sábado, 9 de mayo de 2020

Reflexiones desde un bodegón. Hoy Salpicón


Por Aldo Barberis Rusca (1)
Un viejísimo chiste cuenta que un señor se encuentra sentado a la mesa de un restaurante leyendo la carta; viendo que la decisión se demora, el mozo se acerca solícito para ver si puede ayudar en la elección.
El hombre lo mira y sonriendo dice: “Es todo tan rico que no puedo decidirme. La verdad es que pediría todo”
A lo que el mozo contesta sin inmutarse: “Pida salpicón”. (risas)
Dentro de la variada propuesta gastronómica tradicional argentina, el salpicón resulta ser, tal vez, la más indefinible de todas; solamente comparable con el misterioso antipasto.
 Las imágenes pertenecen a Alfo Barberis Rusca

Hasta el arribo de la cocina gourmet, no había menú que no contuviera en su sección de entradas el tradicional “salpicón de ave” cuya composición general consistía en trocitos de pollo, cebollas y ajíes; aderezados con aceite y vinagre. En suma, una ensalada con pollo.
Lo que hoy, con el agregado de rúcula y jengibre, sería una comida completa; en su momento sólo era una entrada, paso previo obligatorio que daba paso al bife mariposa con papas fritas, los macarrones a la príncipe de Nápoles o la suprema maryland.
Si al salpicón se le agregaba mayonesa, entonces el plato pasaba a llamarse “mayonesa de ave” y contaba con una hermana que era la “mayonesa de atún” que tenía un origen un tanto más noble por el solo hecho de que el pescado provenía de una lata y no de los restos de pollo recolectados de los sobrantes. Por supuesto la “mayonesa de atún” siempre fue más cara.
El salpicón pertenece a un inexistente grupo gastronómico al que podríamos llamar “todo junto y mezcladito” y funcionaba como minimizador de desperdicios que, en un restaurante, suelen ser la diferencia entre la pérdida y la ganancia.
El salpicón tiene un correlato líquido creado en los locales de música tropical llamado el mezcladito o la “jarra loca” que se hace metiendo en un gran recipiente todos los restos que van quedando en los vasos abandonados en la barra o las mesas.
En periodismo, la editorial del Clarín del domingo suele ser un auténtico salpicón o mezcolanza de temas. Allí, Van der Kooy se despacha con todo el temario político de la semana, enlazando un tema con otro de forma tal que al llegar al final de la larguísima nota uno no sabe donde esta la papa y donde la cebolla.
El cine nacional de los ochenta, sobre todo el de corte testimonial, acostumbraba hacer grandes salpicones mezclando en los argumentos todos los momentos, diálogos e imágenes que les habían quedado colgados de los tiempos de la censura.
Los pobres Aristarain, Puenzo, Subiela y otros hicieron gigantescos pastiches metiendo escenas que hubieran estado geniales en otras películas pero que, puestas donde estaban, resultaban absolutamente desubicadas.
Tal vez el colmo de la desubicación nacida de la censura haya sido el increíble monólogo de José Sacristán en la película “Un lugar en el mundo” de Aristarain. Sucede que el director que nos había deslumbrado con sus policiales de principios de los ochenta, decidió que ya era tiempo de buscar otro lenguaje y de pasar de la acción al discurso; de esta manera comenzó a pergeñar películas en las que no pasaba nada que no fuera previamente advertido y finalmente explicado y cada actor, como en un cuarteto de jazz, debía tener su solo.
Obviamente el modelo era el del cine español post franquismo donde la gente hablaba y hablaba pero nunca pasaba nada y cuya apoteosis lo constituyó el celebre monólogo de Sacristán en “Solos en la madrugada” que el director argentino pretendió repetir en su película, con escasa suerte.
Cada cierto tiempo y con motivos diferentes, los periodistas argentinos llaman al bueno de Pepe Sacristán para recordarle su soliloquio, cosa que le cae como una patada en el culo. Este año la causa fueron los 30 años de la muerta de Franco, pero podría haber sido cualquier otra.
El tan admirado Pepe se ha ido convirtiendo con el tiempo en un viejo cabrón y malhumorado que monta en picazo ante la menor referencia al citado discurso, y esta vez no hizo una excepción. De hecho el tío arremetió contra los argentinos diciéndonos, menos bonitos, de todo; eso si, finalizando con una declaración de admiración incondicional hacia nosotros.
Claro, aquel monólogo resultará casi insoportable para ese pobre hombre que ve como la España que el pretendía forjar terminó siendo un país cosmopolita y con una identidad, al menos, difusa; uno más en ese salpicón que resulta ser la UE.
Los Argentinos, mal que mal, seguimos siendo lo que somos. Aunque lo que somos no sea del todo admirable.
Y tal vez sea esto lo que tanto le molesta al entrañable actor peninsular.
Es precisamente en su ámbito donde un grupo de argentinos descolla en España. Actores y cineastas que llegan desde estas costas logran lo que los españoles no pueden, logran ser identificables.
Posiblemente estemos en un camino interesante de aceptación de nuestra identidad, una identidad marcada por la mezcolanza que, gracias a las diferentes corrientes migratorias, devino en esto que hoy somos y que, como toda identidad, es imposible de definir.
Si es cierto que la Argentina desde sus orígenes, se configuró con los restos de Europa; va siendo hora de asumir nuestro destino de salpicón con orgullo e hidalguía.
Después de todo el salpicón, como el revuelto gramajo, son inventos argentinos.
Notas y referencias:
(1) 2005-2007 c, Barbieri Rusca, Aldo, “Hoy salpicón”, El barrio Villa Pueyrredón, sección “Reflexiones desde un bodegón”.

6 comentarios:

  1. Esta nota me hace sentir identificado.
    Desconozco la razón que me lleva a comer "salpicones".
    Me gusta muchísimo mezclar diferentes comidas aún cuando fueron recién cocidas.
    No tengo empacho en "salpiconear" pastel de papas con ensalada de hojas verdes, o albóndigas con puré, o albóndigas con arroz (deshaciendo las albóndigas e integrándolas al acompañamiento), en fin, disfruto mucho la mixtura de sabores y consistencias pero no puedo determinar por qué.
    Pero . . . que me gusta . . . me gusta.

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  2. Gracias, Oscar, por tus comentarios.
    "somos lo que comemos"

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  3. Quiere decir que soy un "salpiconero".
    Y eso, ¿Cómo me califica?
    ¿Es bueno?, ¿Es malo?, ¿Qué es? . . .

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    1. Gracias, querido primo, por tus comentarios... o mejor dicho, por tus interrogantes.
      Si mi permitís una opinión personal; diría que nos es ni bueno ni mal, simplemente es.

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  4. Disiento, nunca el salpicón con mayonesa fue una mayonesa de ave- A lo sumo salpicón con mayonesa. La MAYONESA DE AVE sólo acepta papas y ave, sal pimienta con mayonesa en su interior y por encima para presentar. jamás lleva vinagre, apenas unas gotas de limón la mayonesa con oliva.

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