Tuve el honor de participar en esta actividad organizada por la Universidad Nacional de Lanús el martes 28 de setiembre.
Gracias Manuel Corral Vide por la incitación.
Tuve el honor de participar en esta actividad organizada por la Universidad Nacional de Lanús el martes 28 de setiembre.
Gracias Manuel Corral Vide por la incitación.
He escrito, en la Parte I,
sobre la receta de conserva de tomates fermentados que mi abuela Agustina
preparaba en su chacra a 30 km de la ciudad de 9 de Julio. La he reproducido
tal y como la describió tía Chocha, su hija. La he rastreado en recetarios
españoles que podrían representar un antecedente, pero no la encontré. Si la
encontré en los recetarios argentinos de la primera mitad del siglo XX. Es más,
en la duodécima edición del libro de Teófila Benavento (1895) la receta ya se
encuentra incluida. (1) También encontré referencias de que se trataba de una
preparación habitual hasta hace 60 años en las zonas rurales de las pampas
rioplatenses, siendo el hallazgo más notable la receta de Pepe Mujica
(diferente a la de mi abuela, pero en la misma línea de fermentación de
tomates). (2)
Concluí la primera parte
allí; meditando en que no creo en la singularidad de esta idea gastronómica (si
lo afirmara, el chucrut y el kimchi me desmentirían rotundamente) y tampoco en
el origen rioplatense de la receta de esta conserva hecha con tomates.
Retomemos el camino de la
búsqueda, a tientas, por cierto, incitado por el hecho de que mi tía Chocha ha
vuelto a hacer esta salsa de tomates fermentado (la incluyo al final de este
artículo) como lo hacía su madre.
IV
Otros hallazgos
He buscado en el libro de
Sandor Katz y en algunos sitios de la Web el antecedente de la receta
específica de mi abuela con magros resultados.
El autor norteamericano hace
referencias a la fermentación de tomates en dos secciones de su capítulo
dedicado a la fermentación de verduras en general (y de algunas frutas). En
una, se dedica a las recetas que inician con una fermentación espontánea; en la
otra, a las que inician sumergiendo los tomates en salmuera.
La primera sección mencionada
expone un recuadro que lleva por título “Conserva cruda de tomates” cuyo autor
es Sergio Carlini que la envía desde Italia. (3) Se trata de una receta
tradicional de su país. Consiste en dejar fermentar el tomate como si se
tratara de un vino, es decir, a partir de la activación natural de sus propias levaduras.
Sólo se agrega sal a la salsa cuando la fermentación ya se ha completado. El
resultado final es una pasta compacta similar a un extracto de tomates.
Volviendo a ver el video del
reportaje que le hiciera la televisión pública holandesa al ex presidente
uruguayo José Pepe Mujica, da la impresión de que es ésta precisamente la salsa
que él prepara en su chacra, aunque no propone deshidratar el resultado de la
fermentación. (4) La receta de doña Agustina arranca con el agregado de sal a
los tomates.
Por su
parte, comienza la sección que dedica a la fermentación de verduras en
salmuera, diciendo:
“A diferencia del método del salado en seco, en que se
suele emplear la sal para extraer el agua de las verduras con el fin de
hacerlas fermentar bajo sus propios jugos, la fermentación en salmuera supone
preparar una solución de agua para cubrir con ella las verduras. /…/.” (5)
A continuación enumera una
gran cantidad de verduras, entre ellas, tomates verdes, que se pueden fermentar
con salmuera, usando distintos procedimientos. Es evidente, nuevamente, que la
receta de doña Agustina supone lo contrario, es decir, usar la sal para
quitarle líquido a los tomates y éstos deben estar muy maduros.
En la Web encontré un sitio denominado
Mundo bacteriano que alienta la
producción y el consumo de alimentos fermentados porque los considera muy
saludables. El autor, de apellido Estévez, firma los artículos con el
pseudónimo “Probiótico”. Es español lo que alentó la lectura pensando en
antecedentes de ese origen para la salsa de mi abuela. Pero no…
Sus artículos parecen estar
en sintonía con las propuestas de Katz. Veamos cómo trata la fermentación de
tomates.
