sábado, 11 de octubre de 2014

San Martín de Los Andes

15 a 18 de octubre de 2014
En el hueco de un pehuén 
hice mi ruca, 
que en invierno sin auroras, 
nieva ya, 
y pretendo con tu sabia aunar mi sangre, 
y en el fruto, 
piñonero regresar.
(Berbel, Marcelo, “Piñonero”) 
I Llegamos a San Martín de Los Andes a través del Camino Siete Lagos, por donde ahora transcurre la Ruta Nacional N° 40. Luego de andar y andar, el camino pega una vuelta y se dispone sobre una cornisa no demasiado empinada que balconea sobre un lago... es el Lacar. La ciudad aún no se ve, pero se presiente cercana. Una curva y otra y otra más y ahora aparece en todo su esplendor, allí mismo donde le balcón decae suavemente sobre ella. El sol del mediodía la ilumina. Todo brilla sobre la costanera. ¡Qué diferencia con San Carlos de Bariloche! Aquí, la ciudad y el lago dialogan amablemente a través del paseo de la costanera.
 
 Las imágenes pertenecen al autor
Nos instalamos en las confortables cabañas que bajo la denominación Lugar Soñado, se disponen casi sobre el lago. Almuerzo, siesta  y a recorrer la ciudad.
San Martín es bella y luminosa, el sol no deja de asistir a cada rincón en ella. Está tal como yo la recordaba, pero ha crecido. Ya no tiene aquella entonación provinciana que portaba con orgullo cuando estuve hace más de treinta años. Ahora es una ciudad, pequeña, pero ciudad al fin... y enteramente dedica a confortar al turista y aún al viajero que busca aventurarse por lugares no tan trillados. No tiene el aire exclusivo de Villa La Angostura ni la masividad de Bariloche... Es única, moderada, bella y amable... muy amable.
Tomamos la información que nos dieron y decidimos recorrer las atracciones de la ciudad, básicamente algunos museos y edificios característicos. Nos sorprenden algunos edificios públicos como el del hospital Ramón Carrillo y el de la Escuela Primaria N° 5. La ciudad parece haber tenido un impulso significativo en su poblamiento en los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado.
Nuestra recorrida tuvo suerte varia. Quisimos visitar la casa del Dr. Koessler, primer médico de San Martín que figuraba abierta al público en la información impresa. La casa estaba cerrada. Luego tuvimos una serie de comentarios curiosos como que el propietario, nieto del afamado médico, había decidido cerrarla a las visitas; que había intentado transformar el lugar en un local gastronómico y que... muchas cosas más. Sin embargo, la más curiosa de todas es que parece ser que este buen señor es funcionario de la Secretaría de Turismo de la Ciudad. Nada de todo esto nos dijeron en la Oficina de Información Turística, sólo se limitaron a entregarnos folletería y a indicarnos algunos sitios, pero, entre ellos, no se encontraba la casa Koessler.
Pudimos acceder al Centro de Visitantes y Museo del Parque Nacional Lanín. La colección es muy interesante, pero el edificio en donde se aloja lo es más. Se trata de la antigua sede de la Intendencia de este parque nacional. Está ubicado en el Centro Cívico, casi enfrente del edificio de la Municipalidad local. Fue construido por Alejandro Bustillo e inaugurado en 1948. La exposición permanente, breve pero impecable, da cuenta de la creación de los parques nacionales, de la flora y la fauna local y de la historia de la ciudad.
El otro museo al que concurrimos fue el que está ubicado en el edificio denominado La Pastera. ¿Qué fue este edificio de madera que es bastante modesto desde el punto de vista arquitectónico, por cierto? ¿Por qué hay allí un museo dedicado al Che Guevara? El edificio es un galpón en donde se acopiaba el pasto para alimentar a los caballos de los guarda parques. En ese mismo edificio, Ernesto Guevara y Alberto Granados durmieron una noche. En su conocido viaje en moto, habían llegado a San Martín de Los Andes y los trabajadores del Parque Nacional les tendieron una mano. Les permitieron dormir y les dieron de comer. Lo cierto es que ya no hay caballos para alimentar y la Dirección Nacional de Parques Nacionales  decidió demoler el edificio y destinar el solar a otras finalidades. La Asociación de Trabajadores del Estado solicitó que le permitieran usar el edificio para instalar el museo. Desde 2008, con la ayuda de Alieda Guevara March, hija del Che, ATE llevó a cabo la puesta en valor del inmueble y la instalación de una muestra permanente. La colección de documentación gráfica, fílmica y bibliográfica es profusa e interesante, no sólo para el visitante común, sino también para el estudioso.          
