sábado, 31 de octubre de 2020
Indagaciones en torno del tuco. Apéndice: Aldo Barberis Rusca y una canción de Fabrizio De André
sábado, 17 de octubre de 2020
Chimichurri – revisión (Parte II) ¿Salsa urbana y burguesa?
Intento sistematizar el estudio de
las características y de la historia del chimichurri. Este artículo y su Parte
I exponen los resultados de ese estudio. En la parte I, quise dar cuenta de por
qué esa salsa se transformó en emblema del asado argentino. Desplegué sus
tributos (básicamente la presencia del ají molido). También expuse la necesidad
de sistematizar la producción del ají molido argentino y el carácter moderno de
la aparición del chimichurri en la historia de la cocina argentina. Ahora doy
cuenta de otras cuestiones vinculadas a la composición de la salsa y a su carácter
social.
V Salmuera como salsa madre
Siempre supuse que el chimichurri tenía una prolongada historia junto al asado argentino. Mi experiencia personal me conducía a pensarlo de ese modo. Ya expuse que esta salsa adquirió protagonismo poco antes de que yo naciera en 1954. (1) Ahora voy a dar cuenta de mi descubrimiento, bastante reciente, de la “salsa madre” que permitió transformar un adobo para carnes en una salsa.
Hay dos maneras de hacer el chimichurri. Una consiste en
mezclar todos los ingredientes, sólidos y líquidos, indiscriminadamente. La
otra consiste en hidratar los sólidos en una salmuera y agregar luego el resto
de los líquidos. (2)
Nunca me había preguntado ¿qué es una salmuera en el marco de
los asados criollos? Esa pregunta, la que incitó la investigación, vino de
afuera.
Era una tarde apacible de domingo en la ciudad de Lobos. Tomaba una
copa de vino en casa de mis amigos Carolina Rodríguez Mendoza y Ernesto
Oldenburg. Allí estábamos con sus hijos y otros invitados. Entre ellos, Juan
Pablo, hermano de Carolina. Departíamos sobre el asado y el chimichurri, cuando
Rodríguez Mendoza, hombre criado entre el mar y el campo, descubrió una falla en
mi condición de porteño. Me mira y me dice: “¿Usted sabe qué es la salmuera?”.
No había descortesía en la pregunta, pero sí voluntad inquisitoria, casi
examinadora. Respondí con seguridad “Sí, la disolución de sal en agua tibia con
que se prepara el chimichurri”. Me respondió con autoridad, diciendo, “No, la
salmuera lleva ajo; sin ajo, no es salmuera”. (3) Juan Pablo es un profesional
universitario de alta capacitación técnica, pero nunca se olvida de que por
sobre todas las cosas es un criollo.
Fue a partir de ese diálogo que empecé a reflexionar sobre
experiencias recientes y lecturas que me revelaron la antigüedad y pervivencia
de esta salsa austera como la vida de los criollos bonaerenses.
Emilio Daireaux describe cómo se salaba el asado en 1887. Los
asadores estaban clavados en torno del hogar en la choza de los gauchos. Poco
antes de que la carne estuviera lista, se retiraba el asador, se lo ponía
recostado sobre las brasas y se lo salaba, usando una salmuera contenida en un
vaso. Lamentablemente, el autor no nos informa acerca de si esa salmuera
llevaba ajo o no. (4)
Un testimonio de 1825 nos
da la pista que nos induce a pensar que la presencia del ajo en la salmuera
criolla es muy antigua. Transcribo fragmentos:
“La carne de vaca es buena, pero inferior a la nuestra, y la
manera de prepararla le confiere un sabor semejante al del carbón y leña,
bastante insípido por cierto. No les pasa por las mientes que pueda usarse un
espetón. Mr. Booth, un inglés dueño de un almacén, es celebrado por los
almuerzos al estilo inglés.
”/.../.
”Los gauchos de la campaña se alimentan de carne: el pan es para
ellos un lujo. Como no tienen hornos se ven obligados a asar la carne en
estacas clavadas en el suelo. Me agradaría que hiciesen lo mismo en Buenos
Aires: comería yo la carne entonces con más apetito. El verdadero “roast-beef”
es el que aderezan los gauchos.