En un primer artículo, leemos:
“Hay muchos sistemas de conservar y
fermentar tomates. Algunos los desecho porque añaden vinagre de vino, para
conseguir la acidez que permitirá conservarlos. En el mundo anglosajón se
preparan con asiduidad los llamados “Pickled tomatoes”, que suelen hacerse con
vinagre y salmuera, además de hierbas aromáticas. En Italia, se prepara una
pasta de tomate fermentada a la que se llega tras eliminar el líquido. Es muy
elaborada /…/.
”Pero yo, buscando la sencillez, he preferido usar el sistema
tradicional de la inmersión en salmuera, del mismo modo que hacemos el resto de
las hortalizas.” (6)
Como puede verse, su “receta
preferida” es similar a la que usa Sandor Katz para su conserva de tomates
verdes. Estevez expone dos recetas más: “Tomates fermentados a la italiana” (7)
y “Extracto de tomates fermentados”. (8)
El procedimiento de la
primera receta se inicia con los primeros pasos de una passata (hervir los
tomates y luego cernirlos en un passatuto). Luego, se agrega un dos por ciento
de sal al jugo resultante que fermentará al cabo de unos días. Se conserva en
frascos en la heladera.
Probiótico afirma que la
segunda receta es la tradicional de “strattu”, o extracto de tomates siciliano.
El punto de partida es la salsa obtenida con la receta anterior, la que luego es
sometida a un proceso de eliminación de líquidos excedentes (escurrido,
prensado, etc.) hasta lograr una pasta consistente. Si bien la salsa fermentada
de base es diferente, se usa un procedimiento bastante parecido al que muestra
la “conserva cruda de tomates” de Sergio Carlini que expone Sandor Katz. El
enlace a la receta se encuentra en la nota (8), allí, el lector contará con
todos los detalles del proceso.
En síntesis, el principio
general de todas las recetas expuestas es el mismo, lograr la fermentación de
tomates. Sin embargo, ninguna se parece estrictamente a la receta de mi abuela.
Tal vez porque, a excepción del extracto de tomates, las recetas parecen seguir
procedimientos más recientes y, justo es decirlo, tanto Katz como Probiótico
procuran la mejor receta sin preguntarse qué tan tradicional es.
V
Un paréntesis oriental
El artículo en el que
publiqué la salsa de mi abuela mereció muchos comentarios de personas que
recordaban haberla comido, hecha por sus madres o abuelas, tanto en la
Provincia de Buenos Aires como en la República Oriental del Uruguay. Claro está
que los comentarios son genéricos y, en casi ningún caso, se alude explícitamente
al modo inicio de la fermentación, es decir, arranque natural o arranque a
partir del agregado de sal.
En la provincia de Buenos
Aires, la costumbre de hacer estas salsas se ha ido perdiendo; pero no así en
la R. O. U., donde parece que, aunque no es pan de todos los días, se sigue practicando
con asiduidad. Como da cuenta el mencionado reportaje al ex presidente Mujica
arriba mencionado.
Esto era un
misterio para mí hasta que en uno de los comentarios recibidos en El Recopilador de sabores entrañables,
pude leer lo siguiente:
“Es una verdadera delicia, yo me como un pan flauta
entero con esa salsa. Cuando yo era chico, mi padre la hacía en damajuana de 5
litros de vino. La mejor receta para esta salsa estaba en un viejo libro que se
llamaba Almanaque del Banco de Seguros del Estado, en Uruguay, que sale todos
los años, creo que aún sale; pero no recuerdo de que años es, creo de los años
sesenta o setenta.” (enlace en nota (2))
Las distintas fórmulas para
fermentar tomates fueron publicadas en La Argentina en recetarios editados
entre 1895 y 1944. En el Uruguay, su publicación es mucho más reciente y,
adicionalmente bajo la forma de un almanaque que tiene sus ventajas (como estar
más al alcance de la vista, contiene un número menor de recetas, etc.). Por
estas razones, es más probable que una receta sea encontrada imprevistamente y
con mayor facilidad que en un libro donde hay que ir a buscarla.
