sábado, 27 de julio de 2024

Historias legendarias de la cocina argentina I Milanesa a la napolitana en Wikipedia

Inicio aquí una serie de notas que analizan el origen mítico de platos clásicos argentinos.

Inicio aquí, pero, en realidad, ya he hablado mucho sobre estos relatos legendarios sobre el origen de platos emblemáticos. Casi desde el comienzo de El Recopilador de sabores entrañables, me dediqué al tema de las creaciones mítica de varios platos argentinos. Pero esos primeros artículos, eran balbuceos. No eran inexactos, pero sí insuficientes.


Los primeros textos en los que mis “combates por la Historia” me llevaron a cuestionar, con fundamentos claro está, las leyendas fueron los que dediqué al origen marplatense de los sorrentinos, (1) los que compuse reconociendo la originalidad de la baña cauda de la Pampa Gringa Argentina (2) y aquellos en los que me propuse exponer la identidad de la carbonada criolla cuyana. (3)

Con todo, debo decir que he publicado dos artículos dedicados exclusivamente a cuestionar leyendas sin otra finalidad. Uno sobre el origen del repulgo en las empanadas salteñas (4) y otro sobre el tomaticán cuyano (verdadera génesis de estas notas). (5)

I Historias legendarias en la cocina

Ignoro las razones de por qué los grandes platos de la cocina occidental tienen un origen legendario, no sólo mítico, sino directamente legendario. Las ignoro, aunque las imagino. Algunas de estas historias son muy conocidas, como el accidente doméstico que dio la idea de hacer la tarta de manzanas invertida a las hermanas Tatin o de la creación de la Vichysoise a cargo de un cocinero vasco (amante, por cierto, de las sopas porrusaldas maternas) en la ciudad de Vichy.

Empiezo aquí a exponer las leyendas que corresponden a las creaciones culinarias argentinas (v. g., el dulce de leche, el revuelto gramajo, la salsa golf, etc.). El tema amerita un abordaje desde distintas perspectivas de las ciencias sociales. Ignoro mucho sobre el andamiaje teórico de la antropología y algo menos de sociología y psicología. Pero creo tener suficiente capacidad para someter esos relatos a la crítica historiográfica. De modo que seguiré ignorando las razones, pero aportaré algo sobre las condiciones en que se formó la leyenda a partir de los análisis de autenticidad y veracidad de los registros documentales o de la ausencia de ellos.

Incitado por el artículo publicado en Wikipedia, comenzaré estas notas con la creación de la “Milanesa a la Nápoli”.

II Wikipedia, la libertad en la construcción colectiva

Wikipedia despierta sentimientos contradictorios entre las persona… y los despierta en mí de manera notable.


Me resulta muy atractiva, la idea de construir una enciclopedia con tecnología wiki, es decir, una redacción anónima, pero colectiva. Pero detesto usarla sin someter a crítica el contenido de cada artículo que leo en ella.

Me ha pasado muchas veces encontrarme, sobre todo en materia culinaria, con textos casi disparatados. Sí, claro, la norma de redacción de los artículos exige citas para sostener los asertos. Sé que hay un control sobre el punto porque me he encontrado con carteles que exigen referencias sobre algunas de las afirmaciones expuestas. Lo que ocurre es que son, precisamente, muchas de las fuentes citadas las que contienen errores que llegan a ser disparatados. Alguien dijo alguna vez, y Santi Santamaría lo repitió, que no podés sacar de una olla, lo que no hayas puesto previamente en ella. Valga como metáfora del gran caldero en que se guisan los artículos de la Wikipedia.


Usaré el texto dedicado a la milanesa a la napolitana para desbrozar el entramado legendario que supone evocar el momento de la creación y la caracterización general de este plato que es emblema de la restauración porteña. Sólo voy a adelantar que, además de errores, encontré algunas fórmulas discursivas que, hasta ahora, sólo había encontrado en artículos referidos a dirigentes políticos… Aclaro que, si las intenciones no son las mismas, se parecen mucho. (6)

III Don José, el creador de la “Milanesa Napoli”

Los periodistas gastronómicos de la vieja guardia han sostenido que muy poco de creación propia hay en la cocina argentina. Aunque no lo he leído, casi todos refieren a los escritos y opiniones de Fernández Beyro quien sostenía, por ejemplo, que la carbonada criolla provenía de la homónima carbonada flamenca (un guisado más parecido a lo que hoy conocemos como lomo a la cerveza negra que a la carbonada). El asunto empezó enderezarse desde el ámbito académico con antropólogos que comenzaron a entender los saberes de la cocina popular argentina. Pero esta es otra historia que me desvía de considerar la pervivencia de esa idea en los críticos y periodistas del presente.


Para tratar el tema de la milanesa a la napolitana recurriré a uno de los autores de la vieja guardia, el gastrónomo cordobés Derek Foster. El autor, como dije arriba, sostenía que son muy pocos los platos auténticamente argentinos, pero cuando encontraba alguno le dedica varios párrafos. De modo que, en su libro El gaucho gourmet de 2021 leemos varias páginas dedicadas a esta receta porteña de milanesa. (7)

El autor se sirve de relatos que no somete a crítica, ni acompaña con soporte erudito preciso, para la reconstrucción de la historia de la cocina argentina (he escrito mucho sobre estas inconsistencias) (8). Pero, en el caso de nuestro plato, hay una referencia que aporta luz sobre la veracidad que hay en el fondo del origen legendario de esta receta.

