Marzo de 2016
La
bodega más añeja, nunca mejor usado este término, de la Argentina se creó en el
año 1831 en la Provincia de Salta, Colomé. En el otro extremo de nuestra
geografía en la Provincia de Neuquén, su bodega más antigua que se encuentra ubicada
en San Patricio del Chañar, se fundó recién el 12 de abril de 2003, tiene
apenas unos escasos 13 años, y es la “Bodega Del Fin del Mundo”. Como siempre,
la historia no comenzó allí.
Las imágenes pertenecen al autor
Julio
Viola, fundador y propietario de la Bodega Del Fin del Mundo, es el arquetipo
del hombre pionero y visionario, de esos que abundaron en la Patagonia durante
la primera mitad del siglo XX. Nacido en Uruguay, logró transformar una crisis
terminal en una oportunidad histórica, reconvirtiendo su negocio frutícola en
una de las bodegas más importantes de la Argentina, todo esto en el medio del
desierto patagónico, con un clima muy hostil y vientos de hasta 100 km por
hora.
Cuando
sus abuelos vinieron de Italia, las familias Viola y Peluffo, se dividieron entre
los dos países que se encuentran en ambas bandas del Río de la Plata, unos se
establecieron en la Argentina y otros en el Uruguay. Desde esa época en
adelante las familias se cruzaron constantemente entre ambos países, el río no
fue una valla que los separara, por el contrario, fue un vínculo que les sirvió
de unión. Su tío, el hermano de su padre, de niño se radicó en Cipoletti, en el
Alto Valle del Río Negro, donde sus abuelos explotaban una empresa frutícola, lo
que implica que la familia paterna tiene cerca de un siglo en la región.
En
el año 1973 Julio vino a la Argentina a visitar a su familia. Si bien el país
estaba atravesando por momentos difíciles, el encanto de esta tierra lo cautivó
y, ante una oferta de trabajo, se quedó. Comenzó de cadete en una empresa
productora de jugos de frutas, pero gracias a que había estudiado en un colegio
inglés, dominaba bastante bien esa lengua. Esto le permitió colaborar con el
papelerío que demandaban las exportaciones a los EEUU, en consecuencia, escaló
su consideración dentro de la compañía mejorando así su nivel laboral e
iniciando sus conocimientos sobre el comercio internacional. En la Patagonia siempre
está todo por hacerse y debido a su buena formación no le fue complicado
comenzar a desarrollarse y seguir progresando laboralmente.
Luego
se dedico a la venta de autos, estuvo al frente de una subconcesión de los
camiones Scania para la zona de la Cordillerana. Posteriormente, en el año 1982,
abrió una pequeña inmobiliaria con la que obtuvo un desempeño muy exitoso. En
esa época, las ciudades de la región eran chicas y comenzaban a crecer a un
ritmo muy acelerado. Ante esta situación, compró tierras linderas a la ciudad y
llevó adelante loteos y desarrollos urbanos. El incremento de la actividad inmobiliaria
llevó a que la competencia se tornara feroz y, como consecuencia de ello, a transformarse
en un negocio menos atractivo a causa de la reducción de los márgenes de
ganancia.
Su
espíritu visionario y su alma de pionero, lo llevó a que en el año 1995 buscara
otros horizontes laborales. La vieja actividad familiar de fruticultura le
sirvió de inspiración. Con la llegada de nueva tecnología aplicada a la
explotación frutícola, se lanzó de lleno a su producción. Comenzó con la compra
de un pedazo bastante grande de desierto. Fue una jugada fuerte y, para la familia,
una operación muy riesgosa e importante. La compra de 3.200 hectáreas demandó
la inversión todos sus ahorros en la operación, incluso tuvo que vender su
propia casa. Como decimos vulgarmente puso toda la carne en el asador, quemó
las naves.
Todo
comenzó muy bien, desarrolló “El Chañar etapa III”, en estas tierras que eran de
secano y no tenían acceso a sistemas de riego. En consecuencia, comenzó por construir
un canal para irrigar este desierto de 3.200 hectáreas y que hoy tiene una
longitud de 20 km. Por aquellos años, hizo un joint venture con una empresa
israelí, la cual era la más conocía sobre sistemas de riego de alta frecuencia
y a partir de ahí se lanzó a desarrollar su emprendimiento de producción
frutícola, la que incluía peras y manzanas, utilizando tecnología de última
generación.