VI
¿Por qué no encuentro la receta original? ¿Por qué dejó de hacerse la salsa
como la hacía mi abuela?
El lector sabe bien que no
valoro tanto el origen de una receta como la resultante de haber sido apropiada
por los argentinos y de contar con una fórmula aceptada por la generalidad de
quienes la practicaban diferenciada de la receta original. Aunque, en este caso,
debo ser más preciso y hablar de una receta rioplatense, porque ese fue el
ámbito social en que la misma fue apropiada. La búsqueda del origen sólo
representa, si se lo mira desde este ángulo, un punto de referencia que permite
ver la evolución y la identidad diferencial emergente de la nueva receta
acriollada o, más bien neo criolla.
No puedo responder a por qué
no la encuentro, pero abrigo algunas hipótesis. En parte es por mi propia
insolvencia, claro está; pero tal vez porque en el terruño originario ha dejado
de practicarse, como ha ocurrido en este lado del Río de la Plata. Intuyo,
incluso que, en la otra banda del río, donde se sigue practicando como ya lo he
expuesto, la receta aceptada en nuestros días difiere con la receta de antaño.
Si fuera más osado, diría
que no la encuentro porque la de mi abuela representa ya la adaptación local,
con su identidad diferenciada, hecho que ocurrió en esta margen del río. Pero
salvo mi propia insolvencia para encontrar el original, no tengo fundamentos
para sostener ningún de las otras hipótesis.
¿Por qué dejó de hacerse esta
salsa? Como muchas otras fórmulas de las tradiciones culinarias populares, la
hegemonía del eje agro industria – disposiciones sanitarias estatales que
procuran garantizar productos seguros para el consumidor, ha hecho que
desaparezcan muchas recetas que eran de una práctica habitual no hace demasiado
tiempo. Adicionalmente, debo decir que esta tendencia ha sido acompañada por el
desarrollo de la mala prensa que han tenido los fermentos por años.
Daré algunos ejemplos para que
no se piense que hablo en abstracto.
El primer
ejemplo es el que nos ocupa y, para ello, voy a regresar a la receta de Sergio
Carlini, transcribiendo algunas de sus expresiones:
“Esta receta, basada en una fermentación espontánea,
se emplea en Italia desde hace centenares de años, y yo la preparo todos los
años., No obstante, por los nuevos reglamentos de la Unión Europea, ya no se ve
en los mercados (era de esperar…).” (ver nota (3))
Otra situación similar
ocurre con los quesos franceses de leche cruda, en especial, el caso del camembert.
Michael Steimberger, en su libro Au
Revoir (2009), relata cómo los productores de ese queso resisten a la
imposición de las normas de la Unión Europea que exige que todos los quesos se
hagan con leche pasteurizada. (9)
Mi tía Chocha me dio la receta
de su madre cuando fui a verla a 9 de Julio en 2017. Me contó entonces que ella
ya no la practicaba y que no la usó cuando, hace algunas décadas, intentó hacer
una pequeña producción artesanal de conserva de tomates.
Para reforzar sus dichos, me
regaló un librito que había consultado en aquella oportunidad. Se trata de una
obra de Jaime Zammito que contiene fórmulas para producir conservas de tomates,
entre otras muchas propuestas. Todas las recetas suponen una cocción de los
tomates o un sometimiento a hervores en baño maría cuando ya están envasados.
(10) En ese sentido, la passata (industrial o casera) que es una salsa de
tomates en la que se evita la fermentación, pareciera ser el emblema de la
nueva época.
VII
En los caminos del regreso
De todos modos, tía Chocha
volvió a hacer tomates fermentados como su madre. No se trata de un caso
aislado, ni de un gesto nostálgico. Volvió a fermentar tomates porque considera
bueno el resultado.
Al lector le resultará fácil
percibir una serie de tendencias que congregan a numerosas personas que
intentar recuperar productos y recetas artesanales con distintas motivaciones,
convencidos de las bondades de los productos que obtienen. Pongo algunos casos:
aquellas personas interesadas por producir alimentos fermentados, generalmente
para el autoconsumo; los que promueven la recuperación de la producción
artesanal de fiambres y embutidos, algunos de ellos con finalidades comerciales
(éstos tienen un capítulos en el que los productos deben fermentar); los que
elaboran dulces y mermeladas con la misma finalidad comercial; los que pretende
restauran la quinta de los abuelos en casa, aún en el ámbito mínimo de un
balcón de un edificio de departamentos en la gran ciudad.