La fábula que don Dereck ensaya es la siguiente. Los hechos ocurrieron en el restaurante Nápoli que estaba cerca del Luna Park. Un asiduo concurrente a las jornadas boxísticas terminaba la noche comiendo milanesas en el Nápoli. Siempre comía milanesas, de modo que, cuando llegaba, el mozo hacía el pedido. Una noche llegó más tarde, cuando el cocinero ya se había retirado. Un asistente voluntarioso intentó cocinar la única milanesa que queda, pero la pasó de cocción. Asustado, le confesó el error a don José Nápoli, propietario del restaurante. Este le dijo que le pusiera salsa de tomates, jamón y mozzarella y que la gratinara al horno. Mientras el asistente cumplía la orden, Don José, le anunció al comensal que le haría probar un plato nuevo. El comensal aprobó el plato y don José lo agregó en la carta, dice Foster que con lápiz, como “Milanesa Nápoli”.


Hasta aquí, todo una hermosa leyenda incomprobable. Pero Foster, en contra de su costumbre, la documenta, casi sin advertirlo. Veamos un fragmento de su libro:

“Cuando empecé a dictar mis charlas gastronómicas en la universidad de El Salvador en 1990, conté esta historia a mis alumnos. La clase siguiente una alumna se acercó y me mostró un menú. Era del restaurante Napoli, y allí, debajo de la palabra milanesa pude leer el agregado de don José. La alumna era su nieta. Quise comprarle aquel menú para mi colección, pero ella, con buen criterio, se negó.” (ver nota (7)) 

Quedé conforme con la historia. Estaba documentando que la creación de la milanesa a la napolitana estuvo a cargo de don José Nápoli en su restaurante en alguna fecha imprecisa entre 1940 y 1950. Lo que seguía siendo legendario era la anécdota de una milanesa que fue quemada en la fritura y que sabrosa y a punto cuando fue re cocinada en el horno.

La historia es contada también por un relato incluido por Pasqualino Marchese en sus sitios de cocina en la internet. (9) El cocinero marplatense toma el relato de Foster, pero bellamente redactado que le hizo llegar Graciela Ávila. Se puede leer el texto en la última corrección de 2016, pero yo ya lo había leído en 2012. (ver referencia a mi primer artículo sobre el tema en la nota (8))

Pero la prueba contundente se exhibe en una entrevista que Carmen Ercegovich hiciera a Patricia Nápoli Afieri, la nieta de don José que Dereck Foster conoció como alumna en la Universidad de El Salvador. El reportaje fue publicado en el diario Clarín en 2023. (10) El lector debe prestar mucha atención a esta última fecha y al relato de Graciela Ávila.

IV La historia en Wikipedia (11)

El artículo de la enciclopedia en wiki comienza diciendo, en una redacción confusa, que la milanesa a la napolitana es “un plato de origen argentino típico de la gastronomía de países rioplatenses que tiene su origen en la influencia de la inmigración italiana”. La describe como una milanesa a la que se agrega queso y tomates (y a la vez jamón y cebolla) de un modo parecido a una pizza.


En el relato de la creación del plato, dice que el hecho ocurrió en el restaurante Nápoli de Buenos Aires, a fines de la década de los cuarenta en el siglo XX. Introduce el nombre de Jorge La Grotta, diciendo que él era el propietario del restaurante Nápoli y que fue él quien la inventó. Apoya esta afirmación, así como su similitud con la pizza, en las opiniones de los descendientes de don Jorge.

Concluye dando el relato de la creación accidental que ya he referido, pero con dos salvedades, a saber: que el accidente fue poco probable y que el que corrigió en error del asistente fue Jorge La Grotta.

¿Quiénes son los descendientes de Jorge La Grotta que relatan el hecho? Ni el artículo, ni las fuentes consultadas lo dicen. ¿Por qué no se menciona a don José Nápoli, ni aparece alguna fuente que haga referencia a él? Aunque de esto último, no estoy tan seguro.

V ¿Una operación de prensa de la familia La Grotta?

No puedo fundamentar una respuesta afirmativa, pero sí señalar los indicios que nos permiten imaginar su veracidad. En primer lugar, no hay, salvo alguna torpeza, ninguna mención a los textos en que se menciona que el dueño del restaurante de marras, y dueño de la curiosa inventiva que le dio lugar a la nueva milanesa, fue don José Nápoli.

El artículo hace referencias fechada en 2023. Debe haber sido publicado antes, pero debió tener una corrección en esa fecha. El detalle es importante porque, en el reportaje que le hicieran a Patricia Napoli Alfieri (publicado en 2021 y actualizado en 2022), hace referencia al artículo de la Wikipedia.


Entre las fuentes citadas no figura el relato sobre la autoría de don José Nápoli en la creación de este plato emblema de la gastronomía porteña. Todos los artículos y referencias refieren a don Jorge La Grotta que habría nacido en Corigliano Calabro. En el supuesto, de que don Jorge haya nacido allí a principios del siglo XX, lo sitúa a 900 km de Bolonia (dato que conviene que el lector retenga porque reaparecerá en el próximo parágrafo). (12)

Además del reportaje a Patricia, (ver nota (10)) no aparece el relato que registra Pasqualino Marchese (ver nota (9)), ni tampoco un texto fundamental para entender el tema, el relato que Dereck Foster dio a la estampa en 2001 en su El gaucho gourmet. (ver nota (7))

No puedo saber quién fue primero, si el huevo o la gallina, pero lo cierto es que el relato que le acercan a Pasqualino Marchese es casi textual con el publicado en Saberes y Sabores en 2006. Sólo hay unas pequeñas diferencias. La sustitución casi total del nombre de José Nápoli por el de Jorge La Grotta y la referencia a que La Grotta nació en Calabria (en un párrafo agregado que en el texto que publica Marchese no está).