”Me gustarían las
salsas si no fuera por el horrendo ajo con que son aderezadas.” (5)
VI La receta de chimichurri
Es necesario señalar, en primer lugar, que los ingredientes
imprescindibles son agua, sal, ajo, ají molido, orégano, aceite y vinagre. Hay
algunos otros ingredientes que suelen estar con frecuencia, estos son perejil,
laurel y pimentón. Finalmente, he visto que se usan algunos productos que, sin
alterar significativamente la salsa, agregan un toque personal, por ejemplo,
tomillo o romero. A mí me gustaba ponerme en el límite de lo permitido,
agregando a veces, sólo a veces, un chorrito de salsa de soja. Ya no lo hago.
El procedimiento de elaboración admite dos formas extremas.
Una consiste en mezclar indiscriminadamente los productos. La otra, en hidratar
los sólidos en salmuera y agregar, luego, el resto de los líquidos.
La receta de la revista Mucho Gusto responde al primer
modelo; pero considera la salmuera (sin el ajo) como un ingrediente más. De
modo que hay que prepararla previamente. La de Francis Mallmann es similar.
Comienza con la salmuera en una ollita. Pone los sólidos (ajo, perejil y
orégano fresco bien picados y ají molido) en otro recipiente. Finalmente agrega
los líquidos (vinagre, aceite de oliva y salmuera, en ese orden), batiendo
constantemente para integrar los ingredientes.
Yo prefiero hidratar los sólidos (ajo, perejil y tomillo
frescos picados, ají molido, orégano seco, pimentón) en salmuera y, luego de un
par de horas, agregar el resto de los líquidos. (ver nota (2))
He visto, más recientemente, recetas
que excluyen el agua, alejando la receta de su fórmula originaria. No está mal,
las recetas evolucionan. Sin embargo, como en tantas cosas de la vida, conviene
tener memoria.
VII Salsa de parrillada urbana y asados burgueses
¿Es el chimichurri una salsa de consumo habitual en toda la
extensión de las Pampas Argentinas?
Algunos años atrás, antes de
la charla reveladora con Juan Pablo Rodríguez Mendoza, tomé la costumbre de
almorzar en Maipú cada vez que iba a Mar del Plata. Mi parada obligada era la
parrilla Santa María. Don Burgos ofrece, siempre que sea en invierno, un
surtido de chorizos chacareros, buena parrilla y, a veces, pechito de cerdo al
asador. Una vez se me ocurrió pedirle chimichurri. Lo trajo refunfuñando que
esa salsa tapaba el sabor de las carnes.
No fue esa mi sorpresa. El
chimichurri era extremadamente líquido, de leve color rosado y carecía de todo
rastro de vinagre o aceite. Es que no era chimichurri por más que burgos
aceptara la denominación como sinónimo. Era salmuera.
Más recientemente, conversando
con mi compañero de laburo Gustavo González (con fama de asador campero formada
en la ciudad bonaerense de Ayacucho), le pregunté cómo preparaba el
chimichurri. Me dijo que no hacía chimichurri, sino salmuera. Me dio su receta
que también publiqué. (ver nota (3))
Me
creo autorizado a afirmar que el chimichurri en una salsa urbana. Es decir, más
asociada a las parrilladas porteñas que a los asadores camperos. Mi afirmación
no pretende ser excluyente ni taxativa; pero sí indicativa de una preferencia.
No
habría que descartar la hipótesis del origen social de esta salsa en las clases
más elevadas. El gusto burgués afrancesado se ha caracterizado en el rechazo
del predominio de la fragancia iracunda del ajo; buscando fórmulas que
morigeren su impacto y, a la vez, den como resultado una estructura aromática
más compleja. Ha pasado con los condimentos provenzales y con la bagna cauda
piamontesa… por qué no pensar que pudo haber pasado otro tanto con la salmuera.
