José Luis Busaniche fue un notable historiador argentino.
Nació en Santa Fe de la Veracruz, capital de la Provincia de Santa Fe, en 1892
y falleció en San Isidro, Provincia de Buenos Aires, en 1959. Sus obras más
importantes están relacionadas con los bloqueos franco – británicos de 1838 y
1843, el papel que jugó la Provincia de Santa Fe en esas circunstancias, el
Gobierno de Juan Manuel de Rosas y la construcción del federalismo argentino.
En 1938 publica un libro de lecturas históricas argentinas que reedita en 1959
con el título de Estampas del Pasado. (1) Este libro ha servido de inspiración para
la sección “Rescoldos del Pasado” de El Recopilador He rescatado varios textos
de la colección, reproduciendo las prolijas referencias de Busaniche.
Parish
Robertson, Juan y Guillermo, fueron dos hermanos ingleses que vinieron a hacer
negocios en La Argentina entre 1811 y 1815. Estuvieron en Buenos Aires, Santa
Fe, Corrientes y, fundamentalmente, en Asunción, de donde fueron expulsados por
el Presidente Francia. Entre otras cosas, publicaron Letters on Paraguay (1838), traducido por Carlos Aldao y publicado como
La Argentina en la época de la Revolución.
Los fragmentos que se exponen a continuación corresponden a ese libro. Como nota
de color, es necesario decir que los hermanos Parish Robinson son fueron
testigos directos de la Batalla de San Lorenzo.
En el
fragmento se hace una descripción de una de las estancias de Candioti en territorio
de la actual Provincia de Entre Ríos en 1815. La estancia tiene humildes
construcciones, pero la estructura de las mismas y su funcionalidad ya
prefiguran los grandes establecimientos rurales de principios del siglo XX que
describe Güiraldes en Raucho y en Don Segundo Sombra. Llama la atención el
contraste entre la precariedad de las habitaciones y el lujo de unos pocos
muebles y de una limitada vajilla (mantel bordado, cubiertos plata y jarra de
cristal). Manda la austeridad en los edificios, en la comida y en los modos del
propietario de la estancia.
En una estancia en la Provincia de Entre Ríos
“Al fin de mi segunda jornada
llegué a una de las mejores estancias de Candioti, en Arroyo Hondo, y me detuve
para pasar la noche. Al presentar las credenciales del gaucho veterano, fui
recibido por uno de sus numerosos vástagos, con toda la desbordante
hospitalidad del país. Él habitaba solamente un rancho de quincho con tres
piezas, que formaban, con otras dos o tres construcciones aisladas, el costado
de un cuadro inconcluso. Otro lado y medio estaba ocupado por las chozas
pequeñas y bastante bajas de cuarenta y cinco peones que cuidaban las treinta
mil cabezas de ganado y cincuenta mil caballos y mulas de la estancia.
Alrededor de esta pequeña colonia, había cuatro enormes corrales para ganado y
un chiquero.
”Con Selkirk, el hijo de
Candioti habría dicho: “Soy dueño de todo lo que miro.” Todos los rasgos de su
bello semblante denunciaban a su progenitor. Con el mismo modo patriarcal de su
padre me recibió el hijo bajo su modesto dintel. El sol se ponía, numerosos
rebaños eran arreados, mugiendo, al venir de la aguada de los corrales; una
incontable majada balaba a lo lejos guiada por un peón, y doce perros sagaces
–ellos también– venían a su lugar de reposo nocturno.
”La alada tribu de aves
domésticas cacareaba por el dormidero, y las palomas, girando en su último
vuelo del día, se juntaban alrededor del palomar. Las voces profundas de peones
a caballo que rodeaban el ganado, llegaban desde lejos ondulando en la brisa;
mientras la nota quejumbrosa de la perdiz, que abundaba en todas direcciones,
trinaba y formaba parte de la armonía rural del final del día.
