Sumario
de la Parte I: prólogo de Leticia Maronese // Artículo de Marcelo Álvarez:
introducción a las ponencias – Declaración de la UNESCO - Concepción de autor
sobre el proceso de patrimonialización.
Prólogo de Leticia Maronese:
La obra es la compilación de ponencias realizadas por los autores
en la “Primeras jornadas de patrimonio gastronómico”, organizadas por la
Comisión para la Preservación del Patrimonio
Histórico Cultural de la Ciudad de Buenos Aires del Gobierno de la
Ciudad Autónoma de Buenos Aires en 2001. Está accesible en formato PDF en el
sitio oficial del Gobierno (http:/www.buenosaires.gob.ar/). Leticia dedica el
libro a Petrona C. de Gandulfo, nuestra cocinera emblemática, cuyo libro fue el
más vendido en La Argentina después del Martín Fierro.(2)
(1) 2005, AAVV, La cocina como patrimonio (in)tangible,
Primeras jornadas de patrimonio gastronómico, Buenos Aires, Gobierno de la
Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
(2) 2005, Maronese, Leticia, en op. Cit., pp.8-9.
La cocina como patrimonio (in)tangible (Marcelo Álvarez):(1)
El texto no parece una ponencia más, sino una introducción a la
compilación de las mismas. Lo infiero a partir del hecho de que las citas a los
demás textos de la colección son profusas.
Aportes y argumentos: La primera
definición del autor es: “La alimentación humana es un acto social y cultural
donde la elección y el consumo de alimentos ponen en juego un conjunto de
factores de orden ecológico, histórico, cultural, social y económico ligado a
una red de representaciones, simbolismos y rituales.” El acto de comer pone en
juego movimientos de producción y consumo tanto material como simbólicos,
diferenciados y diferenciadores. Y en este sentido, el consumo de alimentos
contribuye a la constitución de las identidades colectivas a la vez que expresa
relaciones sociales y de poder entre las clases. (pp. 11).
Ahora bien, para entender la alimentación como patrimonio
cultural, hay que entender este último concepto no como algo fijo y dado
asociado, en el mejor de los casos, a un Estado Nación que patrimonializa; sino
como una construcción social. Ello permite reconocer las fracturas y el
conflicto tanto en su proceso de selección de sus contenidos como en el diseño
de las políticas de preservación. Este sentido del concepto permite la
ampliación del patrimonio valorado y la intervención de los grupos sociales que
no hegemonizan la patrimonialización estatal, otras voces que pugnan por
pluralizarla y actualizarla “para que abarque no sólo los bienes producidos por
los grupos dominantes sino también los de los sectores populares; no sólo los
tangibles, sino también los intangibles; no sólo los del pasado, sino también
los del presente, incluyendo sin lugar a dudas el universo de la comida.” (pp.
12).
Este es el marco que debe darse al proyecto Turismo Cultural en
América Latina y el Caribe lanzado por
la UNESCO en La Habana en noviembre de 1996 que promueve “la urgencia de
desarrollar y profundizar la reflexión acerca del “patrimonio gastronómico
regional”. El Documento Base definió a las recetas de cocina como un bien
cultural tan valioso como un monumento.” (pp. 12-13).
Definida la idea de patrimonio cultural y puesto en escena sobre
el proyecto de la UNESCO, el autor expone un concepto que es clave para definir
si la cocina argentina tiene o no identidad. Transcribo: “Farb y Armelagos(a) definen una “cocina” como una estructura que
incluye cuatro elementos: 1) un limitado número de alimentos seleccionados de
entre los que ofrece el medio; 2) el modo característico de preparar esos
alimentos (asados, cocidos, hervidos, fritos, etc.); 3) el principio o los
principios de condimentación tradicional del alimento base de cada conjunto
social; y 4) la adopción de un conjunto de reglas relativas al “status”
simbólico de los alimentos, el número de comidas diarias, el consumo individual
o grupal de los alimentos, etc. Un cierto número de “indicadores gustativos”
afirman una identidad alimentaria y pueden delimitar vigorosamente la
pertenencia a un territorio determinado.” (pp. 14)
Da innumerables ejemplos del concepto en que la cocina no sólo
cumple una función nutritiva, sino también simbólica, la cocina como lenguaje
de comunicación. Siguiendo a González Turmo(c), concluye que “la alimentación
constituye una zona de intersección de signos, un cuerpo de imágenes, un
protocolo de usos, de situaciones, de habilidades; es decir, también, un
sistema de comunicación. ” (pp. 19). Pongo algunos ejemplos contenidos en el texto:
en 1485, Beatriz Núñez que era conversa, fue denunciada por su cocinera por
comer puchero judío (sin carne de cerdo) y quemada por hereje (pp. 15); los
norteamericanos, en su espíritu anti japonés, durante la Segunda Guerra se
negaban a comer pescado crudo por considerarlo un signo de barbarie, en tanto
comían con fruisión ostras crudas (pp. 15); el asado argentino es una tarea
masculina(b),
se prepara fuera de la cocina que es el lugar de la mujer (pp. 15-16); etc. a mi entender, aunque el
autor no lo expresa, esta conceptualización representa un despliegue del punto
4 del párrafo anterior.