No es poco.
Ahora bien, el problema que
tienen en general se relaciona con el acceso a las recetas. Es fácil recuperarlas
en los casos en que la práctica no se ha perdido, como por ejemplo ocurre con
las mermeladas. Más difícil, cuando se trata de productos que se han perdido en
el tiempo, como la salsa de tomates fermentados.
Los medios para recuperar
esas prácticas y recetas son varios. En algunos casos, se reconstruyen recetas
por afinidad con otros productos, como puede verse en el caso de la receta de
tomates fermentados en salmuera de Probiótico (ver nota (5)) que usa la fórmula
general que aplica a otros vegetales.
Con todo, hay un detalle muy
importante que casi todos tienen en cuenta, las normas de seguridad prescriptas
por el estado o consagradas por las buenas prácticas industriales. Estas normas
tuvieron un desarrollo mayoritariamente intuitivo a lo largo de las tradiciones
populares; pero, en nuestros días, eso no alcanza, sobre todo si se ha roto la
cadena de transmisión de saberes de generación en generación. Por ejemplo, ya
nadie hace chorizos secos sin sal de cura, ni mermeladas sin esterilizar los
frascos en los que las envasan.
No está mal. Tal vez, la
conciencia sobre el tema, sea el mayor logro que nos deja la agro industria, la
preceptiva estatal y la prédica de los promotores de pequeños emprendimientos
artesanales como el citado José Zammitto. (ver nota (10))
VIII
La receta actual de tía Chocha
Con todo tía Chocha volvió a
hacer tomates fermentados como su madre.
¿Realmente los hace como
hacía su madre? No, claro que no. Por ejemplo, envasa la salsa en frascos que
esteriliza mediante el procedimiento de hervirlos en agua por un rato, digamos,
por media hora. También los pela porque, según me cuenta, la piel que tienen
los tomates que compra carece de las mismas propiedades de aroma, sabor y textura
que tenían los que su madre cosechaba en la quinta.
Tomates fermentados receta actual |
|
Fuente (fecha) |
María Luisa Aiscurri, mi tía Chocha (2020) |
Ingredientes |
Tomates maduros. Sal gruesa. Aceite. Ajo. Albahaca. |
Preparación |
1.- Seleccionar los tomates.
Tienen que estar bien maduros, pero firmes. 2.- Limpiarlos, pelarlos
y cortarlos en trozos como para una ensalada. 3.- Colocarlos en un
colador y agregar una generosa cantidad de sal gruesa. Opcionalmente, siempre
al gusto personal, se pueden agregar, en ese momento unos dientes de ajo
fileteados y unas hojas de albahaca. Tapar con un lienzo. 4.- Dejar que escurran bien su jugo
por dos días. 5.- Cuando escurrió bastante,
esterilizar los frascos: colocarlos vacíos y sin la tapa en una olla con agua
envueltos en un repasador. Hacer que hiervan por treinta minutos. Rociar las
tapas y el borde de los frascos con alcohol. 6.- Colocar los tomates en los
frascos, agregando el ajo y las hojas de albahaca, si no se lo ha hecho
antes. 7.- Dejar los frascos destapados algo
inclinados hacia abajo dentro del mismo colador para que sigan perdiendo
líquido dos días más, tratando de evitar que salga la pulpa. 8.- Cerrar los frascos y conservarlos
en la heladera. 9.- Esperar quince días para
consumirlos. Pueden durar hasta tres meses. |
Comentarios |
Si aparece moho, se retira con una
cucharita y listo. |
Notas y referencias:
(1) 1895, Benavento, Teófila, La perfecta cocinera argentina,
duodécima edición, Buenos Aires, Tusquets, 2020, 1° edición de 1888, pag. 116.
