas o los platitos en la Rambla
de Mar del Plata que juzgo más afín, en términos de gustos y
preferencias de los porteños, a la imagen trasmitida. En el mismo
capítulo, analiza la composición de la comida en las ámbitos
religiosos. Allí encuentra una fuerte presencia de pescados en la
basura. Esta presencia le muestra la clara adhesión de las
comunidades religiosas a las prácticas de ayuno y abstinencia
establecidas por la Iglesia. Cuando compara los datos con los de las
casas de las familias pudientes, no encuentra esta proporción; sin
embargo, no concluye que esto indica una menor adhesión a las
prácticas religiosas en la sociedad civil.
Cuando analiza los
horarios de comidas, se encuentra con testimonios que hablan de un
almuerzo a las once de la mañana. Una descripción de su contenido
nos aproxima a la idea actual de brunch que el autor no explora.
Tampoco explora la costumbre española que llama almuerzo a una
comida más contudente que el desayuno, pero que no se trata de la
comida del mediodía. Este almuerzo se lleva a cabo a las once de la
mañana. Hay testimonios sobre esta tradición en La Argentina el
siglo XVIII. Dice al Padre José Cardiel sj que, en las misiones de
los jesuitas, “Acabada la misa... salen los muchachos al patio de
los padres: vuelven allí a rezar un poco y cantar algunas de sus
canciones (todas estas canciones son en su lengua), se les da de
almorzar. Después cargan con la comida de medio día, los peroles
para cocerlas, los escardillos para escardillar los sembrados, que es
faena muy frecuente, u otros instrumentos para otros
trabajos/.../.”(2)
Como puede verse, el
texto está basado en una fuerte erudición que lo sostiene con
solvencia. En ese sentido, es particularmente destacable el capítulo
de los estudios zooarqueológicos. Las correcciones en el texto y un
mayor conocimiento gastronómico mejorarían notablemente lo muy
bueno que el texto ya tiene de por sí.
Fuentes
citadas por mí en la crítica:
(1)
2005, Silveira, Mario J., Cocina
y comidas en el Río de la Plata,
Nuequén, EDUCO – Universidad Nacional del Comahue. Leído en
http://www.iaa.fadu.uba.ar/cau/ebooks/Cocina_Comidas_RdlP.pdf,
el 10 de agosto de 2012.
(2)
c 1768-1782, Cardiel, José sj, Breve relación de las Misiones
del Paraguay, en 1013, P. Hernández, Pablo, Organización
Social de la Doctrinas Guaraníes de la Compañía de Jesús,
Barcelona, en 1959, Busaniche, José Luis, Estampas del pasado,
lecturas de historia argentina, Buenos Aires,
Hyspamérica, pp. 164.
Qué tal Mario!! Un libro para "eruditos", no sé si lo leería íntegro, más si dices que viene con errores de tipeo que lo sacan a uno de la lectura, pero me gustaría "echarle una mirada".
ResponderEliminar¿Zapallitos criollos? ¿te refieres a los alargados? Yo en realidad soy un tanto dsesprolija con los nombres y a veces, como en esta, no hago distinciones, pues realmente con los zapallitos me mareo. Besos
Gracias, Pamela, por tus comentarios.
EliminarEl libro de Silveira está en formato PDF en la Internet (sobre el final de mi artículo, en la cita correspondiente, está el enlace). Sí, es un libro erudito, pero se puede leer con facilidad. Hay que tener algún conocimiento de la historia argentina para entenderlo cabalmente; pero como nuestras patrias han crecido en paralelo, a vos no te costaría trabajo situarte en el tiempo y el espacio.
No me refiero a las zapallitos alargados que en La Argentina llamamos zucchinni; sino a unos redondos y chatos en los polos que aquí llamamos zapallitos a secas y he oído denominar en España zapallitos argentinos. Lo de zapallitos "criollos" fue un agregado mío porque quiero saber si se justifica la expresión de zapallitos "argentinos" o si se trata de un producto más extendido por nuestra querida América. Son más dulces y menos fibrosos que los zucchinni.
Hola Mario, me gustaría contactarme con vos, soy cocinero y me gustaría contactarme . Saludos !
ResponderEliminarGracias, Anónimo, por escribir.
EliminarComuníquese, por favor a elrecopiladordesabores@gmail.com.