Ir a Parte
III
Notas y referencias:
(1) 2020, Aiscurri, Mario, “Chimichurri – revisión (Parte
I)”, en El Recopilador de sabores
entrañables, leído el 18 de marzo de 2020 en https://elrecopiladordesabores.blogspot.com/2020/02/chimichurri-revision-parte-i.html.
(2) 1958, Sin autor, Especialidades de la cocina criolla, de la
revista Mucho Gusto, Buenos Aires, Compañía General Fabril Editora, Pag 42.
2012, Mallmann, Francis, Tierra de
fuegos, mi cocina irreverente, Buenos Aires, V&R, pp. 118-119 y 2017,
Aiscurri, Mario, “Chimichurri”, en El
Recopilador de sabores entrañables, leído el 7 de noviembre de 2019 en https://elrecopiladordesabores.blogspot.com/2017/09/chimichurri.html
(3) 2017, Aiscurri, Mario, “Salmuera”, en El Recopilador de sabores entrañables,
leído el 7 de noviembre de 2019 en https://elrecopiladordesabores.blogspot.com/2017/09/salmuera.html
(4) 1888, Daireaux, Emilio, Vida y Costumbres en el Plata, Buenos
Aires, Feliz Lajouane, Volumen I, Pag. 179.
(5) 1825, Un Inglés, Cinco años
en Buenos Aires, 1820-1825, Buenos Aires, Hyspamérica, 1986, pp. 93-94, 95.
El origen musulmán de los fideos secos
Por Guillermo César
Gómez (1)
Muchas personas se tientan a
repetir historias absurdas sobre los chinos. Lo hacen porque desconocen la
historia de la comida y del hombre.
La imagen pertenece al autor
Lo primero que debemos señalar es
que la cultura mesopotámica fue difundida por los fenicios en el mediterráneo,
fueron los fenicios los que le hicieron conocer, el pan y el vino, a los
griegos y a los etruscos.
Al vino lo conocieron los egipcios
con los intercambios fenicios, sin poder afirmar mi pluma, con la misma
contundencia, lo mismo del pan, dada la conexión regional.
El vino en el Egipto inicial, era
un producto de lujo e importado de la isla de Biblos, este se trocaba por
papiro en el antiguo Egipto.
En las reuniones la gente siempre
hace lata las conversaciones, repitiendo la historia inadmisible del vino chino
o del fideo chino.
Los chinos no conocían ni la uva
para el vino, ni el trigo para el fideo, esos productos mesopotámicos no se
hacen con arroz, y quien vea una relación gastronómica está haciendo
asociaciones incoherentes y forzadas.
Las uvas para el vino vienen de las
planicies del Cáucaso, y el trigo nació entre el Tigris y el Éufrates, y allí
lo emplearon los sumerios para hacer pan.
Los
sumerios fueron el primer florecimiento cultural de nuestra especie, es decir,
la comunidad que creo la primera civilización de la historia.
Los fideos secos aparecieron en el
Emirato de Sicilia con los musulmanes, y es muy probable que esta invención
allá surgido, accidentalmente en los desiertos del norte de África, al
almacenar pasta y olvidarla, secándose así naturalmente. Lo novedoso es que
vuelve a ser comestible al ser hidratada otra vez.
La imagen pertenece a El Recopilador de sabores
El Triticum durum, llevado por los
musulmanes a Sicilia, comúnmente llamado trigo duro, es una especie común del
cereal, conocido también como trigo candeal, y es solo con este tipo de trigo
que la pasta soporta el secado.
Los musulmanes tomaron las isla de
Sicilia entre los años 827 y 902, llevando a cabo una reforma agraria contra
los latifundios, construyendo prácticos canales en el lugar, sobre las tierras
de la iglesia cristiana, tornando más cultivable esa parte de la isla.
La Sicilia islámica fue gobernada
desde Túnez (África). Todavía en Sicilia se dice “por amnesia histórica’’, que
los canales subterráneos de los musulmanes eran mejores que los acueductos
romanos, porque no evaporan el agua.
Los romanos también hacían túneles
para el agua, y a esa ingeniería sofisticada la conocieron los árabes mochos siglos antes de conquistar Constantinopla, heredando así la cultura romana.
