VII Visión sobre la gastronomía
romana
En Roma, se
tiene la sensación de que se comerá bien en cualquier restaurante en el que uno
entre, mejor o peor, pero siempre bien. En un bar de la Via Vittorio Emanuele
II o en restaurante Royal, uno de los más pretensiosos de los que están frente
al Coliseo, se come bien.
Las imágenes pertencen al autor
En una mirada
superficial, se advierte que la presencia de restaurantes de la denominada cocina
étnica es escasísima. En 5 días que estuvimos en la ciudad, sólo vimos un
restaurante indio escondido en una casa en la Via Alessandro Mazoni. Nada de
cocina peruana, ni de sushi. Reitero, no es que no los haya, no lo sé, sólo
digo que no los encontré a simple vista. Hay, sí, un restaurante argentino cerca
de Plaza Navona. Se llama Baires y tiene una oferta muy variada de platos
nacionales y regionales, algunos de ellos difíciles de conseguir en Buenos
Aires (v. g., el Yopará de nuestro Litoral). No faltan, claro está, los
negocios de McDonald’s y de otras cadenas globalizadas; pero el estilo urbano,
como lo explico en otro artículo, exige una dedicación para encontrarlos.
Tampoco hay
restaurantes regionales italianos en Roma. Los platos regionales que se ofrecen
son los que han sido nacionalizados (v. g., la Pasta a la boloñesa o la Pizza).
Casi todos los
restaurantes ofrecen cocina romana, es decir, una serie de platos propios del
Lazio y de la ciudad (Satimboca, Alcauciles a la judía, etc.) y una de aquellos
platos de la cocina italiana más globalizados (Pizza, Pasta, etc.). Tampoco se
encuentran especializados. No hay pizzería, por ejemplo, como en Buenos Aires.
Los platos de la
comida local son tan sencillos como sabrosos y uno se deja atrapar por ellos en
un gesto de simple hedonismo, sin ensayar búsquedas intelectuales, como hice en
Venecia y Sicilia. Pareciera que Roma, a la hora de sentarse a comer, se basta
a sí misma y carece de la necesidad de buscar otros horizontes culinarios.
VIII Algunos
platos de la cocina romana
Me
saqué el gusto de comer Saltimboca a la romana. El plato tiene la sencillez de
un huevo frito. Por ello, es que es tan difícil de hacer. Lo comí en dos
restaurantes. En un bar sobre la Via Vittorio Emanuele II, en la esquina con la
calle Vicolo Savelli, a tres cuadras de Piazza Navona (no recuerdo el nombre
del establecimiento) y en el restaurante Il Padellaccio 2 en la Viale
Alessandro Manzoni, a metros de la Via di Porta Magiore.
El primero no
parecía más que un bar o, en todo caso, un restaurante al paso en donde
almuerzan trabajadores de oficina. De hecho, salvo nosotros, no parecía haber
personas ociosas almorzando con morosidad (en su mayoría, las mujeres vestían
uniformes de atención al público de empresas comerciales y los hombres lucían
corbatas). El plato estaba muy bueno porque el salado del jamón crudo no
sobresalía sobre el gusto de la carne y el delicado aroma de la salvia. Un par
de copas de chianti completaron el placer de ese mediodía (me gustan los vinos
italianos, más dulzones y untuosos que los franceses y españoles).
En Il
Padellaccio 2, el plato no me pareció tan bueno, aunque no estaba mal (por
ejemplo, la salsita que se forma en la cocción rápida del plato no estaba bien
trabada). Aunque nos cobraron un poco más caro, fuimos compensados con un
espectáculo inesperado. Juagaban La Roma y el Bayern Leverkusen un partido por
la Champion Ligue en Munich. El restaurante estaba lleno de sufrientes tifosi
de La Roma.
Otros lugares en donde
hemos comido muy bien fueron el ya mencionado Royal frente el Coliseo, Otelo en
el Trastevere y La Taverna Italiana también en la Viale Alessandro Manzoni. En
estos locales hemos comido platos romanos como Escalopes al marsala, Alcauciles
a la judía, Pasta a la boloñesa y Carnes grilladas, invariablemente acompañadas
con papas al horno.
Aquí concluye este
pequeño periplo por la cocina italiana. Fueron 11 días maravillosos por
Venecia, Sicilia y Roma en donde cada plato supo a gloria, porque hasta donde
las preparaciones fueron fallidas, resultaron sabrosas… y los vinos, excelentes
compañeros en la mesa.
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