5 al 7 de marzo de 2007
Estas son las primeras notas que escribí sobre Lisboa. Las fui
escribiendo casi como un diario. Están llenas de un asombro ingenuo, eran las
primeras calles que recorría en una ciudad europea; pero también de frescura.
Ahora las reescribo para su publicación en El Recopilador, tratando de
que ambos atributos pervivan (sólo elimino algunos párrafos que carecen de
interés y corrijo incorrecciones gramaticales)... es que aún Lisboa huele a
comida casera en mi memoria.
Las imágenes que acompañan este articulo
son propiedad del autor
son propiedad del autor
5 de marzo de 2007
UNO
Lisboa, vista desde el aire, parece una ciudad roja, como si no
hubiera techos que no fueran de tejas.
Cuando ya estás en el centro te das cuenta
que no todo es así. Sin embargo, esa primera impresión coincide con lo
que esperaba de esta ciudad que, en
algún sentido, se resiste, por fortuna, a ingresar en la uniformidad del siglo
XXI. Ya habrá otros lugares en el mundo que también lo hagan con felicidad.
DOS
Lisboa es una ciudad maravillosa. Cuando camino por sus
calles, puedo confirmar lo que vi desde
el aire y más.
Salimos del hotel que está en la moderna Avenida Libertade (una
modernidad de mediados del siglo XX, claro está). Son las 10 de la mañana (el
dato es importante). Decidimos caminar hacia la Plaza Rossio. La Avenida
Libertade se abre señorial desde la Plaza Marqués de Pombal (a unas tres
cuadras del hotel en que estamos parando) para desembocar precisamente en
nuestro punto de destino. La caminamos disfrutando de un bulevar europeo.
A pocos metros del hotel, hay otros de cinco estrellas
pertenecientes a cadenas internacionales que tienen restaurantes refinados. Sin
embargo, lo primero que percibimos es un olor fuerte a comida casera (bacalao,
cebolla y ajos que comienzan a cocinarse en jugosos sofritos). Miro alrededor y
sólo veo un restaurante a la moda de la gastronomía internacional de nuestros
días. El aroma no puede provenir de allí, me digo con gesto incrédulo. Allí la
cocina debe tener contrastes sutiles y no la contundencia de la cocina
popular... dudo entonces de mis percepciones, se lo comento a Juan, trato de
percibir los aromas de los árboles para aventar cualquier confusión... pero,
no... se trata claramente de comida
casera y no hay otro restaurante a la vista. Andamos un poco más, nos apartamos
de la avenida, iniciamos una subida incipiente a una de las colinas y
encontramos esos aromas que navegan con especial énfasis a cada paso que damos.
Parece provenir de cada una de las puertas de los pequeños restaurantes de
diversa catadura de comida popular o comida al paso a disposición de turistas
gasoleros y de trabajadores de oficinas y negocios de la zona. Ese parece ser
el olor de esta ciudad.
Volvemos a la Avenida y la cruzamos. Tenemos ahora los edificios
de la vereda de enfrente en la línea de nuestra visión. Pero, ¿qué es esto?
Muchísimos frentes están azulejados, aún los que pertenecen a
edificios de cierta categoría. Vemos
edificios de varios pisos con frentes azulejados y techos de teja y las veredas con un diseño
de mosaico de granito que luego veremos
en toda la ciudad. Las veredas me recuerdan a las fotos que he visto de Río de
Janeiro y Bahía de El Salvador.
Rebasamos la Plaza de Rossio y enderezamos por la Rua Do Ouro
hasta la Plaza del Comercio. Es un punto de transferencia de transporte de pasajeros. A pocas cuadras a derecha e
izquierda están las estaciones de
ferrocarril con servicios locales, nacionales e internacionales. En
torno de la plaza tienen sus paradas
autobuses y tranvías. Algunos de éstos son bastante modernos y llevan un fuelle
que les permite doblar por las callejas de la ciudad. También hay varias líneas
de tranvías tradicionales con coches que tienen más de setenta años. Son los
que suben al barrio de Alfama y al barrio Alto. Más allá el Río Tejo se deja
ver en la fresca humedad de la mañana.
TRES
Intentamos una primera caminata por Alfama. Pasamos por la
catedral (el Sé) y volvemos a bajar.
Queremos llegar a la estación de trenes de Santa Apolonia para ver si podemos ir a Sevilla por
tren. Creo que hemos penetrado el corazón del barrio del fado, pero sólo lo
hemos rozado.