Álvarez sostiene que las políticas culturales y turísticas, es
decir, la intervención estatal sobre la patrimonialización enfocadas sobre la
cocina (v. g., promocionar itinerarios gastronómicos como las rutas del vino,
del aceite de oliva, de los quesos, etc.) no pueden construirse al margen de
los comportamientos y las tradiciones gastronómicas que no se expresan como
bloques estáticos e inmutables. “En la larga duración, las cocinas se nutren de
perdurables conservadurismos y cambios extremos. Las transformaciones se
explican por evolución de las condiciones
internas (modificaciones en el medio ambiente, en los modos de vida, en
las estructuras sociales y económicas,
en los ritmos de las jornadas de trabajo, en el papel de la mujer, el desempleo, etc.) y también como consecuencia
de procesos externos. Las conquistas, la expansión comercial, las migraciones,
las innovaciones tecnológicas (conservación, deshidratación, congelación,
liofilización, aditivos, modificaciones genéticas, etc.), y la diferenciación
social han sido considerados los factores básicos de los cambios
alimentarios.” (pp. 20)
Continúa diciendo que la tendencia que promueve la industria
alimentaria es altamente globalizada y dueña de un marketing que impone modelos
de comportamiento social, conduce a la hiperhomogeneización que consiste en una
reducción progresiva de las variedades vegetales y animales. Pero las
respuestas del consumo ante el mercado global son localmente adaptadas. “Los
más variados modelos culinarios y discursos sobre la comida conviven en el
mundo contemporáneo, y en esa trama los individuos se apropian de aquellos que
les sirven para afirmarse y distinguirse como personas y como colectivo
social.” (pp. 21)
Finalmente Álvarez sostiene: “Con esto sugiero que el proceso
globalizador/homogeneizador -en medio del cual han desembarcado tanto la fast
food como los salad bar de menúes diet o light (estos últimos legitimizados por
los sectores de mayores ingresos)- provoca paralelamente una preocupación y
reacción relativa a los modos de comer y a los platos que han ido
desapareciendo.” A partir de allí despliega una serie de estrategias para propiciar una solución que
permita dar cauce a esa preocupación y fortaleza una posición de reacción
frente al problema. Ella son: regresar y poner en valor las cocinas
tradicionales, el rescate de los productos locales, las denominaciones de
origen, el desarrollo del turismo y la restauración con apoyo oficial. (pp.
22). Sin embargo, el autor nos alerta acerca de que las operaciones de
patrimonialización a cargo del Estado “aparecen como productoras de una
relación con la comida diferente de las que la práctica cotidiana evidencia”.
Por ello, las políticas estatales deben respetar la construcción social del
patrimonio. (pp. 23).
Apoyatura erudita: se trascriben a
continuación las citas de interés rescatadas del texto en dos tramos: primero,
las referenciadas que apoyan los aportes
y argumentos, ordenadas con letras, y luego, las que puedo rescatar porque me
han resultado significativas de modo independiente, ordenadas por su ocurrencia
en el título.
(a) 1985, Farb, P. y Armelagos, G., Anthropologie des coutumes
alimentaires, Denöel, París.
(b) 1991, Mirad, R., Manual del asador argentino,
Montevideo.
(c) 1999, González Turmo,
I., “Alimentación y patrimonio: ayer y hoy”, en
Fernández de Paz, E. y Agudo Torrico, J. (coords.), Patrimonio
cultural y museología, Universidad de Santiago de Compostela.
1993, Florescano, E., El patrimonio cultural de México,
Fondo de Cultura Económica, México.
2000, Álvarez, M. y Pinotti, L., A la mesa. Ritos y retos de la
alimentación argentina, Grijalbo, Buenos Aires.
1988, Bourdieu, P., La distinción. Criterios y bases sociales
del gusto, Taurus, Madrid.
1999, Fernández de Paz, E. y Agudo Torrico, J. (coords.), Patrimonio
cultural y museología, Universidad de Santiago de Compostela.