En primer lugar es bueno hacer una
distinción entre pastas frescas y pastas deshidratadas: la primera tiene
orígenes sumerios y cananeos, y se obtiene de la masa de harina con la adición
de agua o huevos.
La invención de la pasta seca se
atribuye a los árabes africanos que ocuparon Sicilia, quienes habrían
desarrollado la técnica de secado, colgando en un palo, a la sombra a nuestros
populares fideos.
A esta historia la cuenta el
geógrafo Edrisi, dice que en el siglo XII, en Trabia, a unos treinta kilómetros
de Palermo, existía una gran industria de la pasta seca. Los musulmanes
dominaron este comercio exportando la masa seca a diferentes países con grandes
barcos.
Ya en el siglo XII fueron sobre
todo los genoveses quienes importaron y difundieron la pasta siciliana en el
norte de Italia. El uso de la pasta seca también se extendió también al sur de
Francia e Inglaterra.
En el siglo XVI los sicilianos
fueron apodados "comedores de macarrones", como en la Antigua Roma a
los egipcios se les llamaba comedores de pan desde Roma.
Es
concluyente, la pasta seca llegó a Sicilia con los musulmanes.
Notas y referencias:
(1) Guillermo Gómez nació en la
Provincia de Mendoza. Vive en Salvador de Bahía, Brasil, desde 2004. Es
escritor, historiador y artista plástico. Autor de Sobre vinos antiguos y entes egregios. El lector puede comunicarse
con él a través de la página de Facebook “Salvarroco Wine” (https://www.facebook.com/salvarroco.cultura)
sábado, 3 de octubre de 2020
Comidas y bebidas para los reseros (1926) IV Carpas, pulperías y fondas
“-¿Es verdá que no soy el de siempre y
que esos malditos pesos van a desmentir mi vida de paisano?
”-Mirá
-dijo mi padrino, apoyando sonriente su mano en mi hombro-. Si sos gaucho en de
veras, no has de mudar, porque ande quiera que vayas, irás con tu alma por
delante como madrina'e tropilla.” (Güiraldes,
Ricardo, Don Segundo Sombra, Cap.
XXV, pág., 223)
Ricardo
Güiraldes nació en Buenos Aires, en 1886, en el hogar de la alta burguesía
nacional que algunos denominan “aristocracia” y otros, “oligarquía”. Fue un
prolífico escritor argentino, a pesar de su muerte temprana a los 41 años de
edad, que recibió múltiples influencias de sus viajes (Francia, el Lejano
Oriente, México, el Caribe, etc.) y de sus largas temporadas de residencia en
la localidad bonaerense San Antonio de Areco.
Las imágenes pertenecen al autor o a su biblioteca
De sus
viajes a París, tomó elementos fundamentales de las vanguardias literarias, en
especial del impresionismo. De su residencia en San Antonio, el conocimiento de
la vida rural argentina de principios del siglo XX. De esta última experiencia
surgen tres obras importantes Cuentos de
muerte y de sangre (1915) y las novelas Raucho
(1917) y Don Segundo Sombra (1926).
Esta última le dio justificada trascendencia en la literatura y la cultura
argentina.
Estuvo
casado con Adelina del Carril, nieta de Salvador María del Carril. La muerte de
Güiraldes en 1927 (acaecida en París) le impidió conocer a su concuñado Pablo
Neruda quien conoció a Delia del Carril en 1935, conviviendo luego con ella por
veinte años.
Los
fragmentos que se presentan a continuación pertenecen, en general, a Don Segundo Sombra y, en algunos casos
puntuales a Raucho. Refieren a la
alimentación de los reseros, peones rurales que eran contratados ocasionalmente
para el arreo de tropas de vacas.
Don Segundo Sombra es la historia contada en primera persona por un gaucho adolescente que se va haciendo hombre bajo el tutelaje de don Segundo. Desconcierta el lenguaje refinado con el que el personaje relata sus aventuras y desventuras. Avanzada la obra sabremos que se llama Fabio Cáceres y las circunstancias en que ha adquirido el dominio “culto” del idioma castellano.
