Por un obvio
sentido de identidad, sostengo que la tendencia a valorar positivamente el
tapeo vasco en Buenos Aires es una buena idea.
No es que
Buenos Aires esté llena de bares de tapas, por cierto que hay muchos más bares
de sushi; pero la tendencia existe. Hace ya algunos años, por ejemplo, abrió
Sagardi, un restaurante en San Telmo que pertenece a una cadena de bares vascos
de tapas.
Este fenómeno
gastronómico me provoca algunas reflexiones que quiero compartir. ¿Qué me atrae
de las tapas? La posibilidad de comer una gran variedad de comidas a la vez.
Esta propiedad también puede ser compartida por el sushi, si uno se lo propone
y por algunas otras alternativas. Este atractivo, ¿nace ex nihilo, a partir de
la aparición de una tendencia de moda? En mi caso particular, creo que no... Intentaré
poner en evidencia que, en realidad, la tendencia se monta sobre una tradición
culinaria básica en la cultura general de los argentinos.
Creo que el
gusto argentino por las tapas, y el sushi de algún modo también, se inserta en
la tradición de las picadas. La evolución dictó que éstas que eran concebidas
como un aperitivo (el vermucito con los platitos de ingredientes previo al
almuerzo que se tomaba en el bar de la esquina en el barrio o el antipasto con
bocadillos de acelga y ajíes en vinagre que se tomaba mientras la vieja echaba
los fideos en el agua hirviendo los domingos al mediodía) o un copetín al paso
(la cervecita de las siete de la tarde, al salir del trabajar) se transformaran
en plato principal. Es que la informalidad de esa comida y la variación
convocan a una charla amable y relajada entre amigos.
Creo también
que la tendencia del tapeo no hizo más que revitalizar un género culinario que
había entrado en una etapa de decadencia.
Hubo picadas
famosas. En Mar del Plata, por ejemplo, los bares de la rambla (en la planta
baja del edificio del Casino) competían con sus picadas. Se leían carteles que
anunciaban la cantidad de platitos con ingredientes que las componían. Esto
ocurría en los años sesenta y la verdad es que no recuerdo cuántos... no
recuerdo si eran treinta y uno o más. Lo cierto es que hay que tener mucha
inventiva, después de poner los ocho platitos básicos (papitas y palitos
fritos, maníes, aceitunas verdes y negras, queso, jamón cocido y salamines),
para no repetirse. Las grandes estrellas de la expansión eran los cornalitos
fritos, los bocadillos de acelga, las croquetas (hechas con papa y no con
bechamel como las españolas), los porotos condimentados, el matambre, la mortadela,
los escabeches... y hasta milanesas y tortillas frías cortadas en bocados
pequeños.
Cualquier bar
de Buenos Aires ofrecía bandejas con doce productos aparte del triolet (papas
fritas, palitos fritos y maníes salados). Pero un día todo tendió a empobrecerse.
No ya los platitos, las picadas mismas empezaron a ser reemplazadas por las
tablas de quesos o fiambres. Desparecieron de esta comida primordial las
verduras y legumbres, los frutos del mar, los escabeches.
No quiero
equivocarme, pero me parece que el paso fue impulsado por una cadena de
restaurantes que ofrecía las tablas como aperitivo para su oferta de pescados y
mariscos. La cadena de restaurantes La Robla, impuso algunas modas
interesantes: expresar explícitamente un relato mítico que le da origen e
identidad al establecimiento (la carta explicaba que la robla era la tabla en
donde, los rústicos campesinos españoles servían fiambres para celebrar por el
logro de algún acuerdo comercial), los panes (tostados en aceite y saborizados
con ajos y orégano, ideales para acompañar la oferta de platos) y las tablas de
fiambres. Puede que me equivoque y que sólo esté reseñando una experiencia
personal, los lectores me corregirán entonces. Lo cierto es que, en mi
experiencia personal, después del auge de La Robla a fines de los años setenta,
fue muy difícil encontrar picadas en los bares de Buenos Aires.
Los
antipastos de las cantinas de La Boca y El Abasto desaparecieron con ellas, las
picadas de la calle Corrientes fueron reemplazadas por las modernas tablas de
fiambres o de quesos (muy hispánicas las primeras y afrancesadas las segundas).
La picada individual de quince platitos de Las Violetas, en Medrano y
Rivadavia, desaparecieron con el cierre transitorio del establecimiento a
mediados de los noventa. La tendencia avanzó hasta nuestro siglo. Hasta hace
algunos años, en el bar del Hotel Castelar de la Avenida de Mayo ofrecían una
pequeña picada que denominaban “el convite”. Eran seis platitos entre los que
había cornalitos fritos y papas fritas hechas en la cocina. Ahora, ni el nombre
se conserva y lo que ofrecen es una tabla de fiambres y quesos.
Con
todo, la picada resistió. En el Bar de García (Devoto), la profusión de platos
sigue siendo extraordinaria y en la Cervecería López (en el límite entre
Belgrano y Villa Urquiza), los platos son menos, pero la calidad de los
productos se ha mantenido invariable, por lo menos en los últimos cuarenta
años. Pierino resistió en El Abasto y sus antipastos siguen siendo memorables,
igual que los que sirven en los bodegones El Obrero (La Boca) y Spiagge di
Napoli (Boedo)... y también hay novedades, como las del bar Matu's (en el
barrio que los vecinos llaman el Talar y la ordenanza municipal, Agronomía).