Sin embargo la sustitución no es completa y el nombre de don José Nápoli aparece sin que se entienda bien a quién se refiere. Según el texto, La Grotta es el dueño del restaurante Nápoli y de la ocurrencia de la “Milanesa Nápoli”


En unos de los párrafos de ese texto dice que “Nápoli se sentó en una de las mesas” y agregó a mano el nombre de la creación en la carta del restaurante. ¿Esto quiere decir que el restaurante se sentó a una mesa de sí mismo?

Pero lo más llamativo y contundente es el registro que quedó en el último párrafo que dice:

“¿A quién se le ocurre, además, que Milán y Nápoles –enemigos declarados en guerra cultural y económica que divide al norte rico y al sur pobre de Italia-podrían prescindir de sus diferencias- para confraternizar en un plato....? Sólo a don José, A don Jorge La Grotta, dueño del restaurante El Nápoli.” (ver nota (12))

Para que se vea con claridad, transcribo el mismo párrafo en la versión de Pasqualino Marchese:

“¿A quién se le ocurre, además, que Milán y Nápoles –enemigos declarados en guerra cultural y económica que divide al norte rico y al sur pobre de Italia-podrían prescindir de sus diferencias- para confraternizar en un plato....? Sólo a don José, a Don José Nápoli.” (ver nota (9))

Un detalle más, en el texto, en ambas versiones, hay un referencia a Dereck Foster quien nunca menciona a Jorge La Grotta.

¿Qué texto fue escrito primero? El de Saberes y Sabores es 2006. El de Marchese se lee aún hoy después de la actualización de 2016. Sin embargo, es anterior, yo lo leí y lo transcribí en 2012; pero puede que estuviera desde antes, desde las primeras publicaciones en el sitio que datan de 2003. De todas maneras, no importa dónde se publicó primero porque Marchese no asegura que lo haya escrito él. De todos modos, ambas publicaciones son posteriores al libro de Foster.


Lo que parece evidente es que el texto de Saberes y sabores fue corregido, con notable torpeza, por cierto, en fecha más reciente. Es probable que cuando dé a luz estas notas, el artículo de marras vuelva a ser corregido, sea para restaurar el texto original, sea para perfeccionar la sustitución. Lo cierto es que hoy, 21 de julio de 2024, está como yo lo digo aquí. (13)

¿Quién fue Jorge La Grotta? Patricia Nápoli Alfieri nos lo cuenta, como les mostraré más abajo

VI Y otra vez, no somos nada: la cotolleta alla bolognese

Entre las fuentes de Wikipedia, hay un artículo sobre la materia que llamó mi atención. Fue publicado en 2016 en Realidad sanmartinense, publicación digital neuquina. Lleva la firma Miguel Krebs.

Vuelve con el agotador latiguillo de afirmar que los argentinos no inventamos nada, en especial en materia culinaria. Con todo creo que no es por eso que ha sido incluido entre las fuentes de nuestro artículo, sino porque sostiene que el actor de la leyenda no fue don José Nápoli, sino do Jorge La Grotta. Básicamente afirma que la invención accidental, la de la milanesa quemada es un mito. Yo me detendré a considerar el mito sustitutivo que don Miguel Krebs ensaya. (14)


Anuncia en el artículo que va a desmontar el andamiaje mítico que los argentinos hemos construido afirmando que hemos inventado una serie de platos. Formula la siguiente lista de falsas invenciones nacionales: milanesa a la napolitana, sorrentinos, tallarines a la parisién, puré de zapallo y papas, revuelto gramajo y dulce de leche, entre otros.

Sostiene que los argentinos tenemos escasa tradición gastronómica si nos comparamos con Europa, México o Perú. ¿Pensará, aplicando su esquema que, por ejemplo, los tiraditos no son una creación peruana traídos desde Japón o pensará lo contrario, que son auténticamente peruanos? ¿Qué piensa de los tamales y las humitas tradicionales del noroeste argentino?

Pero vayamos a la operación concreta sobre las milanesas a la napolitana. Dice que don Jorge La Grotta seguramente no ignoraba la existencia de la cotolleta a la bolognesa “que no otra cosa es la milanesa napolitana “inventada” por don La Grotta pero con un toque personal; le agregó la salsa de tomate”. Luego cuestiona el relato legendario, afirmando que no puede ser que haya inventado el plato a partir de una milanesa quemada.

Personalmente, concuerdo con que el relato concreto es poco creíble, como tantos otros, casi todos. Me viene a la cabeza el que ya mencioné arriba sobre el accidente que permitió a las hermanas Tatin inventar la tarta de manzanas invertida. Pero eso no autoriza reemplazar un relato fantasioso por otro más fantasioso aún. Lo más probable es que Jorge La Grotta haya nacido en Calabria, como expuse arriba (ver nota (12)). Pero Krebs sostiene que “seguramente no ignoraba que había un plato tradicional de una provincia de la región Emilia Romagna que era la Cotolleta alla Bolognesa”. En una Italia en que las cocinas regionales estaban absolutamente aisladas, como ocurría a principios del siglo XX, juzgo que era casi imposible que un calabrés conociera un plato típico de una ciudad que se encuentra a casi 900 km de distancia. Me pregunto si hoy, el señor Krebs conoce los tamales de Chicoana.


