Llegamos
a Saint Maló, estamos por fin en Bretaña... ¿Bretaña? Los habitantes de esta
ciudad tienen un dicho: “no somos franceses, no somos bretones, somos
malouinenses”... sí, sí, y con ese gentilicio dieron nombre a nuestras Islas
Malvinas (Iles Malouines).
Todas la imágenes son propiedad del autor
Haydée
ya conocía Bretaña, para mí todo es nuevo. Osvaldo Muslera y su esposa Nadine
son excelente anfitriones. Caminamos por las murallas, entramos en la Catedral
de San Vicente (donde Jean Cartier descansa de sus aventuras por la Península
de Terranova), andamos por el barrio comercial de intra muros. Nadine nos
revela algunos misterios de la ciudad y de la tierra, de su tierra, porque ella
es bretona, de tal modo que Chateaubriand, Cartier y Robert Surcouf pasean
nuevamente por las calles de la ciudad de la mano de sus palabras.
Ya
en casa de nuestros huéspedes, cada comida es la celebración del afecto
familiar y una oportunidad para el agasajo y el despliegue del buen gusto que
ambos tienen. Nadine es una experta cocinera. Prepara sus receta con amor y esmero. En la charlas, me va introduciendo
en algunos secretos de la comida bretona. Comemos un qouign amann delicioso
(un postre de manteca verdaderamente notable) que Osvaldo adquirió en una
prestigiosa confitería de la ciudad. Nadine confiesa la enorme dificultad que
ofrece la confección de ese plato.
En casa de Osvaldo y Nadine comimos cordero presalé del Mont Saint
Michel y ostras de Cancale y tomamos vinos de Sancerre del Valle del Río Loire
(al que sumamos un torrontés de San Pedro de Yacochuya que llevé pensando
especialmente en la ocasión). A Osvaldo le encantan los vinos de Sancerre y nos
hizo probar varios (blanco con las ostras, tinto con la comida que sirvió
Didier Delaunay en su restaurante y rosado con omeletes).
Osvaldo
es músico y a la música se dedica. Desde hace unos meses, participa en los
Calchakis, un conjunto de música folklórica latinoamericana formado por un
grupo de argentinos que viven en Francia desde hace muchísimos años. Los
Calchakis se han formado hace aproximadamente 40 años y han paseado desde
entonces nuestra música por Europa sin solución de continuidad. A lo largo de la vida, Osvaldo ha tenido que
completar el ejercicio de su vocación musical con un trabajo cercano a la
música y los espectáculos. Ha sido administrador de restaurantes en París. Es
un placer ver como dispone la vajilla sobre la mesa en cada comida y la mirada
crítica con la que evalúa cada acción de servicio en los restaurantes.
Osvaldo
es amigo de Didier Delaunay. Didier es cocinero y era dueño del restaurante
Delaunay en intramuros de la ciudad, pero decidió iniciar otro emprendimiento
gastronómico a unos 20 kilómetros de la ciudad. Antes de cerrar el restaurante,
tuvimos oportunidad de concurrir a la última noche de servicio. La cocina de
Didier puede ser considerada como cocina de autor. La disfrutamos mucho, pero
más disfrutamos de su presencia en nuestra mesa sobre el final de la
jornada.
Durante
nuestra estadía, hicimos algunos recorridos por fuera de la ciudad. Cruzando el
río Rancé, hemos llegado hasta Dinard que es el balneario francés que prefieren
los ingleses. Allí tiene lugar el Festival de Cine Británico que se realiza
todos los años en otoño. Construcciones señoriales, bellas playas y el
monumento a Alfred Hitchcock justifican con creces el paseo. Sobre la Punta de
Grouin, hacia el este de Sain Maló se encuentra Cancale, a poco más de quince
kilómetros, y a unos veinte en línea recta del Mont Saint Michel que pudimos
divisar entre la bruma que lo envolvía misteriosamente. Cancale es un puerto
dedicado a la pesca y criadero de ostras... sí, sí, las mismas otras que
comimos en la casa de nuestros anfitriones.
El
broche de oro fue nuestra visita al Mont Saint Michel. Se destaca por su
monumentalidad, pero al igual que en otros lugares que hemos visitado, el
estado de conservación del ambiente original se encuentra contaminado por la
presencia de negocios para turistas. Esto lo vimos también en Saint Maló,
aunque de modo más moderado porque la ciudad en intramuros no es un museo, sino
una ciudad activa. El Mont Saint Michel, no es un poblado, ha sido apenas una
abadía fortificada, pero la calle que conduce a la abadía se encuentra
intransitable por momentos. La dimensión provoca que la contaminación visual
sea mucho más evidente. Desde las murallas pudimos ver una majada de ovejas
pastando casi sobre la playa. De allí son los corderos pre-salé que comimos en
casa de Osvaldo y Nadine. Esos pastos cercanos al mar, están salados. Eso hace
que la carne de estos corderos también lo esté (de allí provine la
denominación).
En
el Mont Saint Michel, comimos en el mítico restaurante de Mere Poulard, famoso
por sus omeletes. El restaurante data de fines del siglo XIX. Es un placer ver
a los cocineros batir la pasta que será un delicioso omelete, enorme y
esponjoso como un soufflé, en grandes recipientes de cobre. Los disfrutamos con
el vino elegido por Osvaldo, Sancerre rosado.
Nos
vamos de Saint Maló con algunos recetarios, con el corazón cargado por el
disfrute de las cosas compartidas con los afectos cercanos y con el deseo de
regresar... Normandía nos espera con otra carga de energía y vitalidad.
Un lugar precioso para escapar! Las fotos reflejan todo su encanto!
ResponderEliminarGracias, por tu comentario.
EliminarEfectivamente, Saint Maló y su entorno (Dinae, Cancale, y hasta el Mont Saint Michel) configuran un lugar precioso para escapar.
Perdón, donce dice "Dinae", debe decir "Dinard".
EliminarMuy interesante Mario! Muero por probar una experiencia de viaje tan bella. Por un gusto personal de todo lo que he leido me inclino a lo de Pre-salé! Abrazo!
ResponderEliminarGracias, Paco, por tus comentarios.
EliminarSí, sí, yo también me inclino por el pre-salé, por las ostras, por los vinos del Loire...