(2) 2018, Aiscurri, Mario, “Conserva de tomates fermentados. Parte I la receta de
doña Agustina”, El Recopilador de sabores
entrañables, leído en
https://elrecopiladordesabores.blogspot.com/2018/11/conserva-de-tomates-fermentados-de-dona.html
el 17 de agosto de 2020.
(3) 2012, Katz, Sandor, El arte de la fermentación, Móstoles,
Gaia, 2017, pag. 149.
(4) 2014, entrevista a José
Mujica, leído el 10 de febrero de 2018 en https://www.elobservador.com.uy/el-presidente-mujica-ensena-hacer-salsa-casera-tomate-n272101.
(5) 2012, Katz, Sandor, Op.
Cit., pag. 152 y ss.
(6) 2016, “Tomates
fermentados. Primer sistema”, leído el 10 de febrero de 2018 en
http://www.mundobacteriano.com/tomates-fermentados-primer-sistema/
(7) 2018, “Tomates
fermentados a la italiana. Segundo sistema”, leído el 19 de agosto de 2020 en http://www.mundobacteriano.com/tomates-fermentados-a-la-italiana-2o-sistema/
(8) 2018, “Extracto de tomates
fermentados”, leído el 19 de agosto de 2020 en http://www.mundobacteriano.com/extracto-de-tomates-fermentados/
(9) 2009, Steinberger, Michael,
“Lo crudo y lo cocido”, en Au Revoir.
Comida, vino y el final de Francia, Barcelona, Ediciones Urano S. A., pp.
159-182.
(10) S/D (c 1960), Zammitto, José, Industria
casera, Mercedes, Buenos Aires, pp. 22 y ss.
Por
Aldo Barberis Rusca
Como todo en
esta tierra de Dios, el ambiente del boliche ha ido transformándose con el
correr del tiempo.
Hubo épocas en
que los parroquianos dedicaban sus horas a los diversos juegos de baraja que
concitaban la mayor atención. Entre ellos el que siempre gozó de mayor
popularidad fue, como es previsible, el truco. De hecho el patrón guardaba bajo
el mostrador unas cajitas de madera que contenían la baraja española de
cuarenta naipes y un pequeño recipiente conteniendo los porotos indispensables
para llevar el marcador.
Un estudio
detallado y pormenorizado de la costumbre de marcar los puntos del truco
utilizando porotos y el posible origen de la misma no hizo mas que demostrar la
amplísima ignorancia que en el mundo existe sobre este tema. Es más, quienes
emprendieron esta tarea solo han encontrado un marcado desinterés que rayaba en
la hostilidad.
Sin embargo
quedan las preguntas, esperando al Champollion que las descifre. ¿Por qué
porotos y no garbanzos u otra legumbre?, ¿puede ser que el garbanzo, al ser marcadamente
esférico tienda a rodar y perderse?, ¿es la lenteja demasiado pequeña?, ¿o su
color parduzco la camufla y disimula frente al color amarronado de la mesa de
juego?, ¿Por qué se utilizan, preferentemente porotos alubias o manteca y solo
raramente pallares, tape, regina u otros?, ¿intentó alguna vez alguien utilizar
los, en un tiempo famosos, porotos saltarines mexicanos?. Y por último, ¿la
introducción de la soja favorecerá la llegada del truco a los países del lejano
oriente?
Pero mas allá
del truco, el bodegón vio interminables partidas de tute cabrero, mus, patrón y
soto, brisca, monte criollo e innumerables variaciones de juegos con cartas
españolas. Demás está decir que entre los parroquianos siempre hubo jugadores
de dominó y de ajedrez.
Sin embargo
las mesas de juego se acabaron, tal vez corridas por los edictos policiales y
muchos de los juegos que jugaban los devotos asistentes al boliche se han
perdido, quizás para siempre, o viven guardados en ocultos reductos timberos.
En otros
momentos, las mesas se poblaron de fanáticos del automovilismo. Hubo incluso
famosos bares “tuercas” donde los clientes llegaban con sus autos preparados y
sus guantes sin dedos y donde se armaban grandes mesas de corredores
profesionales y amateurs de Turismo de Carretera, carreras de regularidad,
picadas y toda una larga serie de modalidades del “deporte motor”.