La
bonanza duro poco, la actividad entró en una crisis terminal. En el año 1998 el
50% de las empresas frutícolas del valle quebraron. El tipo de cambio era desfavorable
al punto tal que se importaban manzanas de Canadá, EEUU y Chile. Las manzanas y
peras argentinas pese a su alta calidad no se podían comercializar y la
industria cayó, no pudo conseguir ni un solo comprador. Ante esta situación
desesperante, prevaleció el espíritu emprendedor, no bajó los brazos y se puso a
estudiar la situación para ver qué se podía hacer.
Encargó
la realización de unos estudios agroecológicos y, con los datos en la mano,
observó que en la zona no había ningún viñedo. En el año 1999, incorporó entre
otras cosas los primeros viñedos en la zona. El esfuerzo y la perseverancia dio
sus frutos, la nueva dirección que tomó su “desierto” fue un “boom”. El vino que
obtuvo anduvo realmente bien, ello lo terminó de convencer de plantar más
viñedos y lanzarse a la actividad vitivinícola.
De
a poco empezó a comprender por que no se plantaban vides en la zona, se dio
cuenta que el viento era su gran enemigo. Cuando en el desierto se desmonta
para realizar las plantaciones la consecuencia inmediata es que el suelo queda
suelto y, al combinarse con los ventarrones de más de 100 km por hora, no hay
planta que pueda mantenerse en pie. Ello lo llevó a implementar un sistema que
constaba de un tubo de plástico duro de un metro de alto con un fierrito que lo
sostenía a fin de evitar el problema del viento, esta solución significaba un
sobrecosto muy importante, pero era la única alternativa posible para seguir
adelante y producir en cantidad esos excelentes vinos que había obtenido
mediante las pruebas. Esta táctica se complementaba mojando el suelo y sembrando
verdeo, para lograr que este se fuera afirmando, además se colocaron cortinas
rompevientos.
Vencido
el gran enemigo, más allá de la inversión importante que tuvo que efectuar. Hoy
logró amigarse con él y éste es, ahora, un aliado fiel que paulatinamente
empezó a devolverle la inversión inicial que efectuara, en estos últimos diez
años no fue necesario realizar curaciones y aun así no hubo enfermedades. La uva
a raíz de ello se hizo más resistente y de mejor calidad, condición necesaria
para obtener un gran vino.
Así
nació la primera bodega de la Provincia de Neuquén, sus viñedos se encuentran
en la región de San Patricio del Chañar, a 55 km de la ciudad de Neuquén, donde
las condiciones agro-ecológicas son ideales para el cultivo de la vid. Se destaca
por su gran amplitud térmica, mayor a 20º C, escasas precipitaciones, 180 mm
anuales, y muy baja humedad relativa, todas ellas condiciones determinantes
para obtener una extraordinaria sanidad y una calidad optima en el cultivo de
la vid.
Además,
este tipo de clima permite una maduración lenta y armoniosa de las uvas, lo que
posibilita una inmejorable relación entre los azúcares y la acidez. Se obtiene además
una excelente coloración acompañada de una buena cantidad de sustancias
aromáticas. Estas condiciones se producen por los inviernos fríos, con veranos
secos y calurosos durante el día y frescos en la noche, con otoños con gran
luminosidad que son igualmente frescos y secos, siendo ideales para que las
uvas expresen al momento de la cosecha la mejor calidad para la elaboración de
vinos.
En
este ambiente patagónico, naturalmente sano y sobre suelos arenosos y
pedregosos crecen 1.000 hectáreas de viñedos en producción con variedades de
una alta calidad enológica. La distribución se compone de variedades tintas y
blancas, entre las que se destacan: Cabernet Sauvignon, Malbec, Merlot, Pinot
Noir, Tannat, Cabernet Franc y Syrah entre las primeras, y Sauvignon Blanc,
Chardonnay, Semillón y Viognier entre las últimas. Los viñedos, plantados a
partir de 1999, son conducidos en espaldera baja con cordón bilateral en alta
densidad. El riego presurizado de alta frecuencia permite el milagro de la vida
en el desierto a través de mangueras de goteo. El agua proviene del Río
Neuquén, originado por los deshielos estivales de la Cordillera de Los Andes.
