18 y 19 de octubre de 2014
“Cuando paso en mi burro
para las viñas, pensando voy
en tomar un traguito
y a Lampacito después me voy.
…
”Al pasar de los años
me fui muy lejos, lejos de vos.
No importa la distancia
siempre te llevo en el
corazón.”
...
”Recuerdo yo, cuando era niña
vidala y chaya me iba cantando
para la viña.
Nunca te olvidaré
Santa María de mi niñez.”
(Palacios, Margarita, “Recuerdos de mis
valles”)
Este artículo tiene una
primera parte que recomiendo releer.
III Santa María linda
En la oficina de turismo, Luis nos recibió con un “¿Cuántos días,
se van a quedar?”. Le expliqué que sólo unas horas. “¿Cómo no se van a quedar
esta noche que hay un festival para el Día de la Madre?”
Las imágenes pertenecen al autor
Le expliqué que teníamos que volver a Cafayate. Respondió con
solvencia todas mis preguntas. Nos indicó un par de sitios para almorzar; nos
dio la dirección del Molino Herrero y de su comercio de producto dietéticos
(Especies San Rafael), donde podíamos conseguir el aceite de nuez por el que
pregunté y pimentones del Valle de Yocavil, y, además, el vino que hacen los
agustinos en Santa María (se llama Priorato) y agregó que no dejáramos de pasar
por el Telar de Suriana cuando nos fuéramos para Cafayate.
Como para que se quedara tranquilo con que nos íbamos a ir muy
enriquecidos de Santa María, le conté que habíamos estado con Vicente Cruz en
Cerro Pintado y que, como nos habían informado que no se podía acceder a Fuerte
Quemado, nos íbamos más que satisfechos con lo que habíamos visto y con lo que
pensábamos comprar en Molino Herrero. “¿Quién le dijo que no se puede acceder a
Fuerte Quemado?, replicó, Llamen a este muchacho, es un guía muy bueno que,
quizás los pueda llevar mañana, aunque sea el Día de la Madre...”. Me extendió
la tarjeta, llamamos al otro Luis, el
guía, y ahí no más arreglamos para subir a La Ventanita al día siguiente. La
Ventanita es, en realidad, una intihuatana (en quichua quiere decir algo así
como lugar en donde se ata el sol o amarradero del sol). Se trata de
construcciones ceremoniales que pueden verse en toda la extensión del
Tihuantisuyo (territorio bajo imperio de los Incas).
El resto del día lo insumimos en ir a almorzar, tomar mate en la
plaza a la espera de que se hiciera la hora para ir a Molino Herrero y pasar
por el Telar Suriana. Sobre la vista al local de Especias San Rafael hablo en
otro artículo.
La experiencia en el Telar Suriana fue un viaje en el tiempo. En
uno de los extremos de la ciudad, hay una casa, detrás de ella hay unos corrales
en donde la familia cría caballos. En un rincón hay una especie de tinglado. La
construcción es algo primitiva, en ella puedo evocar, como serían los lugares
de trabajo artesanal (básicamente indumentaria y alfarería) que se disponían
regularmente en patios específicos en los asentamientos diaguitas. Debajo de
ese alero, estaban una señora entrada en años, tejía en un telar primitivo y un
joven que al vernos, dejó su propia tarea de tejidos y nos condujo a la sala en
que se exponían para su venta los productos del trabajo familiar. Nos contó
cómo se obtenían los colores. Algunos eran naturales, otros elaborados por
ellos a partir de distintos productos naturales (la cáscara de la cebolla, por
ejemplo) y otros sobre preparados con anilinas compradas en el mercado. Haydée
compró una capita de un diseño muy original. Está tejida en lana de llama y, por ello, lleva
colores naturales. Pregunté quién hacía los diseños. “Mi hermana, contestó, es
trabajadora social, pero colabora con la familia.”
Nos fuimos de Santa María más que henchido de emociones, pero nos
esperaban aún más al día siguiente.
IV Fuerte Quemado, una intiwuatana en el Valle Calchaquí
El domingo, a las 10 de la mañana nos estábamos encontrando
con nuestro guía, en la plaza de Santa
María.
Luis es joven, pero ya se lo nota experto en su trabajo de guía.
Además de una formación encomiable que recibió en Santa María, es inquieto y
curioso, lo que le permite alimentar constantemente su acervo de conocimientos.
Su vida está poblada de andanzas aventureras en la montaña y frondosas lectura.
La charla fue afable y no decayó en todo el recorrido que nos llevó más de 4
horas. Cuidadoso en la información, tanto en los detalles como en las
conceptualizaciones más complejas, admitía interrupciones y respondía con
solvencia la mayoría de las preguntas, en tanto que no dudaba en manifestar su
ignorancia cuando no podía hacerlo. De entrada, nos hizo la aclaración, “no
esperen en mí un 'guía casette'”. Si van a Catamarca, no tengan duda en
buscarlo(1), no se van a arrepentir.