Este local que se ubica en Salvador María del Carril y Nazca, es el paraíso de
la picada. Te ofrecen una larga lista de ingredientes y vos te podés armar tu
propia picada.
Hoy la picada
y el antipasto porteño parecen resurgir de la mano de las tapas, tan ricas en
variantes. Celebro esa aparición.
Tu relato me lleva a mi juventud (¡qué memoria!) cuando estaba de novio con Lilia, nuestra rutina de los sábados era ir al cine Arte a ver la película de la noche. Luego, tomábamos algo con muchos platitos -el que más recuerdo, por ser un avance importante en mi prejuicio sobre qué llevaba a la boca, eran los caracoles en salsa de tomate- en la Jockey Club de Cerrito a media cuadra de Corrientes, volvíamos al cine Arte a ver la trasnoche y culminábamos en los auténticos "carritos" de la Costanera degustando alguna carne a la parrilla.
ResponderEliminarPero, lo fundamental, es el recuerdo de esas picadas multisabores que, me parece, nos permitía recorrer el mundo sin movernos de la mesa.
Y eso lo extraño mucho, creo que es debido a esto último porque la picada de antes del asado no fue añorada por mí, mientras que la otra es un dolor profundo en mis recuerdos.
Gracias, Oscar, por tus comentarios
EliminarA pesar de que la Jockey Club ya no es como antes... sus caracoles siguen siendo inolvidables (todavía los he comido a mediado de los noventa). Ahora, la Jockey Club es un bar como tantos otros. Está en la esquina de Cerrito y Sarmiento, pero las picadas vaya a saber dónde quedaron.
Por fortuna hay lugares en donde los platitos porteños se conservan muy bien. López, en Villa Urquiza y García en Devoto son exponentes de las viejas picada (López me gusta más por la calidad de los productos).
También hay lugares nuevos que hacen un culto de la picada, descartando de plano la idea de su reducción a quesos y fiambres. Te doy dos. Matu's en el barrio de San José del Talar (a una cinco cuadras de la Virgen Desatanudos) y Cervelar en Colegiales.
También es muy bueno el antipasto en Pierino, En el Barrio del Abasto.
Me reconfortó leer tu nota porque pude ilusionarme con volver a degustar esa miscelánea de sabores, texturas y colores dado que no están lejos.
EliminarTe aseguro que, en cuanto me den permiso, me voy a llegar a Matu´s para perderme en la maraña de armar la picada con la certeza que voy a perderme de elegir cosas más ricas que, "lamentablemente" me obligarán a volver para crear y probar otras combinaciones.
¡¡¡GRACIAS POR DEVOLVERME LA ALEGRIA!!!
Cuando ambos estemos permitidos, podríamos darnos una vuelta por la Cervecería de López.
Eliminar¡¡¡ HECHO !!!
EliminarHOLA MARIO, QUÉ BUENA NOTICIA NOS TRAES, UN ESTÍMULO MÁS PARA NO DEJAR PASAR EL INVIERNO SIN TOMAR EL AVIÓN A BUENOS AIRES! ABRAZOS
ResponderEliminarGracias, Pamela, por tus comentarios
EliminarEstá muy bien, Buenos Aires puede ser también una ciudad amable; pero hay que buscarla en los rincones en que esta amabilidad se expresa.
Antes había muchos bares con buenas picada en el Centro de la Ciudad, ahora hay que buscarlos en los barrios... lo bueno es que los vas a encontrar.
Horacio Licera
ResponderEliminarYo recuerdo las picadas en los setenta que eran de 40 platitos! Que lindo recuerdo el restaurante López. En mis épocas de estudiante yo iba a la Enet 28 de Blanco Encalada y Cuba y cuando teniamos taller y lograba sacarle unos mangos a la vieja, almorzábamos el menú del día en López. REcuerdo las calles empedradas y los patios hacia las veredas con sombrillas.
Gracias, Horacio, por tus comentarios
EliminarMe crié en la otra punta de la Ciudad, en Mataderos, ir a la Cervecería de López era un lujo altamente deseado. Te aseguro que sigue igual a como era entonces (ojo que no tiene signos de decrepitud).
Unas buenas tapas charlando con los amigos y en un ambiente agradable, qué màs se puede pedir... Muy interesantes tus entradas que merecen una lectura màs detenida que sin duda haré.
ResponderEliminarUn saludo desde Venecia
Chusa
Gracias, chusa, por tu comentario.
EliminarPerdón por la demora, pero no sé por qué no me llegó tu comentario a mi cuenta de correo-e como ocurre con los demás.
Habia un bar en ka avenida callao y no recuerdo la esquina famoso por los platitos, que eran muchos,No creo que exista!
ResponderEliminarGracias. BARQUER0, por sus comentarios.
EliminarLeí un comentario que hicieron acá de la confitería Jockey Club.. Mi papá trabajaba ahí y siempre los recuerda y me comenta sus anécdotas de ahí. La que estaba en Cerrito y Sarmiento.
ResponderEliminarGracias, Unknown, por sus comentarios.
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