Carpas, pulperías y restaurantes
I Los reseros paran en una pulpería en medio del campo. Mientras
un par de ellos acomodaron un fogón afuera para preparar el churrasco, el resto
entra en el local para beberá algo.
“Los
demás entraron al despacho, saludaron al pulpero conocido en otros viajes, y
pidieron éste una ginebra, aquel un carabanchel.
”-¿Qué
vah'a tomar? -me preguntó don Segundo.
”-Una
caña'e durazno.
”-Te
vah'a desollar el garguero.
”-Deje
no más, Don.
”En
silencio, vaciamos nuestras copas.
”Por
turno, un rato más tarde «tumbiamos» y yo me eché otra caña al cuerpo.” (1)
II Baile en una estancia. El patrón hizo
acomodar el galpón para que funcionara como salón. Afuera había una carpa donde se disponían canastas tapadas (los
reseros imaginaron que contenía empandas, pasteles, alfajores y torta fritas).
También había botellas con bebidas alcohólicas. Los reseros le solicitan un
“frasco” con alguna de las bebidas que allí había. El encargado los reconviene
diciendo que les dará después de que haya bebido las mujeres.
“El centro, despejado y limpio, asustaba y
atraía como un remanso. En las sillas que formaban cuadro, apoyadas contra la
pared, había mujeres de todas las edades, algunas con chicos en las faldas, los
que asustados miraban con grandes ojos, o cansados dormían sin reparar en
conversaciones, ni luces, ni colores.
”Las
mujeres, según la edad, vestían ropas oscuras o claras faldas floreadas.
Algunas llevaban pañuelo en el pescuezo, otras en la cabeza. Todas parecían
recogidas en una meditación mística, como si esperaran el advenimiento de un
milagro o la entrada de algún entierro. Pedro me golpeaba disimuladamente el
muslo con el puño:
”-Vamoh'ermanito,
que aurita dentra el finao.
”Del
galpón nos dirigimos a una carpa improvisada con las lonas de las parvas, donde
nos tentó una hilera de botellas y misteriosas canastas, tapadas con coloreados
pañuelos, que según nuestros cálculos debían esconder alfajores, pasteles,
empanadas y tortas fritas.
”Pedro
interpeló al muchacho que se aburría entre tanta golosina con ojos hinchados de
sueño:
”-Pase
un frasco compañero que se van a redamar de llenos y nosotros estamos vacidos.
”-¿No
serán ustedes los llenos?
”-De
viento puede ser.
”-Y
de intenciones.
”-No
sé mamarme con eso, mozo.
”-Ni
quiere tampoco el patrón que naides se mame.
”-¿Y
los pasteles?
”-Después
que se hayan servido las señores y las mozas.
”-Jue'pucha
-concluyó Pedro- usté nos ha resultao un chancho que no da tocino.
”El
guardián de las golosinas y los licores se rió y nos volvimos, con propósito de
asearnos un poco, porque ya los guitarreros y acordeonistas preludiaban y no
queríamos perder el baile.” (2)
III Baile popular en una estancia. A las mujeres
les sirvieron en el salón. Refrescos, licores y sangría, como bebidas, y
alfajores, bollos, tortas fritas y empanadas. Los hombres tenían la opción de
los “frascos” que se servían en la carpa
(ginebra, anís
Carabanchel y caña de durazno o guindado). También había carne asada en la carpa.
“A
medianoche vinieron bandejas con refrescos para las señoras. También se sirvió
licor y algunas sangrías. Alfajores, bollos, tortas fritas y empanadas, fueron
traídas en canastas de mimbre claro. Y las que querían cenar algún plato de
carne asada, salían hacia la carpa.
”Los hombres por su lado se acercaban al despacho de los frascos, que hoy habíamos contemplado con Pedro, y allí hacían gasto de ginebra, anís Carabanchel y caña de durazno o guindado.