Adicionalmente, las recetas son bastante diferentes, lo que aumenta la desproporción en la mistificación. La cotolleta de la Emilia Romania lleva el churrasquito apanado que se frita levemente por ambos lados en un poco de manteca; se le agrega jamón crudo, queso parmesano y un poco de caldo; finalmente termina su cocción, en húmedo, tapada y en la misma sartén. Todos sabemos que la milanesa napolitana se cocina al horno y no lleva jamón crudo, ni queso parmesano; sino, salsa de tomates y queso mozzarella, teniendo como opción el agregado de jamón cocido.

En medio de todo el relato, afirma otro desaguisado, “Don Jorge le sugirió que tapara la milanesa con jamón, salsa de tomate y queso como si se tratara de una pizza Margarita”. Seguramente, don Miguel Krebs escribió esto a las apuradas, porque no debe ignorar que la pizza “margherita” no lleva jamón… ni tampoco debe ignorar que la pizza “margherita” es una novedad en Buenos Aires que se remonta a las últimas tres décadas.

¿Puede que don José Nápoli se hay inspirado en la pizza porteña, en especial en la que solemos denominar pizza a la napolitana? Sí, puede ser; pero nuestra pizza no llegó desde Nápoles, sino desde Génova.

¡Ah! ¿Qué tan bolognesa es la cotolleta de marras? ¿Puede asignarse una identidad bolognesa a este “invento” que sólo es una recreación de la “cotolleta a la milanesa”?

VII Patricia Nápoli Alfieri  pone blanco sobre negro

En 2012, publiqué una receta de nuestro plato amado en El Recopilador de sabores entrañables. Era una receta personal consolidada en una circunstancia familiar. Lo interesante del artículo es que introduje mi primera visión histórica sobre su creación. (ver nota (8))


Allí expuse las fuentes que utilicé y expliqué arriba que el relato me pareció que tenía todas las trazas de una leyenda urbana, pero que luego acepté como válido por el propio hallazgo casual que don Dereck hizo, cuando la nieta de don José le mostró la carta del restaurante Nápoli. (Ver acápite III de las presentes notas).

Durante años esperé que esa nieta que estudiaba turismo en la Universidad del Salvador hiciera pública esa carta, ese documento invalorable. Veinte años después de la edición de El gaucho gourmet, ella apareció en un reportaje en el diario Clarín de Buenos Aires, contando su historia y exhibiendo el mencionado documento.


En esa entrevista a cargo de Carmen Ercegovich, Patricia Nápoli Alfieri, la nieta, no sólo confirma la historia, sino que, además, la documenta.

Como dije arriba, este reportaje no fue tenido en cuenta por el anónimo autor del artículo de Wikipedia, a pesar de que la última revisión es de 2023, es decir, dos años después de la entrevista. Veamos las cosas que dice Patricia:

·        Cuestiona los dichos de Daniel Balmaceda en su libro La comida en la historia argentina. El periodista / historiador expone el relato de la creación accidental, pero dice que es difícil de creer y que por más que buscó no pudo confirmar que el bar Nápoli haya existido alguna vez. Patricia cuestiona la segunda afirmación dando información precisa sobre la existencia del restaurante de su abuelo. (15)

·        En su crítica al artículo de Wikipedia, sostiene que Jorge La Grotta era el dueño del local que su abuelo le alquiló para poner su primer restaurante llamado Nápoli, sito en Buchard y Lavalle.

·        Aclara también que don José mudó su establecimiento en varias oportunidades, siempre en el Microcentro y que, cada vez que lo hacía, cambiaba su nombre. Nápoli fue el primero, frente al Luna Park. Los otros nombres, en orden cronológico fueron La hostería de Nápoli (Av. de Mayo y Bernardo de Irigoyen), La caverna de Nápoli (Suipacha al 500) y La cantina de Nápoli (Maipú y Tucumán). La carta que exhibe es de La caverna de Nápoli. Allí se lee claramente que ofrece Milanesas a la Nápoli, es decir, que la especialidad lleva su apellido y no el nombre de un restaurante.

·        Patricia ignora cómo fue creado el plato. De modo que no da crédito a la veracidad fáctica de la leyenda. Sí cree que fue un invento casual. Sólo sabe que la milanesa que su abuelo había creado llevaba los ingredientes de la milanesa napolitana.

·        Don José era siciliano, nacido en Agrigento, en 1907. Falleció en Buenos Aires en 1965 a los 58 años. No era cocinero, ni sabía cocinar, pero tuvo una gran visión que le permitió administrar restaurantes. Cuando falleció, la familia, cerró el establecimiento.

En lo personal, pienso que la historia de la milanesa quemada es poco creíble. Es buena la idea de que al creador de nuestro plato bien pudo habérsele inspirado en la pizza napolitana; pero no en una “vera pizza napoletana”, sino de la especialidad de pizza porteña que lleva ese nombre; aunque para que ello ocurra, lo original no debió llevar jamón cocido.

Recuerdo que el fallecido y querido amigo Alejandro Maglione contaba que había ido a comer al restaurante Nápoli de Buchard y Lavalle en oportunidad de entrevistar a Oscar Natalio Bonavena en los inicios de su carrera de periodista. Me contó que la historia de la creación a partir del error del cocinero se la había confirmado el propio don José Nápoli que aún estaba al frente del restaurante. Pero, si seguimos el relato de Patricia, don José ya no estaba allí o habría muerto. Este recuerdo de Alejando suma a los interrogante que aún me quedan.


