sábado, 26 de septiembre de 2015

Santa María de Yocavil II: Pimentón y vino

18 y 19 de octubre de 2014
“Cuando paso en mi burro
para las viñas, pensando voy
en tomar un traguito
y a Lampacito después me voy.


”Al pasar de los años
me fui muy lejos, lejos de vos.
No importa la distancia
siempre te llevo en el corazón.”
...
”Recuerdo yo, cuando era niña
vidala y chaya me iba cantando para la viña.
Nunca te olvidaré
Santa María de mi niñez.”
(Palacios, Margarita, “Recuerdos de mis valles”)
Este artículo tiene una primera parte que recomiendo releer.
III Santa María linda
En la oficina de turismo, Luis nos recibió con un “¿Cuántos días, se van a quedar?”. Le expliqué que sólo unas horas. “¿Cómo no se van a quedar esta noche que hay un festival para el Día de la Madre?”
 Las imágenes pertenecen al autor
Le expliqué que teníamos que volver a Cafayate. Respondió con solvencia todas mis preguntas. Nos indicó un par de sitios para almorzar; nos dio la dirección del Molino Herrero y de su comercio de producto dietéticos (Especies San Rafael), donde podíamos conseguir el aceite de nuez por el que pregunté y pimentones del Valle de Yocavil, y, además, el vino que hacen los agustinos en Santa María (se llama Priorato) y agregó que no dejáramos de pasar por el Telar de Suriana cuando nos fuéramos para Cafayate.
Como para que se quedara tranquilo con que nos íbamos a ir muy enriquecidos de Santa María, le conté que habíamos estado con Vicente Cruz en Cerro Pintado y que, como nos habían informado que no se podía acceder a Fuerte Quemado, nos íbamos más que satisfechos con lo que habíamos visto y con lo que pensábamos comprar en Molino Herrero. “¿Quién le dijo que no se puede acceder a Fuerte Quemado?, replicó, Llamen a este muchacho, es un guía muy bueno que, quizás los pueda llevar mañana, aunque sea el Día de la Madre...”. Me extendió la tarjeta,  llamamos al otro Luis, el guía, y ahí no más arreglamos para subir a La Ventanita al día siguiente. La Ventanita es, en realidad, una intihuatana (en quichua quiere decir algo así como lugar en donde se ata el sol o amarradero del sol). Se trata de construcciones ceremoniales que pueden verse en toda la extensión del Tihuantisuyo (territorio bajo imperio de los Incas).
El resto del día lo insumimos en ir a almorzar, tomar mate en la plaza a la espera de que se hiciera la hora para ir a Molino Herrero y pasar por el Telar Suriana. Sobre la vista al local de Especias San Rafael hablo en otro artículo.
La experiencia en el Telar Suriana fue un viaje en el tiempo. En uno de los extremos de la ciudad, hay una casa, detrás de ella hay unos corrales en donde la familia cría caballos. En un rincón hay una especie de tinglado. La construcción es algo primitiva, en ella puedo evocar, como serían los lugares de trabajo artesanal (básicamente indumentaria y alfarería) que se disponían regularmente en patios específicos en los asentamientos diaguitas. Debajo de ese alero, estaban una señora entrada en años, tejía en un telar primitivo y un joven que al vernos, dejó su propia tarea de tejidos y nos condujo a la sala en que se exponían para su venta los productos del trabajo familiar. Nos contó cómo se obtenían los colores. Algunos eran naturales, otros elaborados por ellos a partir de distintos productos naturales (la cáscara de la cebolla, por ejemplo) y otros sobre preparados con anilinas compradas en el mercado. Haydée compró una capita de un diseño muy original. Está  tejida en lana de llama y, por ello, lleva colores naturales. Pregunté quién hacía los diseños. “Mi hermana, contestó, es trabajadora social, pero colabora con la familia.”
Nos fuimos de Santa María más que henchido de emociones, pero nos esperaban aún más al día siguiente.
IV Fuerte Quemado, una intiwuatana en el Valle Calchaquí
El domingo, a las 10 de la mañana nos estábamos encontrando con  nuestro guía, en la plaza de Santa María.
Luis es joven, pero ya se lo nota experto en su trabajo de guía. Además de una formación encomiable que recibió en Santa María, es inquieto y curioso, lo que le permite alimentar constantemente su acervo de conocimientos. Su vida está poblada de andanzas aventureras en la montaña y frondosas lectura. La charla fue afable y no decayó en todo el recorrido que nos llevó más de 4 horas. Cuidadoso en la información, tanto en los detalles como en las conceptualizaciones más complejas, admitía interrupciones y respondía con solvencia la mayoría de las preguntas, en tanto que no dudaba en manifestar su ignorancia cuando no podía hacerlo. De entrada, nos hizo la aclaración, “no esperen en mí un 'guía casette'”. Si van a Catamarca, no tengan duda en buscarlo(1), no se van a arrepentir.
