sábado, 9 de septiembre de 2017

Los atorrantes, los que viven en los caños (1887)

Los textos que se exponen a continuación fueron tomados del libro Vida y Costumbres en El Plata de Emilio Daireaux que publicó Felix Lajouane (1) en 1888(2). El ejemplar que consulté pertenece a la primera edición en castellano (hubo una anterior en idioma francés). La obra se compone de dos tomos. El primero lleva el título “La sociedad argentina” y el segundo, “Industrias y productos”. El Prefacio contiene sendas cartas de Bartolomé Mitre y Julio Argentino Roca con opiniones y comentarios sobre la edición francesa.
Emilio Honorio Daireaux nació en Río de Janerio en 1846 y falleció en París en 1916. Se recibió de abogado en la capital francesa y revalidó su título en Buenos Aires, donde ejerció la profesión durante más de 10 años. El autor afirma que el libro fue escrito para los países extranjeros con la finalidad de dar a conocer La República Argentina en ellos. Por su parte, la dedicatoria reza: “A mis hijos. Para darles a conocer y hacerles amar el país de su madre, donde nacieron”. El autor se radicó en Francia con su familia a fines del siglo XIX, aunque conservó propiedades en la Provincia de Buenos Aires cerca de la ciudad que lleva su nombre. Algunos de sus hijos se afincaron en La Argentina, administrando esos bienes.
Los fragmentos que se transcriben a continuación pertenecen al primer tomo. Curioso registro del término atorrante que nos indica que tiene un origen en el último tercio del siglo XIX. Sin embargo, no acierta a identificar el origen de la palabra con los caños en que estas personas duermen. Aún así, la caracterización es interesante y precisa.
Atorrantes
“Los atorrantes no son un producto del suelo, sino los desechos de una inmigración mal dirigida y desalentada.
”Es triste decirlo y confesarlo: todo Europeo en el momento en que pone el pie en América para intentar una empresa cualquiera, es un desclasificado, ya lo confiese ó ya lo niegue.
”En el mero hecho de emigrar se destierra y todo desterrado, en el momento de llegar allá se encuentra en una situación de inferioridad en medio de los que han nacido ó le han precedido en aquella tierra, que pisa por primera vez.
”Los americanos que lo saben muy bien, tratan con alguna altanería al nuevo emigrante, que recién salido de Europa, tiene generalmente buen aspecto y lleva en sí ese sello de vigor de las antiguas razas, la decisión de los aventureros ó la inteligencia de las gentes emprendedoras. Ese algo de nuevo, de original, que le distingue á simple vista es motivo de desdén para aquéllos. Bajo ese aire de superioridad no quieren distinguir más que á un vencido del viejo mundo, que pide al nuevo y espera de él una reparación.
”Hasta tanto que no ocupe un puesto en aquel medio social y haya hecho en parte desaparecer esas diferencias tan marcadas, será un hombre fuera de su clase ó categoría. Necesitará largo tiempo para adoptar el nivel medio, á fin de no estar ni demasiado encima ni demasiado debajo de aquellos, con quienes ha de vivir ó mejor dicho luchar.
”/…/.
”Hay aún otros tipos entre esta clase de inmigrantes oscuros; tales como los descorazonados ó desalentados del primer momento, los que, á la primera etapa, renuncian á seguir el regimiento. Han conocido pronto esta desolación inesperada, esta desgracia, ignorada hasta entonces de no tener en el bolsillo el centavo que impide morirse de hambre. Sin que ellos hayan tenido la culpa, han visto llegar esa hora fatal; entonces les ha faltado las fuerzas para luchar, han vendido hasta el último objeto y conservado únicamente las prendas de vestir que no eran vendibles, las cuales son ya demasiado holgadas para sus miembros enflaquecidos, y bajo las cuales se modifica su silueta hasta ponerse desconocida. Eran en su país obreros, estudiantes, empleados de oficina, artesanos y ahora no son más que andrajosos, cuyo último vestido parece prestado, por ser demasiado ancho para su cuerpo destruído. El rostro está hinchado, entumecido, las huellas de las privaciones parecen ser las de la crápula; hasta su andar se ha modificado; necesitan arrastrar los pies porque si intentasen levantarlos se caerían los zapatos de ellos.
”Estos puede decirse que no tiene más que el ancho de la calle, ó mejor dicho pertenecen por completo á ella.
”Noche y día reciben en ella, en tan triste situación, las caricias de la lluvia que hacen pegarse á sus cuerpos los vestidos llenos de polvo; duermen en los tubos que la empresa de las aguas reserva para los trabajos futuros; comen á la puerta de los conventos donde la caridad distribuye algunos platos de sopa y algunos pedazos de esa carne que no tiene valor alguno. La burla de la gente los ha bautizado con el nombre de atorrantes, palabra de origen desconocido y cuyo ignorado sentido todo el mundo comprende.
”En cuanto al trabajo no hay que pensar en él; ¿quién ha de ocupar á personas de aspecto tan repúgnate ni se ha de fijar en ellas siquiera? Aun cuando consiguieran hallar un poco de dinero, serían rechazados en el hotel en donde ante todo se paga de apariencias.
”Hemos visto algunos que ha conservado cuidadosamente como último vestigio del tiempo pasado, una fotografía antigua que sacan del fondo de su bolsillo, y tras la cual ocultaban los restos descarnados é imposible de reconocer, del modelo. La comparación inspiraba lástima. Estos habían creado de esta suerte una especie de industria. ¡Cuán pocos salen triunfantes de entre ese ejército de desheredados y consigue echar raíces en esta tierra, donde en suma hallan donde emplearse más que en parte alguna de la inteligencia, la fuerza de resistencia y la paciencia!
”En efecto sería un error juzgar de suerte de la inmigración por la de algunos descorazonados que se ven errando por las calles; /…/.”(3)
Notas y Bibliografía: 
(1) Prestigioso editor francés que publicaría, entre otras obra el libro Cocina Ecléctica de Juana Manuela Gorriti que vio la estampa en 1891.
(2) 1888, Daireaux, Emilio, Vida y Costumbres en el Plata, Buenos Aires, Feliz Lajouane.
(3) Ídem, pp. 165-166, 170-171.


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