”Desde
ese momento se estableció una corriente de idas y vueltas entre las carpas y el
salón, animado por un renuevo de alegría.” (3)
IV Los reseros comen en un restaurante en Navarro: “La fonda del Polo”. No eligieron qué
comer, se limitaron a pedir “lo que haya”. Fabio Cáceres describe, entre
sorprendido y admirado, el entorno de comensales con los que comparten el
salón. A pesar de tratarse de una experiencia extraña, y de que la comida era
cara, salieron contentos de la experiencia. Nada nos dice el relato acerca de
qué fue lo que comieron.
“Marcó
el reloj el medio día y, por un pasadizo angosto, pasamos del despacho de
bebidas al comedor, más tranquilo.
”En
un lugar sombreado, nos sentamos a comer.
”Habría
en todo unas veinte mesas, con manteles manchados por violáceos recuerdos de
vino. Los cubiertos eran de un metal dudoso y los tenedores tenían torcidas las
puntas, de tanto pegar contra las losas rudas, en busca de algún bocado
esquivo. Los vasos eran de vidrio espeso y turbio. En el vasto recinto
bostezaba una desesperante atonía.
”El
mozo nos saludó con una sonrisa de complicidad, que no alcanzamos a comprender.
Tal vez le pareciera una excesiva calaverada para dos paisanos, eso de almorzar
en la «Fonda del Polo».
”-Sírvanos
de lo que haya -ordenó don Segundo.
”Yo
miraba a mi alrededor.
”En
un lugar central, tres españoles hablaban fuerte y duro, llamando la atención
sobre sus caras de baturros o dependientes de tienda. Vecino a la entrada, un
matrimonio irlandés esgrimía los cubiertos como lapiceras; ella tenía pecudas
las manos y la cara, como huevo de tero. El hombre miraba con ojos de pescado y
su cara estaba llena de venas reventonas, como la panza de una oveja recién
cuereada.
”Detrás
nuestro, un joven rosado, con párpados y lacrimales lagañosos de «mancarrón
palomo», debía ser, por su traje y su actitud, el representante de alguna casa
cerealista.
”-Yo
he visto las romerías de Giles -decía uno de los españoles- y no se diferencian
en nada de las de aquí.
”Otro,
de la misma mesa, dialogaba con un vecino sobre el precio de los cerdos y el
cerealista intervenía, opinando con gruesas erres alemanas.
”Tratando
de hacerse olvidar un momento, un hombre grande y gordo, solitario frente a su
mantel cargado de manjares, callaba, comía y bebía. Sólo levantaba de vez en
cuando, la cabeza del plato, y parecía entonces llenarse de satisfacción el
comedor aburrido.
”Una
vez se interrumpió para llamar al mozo, decirle quién sabe qué, a propósito de
una botella, y palmearle el lomo con protección cariñosa.
”En
el rincón opuesto al nuestro, como empujados por el ruido, una yunta de
criollos miraba en silencio. Uno de ellos tenía una hosca onda volcada sobre el
ojo izquierdo y los dos estaban tostados de gran aire.
”Comieron
apurados. A los postres rieron sin voces, las bocas sumidas en sus servilletas.
”Pero
uno de los españoles relataba el suicidio de un amigo:
”-Vino
de una farra, se sentó al borde de la cama en que su mujer dormía, tomó el
revólver y delante de ella: ¡pafff!
”El
de las romerías seguía pesadamente sus comparaciones con Giles.
”Con
gran contento pagamos nuestra comida, aunque cara, y salimos al sol de la
calle.” (4)
Nota
adicional:
Tampoco sabemos, por el libro, qué podrían estar comiendo en el resto de las
mesas. No fue un detalle que el personaje Fabio Cáceres tuviera a la vista en
su relato. Nuestra imaginación puede hablarnos de pucheros de larga tradición
hispano criolla, guisos neo criollos como la buseca, alguna pasta. No podemos
saberlo. ¿Habría milanesas? Por una imagen que Güiraldes estampa en su novela Raucho
(la escena pinta tareas rurales de a
caballo durante la hierra), podemos afirmar que las milanesas ya se conocían el
La Argentina. ¿Habrían llegado hasta esa fonda de Navarro? Veamos el texto de Raucho:
“Y todo
era risa, todo era borrachera de vigor, entre el clamoreo, bajo un blanco
oscilamiento de gaviotas chillonas, que peleaban por los residuos de las
capaduras revolcadas en el polvo como “milanesas”.” (5)
V Los reseros asisten a unas cuadreras que se
organizaban cerca de un boliche de campo. Junto a él, un gringo había instalado
una carapa con comida, masas y bebidas.
