sábado, 18 de septiembre de 2021

¡Qué barbaridad!

Por Aldo Barberis Rusca

Como todo en esta tierra de Dios, el ambiente del boliche ha ido transformándose con el correr del tiempo.

Las imágenes pertenecen a Aldo Barberis Rusca 

Hubo épocas en que los parroquianos dedicaban sus horas a los diversos juegos de baraja que concitaban la mayor atención. Entre ellos el que siempre gozó de mayor popularidad fue, como es previsible, el truco. De hecho el patrón guardaba bajo el mostrador unas cajitas de madera que contenían la baraja española de cuarenta naipes y un pequeño recipiente conteniendo los porotos indispensables para llevar el marcador.

Un estudio detallado y pormenorizado de la costumbre de marcar los puntos del truco utilizando porotos y el posible origen de la misma no hizo mas que demostrar la amplísima ignorancia que en el mundo existe sobre este tema. Es más, quienes emprendieron esta tarea solo han encontrado un marcado desinterés que rayaba en la hostilidad.

Sin embargo quedan las preguntas, esperando al Champollion que las descifre. ¿Por qué porotos y no garbanzos u otra legumbre?, ¿puede ser que el garbanzo, al ser marcadamente esférico tienda a rodar y perderse?, ¿es la lenteja demasiado pequeña?, ¿o su color parduzco la camufla y disimula frente al color amarronado de la mesa de juego?, ¿Por qué se utilizan, preferentemente porotos alubias o manteca y solo raramente pallares, tape, regina u otros?, ¿intentó alguna vez alguien utilizar los, en un tiempo famosos, porotos saltarines mexicanos?. Y por último, ¿la introducción de la soja favorecerá la llegada del truco a los países del lejano oriente?

Pero mas allá del truco, el bodegón vio interminables partidas de tute cabrero, mus, patrón y soto, brisca, monte criollo e innumerables variaciones de juegos con cartas españolas. Demás está decir que entre los parroquianos siempre hubo jugadores de dominó y de ajedrez.


Sin embargo las mesas de juego se acabaron, tal vez corridas por los edictos policiales y muchos de los juegos que jugaban los devotos asistentes al boliche se han perdido, quizás para siempre, o viven guardados en ocultos reductos timberos.

En otros momentos, las mesas se poblaron de fanáticos del automovilismo. Hubo incluso famosos bares “tuercas” donde los clientes llegaban con sus autos preparados y sus guantes sin dedos y donde se armaban grandes mesas de corredores profesionales y amateurs de Turismo de Carretera, carreras de regularidad, picadas y toda una larga serie de modalidades del “deporte motor”.

Hubo épocas de bares literarios y de tertulias políticas. Buenos Aires tuvo famosos boliches donde se tomaba ginebra y se “arreglaba el mundo” hasta altas horas de la madrugada. Y supimos disfrutar, también, de íntimos reductos donde las parejas podían tomarse de las manos y hablar de sus cosas a media voz.

Pero todo esto es cosa del pasado. La globalización y la uniformidad llegó también a los bodegones de la mano del fútbol codificado.

Hasta hace unos años, los boliches con TV eran contados y generalmente eran los que daban cobijo a la tristeza de los hombres que cenaban solos y que se quedaban dormidos en su silla, mientras una pantalla opacada por la grasitud ambiente dejaba adivinar una telenovela o una película de acción. Estos figones eran escrupulosamente evitados por la mayoría de los viandantes que los consideraban indignos de ser visitados.

Sin embargo, la llegada del cable y, más específicamente, del fútbol codificado se presentó ante los patrones como una buena estrategia de mercadeo para atraer público. Y la estrategia dio resultado.

Los días de partido los boliches se llenan de fanáticos que, ante la imposibilidad de pagar el abono correspondiente, eligen alentar desde la cómoda tribuna del bar donde, extrañamente, pueden convivir parcialidades opuestas sin mayores perjuicios.

Claro que, tener un televisor para ver solamente los partidos codificados es un evidente desperdicio. Y si, como dice una famosa semióloga argentina, “en el cable siempre hay un elefante” y un partido de fútbol, agrego yo; entonces la tentación de tenerlo encendido todo el tiempo vence toda resistencia.

Es ahí donde los parroquianos expresan sus preferencias y se conforma la programación diaria de TV en el boliche: fútbol a toda hora (argentino, inglés, español, italiano, mexicano, Eurocopa, Champions League, Copa del Rey, etc.), algún otro deporte, preferentemente tenis si hay argentinos; alguna vez películas u otro tipo de programas y, al mediodía y a la nochecita, el noticiero.