En esta caminata, elegimos almorzar, a nuestro regreso, en un
restaurante de Alfama que nos había sorprendido por sus aromas. Después de
caminar mucho y realizar nuestra infructuosa gestión en Santa Apolonia,
decidimos que si cruzábamos por Alfama, acortaríamos el camino al restaurante
elegido. Craso error. No damos con la esquina. Ahora, abandonado ya el
propósito, llegamos al corazón del barrio y al castillo de San Jorge. Nos ha
costado un gran esfuerzo porque todas las calles que tomábamos nos conducían
hacia arriba y porque creíamos estar caminando en otra dirección y porque... en
fin, nos hemos perdido entre las calles de Alfama...
Intento poner orden en mi mente e intuir la racionalidad del
diseño urbano, pero no lo logro. Intento retener los nombres de las calles de
una esquina por lo menos, pero no lo logro. Es que no es tan sencillo porque se
trata de ruas, largos, travesas, escandinhas, becos, secas... Intento buscar en
el plano el sitio en donde estoy, pero no lo logro. Yo que caminando por sus
calle, pude entender, sin perderme, la estructura de Parque Chas, me encuentro
perdido en Alfama. Entonces me relajo y dejo que el barrio me conduzca a mí a través de las veredas que se abren a
cada paso hasta que, por fin, Alfama nos devuelve hacia la Plaza del Comercio,
donde almorzamos en la terraza de un
restaurante.
El local está presidido por una foto de tamaño natural de
Fernando Pessoa... nos encontramos allí,
en los platos que pedimos, los aromas que
nos acompañaban por todos los rincones de la ciudad desde que dejamos
el hotel. Dicen que los portugueses se
ufanan de poseer 365 recetas de bacalao, la que probé allí es sólo una de
ellas...
CUATRO
No entiendo por qué, esta ciudad que expresa su identidad, entre
otras cosas, en los azulejos de los frentes de los edificios ha decidido
revestir las paredes de las estaciones
de subte con mosaico veneciano.
CINCO
Estuvimos en la Cervejaria da Trindade. Costó un poco
encontrarla. Realmente poco porque las
orientaciones de quienes consultamos fueron
progresivamente puntuales. El primero nos indicó el barrio; el segundo,
la orientación de nuestra marcha en el
barrio; el tercero, la proximidad y el
cuarto, el sitio exacto. Pareciera que a los portugueses le cayera bien
el papel de anfitriones, se desviven por
comunicarse, aunque no logremos entendernos con precisión. La cerveza no
es excelente, pero se deja tomar. El
lugar es encantador, en el barrio (a una
cuadra de una iglesia y a pocos metros de unos locales dedicados a comercializar pornografía) y en
el interior. Las tapas más que aceptables (jamás comí tantos porotos en mi
vida).
6 de marzo de 2007
UNO
Esta es una ciudad de aromas, sonidos y colores. Hay como una
unidad estética sensual que parece guiada por un sujeto colectivo (si uno
presta atención a las indicaciones en las paredes, las áreas de protección
estatal son muy amplias). No diremos que
no existe la contaminación visual, pero la
profusión de publicidad en la vía pública es escasa. De los aromas ya
he hablado. La música aparece en algunas
casas de barrio o en las disquerías del
centro. El fado predomina. Su sonido, como la estética de la ciudad, está asociado a una palabra cuyo sentido es
de difícil acceso: saudade (¿tristeza?,
¿nostalgia?, ¿melancolía? o ¿simplemente saudade?). El diccionario de la Real Academia Española la
acepta en el castellano y la define como
soledad, nostalgia, añoranza; pero no estoy seguro que en portugués tenga exactamente el mismo sentido
o, mejor dicho, creo que los portugueses le agregan una carga subjetiva que
significa algo más, tal vez, una cifra de secreta identidad diferenciadora...
pero ¿cómo saberlo con certeza?
DOS
La ciudad tiene unos ritmos calmos y un andar sereno. No parece
que el tránsito pueda congestionarse en
algún momento del día. Hemos andado en
transporte público en días hábiles y en horas pico (incluso en subte) y
sólo hemos visto una esquina en que los
autos tienen que esperar un poco.
Esta mañana hemos ido a Belén. El barrio concentra su atención
en un espacio reducido. He contado hasta
seis museos y un enorme centro cultural
en el radio de ocho manzanas. Entramos en la Iglesia del Monasterio de los
Jerónimos y una sensación de recogimiento inigualable nos invade. Los turistas
respetan con algún esfuerzo la consigna de
silencio que se reclama en discretos carteles estratégicamente
distribuidos en el edificio.
7 de marzo de 2007
UNO
Es la 0:10 hs. Y recién llegamos de Alfama. Habíamos reservado una
mesa en el restaurante Casa de Linhares bajo la promesa de que ese es el mejor
lugar para escuchar fado en toda la ciudad. Tuvimos buena música de verdad. No
hubo una puesta en escena artificiosa... bueno, el fado en su simplicidad
tampoco lo permitiría... sólo voces y guitarras.