Hubo épocas de
bares literarios y de tertulias políticas. Buenos Aires tuvo famosos boliches
donde se tomaba ginebra y se “arreglaba el mundo” hasta altas horas de la
madrugada. Y supimos disfrutar, también, de íntimos reductos donde las parejas
podían tomarse de las manos y hablar de sus cosas a media voz.
Pero todo esto
es cosa del pasado. La globalización y la uniformidad llegó también a los
bodegones de la mano del fútbol codificado.
Hasta hace
unos años, los boliches con TV eran contados y generalmente eran los que daban
cobijo a la tristeza de los hombres que cenaban solos y que se quedaban
dormidos en su silla, mientras una pantalla opacada por la grasitud ambiente
dejaba adivinar una telenovela o una película de acción. Estos figones eran
escrupulosamente evitados por la mayoría de los viandantes que los consideraban
indignos de ser visitados.
Sin embargo,
la llegada del cable y, más específicamente, del fútbol codificado se presentó
ante los patrones como una buena estrategia de mercadeo para atraer público. Y
la estrategia dio resultado.
Los días de
partido los boliches se llenan de fanáticos que, ante la imposibilidad de pagar
el abono correspondiente, eligen alentar desde la cómoda tribuna del bar donde,
extrañamente, pueden convivir parcialidades opuestas sin mayores perjuicios.
Claro que,
tener un televisor para ver solamente los partidos codificados es un evidente
desperdicio. Y si, como dice una famosa semióloga argentina, “en el cable
siempre hay un elefante” y un partido de fútbol, agrego yo; entonces la
tentación de tenerlo encendido todo el tiempo vence toda resistencia.
Es ahí donde
los parroquianos expresan sus preferencias y se conforma la programación diaria
de TV en el boliche: fútbol a toda hora (argentino, inglés, español, italiano,
mexicano, Eurocopa, Champions League, Copa del Rey, etc.), algún otro deporte,
preferentemente tenis si hay argentinos; alguna vez películas u otro tipo de
programas y, al mediodía y a la nochecita, el noticiero.
Cuando llega
el noticiero llega la hora del indignado argentino, aquel que ante cada
acontecimiento noticiable exclama “¡qué barbaridad!” con voz queda y sacudiendo
la cabeza como negando.
El indignado
es una especie que, si bien existió siempre, en los últimos tiempos tiende a
crecer y desarrollarse en forma desmedida. De forma que, siendo los más
tradicionales de una clase acomodada y ciertamente conservadora, hoy se ven
indignados en todos los estratos sociales y de todos los signos políticos e
ideológicos.
Para comenzar
a entender el fenómeno del indignado argentino, o indignado nacional según
gustan llamarlo ciertos cientistas sociales, es una buena práctica iniciar el
estudio en el diccionario.
Según este la
indignación es “enojo, ira o enfado
vehemente contra una persona o acto”. La diferencia entre un enojo y la
indignación parecería radicar en la “vehemencia” de esta última.
Volviendo al
mataburros; vehemencia es aquello “que se
expresa con viveza o ímpetu”. Por lo tanto, el indignado es aquel que
expresa vivamente su enfado; conclusión a la que podríamos haber arribado sin
necesidad de tanta cháchara.
Lo que si es
digno de destacar es que el indignado precisamente “expresa” su enfado con
viveza e ímpetu; y ahí se queda.
La indignación
es una actitud meramente declarativa, testimonial. No busca alterar ni cambiar
aquello que es objeto del enojo del indignado, sino dejar en claro una posición
ante los demás, ante los pares; ni siquiera ante las autoridades o los
causantes de la indignación.
La indignación
es el más democrático de los sentimientos, no reconoce clase ni ideología y
está presente ante todas las circunstancias de la vida.
El indignado
nacional se expresa con viveza e ímpetu ante los baches, los cartoneros, la
inseguridad, la violencia policial, la corrupción, la impunidad, el cambio
climático, el “Gran Hermano”, la pornografía, el trabajo infantil, los patrones
que vacían empresas, los trabajadores que recuperan las empresas, los sueldos
de los maestros, los paros de los maestros, los cortes de ruta, la represión en
los cortes de ruta y. prácticamente, sobre todo el contenido del noticioso.
