En
Marzo de 2007 realicé un viaje a España, unos días antes, cuando ya estaba
mentalmente embarcado en mi travesía, fuimos con Haydée unos días a Mar del
Plata... La hora del almuerzo nos encontró en una parrilla que hay en la ciudad
de Maipú, junto a la autovía 2.
Imagen personal
Empezó
mi viaje hacia la España interior, hacia el dominio vital de la eñe... hacia las entrañas de la tierra, hacia
las hazañas de la Madre Patria, hacia la vida que enseña su canto de sufrimiento
y esperanza.
Pero
ahora... las tierras... las tierra de la Patria... la verde, la larga, la bella
llanura... todavía estoy describiendo lo habitual en mí: el paisaje placentero
y maravilloso de la Pampa Húmeda que no
para de pasar por la ventana del auto. Por aquí
trajinaron los malones, por aquí en la frontera se hizo fuerte la
criollidad, por aquí la paisanada gaucha
creó un espacio para vivir en el sufrimiento y la esperanza. Un espacio que
compartieron hospitalariamente con los desheredados de otros lares, cuando
entre los intersticios de las estancias, se dibujaron colonias y chacras, estas
últimas, primero en aparcería, luego en propiedad minifundista.
Voy
camino a Mar del Plata, la misma ciudad que fue la primera etapa de mi viaje allá por 2001, cuando acompañado por
mi prima Silvia tomé las primeras notas
acerca de los igeanos que vivían en esa ciudad. Atravieso la llanura. Me
detengo en Maipú para el almuerzo. Santa
María se llama el lugar. Me entero que
funciona desde 1951. Veo fotos de la época e imagino cómo ha
evolucionado la planta física del local desde su estilo moderno de 1950 al de
la modernidad de 2000.
El
dueño me muestra sus secretos cuando advierte que no soy un porteño habitual. Es que he pedido “chorizos secos
caseros” y eso me hace digno de sus confidencias, como si hubiera atravesado
con éxito algún ritual iniciático. Entonces nos pregunta -¿Son de Buenos Aires?
-Sí
-respondo.
-Pero,
los de Buenos Aires no piden esas cosas... quieren salamines, pero estos chorizos, no...
-Es
que mi padre era de Nueve de Julio.
-¡Ah!
Eso explica.
Me
habla entonces de la tierra, de esa misma que estamos pisando. Me confiesa que sólo ha terminado la escuela
secundaria, porque ha tenido que trabajar en el restaurante desde muy joven. Agrega
que le hubiera gustado estudiar sociología porque la historia del lugar,
jalonada de apellidos ilustres, es de
una enorme riqueza. Refiere algunas impresiones. Me muestra el libro de cocina dedicado por la
autora, Dolores Madero de Martínez de Hoz,
a su madre en 1951. Entre tanto yo, algo ensimismado a pesar de disfrutar de la
charla, pruebo los chorizos... trato de encontrar el sabor de los que hacía doña Agustina Toledo
en la chacra de Doce de Octubre, a
treinta kilómetros de Nueve de Julio.
Agustina
dejó Igea a los doce años... ¿qué perduraba de la Villa de Igea en sus chorizos? No sabría decirlo más allá de
la costumbre ancestral de producir
conservas, previendo los tiempos de escasez. Esas previsiones confirman que se trata siempre de una
historia de sufrimiento y esperanza, tanto en la vieja Villa de Igea como en
esta nueva tierra que los cobijó y a la que también quisieron como a una
Patria. Tanto la quisieron que el Pichón de sus entrañas, su hijo mayor, solía
decir que se llamaba Francisco José por San Martín y que sus padres habían
invertido los nombres en señal de respeto por el héroe.
Mientras
almorzábamos en Maipú, a la vera de la Autovía 2, se desarrollaba una extraña conversación en la mesa contigua.
Dos viajantes conversaban con una de las camareras. Ellos declaraban pertenecer
a una compañía de bailarines profesionales de tango. Volvían a Buenos Aires luego de trabajar en la
temporada marplatense. Ella hablaba del carnaval de Maipú y aseguraba su
membresía en una de las dos comparsas locales. La radio acompañaba con música.
Primero una cumbia, luego varió hacia otros ritmos. Los muchachos preguntaron
si se trataba de una murga porteña o una comparsa al estilo del Litoral. La
joven aludió al carnaval de Gualeguaychú como modelo.