El restaurante que quedó en el local de Lavalle y Buchard cuando don José llevó el suyo a la Avenida Mayo, ¿siguió llamándose Nápoli? De ser así, ¿quién era el nuevo dueño de la razón social? o dicho de otro modo, ¿con quién dialogó Alejandro Maglione en oportunidad de hacerle el reportaje a Ringo Bonavena?

A esta altura pienso que la familia La Grotta nos debe una exposición documentada, y bien alejada de las entonaciones de una operación de prensa, sobre el desempeño de don Jorge en la restauración porteña.

Notas y referencias:

(1) 2015, Aiscurri, Mario, “Julio en Mar del Plata II: la misteriosa invención de los sorrentinos”, en El Recopilador de sabores entrañables, visto en https://elrecopiladordesabores.blogspot.com/2015/12/julio-en-mar-del-plata-ii-la-misteriosa.html el 16 de julio de 2024.  
2017, Aiscurri, Mario, “El misterioso origen de los sorrentinos (final respetuoso)”, en El Recopilador de sabores entrañables, visto en https://elrecopiladordesabores.blogspot.com/2017/12/el-misterioso-origen-de-los-sorrentinos.html el 16 de julio de 2024.

(2) 2012, Aiscurri, Mario, “Bagna cauda”, en El Recopilador de sabores entrañables, visto el 16 de julio de 2024 en https://elrecopiladordesabores.blogspot.com/2012/02/bagna-cauda.html .        
2018, Aiscurri, Mario, “Bagna cauda a la clementina, un hallazgo en el Libro de doña Petrona”, en El Recopilador de sabores entrañables, visto en https://elrecopiladordesabores.blogspot.com/2018/03/bagna-cauda-la-clementina-un-hallazgo.html el 16 de julio de 2024.  
2020, Aiscurri, Mario, “Bagna cauda (revisión): la receta del subteniente Chioni (1918)”, en El Recopilador de sabores entrañables, visto en https://elrecopiladordesabores.blogspot.com/2020/09/bagna-cauda-revision-la-receta-del_5.html el 16 de julio de 2024.

(3) 2022, Aiscurri, Mario, “Carbonada criolla Primera parte: el amor a la querencia”, en El Recopilador de sabores entrañables, visto en https://elrecopiladordesabores.blogspot.com/2022/02/carbonada-criolla-primera-parte-el-amor.html el 16 de julio de 2024.    
2022, Aiscurri, Mario, “Carbonada criolla Segunda parte: las recetas”, en El Recopilador de sabores entrañables, visto en https://elrecopiladordesabores.blogspot.com/2022/02/carbonada-criolla-segunda-parte-las.html el 16 de julio de 2024.   
2022, Aiscurri, Mario, “El recetario de las González y Videla – Revisiones”, en El Recopilador de sabores entrañables, visto en https://elrecopiladordesabores.blogspot.com/2022/09/blog-post.html el 16 de julio de 2024.

(4) 2022, Aiscurri, Mario, “Sobre el repulgo en las empanadas salteñas”, en El Recopilador de sabores entrañables, leído el 9 de febrero de 2024 en https://elrecopiladordesabores.blogspot.com/2022/04/sobre-el-repulgo-en-las-empanadas.html.

(5) 2022, Aiscurri, Mario, “El tomaticán cuyano en Wikipedia”, en El Recopilador de sabores entrañables, visto en https://elrecopiladordesabores.blogspot.com/2022/08/el-tomatican-cuyano-en-wikipedia.html el 16 de julio de 2024.

(6) 2023 c, “Milanesa napolitana”, en Wikipedia, visto el 16 de julio de 2024 en https://es.wikipedia.org/wiki/Milanesa_napolitana.

(7) 2001, Foster, Dereck, El gaucho gourmet, Buenos Aires, emecé, 2001, pp. 39-44.

(8) 2012, Aiscurri Mario, “Dereck Foster y su gaucho gourmet (I)”, en El Recopilador de sabores entrañables, leído el 20 de julio de 2024 en El recopilador de sabores entrañables: Dereck Foster y su gaucho gourmet (I).         
2012, Aiscurri Mario, “Dereck Foster y su gaucho gourmet (II)”, en El Recopilador de sabores entrañables, leído el 20 de julio de 2024 en
El recopilador de sabores entrañables: Dereck Foster y su gaucho gourmet (II).       
2012, Aiscurri Mario, “Dereck Foster y su gaucho gourmet (III)”, en El Recopilador de sabores entrañables, leído el 20 de julio de 2024 en
El recopilador de sabores entrañables: Dereck Foster y su gaucho gourmet (III).      
2012, Aiscurri Mario, “Milanesas a la napolitana”, en El Recopilador de sabores entrañables, leído el 20 de julio de 2024 en
https://elrecopiladordesabores.blogspot.com/2012/11/milanesas-la-napolitana.html

(9) 2016, Marchese, Pasqualino, “Las milanesas”, en Los sitios de la cocina de Pasqualino Marchese, leído en Las milanesas (pasqualinonet.com.ar), el 20 de julio de 2024 (2016 es la fecha de la última revisión del autor, el relato de la milanesa a la napolitana lo leí en 2012 y es probable que estuviera desde antes, entre 203 y 2012).

(10) 2021, Ercegovich, Carmen, “Día de la Milanesa: quién inventó la napolitana”, en la edición del día 20 de mayo de Clarín, leído en https://www.clarin.com/gourmet/-abuelo-invento-milanesa-napolitana-_0_S93Jo48RP.html el 19 de julio de 2024.

(11) 2023 c, “Milanesa a la napolitana”, en Wikipedia, leído el 20 de julio de 2024 en https://es.wikipedia.org/wiki/Milanesa_napolitana.

