“Para la Libertad, sangro, lucho, pervivo.
…
Porque soy
como el árbol talado,
que retoño”
que retoño”
Miguel
Hernández
Conozco a Tucho
desde que era adolescente (él, no yo, claro está). Es el hijo de Alicia Boero,
mi hermana de la vida. Con Ernesto hemos compartido reuniones de familia y de
amigos, muchas veces en torno de una mesa sobre la que Alicia ponía una bagna cauda intensa que preparaba con esmero. Aquel joven adolescente
ya es un hombre grande y, como ha desarrollado una auténtica pasión por la
cocina, la última bagna cauda se Semana Santa que comió en familia, la preparó
él.
Las imágenes pertenecen a Ernesto Conde, salvo que se indique lo contrario
Una de las primeras
recopilaciones que publiqué reunía las recetas de la Pampa Gringa que Alicia aprendió a cocinar ya siendo una mujer adulta. Ahora recupero las recetas de
Ernesto… valen la pena porque provienen de un sentido diverso.
I El aprendizaje
Hace algunos años,
Ernesto se fue a vivir solo. Había cumplido 22 y tuvo que empezar a cocinar
porque ya no tenía quien lo hiciera para él. Cuando escuché esta frase, pensé,
no sé si debo decirlo, pero lo pensé, lo que le pasa a todos los hombres
varones, no hay comida como la que hacía mi mamá. Enorme la huella que la
comida de Alicia debió dejar en Tucho como para que hiciera esa reflexión, y
pensar que ella siempre dice que no sabe cocinar más que unas pocas cosas… sin
embargo, creo que leí mal sus palabras y las cosas no ocurrieron tan como las
imaginé.
En un correo-e que
Tucho me envió, confiesa que tuvo que indagar sobre la cocina cotidiana básica
porque tenía que alimentarse y carecía de toda formación. Recuerda, por
ejemplo, que se le ocurrió hacer una tortilla sin freír las papas previamente…
fue un desastre. (1)
Cuando
salió del paso con las preparaciones básicas, empezó a descubrir que la cocina
era un lugar que le provocaba adueñarse. Allí podía ser libre, nadie le decía
qué era lo que tenía que hacer, y creativo, todo lo que imaginaba era posible.
La verdad es que no dice nada nuevo cuando asocia libertad con creatividad;
pero que un hombre varón de veinte años encuentre ese espacio en la cocina, sí
que me parece original, muy interesante y poco frecuente. Veamos su confesión
completa:
“Luego
descubrí que la cocina tenía su ventaja: era el único lugar en la casa donde
nadie me decía lo que tenía que hacer; un acercamiento casi anarquista,
libertario. Ahí me interesé un poco más, veía canales de cocina e Internet, y pude
ir estructurando un poco el arte culinario en mi mente; porque la realidad es
que en mi casa original la cocina era solamente un lugar de paso, no de
creación.” (2)
Como
todas las cosas en la vida estas ideas tienen sus idas y vueltas, sus matices
que mitigan el extremismo de las palabras proferidas desde el entusiasmo. Es
así como, a renglón seguido, Ernesto puede reconocer dos herencias familiares
que han influido sobre sus preferencias culinarias. Por un lado, la pasta que
sus abuelos Dolly y Orlando preparaban en Necochea. Se levantaban a las seis de
la mañana y, mientras ella amasaba, él preparaba un tuco de “cocción
interminable”. Por el otro, la de su abuela Porota que vivía en la ciudad de
Sastre en el corazón de la Pampa Gringa y prepara ritualmente la bagna cauda de
Semana Santa. No en Sastre, pero sí en Buenos Aires compartí varias bagna
caudas con la recordada Porota. Ernesto agrega una reflexión:
“Lo llamativo es que Porota no tenía raíces
piamontesas, sino que la aprendió, según tengo entendido, de su suegra, es
decir, mi bisabuela, sí de sangre del norte Italiano.” (3)
El relato es muy
interesante y nuestro sujeto informante lo escribe con precisión y fluidez (“como
buen cientista social que pretendo ser en breve, necesito una estructura
ordenada”); pero me impongo un
paréntesis para desarrollar un par de apostillas que creo necesarias para ser
justo con mis sentimientos personales.
En mi generación,
Alicia pertenece a ella a pesar de ser menor que yo, las mujeres comenzaron a
ocupar un lugar en el mercado laboral y en el mundo profesional que antes no
tenían. Eso las llevó a ocupar menos horas en las tareas hogareñas y a
compartirlas con sus parejas. El lugar de la cocina se resintió en estas
mujeres porque, muchas de ellas, percibían que allí había una impronta de
obligación que las agobiaba y del que decidieron liberarse. Por ello, el sitio
libertario para ellas dejó de ser la cocina y pasó a ser la calle.
Algunas de ellas,
Alicia es el caso, comenzaron a revalorizar la cocina familiar desde otro lado,
ya de adultas, y a recuperar un cierto disfrute en la cocina. Estos hechos provocaron
algunas diferencias de ritmo que explican cierto desencuentros valorativos.
Alicia aprendió a cocinar con buen gusto y solvencia, según ella, algunas pocas
recetas, las básicas para afirmarse en la identidad santafesina en donde las
tradiciones piamontesas adquirieron una nueva entonación con eses finales
aspiradas y bagna caudas con crema. En tanto que Tucho sólo vivió la cocina
familiar como un lugar de paso.
Esto le dio la
ventaja de empezar de cero, a pesar de reconocerse en la cocina de sus abuelos…
Creo que no es un detalle menor porque es allí, en ese ritmo diverso de la
vida, donde encontró libertad y creatividad.
II Las recetas
Sigamos con el eje
central del presente artículo. Esa creatividad interior que Tucho libera en la
cocina, le permite ensayar búsquedas sin prejuicios y obtener resultados sobre
la base de pruebas y errores en las materias técnicas y de una apertura mental
en materia de gusto.
Por
supuesto que la bagna cauda familiar tiene centralidad en sus preferencias.
Ernesto cuenta como enriquece su saber:
“En
general aprendo de la televisión y de la Internet. Sin embargo, la comida que
más me gusta preparar, que es la Bagna Cauda, como señalé antes, es herencia y
no permito que ningún canal de televisión ni portal de Internet me diga lo que
tengo que hacer con ella.” (4)
Las recetas que voy
a publicar en esta recopilación llevan las señales que anuncié a partir de las
reflexiones de Tucho: cuscús, pollo relleno a la parrilla y gravlax.
Obviamente, va la receta personal de bagna cauda y el resultado feliz de haber
ensayado experimentos osados e inestables.
Estas son, pues, las
recetas de Ernesto Conde. Debo agregar que, en relación con sus aprendizajes, además
de lo dicho (la televisión y la Internet como fuentes primarias), ha pensado que
le gustaría hacer un curso de repostería porque considera que esta rama de
la actividad culinaria requiere
precisiones procedimentales y medidas cuya sistematización admite un acceso
escolástico… Nada mal para un cientista social en ciernes, para un cocinero
familiar consagrado en la mesa cotidiana.
Notas
y referencias:
(1) De
Ernesto Conde a Mario Aiscurri, correo-e del 25 de abril de 2017.
(2) Ídem.
(3) Ídem.
(4) Ídem.
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