“Ya
un gringo había instalado una carpa con comida, masas y beberaje.
Una
china pastelera, paseaba sus golosinas en dos canastas, perseguidas por las
moscas y alguno que otro chiquilín pedigüeño. Un viejo llevaba de tiro un
tordillo enmantado, ofreciendo números de rifa. Y, tanto la carpa como la
pulpería, tenían pa su «mamao» por adelantado.
Yo
conocía esas cosas desde chico, y me movía en ellas como sapo en el barro.
Empezaba a caer gente. Dos parejeros eran centro de un grupo de paisanos. Grupo muy quieto y misterioso, que se secreteaba por lo bajo.
Almorzamos
en la pulpería. Al «mamao», que enseguida se nos pegó, dándonos latosos
informes sobre la carrera grande de la tarde, le di un peso a condición de que
se fuera a «chuparlo» a la carpa.
Comimos
primero unos chorizos, que empujamos con un vino duro, después un pedazo de churrasco,
después unos pasteles.” (6)
VI Luego de las carreras, los reseros comen
pasteles y beben cerveza en la carpa del
gringo.
“Jugué
en una cuadrera. De a posturas chicas, comprometí setenta pesos. Llevaba las
paradas en el puño y, de entre mis dedos salían los papeles, como espinas de un
abrojo. Una por una, tuve que entregar las paradas.
”Me
fui un rato a la carpa, con mis compañeros, donde tomamos unas cervezas y
ensartamos pasteles en la punta del cuchillo. Don Segundo perdía cincuenta
pesos. En cambio, entre los dos reseros amigos, juntaban ciento setenta y dos
de ganancia. A uno de esos suertudos le entregué cien, para que me los jugara.
Me los perdió en la primera ocasión, quedándome sólo cinco como todo capital.
¿Ah sí? Pues, perdido por perdido, fui a ver mi contrario perudo, que por su
parte, de entrada, me ofreció desquite.” (7)
Notas
y Bibliografía:
(1) 1926, Güiraldes, Ricardo, Don Segundo Sombra, Santiago, Editora Nacional Gabriela Mistral,
1973, Cap.
VII, pp. 55- 56. También en Biblioteca Virtual Universal, http://www.biblioteca.org.ar/libros/92790.pdf,
leído el 6 de abril de 2019.
(2) Ídem, Cap. X, pág. 80.
(3) Ídem, Cap. XI, pág. 84.
(4) Ídem, Cap. XIII, pp. 101-103.
(5) 1917, Güiraldes, Ricardo, Raucho, Buenos Aires, Centro Editor de
América Latina, Capítulo Biblioteca Argentina Fundamental N° 30, 1968, pág. 40.
(6) 1926, Güiraldes, Ricardo, Don Segundo Sombra, Cit.,
Cap. XX, pág. 170.
(7) Ídem, Cap. XX, pág. 178.
Comidas y bebidas para los reseros (1926) III Bebidas alcohólicas
“-¿Es verdá que no soy el de siempre y
que esos malditos pesos van a desmentir mi vida de paisano?
”-Mirá
-dijo mi padrino, apoyando sonriente su mano en mi hombro-. Si sos gaucho en de
veras, no has de mudar, porque ande quiera que vayas, irás con tu alma por
delante como madrina'e tropilla.” (Güiraldes,
Ricardo, Don Segundo Sombra, Cap.
XXV, pág., 223)
Ricardo
Güiraldes nació en Buenos Aires, en 1886, en el hogar de la alta burguesía nacional
que algunos denominan “aristocracia” y otros, “oligarquía”. Fue un prolífico
escritor argentino, a pesar de su muerte temprana a los 41 años de edad, que
recibió múltiples influencias de sus viajes (Francia, el Lejano Oriente,
México, el Caribe, etc.) y de sus largas temporadas de residencia en la
localidad bonaerense San Antonio de Areco.