La cosecha se realiza de forma manual entre los meses de febrero y abril.
La
Bodega Del Fin del Mundo comenzó a vinificar el 12 de abril del 2003, fecha de
su fundación. Cuenta con la más alta tecnología para la elaboración de sus
vinos. Esto permite perfeccionar las técnicas de vinificación para aumentar la
calidad, acentuar la personalidad y estilo de cada uno de sus vinos, mantener
la consistencia de los productos y definir la trazabilidad en el recorrido de
la materia prima desde el viñedo hasta la botella, cuidando todos los procesos
intermedios. La bodega ha crecido en forma sostenida y actualmente elabora
cerca de 10 millones de litros por año, cuenta con más de 200 tanques de acero
inoxidable, 104 piletas de hormigón, 2.200 barricas de roble y 4 cubas de roble
francés de 6.000 litros cada una.
Los
vinos se fermentan en tanques de acero inoxidable con control de temperatura.
En los blancos, se persigue la perfecta armonía entre azúcar y acidez que da
como resultado vinos frescos, equilibrados y con un gran potencial aromático.
Los tintos tienen un proceso de maceración de aproximadamente 25 días y algunos
son criados en barricas de roble, tanto francés como americano, lo que les
aporta complejidad y potencial de guarda. El objetivo de la bodega es mantener
una gran calidad en sus productos, usando tecnología de última generación y
sacando provecho de las cualidades excepcionales del terroir Patagónico.
Julio
Viola es el visionario y emprendedor que creó una bodega con sus viñedos en
pleno desierto Patagónico, pero no es el que hace los vinos. El responsable es
el enólogo Marcelo Miras que sin dudas merece un párrafo aparte.
Marcelo
Miras o más conocido como el gran mago de los vinos patagónicos, nació en San
Rafael, Mendoza, donde sus abuelos tenían viñedos y donde descubrió su
vocación. Vive en el Valle hace muchos años, durante los primeros 12 fue el
enólogo de la bodega Canale, luego pasó a ser el enólogo de la Bodega Del Fin
del Mundo y además con su familia elabora su propio vino, "Ocio".
Su
vínculo con el vino es un vínculo pasional. Es uno de los magos de los vinos
patagónicos, uno de los enólogos más cotizados, cuyo talento fue hacer y seguir
haciendo los mejores vinos de este desierto. Creció entre viñedos y los
primeros pasos en el arte de hacer vinos los dio en las fincas familiares de
San Rafael. De chico hacía labores en el viñedo junto a sus abuelos maternos y
paternos, que eran viñateros minifundistas y vendían las uvas a bodegas locales.
Allí aprendió a podar, a tironear, a juntar los sarmientos y cosechar. Siempre
recuerda, de la época de su niñez, que vivir en el campo era hacer cosas de
campo. Su tía María utilizaba grasa de cerdo para pasarle por las manos todas
curtidas por las tareas en el viñedo. Se cocinaba en una estufa hogar, algo
hecho a las brasas y sus otras tías preparaban en unas bateas de madera el pan
y envolvían el amasijo toda la noche para desayunar con el pan calentito recién
hecho.
Estudió
y se recibió de licenciado en Enología e Industrias Frutihortícolas en la
Universidad “Juan Agustín Maza” de Mendoza. Como sabía que la facultad te da las
herramientas y la bodega la práctica, comenzó a trabajar en diversas bodegas
mientras estudiaba. Así, al recibirse, ya poseía una muy interesante práctica
en la profesión. Su trabajo lo llevó a conocer a las dos personas que
provocaron un cambio total en su vida: don Raúl de la Mota, enólogo de
enólogos, que fue su guía durante toda su vida, y a Guillermo Barzi, presidente
de la bodega “Humberto Canale”, quien lo llevó a trabajar a la Patagonia.