(12) 2006, S/A, “La verdadera historia de la milanesa a la napolitana”, en Saberes y sabores, leído el 21 de julio de 2024 en https://web.archive.org/web/20120711123138/http://www.saberesysabores.com.ar/2006/saberes/feb/01004.htm

(13) Hace varios años publiqué varios artículos sobre el chimichurri. Allí cuestioné una publicación de la Academia Nacional de Gastronomía que sostenía que el chimichurri era una salsa picante vasca. Mi cuestionamiento fue refrendado por la gastrónoma vizcaína Ana Vega. A poco de publicar mi texto y el comentario de Ana Vega, el artículo despareció de la Web.    
2020, Aiscurri Mario, “Chimichurri – revisión (Parte III) La importancia de llamerse…”, en El Recopilador de sabores entrañables, leído en https://elrecopiladordesabores.blogspot.com/2020/12/chimichurri-revision-parte-iii-la.html el 26 de julio de 2024.

(14) 2016, Krebs, Miguel, “Mitos gastronómicos argentinos: la milanesa napolitana”, en Realidad sanmartinense, leído el 22 de julio de 2024 en https://realidadsm.com/2016/05/02/mitos-gastronomicos-argentinos-la-milanesa-napolitana/.

(15) 2016, Balmaceda, Daniel, La comida en la historia argentina, Buenos Aires, Sudamericana, pp. 239-240)


sábado, 13 de julio de 2024

Vamos a los recuerdos de los aromas de la infancia

 Por Raquel Incaminato

Vivía dentro de una familia de muchos hermanos, pero mis recuerdos comienzan cuando ya éramos tres mujeres, yo la mayor de las tres, obviamente por ser la mayor y, por ende, supuestamente más responsable, a veces cargaba con la responsabilidad del cuidado de las nenas. Sí, las nenas eran ellas a pesar de que yo tuviera 5 años y ellas, 4 y 3…

Las imágenes pertenecen a Raquel Incaminato

Yo jugaba a la mamá, no sé por qué, pero era así. De las tres hermanas, era la que no tenía demasiados problemas a la hora de comer, era “normal”. Mis hermanas eran extremadamente delgadas y mi mamá las veía frágiles. Así yo, a los ojos de los de afuera, era, además de más fuerte, la más dispuesta a los quehaceres domésticos, en especial en la cocina. Siempre me ofrecía a colaborar. Cuando mi mamá no estaba, porque iba en la escuela a dar clases, lo hacía con la chica que trabajaba en mi casa… y la cocina era el lugar en que más cómoda me sentía.

Recuerdo que, en la cocina, había un armario empotrado donde se guardaban diferentes alimentos. Éramos varios y mi madre almacenaba muchas cosas (creo que se relaciona con las peripecias que pasaron los abuelos en tiempos de guerra). Detrás de la puerta de ese armario había un papel blanco grande donde mi mamá escribía el menú semanal con minucioso detalle para el desayuno, el almuerzo, la merienda y la cena. Muchos de los insumos que consumíamos provenían de la chacra de mi abuela y, el resto, de chacras vecinas. Productos que eran repartidos por el pueblo por los mismos productores. La leche se la comprábamos a doña Manuela que además de volcar de 8 a 10 litros de leche en una olla inmensa nos daba la yapa. Es como si la viera, una mujer fuerte con un tarro de leche tan grande como ella. Era una mujer seria, pero muy bondadosa, siempre con un pañuelo en la cabeza.

La carne se compraba en la carnicería y mamá solicitaba cortes que el carnicero no entendía de qué se trataban. Mi mamá había vivido en Capital Federal y luego de recibirse de maestra se instaló en una colonia cercana a un pueblo que se llama Juan A Pradere, en el Partido de Carmen de Patagones en el sur de la Provincia de Buenos Aires.


En la carnicería del pueblo se pedía pulpa, puchero, milanesas o carne para guiso, pero de los nombres de los cortes ni hablar. De a poco se fueron incorporándolos, porque si algo tenía mi vieja es que era obstinada y las pocas veces que iba a la carnicería ponía énfasis en que el carnicero llamara a cada corte por su nombre. La recuerdo a mi madre hablando al carnicero y diferenciando lo que era la nalga del cuadril y de la bola de lomo… Así pasaba que nosotras íbamos a la carnicería con indicaciones precisas y si veníamos con algo diferente, Teníamos que ir a devolverlo. Moríamos de vergüenza, pero hoy, a la distancia, imagino que el carnicero no se atrevía a contradecir a la Sra. Maricel (así se llamaba mi mamá), así que volvíamos a casa con el corte correspondientes.

Para mi mamá las milanesas eran de nalga o bola de lomo, en ocasiones y si no había otra, de cuadrada y luego, con el tiempo, de peceto, pero éste se usaba generalmente para comer mechado en el tuco o al horno.