Cuando llega el noticiero llega la hora del indignado argentino, aquel que ante cada acontecimiento noticiable exclama “¡qué barbaridad!” con voz queda y sacudiendo la cabeza como negando.

El indignado es una especie que, si bien existió siempre, en los últimos tiempos tiende a crecer y desarrollarse en forma desmedida. De forma que, siendo los más tradicionales de una clase acomodada y ciertamente conservadora, hoy se ven indignados en todos los estratos sociales y de todos los signos políticos e ideológicos.

Para comenzar a entender el fenómeno del indignado argentino, o indignado nacional según gustan llamarlo ciertos cientistas sociales, es una buena práctica iniciar el estudio en el diccionario.

Según este la indignación es “enojo, ira o enfado vehemente contra una persona o acto”. La diferencia entre un enojo y la indignación parecería radicar en la “vehemencia” de esta última.

Volviendo al mataburros; vehemencia es aquello “que se expresa con viveza o ímpetu”. Por lo tanto, el indignado es aquel que expresa vivamente su enfado; conclusión a la que podríamos haber arribado sin necesidad de tanta cháchara.

Lo que si es digno de destacar es que el indignado precisamente “expresa” su enfado con viveza e ímpetu; y ahí se queda.

La indignación es una actitud meramente declarativa, testimonial. No busca alterar ni cambiar aquello que es objeto del enojo del indignado, sino dejar en claro una posición ante los demás, ante los pares; ni siquiera ante las autoridades o los causantes de la indignación.

La indignación es el más democrático de los sentimientos, no reconoce clase ni ideología y está presente ante todas las circunstancias de la vida.

El indignado nacional se expresa con viveza e ímpetu ante los baches, los cartoneros, la inseguridad, la violencia policial, la corrupción, la impunidad, el cambio climático, el “Gran Hermano”, la pornografía, el trabajo infantil, los patrones que vacían empresas, los trabajadores que recuperan las empresas, los sueldos de los maestros, los paros de los maestros, los cortes de ruta, la represión en los cortes de ruta y. prácticamente, sobre todo el contenido del noticioso.

Estos héroes argentos sienten que con su “¡qué barbaridad!”, su sempiterna cara de traste y sus módicas protestas “pour la galerie” ya tienen cubierta su responsabilidad social y sus concientes almitas lograran al fin la entrada al paraíso de los justos.


El pensamiento políticamente correcto del mundo posmoderno nos ha convencido de que no existe cambio que no sea el que se expresa en el altar de la democracia conocido como urna electoral. Todo acción que emprenda una persona o grupo de personas que no se encuadre dentro de los parámetros democráticos son condenados al vituperio y expatriados al reino de la barbarie.

Y así entonces, mientras nuestros representantes políticos, sociales, gremiales, etc., se reparten favores, y negocien con la vida, la libertad, la felicidad y las haciendas de sus representados, al ciudadano de a pié solo le dejan la opción de expresar su enojo con vehemencia; o sea, indignarse.

Mientras tanto un árbitro cobra un penal que fue claramente fuera del área; los jugadores, los hinchas y los parroquianos del bar indignados, expresan viva e impetuosamente su enojo y disconformidad. Pero el fallo es inapelable y cualquier exceso puede ser reprimido con la mayor severidad; mejor dejarlo ahí.

La vida suele ser un reflejo del fútbol.

Notas y referencias:

(1) 2005-2007 c, Barbieri Rusca, Aldo, “¡Qué barbaridad!”, El barrio Villa Pueyrredón, sección “Reflexiones desde un bodegón”.


4 comentarios:

  1. Faltan el dominó como juego en muchos boliches, aunque se lo nombra como individualidad casual, hubo muchos lugares en que era principal, incluso sobre la baraja, así como el billar, casino y Snooker. En muchos había un ¨Reservado familias¨ separado por una media pared de madera y vidrios dónde iban parejas a tomar algo y charlar o familias que andaban en zona y también la novia o (fato) de algunos de los que estaban jugando al billar que luego de tirar la última carambola iba al saloncito a arreglar el problema. Entre 1940 y 1970 muchos tenían al fondo alguna cancha de bolos, bochas o cancha de paleta. Un aporte al tema.

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  2. Muy buena nota, una "radiografía! del argento, y su personalidad y la verdad de nuestros boliches, bodegones o cafés y su aggiornamiento comunicacional Y el tema del porqué del poroto fue el elegido...me mató!!!

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