¡Qué es esto del fado! Parece tan poca cosa y sin embargo... una
voz, unas guitarras y nada más; y sin embargo... es saudade, es esta ciudad.
No puedo identificar un ritmo definido que sea el fado, pero todas
las canciones tienen una cierta afinidad. Me evocan milongas y estilos y esos
tangos de Gardel que contienen el espíritu campero.
Hemos intentado encontrar en una disquería del centro dedicada al
fado, las grabaciones de los cantores
que escuchamos anoche, pero no todos los discos se venden en el circuito comercial.
DOS
Volvimos a Alfama. Para no perdernos decidí que el mejor camino
sería seguir las vías del tranvía 12.
Dimos con una esquina en que éstas se separan de las del tranvía 28. En el
sitio se dispone una pequeña plaza con
árboles, bajo cuya sombra no sentamos un momento. Estoy feliz del recurso, no
me obliga a tener un control mental del terreno... estoy feliz porque recorro la ciudad a su antojo y no al
mío... me relaja... veo venir el
tranvía, corro a tomarlo... nos deposita en la mismísima Praça da
Figueira.
TRES
Ingresamos al museo arqueológico del Carmo. Se trata de una
iglesia imponente que ha perdido su
techo en el terremoto de 1755. La colección
es compleja y su exposición no guarda orden ni lógica alguna que yo
haya podido entender. Visto desde
afuera, sobre uno de los laterales, diría que
apoyado en la vieja sacristía, puede verse un edificio más nuevo que
parece ser el resultado de la
reconstrucción del convento después del terremoto (hoy es la sede de la Policía Republicana).
Del recorrido que hago, sólo me detengo a observar el edificio. ¡Qué trágico
sufrimiento habrá conmovido a los
habitantes de esta ciudad en aquel terremoto arraigado en la memoria colectiva como para que se atrevieran a
conservar aquella iglesia desnuda!
Salimos y decidimos bajar a la ciudad a través del elevador de
Santa Justa. El día es azul, como en un otoño en Buenos Aires, el Tejo está
sereno y una ráfaga de música nos llena de fado. Se me hace una aparición tan
mágica como los aromas del primer día, como cuando recorrimos Alfama por
primera vez y la música provenía de las casas de los vecinos... sin embargo,
esta vez se trata de una disquería que está a pocos metros del elevador, en la
parte baja, apenas cruzando la calle.
CUATRO
¡Por fin una copa de vinho verde! En un pequeño restaurante de la
rua Portas de S. Antao, un bodegón al estilo del El Obrero de La Boca, pude
tomarme una botellita de vinho verde DOC. Para probar, para tener una
impresión, no está mal. Es un vino fresco, ácido y de baja graduación
alcohólica, va muy bien para aplacar la grasitud del bacalao que me
sirvieron...
CINCO
Aquí parece haber un afán ordenado por la conservación histórica.
Así parece por lo menos en la costa
(desde Santa Apolonia hasta Belén) y
adentrándose más o menos un kilómetro. Luego, la ciudad crece en lentas
modernidades que, como en todas las ciudades, representan modas sucesivas.
Lisboa parece armonizar su desarrollo, no hay choque entre la zona
histórica y la tecnología aplicada que puede verse en ella. Luego, atrás, los
barrios se multiplican cada uno con su estilo y los nuevos con mono bloques
respetan el gusto portugués por los azulejos y los tejados.
Sin embargo, la presión de lo moderno hace de las suyo. El hotel
Sofitel exhibe una espantosa fachada hacia la avenida da Libertade a tres
cuadras de la Plaza de Rossio.
¿Cómo tendrán que hacer las ciudades para resolver estas
tensiones, para preservar áreas de valor
histórico sin lesionar la dinámica de la
modernización y sin que ésta desnaturalice lo histórico? No resulta
ocioso plantear el problema porque la ciudad vieja, obviamente, también agrega
valor monetario al conjunto.
En síntesis, esta ciudad parece estar en mejores condiciones para
establecer un desarrollo equilibrado que Buenos Aires. ¿O es sólo la impresión
que me llevo cuando me subo al colectivo que me dejará en Sevilla?
Me senti recorrer esas calles que nunca camine con el relato, gracias!
ResponderEliminarGracias, mer, por tus comentarios.
EliminarSi la vida te da la oportunidad, no dejes de recorrerlas por tu cuenta.
Gracias, Ana y Blanca, por el comentario.
ResponderEliminar