Muchas tardes la merienda consistía en una taza de té con leche o mate cocido con leche, en pocas ocasiones café con leche. Se acompañaba con sándwiches de carne, bifes a la plancha, obviamente de cuadril. Se abría un pan, se untaba con manteca y el bifecito dentro. Creo que una de las delicias de mi infancia fueros esos bifecitos a la plancha. Cuando no había bifes, se acompañaba con pan con manteca, casi siempre de elaboración propia (imagínate la cantidad de crema que se juntaba comprando tantos litros de leche por día). Además de que la leche era como venía de la vaca “doña Manuela no la bautizaba”. Pero no bastaba con la manteca sobre el pan sino que, sobre esa manteca, caía una lluvia de azúcar o miel. Siempre había dulces o mermeladas que se compraban en latas o cajas de 5 Kg, pero nos gustaba más el pan con manteca y azúcar o miel. Generalmente, mi mamá estaba en la escuela, así que, por más que diga el menú que ese día había pan con mermelada, nosotras lo hacíamos a nuestra manera ya que la chica que estaba a nuestro cuidado nunca nos cuestionaba nada. ¡Uhhh, me olvidaba! A veces íbamos a buscar a la panadería el pan recién horneado, lo mojábamos en leche y lo cubríamos con azúcar… ese era otro manjar…

Hay aromas que aún me invaden. El aroma a la leche recién hervida y esos bifes sobre la cocina a leña que, además de servir para cocinar, calefaccionada en invierno la casa. También había una cocina a gas, pero, en invierno, se priorizaba la leña.

La abuela Ercilia vivía en una chacra muy cercana al pueblo. Cuando era chica, me parecía que estaba lejos. Eran alrededor de 8 km que muchas veces lo recorríamos en sulky, porque tuvimos auto cuando yo tenía 8 años más o menos.


La chacra tenía 27 hectáreas. Era hermosa. Toda llena de diferentes cultivos. Había una hectárea de frutales (duraznos ciruelas, manzanas de diferentes tipos viñas, etc., de todo) que se consumía en la época y, algunas, se secaban al sol que era una forma de conservarlo. Los frutos que estaban en el piso, eran para los chanchos y/o las gallinas. Recuerdo que, con mis hermanas y mi abuela, juntábamos lo que estaba en el piso y lo llevábamos al chiquero, lugar donde estaban encerrados por un lado los lechones y por otro los chanchos más grandes.

Mi abuela había tenido un solo hijo, mi papá y había quedado viuda a los 42 años Era una mujer fuerte, o la vida la hizo así. Tenía peones a su mando. Ordeñaba las vacas muy temprano a la mañana y, con esa leche, hacía queso, crema, ricota que vendía en el pueblo y obviamente abastecía a nuestra familia. Era un espectáculo ver esas hileras de quesos con distintos grados de maduración sobre tablas colgantes en una piecita que tenía pegada a la casa. Además allí tenía chorizos, pancetas, tocino en salazón, jamones y cajones y cajones de huevos.

Recuerdo despertarme a la mañana con ese aroma a leche recién hervida en la cocina calentita, porque hacía varias horas que la cocina a leña estaba prendida. A la abuela no le gustaba que abriéramos la puerta de la cocina, por donde ingresaba la leña porque temía que nos pudiéramos quemar, pero me fascinaba ver esos leños encendidos. En la cocina, se calentaba el agua en un depósito específico de la misma cocina a leña. Había siempre agua hirviendo, disponible para pelar un pollo o lo que hiciera falta.

Tomábamos café con leche, o lo que hubiera, con galleta de campo, siempre había una bolsa con galletas colgada atrás de la puerta. Comíamos de todo porque había de todo. Por ejemplo, nos hacíamos cocteles con yema de huevo y azúcar y le poníamos café o sin nada.

A mi abuela le gustaba mucho cocinar y lo hacía muy bien, tenía sus preciados libros. El de Doña Petrona y otro que usaba mucho y aun no lo he encontrado, se llamaba El gorro blanco, o algo parecido. Recuerdo que en la tapa del libro tenía una imagen de un gorro de chef. A mí me encantaba mirarlos, bucear en esos libros… así me encontraban muchas veces curioseando en esas páginas.


Llegaba el mediodía y tenía que cocinar para nosotros y para las personas que trabajaban con ella. La comida era sagrada. Había que alimentarse bien.

La recuerdo yendo al gallinero a buscar un pollo o dos, (siempre había pavos y pollos engordando) e inmediatamente carnearlos para ese momento. Los pelaba con el agua hirviendo siempre lista que estaba en el tanque de la cocina a leña. Era un ritual fascinante y, en poco tiempo, el pollo o lo que fuera ya estaba listo para poner al horno con papas o para hacer un tuco.

En tiempo record, estábamos todos alrededor de la mesa, donde se servían el pollo al horno las papas o con papas fritas. Antes de la comida principal siempre había algo para picar: morcilla, chorizo seco, panceta, algún queso elaborado por ella misma y la infaltable galleta de campo.

Mi abuela comía bien, allí había abundancia de todo y había que comer y alimentarse bien, frase que también la escuchaba decir a mi mamá. Pino uno de los peones del campo era el que pelaba las papas y otras verduras ayudándole a la abuela. Era un hombre chileno, flaquito y muy joven. En esa época, la abuela no lo dejaba levantarse de la mesa hasta que no se terminara todo lo que le había servido.

Mi abuela no era italiana, era hija de españoles, pero su marido si lo era y ella adoptó la comida italiana como propia. Hacía la minestra, los malfatti, los tallarines y unos tucos que, al recordarlos, se me hace agua la boca. Horas de hervir la carne o una gallina que ya no ponía huevos o que no se ponía clueca, con salsa que ella misma había hecho y estaba guardada en conserva. Ese era el acompañamiento a los tallarines que estiraba con palo de amasar y cortaba a cuchillo a la perfección. Recuerdo la mesa llena de tallarines oreándose y ese aroma del tuco borboteando sobre la cocina a leña. Los gallos malos o viejos su usaban para hacer en escabeche.