”Muchas fueron las víctimas que
se ordenaron sacrificar para proveer la cena. Una ternera gorda fue matada para
asarla con cuero; se sacrificaron tres pollos para la olla y el asador; tres
yuntas de pichones recién emplumados fueron destinados a la cacerola; un
cordero mamón fue atado a la estaca. “Y ahora, dijo el hijo de Candioti, vamos
a agarrar unas perdices”. Habéis oído que las perdices se cazan con perdigones,
pero quizás no sospecháis cómo se agarran en aquellos países. Caminamos unas
quinientas yardas desde la casa, seguidos por dos gauchos a caballo. Cada uno
tenía en sus manos un rebenque. Luego vimos veintenas de perdices atisbando con
sus cabecitas por encima del pasto. Los gauchos se dirigieron al primer par que
vieron, e inclinándose hasta la mitad del costado del caballo, comenzaron a
describir (con sus rebenques) un gran círculo alrededor de las aves, mientras
éstas, con ojos ansiosos, seguían el movimiento. Gradualmente el mágico círculo
se estrechaba y las perdices, encantadas, se asustaban más y más de intentar
escaparse. Quedaron estupefactas, y los peones, acercándose a ellas, con un
súbito y diestro golpe de rebenque les dieron en la cabeza. Las pequeñas
inocentes fueron entonces, no metidas en el morral (porque los gauchos no
tienen tal chisme de caza), sino colgadas, una por una, de un tiento; luego de
tomar así seis yuntas, aproximadamente en quince minutos, retornamos a las
casas…
”Una mesa de pino fue cubierta
con un espléndido mantel bordado; la mayor parte de los útiles de comer eran de
plata; agua cristalina brillaba en una garrafa de cristal; vino, sandías,
duraznos, miel y cigarros estaban en una mesa contigua; y, después de un
refrigerio de dos horas, me estiré sobre el lujoso lecho, aunque sin cortinas,
y dormí profundamente hasta la madrugada.
”No debéis, sin embargo,
abrigar la idea de que estábamos sentados en nada parecido a comedor inglés. El
piso de nuestra habitación era de barro y también los muros. La paja del techo
era bien visible. Aquí, en un rincón, estaba mi cama, y allí, en otro,
desparramados, los engorrosos aperos de tres o cuatro caballos. Dos tinajones
contenían agua y los criados cobrizos que nos servían, semidesnudos con candor
indio. No habíamos cambiado cuchillos, platos, ni tenedores. Candioti, su
capataz principal y el cura de la capilla vecina comieron del mismo plato. Los
asientos eran sillas anticuadas de vaqueta con respaldo de cinco pies desde el suelo.
La puerta permanecía abierta y en sus cercanías estaban media docena de
caballos ensillados atados al palenque. No había cuadros que adornaran las
paredes ni ventanas con vidrieras, ni siquiera postigos para protegerlas.
”Todo a nuestro derredor, inclusive
el sabroso y abundante festín, demostraba que cenábamos con un jefe nómade. Su
bienvenida era primitiva y cordial; su riqueza consistía en ganados y rebaños,
y los arreglos domésticos eran rudos y sencillos como los hábitos del señor.
Todo evidenciaba la distancia a que nos encontrábamos del lujo y refinamiento
modernos. La jofaina en que, como los judíos, nos lavábamos las manos después
de comer, fue pasada por una china sirviente; y un mulato alto, llevando afuera
mis botas, sacó con un palo la arcilla que tenían adherida, y las puso junto a
mi cama, a guisa de prevención de que era todo cuanto podía esperar en punto de
limpieza. Apenas empezaba a aclarar el día, mate y cigarro me fueron traídos
por el joven Candioti, los aperos fueron sacados y puestos sobre el lomo de
varios caballos magníficos que estaban ya prontos a la puerta para ser
ensillados; y en diez minutos, Candioti, su capataz, mi sirviente y ocho
peones, seguidos por seis perros grandes, estuvieron montados y listos para
recorrer toda la estancia, a fin de que viera algo de la manera de
administrarla y tuviera una idea de la extensión de su superficie.” (2)
Notas
y Bibliografía:
(1) 1959, Busaniche, José Luis, Estampas del pasado, lecturas de historia argentina, Tomo II,
Buenos Aires, Hyspamérica, 1986.
(2) Busaniche, José Luis, Op. Cit., Tomo II pp. 187-190.
¿Excelente!
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