Allí
empezó a vinificar el Pinot Noir como varietal tinto, con don Raúl trabajaron
muy duro para descubrir todo el potencial que podía brindar en tierras patagónicas,
y la cepa pasó a ser la estrellita del lugar. Hoy hay en la Patagonia más 150
hectáreas plantadas de Pinot Noir, superficie que se encuentra en crecimiento. Marcelo
fue unos de los primeros, sino el primero, que hizo Pinot Noir en la Patagonia y
eso es parte de nuestra rica historia vitivinícola. Tras 12 años en la “Bodega
Humberto Canale” se desvincula de ella con una enorme pena, debido al cariño
que le tenía por ser su primer gran trabajo, y se encamina rumbo a Neuquén, hacia
el fin del mundo.
Comienza,
sin dudas, un tiempo de cambios trascendentes para Marcelo, sobre todo porque
el desarrollo de un polo vitícola en la provincia del Neuquén lo tendrá como un
actor principal desde su puesto de enólogo y gerente técnico de la primera
bodega de la provincia. Arrancó en Neuquén cuando simplemente no había nada, con
un proyecto desde cero, el sueño de todo enólogo, un traje hecho a medida. La “Bodega
Del Fin del Mundo” comenzó su existencia con él. Cuando Julio Viola le ofreció
llevar adelante la bodega, le impuso un desafío profesional enorme. El cambio
implicaba una nueva etapa, ascender otro escalón. El desafío no amilanó y
aceptó sin rodeos.
Comenzó
el proyecto con 400 hectáreas de viñedos y pensando en plantar otras 400
hectáreas de viñedos más. Fue para él una experiencia totalmente nueva. A los
dos años la cosa cambió y con 800 hectáreas se decidió levantar la bodega. Textualmente
Viola le dijo: “Vos vas a hacer el vino,
así que tenés que pensar qué bodega es la que querés”. Se arrancaron dos paños
de vid y allí se empezó a construir la bodega.
A
partir de entonces todo fue vértigo. Plantaciones, viajes, pruebas y nuevos
premios. Todo fue un sueño y él se decía a sí mismo, “Marcelo, ¡sos parte de la historia y no te das cuenta!". Hoy
la Bodega Del Fin del Mundo está entre las mejores 30 de la Argentina, con una
gran producción, con una muy buena aceptación del producto tanto en el mercado
interno como en el de exportación y con más de 160 medallas obtenidas en
distintos concursos.
Marcelo
Miras es considerado como uno de los 10 mejores enólogos de la Argentina,
discípulo dilecto de Raúl de la Mota y el brazo patagónico de Michel Rolland,
el prestigioso enólogo francés, quien suma su asesoramiento para contribuir de
forma contundente a esta explosión de éxito.
El
crecimiento económico del emprendimiento vitivinícola no fue lineal, los
vaivenes económicos que tuvo nuestro país desde el año 2003 impactaron en los
costos de producción y los precios de comercialización de los vinos. La
situación se tornó tan delicada que lo llevó a la familia Viola a rearmar todo
desde cero nuevamente. Se dio cuenta que no podía seguir con el negocio y
decidió venderlo, pero a pesar de la calidad del producto que ofrecía, ni más
ni menos que la “Bodega Del Fin del Mundo” junto a todo el prestigio que
representaba, no conseguía compradores. Lo único que consiguió fue en socio, la
familia Eurnekián, no lo pensó más y decidió asociarse, los Eurnekián hicieron
una inversión de capital importante por lo que tuvo que desprenderse de la
mitad de su empresa. Una vez más logró salvar su proyecto, “su” bodega, logró
seguir adelante y así llegó pujante hasta nuestros días.
