Por
Aldo Barberis Rusca
Como todo en
esta tierra de Dios, el ambiente del boliche ha ido transformándose con el
correr del tiempo.
Hubo épocas en
que los parroquianos dedicaban sus horas a los diversos juegos de baraja que
concitaban la mayor atención. Entre ellos el que siempre gozó de mayor
popularidad fue, como es previsible, el truco. De hecho el patrón guardaba bajo
el mostrador unas cajitas de madera que contenían la baraja española de
cuarenta naipes y un pequeño recipiente conteniendo los porotos indispensables
para llevar el marcador.
Un estudio
detallado y pormenorizado de la costumbre de marcar los puntos del truco
utilizando porotos y el posible origen de la misma no hizo mas que demostrar la
amplísima ignorancia que en el mundo existe sobre este tema. Es más, quienes
emprendieron esta tarea solo han encontrado un marcado desinterés que rayaba en
la hostilidad.
Sin embargo
quedan las preguntas, esperando al Champollion que las descifre. ¿Por qué
porotos y no garbanzos u otra legumbre?, ¿puede ser que el garbanzo, al ser marcadamente
esférico tienda a rodar y perderse?, ¿es la lenteja demasiado pequeña?, ¿o su
color parduzco la camufla y disimula frente al color amarronado de la mesa de
juego?, ¿Por qué se utilizan, preferentemente porotos alubias o manteca y solo
raramente pallares, tape, regina u otros?, ¿intentó alguna vez alguien utilizar
los, en un tiempo famosos, porotos saltarines mexicanos?. Y por último, ¿la
introducción de la soja favorecerá la llegada del truco a los países del lejano
oriente?
Pero mas allá
del truco, el bodegón vio interminables partidas de tute cabrero, mus, patrón y
soto, brisca, monte criollo e innumerables variaciones de juegos con cartas
españolas. Demás está decir que entre los parroquianos siempre hubo jugadores
de dominó y de ajedrez.
Sin embargo
las mesas de juego se acabaron, tal vez corridas por los edictos policiales y
muchos de los juegos que jugaban los devotos asistentes al boliche se han
perdido, quizás para siempre, o viven guardados en ocultos reductos timberos.
En otros
momentos, las mesas se poblaron de fanáticos del automovilismo. Hubo incluso
famosos bares “tuercas” donde los clientes llegaban con sus autos preparados y
sus guantes sin dedos y donde se armaban grandes mesas de corredores
profesionales y amateurs de Turismo de Carretera, carreras de regularidad,
picadas y toda una larga serie de modalidades del “deporte motor”.
Hubo épocas de
bares literarios y de tertulias políticas. Buenos Aires tuvo famosos boliches
donde se tomaba ginebra y se “arreglaba el mundo” hasta altas horas de la
madrugada. Y supimos disfrutar, también, de íntimos reductos donde las parejas
podían tomarse de las manos y hablar de sus cosas a media voz.
Pero todo esto
es cosa del pasado. La globalización y la uniformidad llegó también a los
bodegones de la mano del fútbol codificado.
Hasta hace
unos años, los boliches con TV eran contados y generalmente eran los que daban
cobijo a la tristeza de los hombres que cenaban solos y que se quedaban
dormidos en su silla, mientras una pantalla opacada por la grasitud ambiente
dejaba adivinar una telenovela o una película de acción. Estos figones eran
escrupulosamente evitados por la mayoría de los viandantes que los consideraban
indignos de ser visitados.
Sin embargo,
la llegada del cable y, más específicamente, del fútbol codificado se presentó
ante los patrones como una buena estrategia de mercadeo para atraer público. Y
la estrategia dio resultado.
Los días de
partido los boliches se llenan de fanáticos que, ante la imposibilidad de pagar
el abono correspondiente, eligen alentar desde la cómoda tribuna del bar donde,
extrañamente, pueden convivir parcialidades opuestas sin mayores perjuicios.
Claro que,
tener un televisor para ver solamente los partidos codificados es un evidente
desperdicio. Y si, como dice una famosa semióloga argentina, “en el cable
siempre hay un elefante” y un partido de fútbol, agrego yo; entonces la
tentación de tenerlo encendido todo el tiempo vence toda resistencia.
Es ahí donde
los parroquianos expresan sus preferencias y se conforma la programación diaria
de TV en el boliche: fútbol a toda hora (argentino, inglés, español, italiano,
mexicano, Eurocopa, Champions League, Copa del Rey, etc.), algún otro deporte,
preferentemente tenis si hay argentinos; alguna vez películas u otro tipo de
programas y, al mediodía y a la nochecita, el noticiero.
Cuando llega
el noticiero llega la hora del indignado argentino, aquel que ante cada
acontecimiento noticiable exclama “¡qué barbaridad!” con voz queda y sacudiendo
la cabeza como negando.