Estos héroes
argentos sienten que con su “¡qué barbaridad!”, su sempiterna cara de traste y
sus módicas protestas “pour la galerie” ya tienen cubierta su responsabilidad
social y sus concientes almitas lograran al fin la entrada al paraíso de los
justos.
El pensamiento
políticamente correcto del mundo posmoderno nos ha convencido de que no existe
cambio que no sea el que se expresa en el altar de la democracia conocido como
urna electoral. Todo acción que emprenda una persona o grupo de personas que no
se encuadre dentro de los parámetros democráticos son condenados al vituperio y
expatriados al reino de la barbarie.
Y así
entonces, mientras nuestros representantes políticos, sociales, gremiales,
etc., se reparten favores, y negocien con la vida, la libertad, la felicidad y
las haciendas de sus representados, al ciudadano de a pié solo le dejan la
opción de expresar su enojo con vehemencia; o sea, indignarse.
Mientras tanto
un árbitro cobra un penal que fue claramente fuera del área; los jugadores, los
hinchas y los parroquianos del bar indignados, expresan viva e impetuosamente
su enojo y disconformidad. Pero el fallo es inapelable y cualquier exceso puede
ser reprimido con la mayor severidad; mejor dejarlo ahí.
La vida suele
ser un reflejo del fútbol.
Notas y referencias:
(1) 2005-2007 c, Barbieri Rusca, Aldo, “¡Qué barbaridad!”, El barrio Villa Pueyrredón, sección
“Reflexiones desde un bodegón”.
El lector sabe muy bien que soy un cultor de
las tradiciones culinarias que trajeron las colectividades de inmigrantes que
llegaron a nuestro país, que he perseguido cada receta, y cada detalle de una
receta con utillajes de entomólogo (observación y paciencia) con la finalidad
de detectar qué es lo que aportaron al caldo común de la cocina neo criolla.
Pero, al mejor cazador se le suele escapar una liebre… desconocía este plato
hasta que Mario Sorsaburu la sacó del bolso en que guarda las recetas familiares y la puso frente a mis ojos.
¿Nunca probé esta ensalada tibia de arroz,
lentejas y cebolla? ¿Me pasó como con esos objetos que uno busca y no encuentra
porque están demasiado a la vista?
Tal vez fue porque las lentejas son parte de
mi vida, de los sabores de infancia que me acompañan desde lejos… y este plato,
enyátara libanesa, las tiene por estrella.
Cuando yo era niño mi madre solía preparar
guisos de lentejas en invierno, como en tantas otras familias porteñas. Sin
embargo, en verano, no estaban ausentes en la mesa familiar. Mi madre preparaba
ensaladas con legumbres frías y cebolla, siendo mis preferidas las que hacía
con lentejas. Ambos platos, de clara tradición hispana, forman parte de ese
gusto, de la memoria olfativa y gustativa que llevo conmigo a todos lados. De
modo que ahora que reparo en ella, la enyárata no me es enteramente ajena a
pesar de pertenecer a otra tradición culinaria.
¿En qué consiste? Simplemente en una ensalada
que se puede servir caliente o tibia. ¿En qué se diferencia con la de mi madre?
No sólo en la temperatura, sino también en el universo de los aliños
específicos. Es sabido que la condimentación de un plato es determinante,
aunque no el único, al momento de cifrar su identidad étnica.
Seguramente comí enyárata en más de una oportunidad
en mi vida. Seguramente habrá formado parte del mehza, la picada tradicional
con que comienza toda comida árabe importante. Seguramente su doble afinidad,
la presencia de las lentejas y el arroz, por un lado, y el universo de aromas
compartidos por el resto de los platos puestos sobre la mesa, me impidieron
identificar esta ensalada como lo que es, algo diferente, singular en el
contexto de la comida árabe en La Argentina.
Está claro que, como siempre con los platos de
esta tradición culinaria, el problema está en la denominación. En la familia de
mi amigo, recibía los nombres de enyárata o mnjadra. Por su parte, el Chef
Abdala la denomina myadara. (1) Vaya a saber uno que otro nombre podría tener
en la carta de un restaurante.