Crítica: Comparto básicamente la
idea del autor. No debe de abandonarse la percepción de la construcción social
del gusto, aunque ello implique la incorporación de la hamburguesa de
Mc'Donalds y el sushi al patrimonio culinario argentino; pero señalo que las
políticas de patrimonialización por él enumeradas deben, de todas formas, ser
sostenidas por el gobierno, el Estado y los actores políticos, económicos y
sociales interesados en la materia.
Pongo un ejemplo ajeno, porque en su momento me llamó la atención
y creo que ilustra lo que pretendo decir. El gastrónomo gasteizterra
Apicius escribe, en un conjunto de blogs
relacionados entre sí, artículos sobre gastronomía vasco-alavesa. En uno de
ellos(2),
escribió una serie de artículos sobre el cocido vitoriano. Los leí atentamente.
Pasa revista a la historia de la denominación y a la de la composición de ese
plato. Llegué a la conclusión, confirmada por el mismo autor, de que esa
preparación comenzó a denominarse así en el momento en que dejó de prepararse
en los hogares de la capital alavesa. En torno de estas reflexiones, se fue
constituyendo una sociedad gastronómica al estilo de las que abundan en el País
Vasco: la Cofradía del Cocido Vitoriano. Formada por un grupo de ciudadanos de
Vitoria Gasteiz que después de ensayar la preparación de un cocido vitoriano
que ellos juzgaron auténtico, consiguió el apoyo oficial y el interés de dos
restaurantes del centro de Vitoria que lo ofrecen en sus cartas un par de veces
en la semana. ¿Mereció la pena el esfuerzo de investigar en el pasado y
rescatar una receta del olvido? ¿Puede entenderse la movida como un auténtico
acto de patrimonialización en los términos propuestos por Álvarez? Creo que
algunos vecinos “caracterizados” de esa ciudad, bien pueden representar una de
las voces posibles en la producción social de sentido y, aunque no dependa de
ellos que la restauración de ese plato sea asumida por el conjunto de la
sociedad en la capital del País Vasco, merece ser reconocida a la par de otras
posibles.
Experimentos de este tipo pueden ser valiosos sólo si se sigue la
advertencia de Marcelo Álvarez y se entiende que el amor de los actores por el
resultado de sus actos (condición suficiente para realizar un aporte a la
construcción de la identidad gastronómica), no les impida ver lo que está
afuera de lo que ellos piensan y sienten (condición necesaria para valorar, en
el conjunto, el resultado obtenido por el grupo).
Fuentes citadas por mí en la crítica:
(1) 2005 Álvarez, Marcelo, “La cocina como patrimonio
(in)tangible” en AAVV, La cocina como patrimonio (in)tangible, Primeras
jornadas de patrimonio gastronómico, Buenos Aires, Gobierno de la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires, pp. 11-25.
(2) Apicius, Recetas con historia e historia de la gastronomía,
leído el 18 de noviembre de 2011, en
http://historiasdelagastronomia.blogspot.com/
Hola Mario, estoy con muy poco tiempo y me he perdido tu post del sábado pasado. Me encantó este de hoy, en mi mente lo complemento con el texto de Levi Strauss acerca de comer crudo o cocido, como otra dimensión de la antropología. Yo soy partidaria de que el hombre hace el asado, no aprendí nunca a hacerlo y jamás lo haré, en mi familia es cosa de hombres, las mujeres a las empanadas y las ensaladas. Un beso,
ResponderEliminarGracias, Mir, por tus comentarios.
EliminarA propósito de Levi Strauss (el de los libros, no el de los pantalones, claro está) y de los crudo y lo cocido, el próximo artículo sobre estas jornadas te va a interesar sobre manera. Se trata de la ponencia de Jeff Tobin (cocinero y antropólogo norteamericano, argentino por vocación). Lo voy a publicar en unas cuatro o cinco semanas.
Yo hago asados, claro está, pero también me sumerjo en la cocina. En mi artículo sobre los varones y la cocina explico por qué. (http://elrecopiladordesabores.blogspot.com.ar/2012/01/los-varones-y-la-cocina.html)
Hola tienes tantos artículos interesantes e importantes que los iré masticando de a poco ya he leído varios muy buenos,te mando un saludo y gran abrazo
ResponderEliminarGracias, Rosita, por tus comentarios.
EliminarMe gustaría tener un poco de tiempo más para explorar la cocina chilena, tan parecida y tan diferente de la argentina (iba a poner la nuestra, pero no puedo sentir a la cocina chilena como ajena).
Creo que tenemos una diferencia fundamental, ustedes aman lo que hacen y han hecho a lo largo de los años. Lamentablemente nosotros seguimos pensando que lo único bueno proviene del norte (Francia, Italia, España y Estados Unidos).
Por suerte, en los últimos años hemos podido apreciar nuestra cocina peruana.