La recuerdo haciendo muchas masas con levadura. Yo veía a la abuela sacar de la bolsa de harina un envoltorio con una masa pegajosa. Con eso hacia las masas, a mí me parecía asqueroso hasta que supe que es lo que era, lo que hoy llamamos masa madre. Utilizaba, para las masas, grasa de cerdo, a la que le decía manteca de cerdo. La guardaba cuidadosamente en tarros tapados de 20 kg según la abuela era la grasa más refinada para hacer facturas y pasteles. Para éstos últimos, pasaba horas estirando y doblando esa masa. El resultado era increíble, algo que nunca logré hacer.

Con respecto a los quesos, creo que no llegue a conocer sus secretos. a pesar de que yo ya era grande cuando ella falleció. Pero estaba en una etapa de mi vida profesional que me impedía profundizar en estos temas de la cocina. Sin embargo, recuerdo, cuando era chica, caminando con mi abuela por el campo y viendo cómo ella juntaba algo de la flor de los cardos que le servía para “cortar la leche” y, desde allí, comenzar con el proceso de elaborar los quesos. También lo hacía con “cuajo” que extraía de los animales que debían ser rumiantes, vaca u oveja, que aún no debían estar destetados.


Además de las especialidades de pastas y carnes al horno antes descriptas, la abuela cocinaba unos guisos increíbles; pero eran básicamente arroz con pollo, guiso de carne y choclo y diferentes verduras. En la época de choclos, ver esas ruedas de choclo impregnadas en el tuco me encantaban, además del puchero.

Volviendo a mi casa materna. Había, en ella, mucha influencia de la cocina española, como los potajes y pucheros donde se incorporaban garbanzos, panceta, chorizo, etc.

Mi mamá hacía las mejores tortillas de papas. La única pasta que hacía era ñoquis que le salían buenísimos. De las cosas dulces en las que mamá se destacaba eran la pastafrola y una torta que la llamaba “torta blanca” que, creo, que hacía sólo con las claras de huevo. Una de las características era que mi mamá hacia el puchero diferente al resto de las cocinas que visitaba. Ella decía que el puchero no lleva sólo “papa y tumba” (carne y papa). Ella le agregaba verduras, como zapallo, choclo (si era la época) y también repollo, panceta, morcilla, chorizo y garbanzos. ¡Era una bomba! El día que se hacía puchero a mí me tocaba hacer la mayonesa, una parte con ajo y perejil para el que le gustara de esa manera, y otra parte sólo condimentada con sal limón o vinagre. Batía las yemas con un tenedor y, de a poco, le iba agregando aceite. Un montón de veces se me cortaba y había que volver a empezar… Condimentaba con limón, si había, y si no había limón, se utilizaba vinagre. Generalmente se usaba vinagre de vino porque el vinagre de alcohol se utilizaba para escabeches o para lavar las verduras.

Charlando con mi hermana Edith, ella recordaba muchas de las comidas que hacía mi mamá. Imposible olvidar la crema catalana, las natillas que adornaba con copos de merengue, la avena con leche (esa no me gustaba nada). Para el arroz con leche que creo que era mi favorito, ella perfumaba la leche con cáscaras de naranja o limón (siempre había cintas colgadas de naranja o limón que se secaban para estas ocasiones) y, por supuesto, el arroz con leche era coronado con mucha canela. Hoy la veo a mi tía haciendo el arroz con leche, cuya receta es imposible imitar, y me emociona mucho. De vez en cuando se hacía torrejas, generalmente dulces, panqueques con dulce de leche y masas con levadura. A mí me costó mucho aprender a cocer los panqueques había que obtener una masa muy lisa sin nada de grumos que se deslice perfectamente sobre una sartén caliente y que no se pegue.

Mi papá que también era un experto en la cocina dedicaba muchos fines de semana a la elaboración de pastas, tallarines con tuco, ravioles, malfatti y lo que sea. Cocinaba muy muy rico, se levantaba temprano para que la comida estuviera a las 12 en punto en la mesa. La mayoría de los días amasaba tallarines y los cortaba a cuchillo hasta que compraron una Pastalinda. A las 8 de la mañana estaban los tallarines hechos pero el tuco llevaba su tiempo… El tuco se hacía con una carne con hueso y un trozo de carne mechada, a veces también le agregaba chorizos. Se sellaba la carne y se retiraba. Freía cebolla ajo, morrón zanahoria y al final se agregaba tomate al natural y un tarrito de extracto de tomate. Se condimentaba bien se agregaba agua y de vuelta la carne a la olla… y así hervía durante tres horas a fuego lento, quedaba un tuco rojo y espeso, una delicia. Se servía por un lado los tallarines con la salsa y se acompañaba con la carne.

Cuando tuve 5 años nos fuimos a vivir al pueblo, era un poco más grande que la colonia, pero no tanto. Nosotras deambulábamos por la casa de los vecinos. La mayoría de ellos habían migrado de diferentes partes del mundo. Había rusos (alemanes del Volga), turcos (sirios libaneses) y obviamente españoles e italianos. No todas las cocinas olían igual. Nos encantaba degustar los platos en cada casa que visitáramos. Muchas veces, cuando mi mamá viajaba a veces a Buenos Aires a tener su próximo hijo/a o para realizar algún curso de capacitación, nos quedábamos en casa de algunos de ellos y así fui descubriendo diferentes aromas y sabores. Doña Aída una señora chilena, hacía los mejores panes y doña María los mejores Kepis (cocidos o crudos). En casa de los Vita, descendientes de húngaros, las mejores masas de levaduras rellenas de cacao, azúcar y semillas de amapola. Lo que era común en todas las casas, eran los chorizos secos, en invierno se carneaba y se almacenaba para consumo del resto del año.