Pensé
entonces en la influencia brasilera sobre los carnavales de esa región de nuestro país. Pensé en el samba y toda su
movida. No tengo demasiada información,
pero me pregunto si sólo se trata de una música de raíces negras como el tango
y el candombe. En la superficie, así parece; pero no sé por qué a mí se me hace
que posee una fuerte influencia indígena. No sé, me parece que los atuendos
tienen más que ver con costumbres y celebraciones bolivianas que con los
barrios de negros en las urbes americanas (digamos de Lima o de Montevideo).
¿No
es extraño que esa conversación ocurra en la inmensidad de la Pampa gaucha?
Tanto como que yo vagabundee por los arrabales de mi mente con esas
elucubraciones inconducentes. Aunque, pensando bien la cosa, la extensión y la
chatura de la Pampa Húmeda provoca un torbellino de asociaciones que algo
tendrán que ver con lo que estoy viviendo. La tierra ha sido hóspita y virgen y
las múltiples influencias han danzado sobre ella, sobre la llanura amorfa,
tratando llenarla de vívidas experiencia. Entre tanto, los autos pasan tan
veloces como indiferentes por la autovía.
La
mencionada chacra de doña Agustina Toledo y don Eugenio Aiscurri en Doce de
Octubre participaba de esta inmensidad. Bajo ese nombre se reunía un caserío en
torno de una estación del Ferrocarril Belgrano Sur. En un momento llegó a tener
500 habitantes, no sé cuántos tendrá ahora. En una de sus “confiterías”
disfruté de un baile de carnaval hace unos treinta años. Pueblerinos y
chacareros, y algún estanciero y algún peón, bailaban al compás de la orquesta,
mientras se arrojaban espuma y agua florida. ¿Orquesta? Sí, tres acordeones,
una guitarra eléctrica y las voces para el canto. Me dijeron que ese cuarteto
venía de Córdoba. ¿Qué música tocaban? Ni estilos, ni milongas, ni zambas, ni
recitaban improvisadas décimas a la manera de los payadores como debiera
suponerse si se dedicaran a la música del lugar. Tocaban cumbias, chamameses,
rancheras... y pasodobles y tarantelas y tangos y alguna chacarera y música “moderna”
(esas canciones que se escuchaba por la radio).
No,
no había nada extraño en la expresión artística de aquella joven, no habían
nada ajeno a la Pampa Húmeda en su actitud.
Con todo, la sensación de
fuerte atención a ciertos detalles y evocaciones que me produce la inminencia
del viaje estuvo siempre presente en todo momento en ese almuerzo relajado.
Tenía una sensación parecida a cuando uno está frente al mar que te llama con
su presencia plan e inconmensurable y con la humedad salina que respirás en la
costa. Así me atrae el oleaje interior que se agita desde Baja Rioja... me
preparo, junto cosas, fotos, recuerdos e impresiones de jornadas de esfuerzo y
trabajo y de días de fiesta para ver que hay de todo lo que lleve que tenga que
ver con el otro lado.
Mario, me da placer leerte y recordar viejos tiempos con situaciones comunes que hemos vivido aquellos que transitamos por la última mitad del siglo 20. Lo hacés de una forma muy amena.
ResponderEliminarYo también tuve una tía Chocha, comi pizza en El Cedrón de Alberdi y Murguiondo (mi abuela vivía enfrente)Y también comí pizza casera hecha con Blancaflor ya que parece que en las casas no se usaba mucho la levadura.
Mis viajes por la Autovía 2 fueron muchos y siempre fue el viaje al paraíso. Y aquí estamos, mi marido y yo, disfrutando en la Ciudad Feliz de la que dicen es la edad madura, y por suerte, sin obligaciones.
Saludos
Gracias, Norma, por tus comentarios.
EliminarLa cocina argentina, la que se practica en los hogares, le debe mucho a la harina leudante, y en especial a la marca Blancaflor.
Acabo de encontrar un excelente motivo para detenerme en Maipú en mi proximo viaje a la costa, ya independiente. Chorizos secos caseros.. je!
ResponderEliminarGracias, Natxus, por tus comentarios.
EliminarEn 2007, los chorizos caseros eran muy buenos en esa parrilla... creo que si parás para almorzar, no te vas a arrepentir.
Mario, yo solía parar en Maipú, época pre autovía, en un pequeño lugar al costado de la ruta que se llama "Ama Gozua" de una familia vasca que hace unos chorizos parrilleros de antología. Uno de sus mejores platos es el matambre de cerdo con papas fritas y huevos fritos, postre: flan casero. salu2
ResponderEliminarGracias, Héctor, por tus comentarios.
EliminarVeo que Maipú ofrece más de una sorpresa... Bueno, a principios del siglo XX era era el lugar de veraneo de Leopoldo Marechal, allí lo llamaban Buenosayres.