Antes de subir al yacimiento arqueológico,
recorrimos el bello pueblo de Fuerte Quemado que está atravesado, como tantos
otros, por la Ruta Nacional 40. Nos detuvimos en la Iglesia. Luis nos hizo
poner la atención en la fachada y nos explicó que la torre y el portalón que
cierra la capilla eran del siglo XVIII. No pudimos observar el detalle de la
puerta, ni tampoco el interior de la capilla porque se estaba celebrando la
Misa. Sin embargo, Luis se las ingenió para ingresar en la sacristía y traer un
objeto preciado, la llave que cierra la iglesia. Era enorme y en un estado de
conservación encomiable. No puedo asegurar que fuera la original, parecía
demasiado nueva; aunque con la devoción por la limpieza que suele haber en
algunas sacristías, nunca se sabe. Lo que sí puedo afirmar es que el sistema de
cerradura es verdaderamente antiguo.
Seguimos camino y, antes de entrar en el
yacimiento, nos mostró La Ventanita desde la ruta. Ese objeto, esa
construcción, es símbolo de la ciudad de Santa María y suele estar representado
en souvenires, folletos turísticos y afiches publicitarios. Es más, vimos una
casa en la ciudad en la que el dueño había reproducido la intihuatana local en
el acceso a su casa.
La Ventanita era nuestra meta. Cuando
llegamos a la entrada, casi sobre el límite con la Provincia de Tucumán, Luis
nos enfrentó a una infografía. Nos advirtió que el sendero no era sencillo y
que tenía tramos con una inclinación pronunciada. Dijimos que llegaríamos hasta
donde nos diera el cuero. Allí nos explicó también qué era lo que íbamos a ver.
Recorrió, en una breve relación, las cuatro intervenciones que tiene el lugar:
la de la comunidad diaguita originaria del Valle Calchaquí, la de la dominación
del Imperio de los Incas, la de los paisanos pastores y la de la Universidad
Nacional de Catamarca.
Según la información
que maneja, las primeras construcciones se hicieron alrededor del año 850 de
nuestra era. La intervención de los Incas es de alrededor del año 1500 y no se
caracterizó por reemplazar lo existente, sino por ampliar construcciones y
agregar tecnología (v. g., los morteros de observación astronómica). Aunque no
pudimos apreciarlo con precisión, nos contó que en algunos sectores, los
paisanos reconstruyeron algunas pircas con la finalidad de utilizar los
espacios como corrales. La Universidad Nacional de Catamarca, por su parte, se
limitó a reconstruir las pircas en un pequeño sector, en la parte llana del
asentamiento. Para ello, se procedió a la limpieza y remoción de piedras
dispersas que fueron utilizadas para reconstruir las pircas hasta una cierta
altura. Esta reconstrucción respetó la estructura original de cada espacio y se
hizo de modo de que pudiera diferenciarse de la pirca original tal y como se
había conservado. Las pircas originales estaban construidas con argamasa, la
reconstrucción de la Universidad omitió utilizar esta técnica de ex profeso, de
modo que la diferencia se percibe a simple vista. Por otra parte, Luis nos
ratificó que, a diferencia de este lugar, en Cerro Pintado, no ha habido
reconstrucción alguna como nos había dicho Vicente Cruz en el día anterior.
En el recorrido por las
áreas reconstruidas, nuestro guía nos enseñó a distinguir los distintos locales
destinados a viviendas, patios de producción artesanal que me evocaron la
disposición del Telar de Suriana, silos, áreas de morteros comunitarios y
calzadas de vigilancia. Luego emprendimos el ascenso y, desde lo alto pudimos
observar espacios similares en áreas que no estaban reconstruidas y se veían
difusamente. Precisamente podíamos distinguirlos gracias al aprendizaje
realizado en el primer tramo. Arriba pudimos ver los dos pucarás que se
conservan, los muros de contención para deslaves y los morteros de observación
astronómica. Desde un punto elevado, vimos el Cerro Pintado al sur y el faldeo
sobre el que se asienta la ciudad de los Quilmes hacia el norte. “Ven, dijo
Luis, los pueblos estaban a tiro de señales de humo.”
El ascenso se fue
haciendo más complicado, pero Haydée y yo lo practicamos sin dificultad. Cada
tanto, Luis preguntaba si queríamos seguir. Esto nos anunciaba que, en el
siguiente tramo, de la senda tendría alguna complicación. Nuestro cuerpo
aguantó, pero no nuestra cabeza. No previmos cubrirnos del sol y temimos una
insolación. Llegamos hasta el patio ceremonial. A poco más de doscientos metros
hacia adelante, estaba la Ventanita. Nos pareció suficiente lo vivido y
decidimos regresar.
Regresamos a Cafayate
con una sensación de renovación y plenitud espiritual... Santa María linda,
quiero, queremos volver.
Notas
y referencias:
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