El indignado
es una especie que, si bien existió siempre, en los últimos tiempos tiende a
crecer y desarrollarse en forma desmedida. De forma que, siendo los más
tradicionales de una clase acomodada y ciertamente conservadora, hoy se ven
indignados en todos los estratos sociales y de todos los signos políticos e
ideológicos.
Para comenzar
a entender el fenómeno del indignado argentino, o indignado nacional según
gustan llamarlo ciertos cientistas sociales, es una buena práctica iniciar el
estudio en el diccionario.
Según este la
indignación es “enojo, ira o enfado
vehemente contra una persona o acto”. La diferencia entre un enojo y la
indignación parecería radicar en la “vehemencia” de esta última.
Volviendo al
mataburros; vehemencia es aquello “que se
expresa con viveza o ímpetu”. Por lo tanto, el indignado es aquel que
expresa vivamente su enfado; conclusión a la que podríamos haber arribado sin
necesidad de tanta cháchara.
Lo que si es
digno de destacar es que el indignado precisamente “expresa” su enfado con
viveza e ímpetu; y ahí se queda.
La indignación
es una actitud meramente declarativa, testimonial. No busca alterar ni cambiar
aquello que es objeto del enojo del indignado, sino dejar en claro una posición
ante los demás, ante los pares; ni siquiera ante las autoridades o los
causantes de la indignación.
La indignación
es el más democrático de los sentimientos, no reconoce clase ni ideología y
está presente ante todas las circunstancias de la vida.
El indignado
nacional se expresa con viveza e ímpetu ante los baches, los cartoneros, la
inseguridad, la violencia policial, la corrupción, la impunidad, el cambio
climático, el “Gran Hermano”, la pornografía, el trabajo infantil, los patrones
que vacían empresas, los trabajadores que recuperan las empresas, los sueldos
de los maestros, los paros de los maestros, los cortes de ruta, la represión en
los cortes de ruta y. prácticamente, sobre todo el contenido del noticioso.
Estos héroes
argentos sienten que con su “¡qué barbaridad!”, su sempiterna cara de traste y
sus módicas protestas “pour la galerie” ya tienen cubierta su responsabilidad
social y sus concientes almitas lograran al fin la entrada al paraíso de los
justos.
El pensamiento
políticamente correcto del mundo posmoderno nos ha convencido de que no existe
cambio que no sea el que se expresa en el altar de la democracia conocido como
urna electoral. Todo acción que emprenda una persona o grupo de personas que no
se encuadre dentro de los parámetros democráticos son condenados al vituperio y
expatriados al reino de la barbarie.
Y así
entonces, mientras nuestros representantes políticos, sociales, gremiales,
etc., se reparten favores, y negocien con la vida, la libertad, la felicidad y
las haciendas de sus representados, al ciudadano de a pié solo le dejan la
opción de expresar su enojo con vehemencia; o sea, indignarse.
Mientras tanto
un árbitro cobra un penal que fue claramente fuera del área; los jugadores, los
hinchas y los parroquianos del bar indignados, expresan viva e impetuosamente
su enojo y disconformidad. Pero el fallo es inapelable y cualquier exceso puede
ser reprimido con la mayor severidad; mejor dejarlo ahí.
La vida suele
ser un reflejo del fútbol.
Notas y referencias:
(1) 2005-2007 c, Barbieri Rusca, Aldo, “¡Qué barbaridad!”, El barrio Villa Pueyrredón, sección
“Reflexiones desde un bodegón”.
Faltan el dominó como juego en muchos boliches, aunque se lo nombra como individualidad casual, hubo muchos lugares en que era principal, incluso sobre la baraja, así como el billar, casino y Snooker. En muchos había un ¨Reservado familias¨ separado por una media pared de madera y vidrios dónde iban parejas a tomar algo y charlar o familias que andaban en zona y también la novia o (fato) de algunos de los que estaban jugando al billar que luego de tirar la última carambola iba al saloncito a arreglar el problema. Entre 1940 y 1970 muchos tenían al fondo alguna cancha de bolos, bochas o cancha de paleta. Un aporte al tema.
ResponderEliminarGracias, Mario, por los aportes.
EliminarMuy buena nota, una "radiografía! del argento, y su personalidad y la verdad de nuestros boliches, bodegones o cafés y su aggiornamiento comunicacional Y el tema del porqué del poroto fue el elegido...me mató!!!
ResponderEliminarGracias, Cristina, por tu comentario.
EliminarMe encanta jugar a TODO pero reconozco que el truco y el poker son mis preferidos,pero ya se está haciendo difícil juntar la cantidad necesaria de jugadores 🤷♂️
ResponderEliminarGracias, Anónimo, por el comentario.
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