Las
marcas que comercializan son de gran renombre tanto en el mercado interno como
el externo: El tope de gama es el “Especial Blend” elaborado con uvas Malbec,
Cabernet Sauvignon y Merlot; seguido por una línea de varietales, allí tenemos los
“FIN del Mundo Single Vineyard” de uvas Malbec, Cabernet Sauvignon, Pinot Noir,
Cabernet Franc, Merlot y Tannat; luego encontramos el “Gran Reserva Fin del
Mundo”, otro destacado Blend. Además, está la línea de varietales “Reserva Fin
del Mundo” compuesta por las cepas Cabernet Sauvignon, Malbec, Merlot, Pinot
Noir, Chardonnay y Viognier. Otra línea es “La Poderosa”, que toma el nombre de
la motocicleta del mítico “Che Guevara”, integrada por un blanco de uvas Viognier
y un Blend tinto, que es un corte de Cabernet Franc y Merlot. También está la
línea de varietales “Newen Reservado”, que significa Neuquén en idioma Mapuche,
compuesta por Cabernet Sauvignon, Malbec, Merlot, Pinot Noir, Syrah, Sauvignon
Blanc y Torrontés. tienen también en su porfolio a los varietales “Postales
Roble”, de las uvas Cabernet Sauvignon, Malbec y Chardonnay. Sigue luego la
línea “Postales del Fin del Mundo” integrada por los varietales Malbec, Merlot,
Cabernet Sauvignon, Chardonnay y los bi-varietales: Malbec y Syrah, Cabernet
Sauvignon y Malbec, Sauvignon Blanc y Semillón, completando la línea tenemos un
elegante y fresco Rosé. Sigue con la línea “Ventus”, formada por un Red Blends:
Malbec, Cabernet Sauvignon y Merlot y un White Blends: Chardonnay y Sauvignon
Blanc, además de los Varietales: Malbec y Cabernet Sauvignon. La línea Sweet
está representada por “Cosecha de Mayo” que es un vino dulce natural elaborado
con uvas Semillón. Por último está la línea de varietales “Ventus Roble” de las
cepas, Malbec, Cabernet Sauvignon y Chardonnay. Finalizamos la enumeración con los
tres grandes espumantes de la bodega, el “Brut Nature del Fin del Mundo” 100%
Pinot Noir; el “Extra Brut del Fin del Mundo” con la presencia de un 80% Pinot
Noir y 20% Chardonnay y el “Postales del Fin del Mundo Extra Brut” elaborado
con uvas Chardonnay y Pinot Noir.
Los
tiempos mejoraron y la bodega se recuperó económicamente, se equilibraron las
finanzas y la venta de sus vinos volvieron a ser rentables.
Es
así que el grupo Eurnekián decide realizar la segunda inversión importante en un
emprendimiento bodeguero patagónico, la primera fue en el año 2009 cuando compró
la mitad de la “Bodega Del Fin del Mundo”, esta vez obviamente no lo hacen en
soledad, deciden la inversión junto a su socio Julio Viola. Juntos adquieren
otra bodega neuquina que también se encuentra emplazada en San Patricio del
Chañar, es la “Bodega NQN”. Mantienen sus productos de reconocidas marcas, logran
con esta adquisición reforzar la presencia en el mercado y a la vez potencian
las marcas de la “Bodega NQN”, tanto en nuestro país como en el exterior. Se afianzan
definitivamente como los dos grandes pilares vitivinícolas de la patagónica. La
expansión trasciende nuestras fronteras, se encuentran realizando inversiones
en diferentes emprendimientos, como en olivares en Marruecos y en una bodega con
viñedos en Armenia.
Julio
Viola el gran hacedor, llego a crear este imperio bodeguero viniendo del mundo
de los negocios, por eso sabe perfectamente que la venta es una pata de la
mesa, mejor dicho, para él, es “la” pata de la mesa. No hay venta sin
comunicación y no hay comunicación sin un buen trabajo de marketing. Uno de los
grandes aciertos de la bodega ha sido el trabajo en el área de marketing. Viola
sostiene que, “Por bueno que sea el vino
que produzcas, si no lo podés vender…?”, obviamente la bodega se funde y si
el vino es de mala calidad por más bueno que sea el equipo de marketing tampoco
se podrá vender. Uno no vive sin el otro.
Bajo
esta premisa desde un comienzo se buscó potenciar el marketing de la bodega que
estaba naciendo y el nombre que eligiera debía responder a esa estrategia. Se
les ocurrían muchos nombres pero ninguno de ellos convencía totalmente a Julio.
Un día en el que estaba conversando con Jean-Marie Chardonnier, bodeguero
francés y presidente de Vinexpo durante varios años, y su Señora, le preguntó a
ella qué opinión le merecía el hecho de que estuvieran produciendo vino en la
Patagonia. Ella contestó que estaban haciendo vino “en la tierra del fin del mundo”, que frase oportuna!!!!! Como
sucede en muchos casos, los nombres están ahí delante, sin que uno no se dé
cuenta. Fue un enorme acierto de marketing, la “BODEGA DEL FIN DEL MUNDO”, la
gran premisa de Julio Viola para sus excelentes vinos patagónicos.
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