Antes de subir al yacimiento arqueológico, recorrimos el bello pueblo de Fuerte Quemado que está atravesado, como tantos otros, por la Ruta Nacional 40. Nos detuvimos en la Iglesia. Luis nos hizo poner la atención en la fachada y nos explicó que la torre y el portalón que cierra la capilla eran del siglo XVIII. No pudimos observar el detalle de la puerta, ni tampoco el interior de la capilla porque se estaba celebrando la Misa. Sin embargo, Luis se las ingenió para ingresar en la sacristía y traer un objeto preciado, la llave que cierra la iglesia. Era enorme y en un estado de conservación encomiable. No puedo asegurar que fuera la original, parecía demasiado nueva; aunque con la devoción por la limpieza que suele haber en algunas sacristías, nunca se sabe. Lo que sí puedo afirmar es que el sistema de cerradura es verdaderamente antiguo.
Seguimos camino y, antes de entrar en el yacimiento, nos mostró La Ventanita desde la ruta. Ese objeto, esa construcción, es símbolo de la ciudad de Santa María y suele estar representado en souvenires, folletos turísticos y afiches publicitarios. Es más, vimos una casa en la ciudad en la que el dueño había reproducido la intihuatana local en el acceso a su casa.
La Ventanita era nuestra meta. Cuando llegamos a la entrada, casi sobre el límite con la Provincia de Tucumán, Luis nos enfrentó a una infografía. Nos advirtió que el sendero no era sencillo y que tenía tramos con una inclinación pronunciada. Dijimos que llegaríamos hasta donde nos diera el cuero. Allí nos explicó también qué era lo que íbamos a ver. Recorrió, en una breve relación, las cuatro intervenciones que tiene el lugar: la de la comunidad diaguita originaria del Valle Calchaquí, la de la dominación del Imperio de los Incas, la de los paisanos pastores y la de la Universidad Nacional de Catamarca.
Según la información que maneja, las primeras construcciones se hicieron alrededor del año 850 de nuestra era. La intervención de los Incas es de alrededor del año 1500 y no se caracterizó por reemplazar lo existente, sino por ampliar construcciones y agregar tecnología (v. g., los morteros de observación astronómica). Aunque no pudimos apreciarlo con precisión, nos contó que en algunos sectores, los paisanos reconstruyeron algunas pircas con la finalidad de utilizar los espacios como corrales. La Universidad Nacional de Catamarca, por su parte, se limitó a reconstruir las pircas en un pequeño sector, en la parte llana del asentamiento. Para ello, se procedió a la limpieza y remoción de piedras dispersas que fueron utilizadas para reconstruir las pircas hasta una cierta altura. Esta reconstrucción respetó la estructura original de cada espacio y se hizo de modo de que pudiera diferenciarse de la pirca original tal y como se había conservado. Las pircas originales estaban construidas con argamasa, la reconstrucción de la Universidad omitió utilizar esta técnica de ex profeso, de modo que la diferencia se percibe a simple vista. Por otra parte, Luis nos ratificó que, a diferencia de este lugar, en Cerro Pintado, no ha habido reconstrucción alguna como nos había dicho Vicente Cruz en el día anterior.
En el recorrido por las áreas reconstruidas, nuestro guía nos enseñó a distinguir los distintos locales destinados a viviendas, patios de producción artesanal que me evocaron la disposición del Telar de Suriana, silos, áreas de morteros comunitarios y calzadas de vigilancia. Luego emprendimos el ascenso y, desde lo alto pudimos observar espacios similares en áreas que no estaban reconstruidas y se veían difusamente. Precisamente podíamos distinguirlos gracias al aprendizaje realizado en el primer tramo. Arriba pudimos ver los dos pucarás que se conservan, los muros de contención para deslaves y los morteros de observación astronómica. Desde un punto elevado, vimos el Cerro Pintado al sur y el faldeo sobre el que se asienta la ciudad de los Quilmes hacia el norte. “Ven, dijo Luis, los pueblos estaban a tiro de señales de humo.”
El ascenso se fue haciendo más complicado, pero Haydée y yo lo practicamos sin dificultad. Cada tanto, Luis preguntaba si queríamos seguir. Esto nos anunciaba que, en el siguiente tramo, de la senda tendría alguna complicación. Nuestro cuerpo aguantó, pero no nuestra cabeza. No previmos cubrirnos del sol y temimos una insolación. Llegamos hasta el patio ceremonial. A poco más de doscientos metros hacia adelante, estaba la Ventanita. Nos pareció suficiente lo vivido y decidimos regresar.
Regresamos a Cafayate con una sensación de renovación y plenitud espiritual... Santa María linda, quiero, queremos volver.
Notas y referencias:
(1) Leído en http://aotrekkingcatamarca.blogspot.com.ar/, el 12 de noviembre de 2014.


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