Aquí estamos recogiendo una receta familiar
que ya preparaba la bisabuela de Mario y que las mujeres de la familia, su
abuela, su madre y Mora, su esposa, acogieron con cariño y repitieron con
vocación celebrante.
Mario nos dice que la
base, mejor dicho con sus palabras, los protagonistas de este plato son las lentejas,
el arroz y las cebollas y despliega algunas variantes posibles que he tratado
de recoger en la receta.
Por ejemplo, a veces,
sólo a veces, Mora y Mario reemplazan el arroz por garbanzos pelados. Pareciera
tratarse de una variante muy antigua. Su abuelo Jorge las prefería de ese modo
porque sostenía que su madre la preparaba así para las grandes ocasiones.
Como tantas otras
recetas, ésta no se conservó inmutable en la familia, siempre hay lugar para
algún detalle personal que hará que esta receta que publico sea única. Por
ejemplo, Mario le agrega ají picante solo por gusto.
Puede que el lector no
consiga los piñones que Mario agrega cuando los tiene, pero el resto de los
ingredientes es accesible y permiten la elaboración de un plato tan sencillo de
preparar como sabroso. Se los puedo asegurar por experiencias.
Aquí la receta.
Enyátara libanesa |
|
Fuente (fecha) |
Receta de Mora Sorsaburu (2020) (2) |
Ingredientes |
Lentejas. Arroz. Garbanzos. (opción
alternativa). Cebolla blanca o morada.
(la elección es al gusto del cocinero). Aceite de oliva. Comino. Pimentón. Ají molido. Cúrcuma. Sal. Pimienta. Piñones. Almendras. Queso feta en lascas. |
Preparación |
1.- Cocinar las lentejas hasta que casi estén para comer. 2.- Cocinar el arroz (o los garbanzos, si se decide por esta
opción). 3.- Pelar los garbanzos (si se decide por esta opción). 4.- Poner a cocinar cebollas blancas o moradas en una sartén
profunda con un poco de aceite de oliva. 5.- Agregar las lentejas y dar unas vueltas. 6.- Agregar el arroz (o los garbanzos, si se decide por esta
opción). Dar unas vueltas. 7.- Condimentar con comino, pimentón, ají molido, cúrcuma, sal
y pimienta. 8.- Agregar piñones y almendras. 9.- Servir caliente, agregando las lascas de queso feta por
arriba. |
Comentarios |
De Mario: 1.- Los ingredientes básicos son las lentejas, el arroz y las
cebollas moradas o blancas que son las protagonistas del plato. En la casa
familiar se cambiaba, a veces el arroz por garbanzos, porque el abuelo de
Mario, don Jorge, sostenía que así lo hacía su madre en ocasiones especiales. 2.- Puede llevar jengibre, que se agrega al hervir las lentejas,
o canela espolvoreada al servir. Mario no usa estas opciones, pero sí suele
agregar comino negro (le da un gusto especial) y un poco de ají picante. 3.- En muchas casas se agrega laben (un yogurt casero ácido) por
encima del plato en el momento de servirlo. Su abuela, por ejemplo, preparaba
laven todas las semanas, en su casa se comía como acompañamiento de muchas
comidas, no sólo de la enyárata. Mario prefiere las lascas de queso feta para
completar el plato con la dosis de lácteos correspondientes. Míos: 1.- La receta no indica las cantidades
de cada ingrediente; pero son fáciles de calcular para quien tenga
experiencias con lentejas y arroz. 2.- Mario publicó una versión de esta
receta en las redes sociales. (3) |
Notas y bibliografía:
(1) 2007, Chef Abdala, Pasión
por la cocina árabe, Buenos Aires, Atlántida, Pag. 24.
(2) 2020, Mario Sorsaburu a Mario Aiscurri, correo-e del 29 de
julio.
(3) En el grupo “Buena
Morfa Social Club” de Facebook, 2 de junio de 2020, la he leído el 25 de julio de
2020 en https://www.facebook.com/groups/buenamorfa/?post_id=3384802034872965.