A Carlos Gabriel Osre,
le encanta la buena comida y compartir la mesa con sus afectos cercanos. Es, en
suma, un destacado anfitrión porque parece tomar el hecho de agasajar a las personas
que quiere casi como una misión en la vida. Es el marido de mi sobrina y
ahijada Florencia Aiscurri, con quien tiene dos hijos, Danilo y Lisandro.
Muchas veces he comido asados memorables en su casa, pero la comida que preparó
para el festejar los ocho años de su hijo mayor llevó a un punto más alto su
manera de cocinar… fue mucho más que ofrecer un “simple” asado.
Para mí fue una
revelación ver, en Gabriel, a un excelente cocinero de familia. Pero no debiera
haberme sorprendido… me explicaré.
Hace algún tiempo que
vengo percibiendo un fenómeno cada vez más complejo, el de los hombres que
cocinan.
Hace algunas décadas,
la división genérica suponía ver a la mujer como la ama de casa, dueña del
interior del hogar y de la cocina y al varón que peleaba la vida afuera, en la
calle y que, a lo sumo, exhibía sus dotes de asador sobre alguna parrilla
ubicada en algún rincón del patio, es decir, fuera del dominio de la mujer.
Todo esto comenzó a
cambiar cuando la mujer empezó a pelear su lugar en el mundo laboral. Entonces,
compartir las tareas del hogar comenzó a constituirse en una necesidad. En ese
contexto, muchos hombres comenzamos también a tener un mayor protagonismo en la
preparación de los alimentos.
Las direcciones estratégicas eran dos, porque dos eran los
espacios en el que este protagonismo se ejercía, en la cocina misma o en el
quincho.
De manera concurrente se produjo otro fenómeno. La parrilla urbana cobró un protagonismo tal
que muchas veces reemplazó a la pasta en la comida familiar del domingo. El
quincho que, en un principio, era un lugar limpio para alojar la parrilla y
protegerla de las inclemencias climáticas, pasó a ser una segunda cocina. Es
allí en donde las habilidades, otrora masculinas, en el manejo de los fuegos
abiertos, se fue transformando en el lugar de adquisición de nuevas técnicas de
cocción, más allá del asado dominguero. Adicionalmente, cuando el quincho
adquiría ciertas proporciones, también comenzó a constituirse en el lugar de
ejercicio de la comensalía familiar.
De modo que, desde la perspectiva cultural, la comida de Gabriel
no debiera haberme sorprendido, sobre todo cuando percibí como había hecho
crecer el quincho de su casa con un poderoso horno de ladrillos y con los
implementos necesarios para realizar cocciones al disco.
Sin embargo, me sorprendió.
Una persona puede contar con las mejores herramientas y lograr
resultados mediocres… no es el caso de Gabriel, ya conocía su habilidad para
los asados, pero los sándwiches con carnes desmechadas y verduras al disco
alcanzaron un alto nivel, mucho más arriba de la media de lo esperable.
Le pregunté donde había aprendido, de donde había sacado las
recetas. Me dijo que había hecho algunas consultas por la internet, pero que lo
fundamental residió en practicar las técnicas, atreviéndose a la invención,
hasta que el resultado le gustó y, fundamentalmente, le gustó a los comensales.
(1) De modo que llegué a probar sus carnes asadas y desmechadas y sus verduras
al disco en el mejor momento.
Una clave fundamental es la selección de la carne. La compra
siempre en la carnicería de un amigo en el barrio de Villa Luro, (carnicería El
Fortinero, Avenida Rivadavia 10577).
Una promesa de futuro: modestamente me permito sugerir que el
próximo paso debe concentrarlo en un detalle que hoy parece menor, el de la
elaboración propia de salsas y aderezos para reemplazar los productos
industriales.
En otro artículo, publico las recetas para que todos los
interesados puedan hacer estas comidas siguiendo la experiencia de Gabriel.
Notas y referencias:
(1) 2024, Conversaciones
con Gabriel Osre, noviembre.
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