Las imágenes pertenecen al autor o a su biblioteca
De sus
viajes a París, tomó elementos fundamentales de las vanguardias literarias, en
especial del impresionismo. De su residencia en San Antonio, el conocimiento de
la vida rural argentina de principios del siglo XX. De esta última experiencia
surgen tres obras importantes Cuentos de
muerte y de sangre (1915) y las novelas Raucho
(1917) y Don Segundo Sombra (1926).
Esta última le dio justificada trascendencia en la literatura y la cultura
argentina.
Estuvo
casado con Adelina del Carril, nieta de Salvador María del Carril. La muerte de
Güiraldes en 1927 (acaecida en París) le impidió conocer a su concuñado Pablo
Neruda quien conoció a Delia del Carril en 1935, conviviendo luego con ella por
veinte años.
Los
fragmentos que se presentan a continuación pertenecen, en general, a Don Segundo Sombra. Refieren a la
alimentación de los reseros, peones rurales que eran contratados ocasionalmente
para el arreo de tropas de vacas.
Don Segundo Sombra es la historia contada en primera persona por un gaucho adolescente que se va haciendo hombre bajo el tutelaje de don Segundo. Desconcierta el lenguaje refinado con el que el personaje relata sus aventuras y desventuras. Avanzada la obra sabremos que se llama Fabio Cáceres y las circunstancias en que ha adquirido el dominio “culto” del idioma castellano.
Ginebra, caña, anís y cerveza
I Caña
de durazno y anís Carabanchel en
una pulpería.
“Los
demás entraron al despacho, saludaron al pulpero conocido en otros viajes, y
pidieron éste una ginebra, aquel un carabanchel.
”-¿Qué
vah'a tomar? -me preguntó don Segundo.
”-Una
caña'e durazno.
”-Te
vah'a desollar el garguero.
”-Deje
no más, Don.
”En
silencio, vaciamos nuestras copas.
”Por
turno, un rato más tarde «tumbiamos» y yo me eché otra caña al cuerpo.” (1)
II Baile
en una estancia. Las mujeres
tomaban refresco, licores y sangrías. Los hombres, ginebra, anís Carabanchel,
caña de durazno o guindado.
“A medianoche vinieron bandejas con refrescos
para las señoras. También se sirvió licor y algunas sangrías. /…/.
”Los
hombres por su lado se acercaban al despacho de los frascos, que hoy habíamos
contemplado con Pedro, y allí hacían gasto de ginebra, anís Carabanchel y caña
de durazno o guindado.” (2)
III Cuadreras junto un boliche
en medio del campo. Los reseros bebían cerveza y comían pasteles dulces en la carpa instalada a tal efecto por
un gringo.
“Jugué
en una cuadrera. De a posturas chicas, comprometí setenta pesos. Llevaba las
paradas en el puño y, de entre mis dedos salían los papeles, como espinas de un
abrojo. Una por una, tuve que entregar las paradas.
Me
fui un rato a la carpa, con mis compañeros, donde tomamos unas cervezas y
ensartamos pasteles en la punta del cuchillo. Don Segundo perdía cincuenta
pesos. En cambio, entre los dos reseros amigos, juntaban ciento setenta y dos
de ganancia. A uno de esos suertudos le entregué cien, para que me los jugara.
Me los perdió en la primera ocasión, quedándome sólo cinco como todo capital. ¿Ah
sí? Pues, perdido por perdido, fui a ver mi contrario perudo, que por su parte,
de entrada, me ofreció desquite.” (3)
Notas
y Bibliografía:
(1) 1926, Güiraldes, Ricardo, Don Segundo Sombra, Santiago,
Editora Nacional Gabriela Mistral, 1973, Cap. VII, pp. 55- 56.
También en Biblioteca Virtual Universal, http://www.biblioteca.org.ar/libros/92790.pdf,
leído el 6 de abril de 2019.
(2) Ídem, Cap. XI, pág. 84
(3) Ídem Cap. XX, pág. 178