Cómo puede verse, Haydée y yo nos formamos una idea acabada de los edificios públicos de la ciudad; pero poco pudimos ver, más allá de algunas vistas exteriores de los restos de la edificación privada de la ciudad primitiva. En San Martín se ha construido mucho en los últimos años y, si bien la ciudad es prolija e impecable, se ha descuidado la preservación de un estilo local. Hay muchos edificios que parecen copiados de Punta del Este, pero estamos en los lagos de la Provincia del Neuquén y el paisaje y el clima distan muchos de los que puede vivirse en la desembocadura oriental del Río de la Plata.   
II Ya he subrayado el carácter afable de los patagónicos. El personal de la Oficina de Información Turística de San Martín de Los Andes, no fue la excepción.
La Oficina está ubicada en la Avenida San Martín frente a la plaza homónima, es decir, en pleno centro cívico de la ciudad. Hasta allí hemos ido en varias oportunidades para obtener la información que utilizamos en cada recorrido que hicimos por el casco urbano y por los lagos cercanos. Sin embargo, lo más interesante fue la charla con una de las guías sobre la presencia mapuche en la gastronomía de la región, sobre todo en los locales de restauración.
Pregunté qué debía esperar de las condiciones del camino a la ciudad de Aluminé. Fue entonces que mi interlocutora se manifestó oriunda de esa ciudad, nos explicó las condiciones del camino y no aconsejó cómo comportarnos sobre el ripio. Ante el rumbo de familiaridad que comenzó a ofrecer la charla, me animé y manifesté mi queja por la ausencia de la música de Marcelo Berbel en la región (me refería básicamente a la música de ambientación en los locales comerciales en donde la había). Me respondió con una mezcla de asombro e indignación impostada... ¡Cómo vamos a olvidarnos de don Marcelo, si el compuso el Himno de la Provincia!
La charla siguió y manifesté mi desorientación por no encontrar platos de la cocina mapuche en la carta de los restaurantes y en los recetarios que había comprado. Con relación a la cocina mapuche-tehuelche, me corrigió, son los mismos indios los que no defienden su inclusión en la gastronomía pública. En Junín de Los Andes tienen un predio en el que ofrecen artesanías y productos locales. En ese predio, hay un restaurante que administran y ¿saben cuál es el plato principal que ofrecen?... Asado. Aquí mismo, hay algunas tímidas expresiones que recomiendo. Hacen unos alfajores con harina de piñones... Aunque la preparación no es local, el producto sí lo es...  
La charla habría seguido un rato largo, si no la hubiera interrumpido un señor. Era esbelto y, a pesar de los rasgos indígenas de su cara, su altura de más de un metro ochenta desmentía su origen araucano. La saludó, se retiró y ella nos dijo: es mi marido, como ven es tehuelche y, en voz baja, como confesando un secreto, nos dijo: calza 47, una auténtico patagón...
Cuando nos fuimos, comenté a Haydée que estaba satisfecho porque alguien había expuesto una explicación plausible sobre los silencios de la cocina indio criolla... también le comenté la impresión que me causaba la facilidad para la charla que tenían los patagónicos... Fuimos a La Pastera y poco me costó imaginar por qué Ernesto Guevara y Alberto Granados no habrían dormido mucho en la jornada en que pernoctaron en ese edificio. Si los muchachos de Parques Nacionales de entonces eran como los patagónicos del presente, los viajeros debieron dedicar bastante tiempo a la charla amable de sus huéspedes.
La información de la Oficina no fue la única con la que contamos para armar y llevar a cabo nuestros recorridos. En San Martín, vive Beatriz Giovenco, una amiga de Haydée desde hace muchos años. Nos invitó a comer a su casa y la charla discurrió sobre varios andariveles entre los que no estuvieron ausentes los hechos del pasado compartido entre ellas y las condiciones de vida en esa ciudad que ya tiene 30.000 habitantes. Beatriz nos recomendó algunos sitios interesantes para visitar. 
III Después de casi 35 años he vuelto a Quila Quina. El camino de cornisa es difícil, pero transitable. Un  par de motoniveladoras lo estaban poniendo en mejores condiciones aún. A lo largo del camino se ven las casas, humildes, pero dignas de los paisanos que viven de unos pocos animales y de servicios y productos que ofrecen a los turistas, pertenecen a la comunidad mapuche de Curruhuinca. El camino trepa el Cerro Abanico y, cuando desciende hacia el lago, aparecen a la vista las instalaciones del puerto y de algunos servicios náuticos y gastronómicos. Junto al puerto, se despliega una pequeña feria de artesanías indígenas. Salvo el restaurante y el servicio de comunicación fluvial permanente con San Martín, el resto está cerrado... es que estamos fuera de temporada. El hecho es casi una bendición porque, si bien el viajero desea alguna comodidad, la inactividad de la parafernalia turística permite un mejor contacto con la naturaleza. Así, pudimos ver y escuchar a una gran cantidad de pájaros que buscan escondite cuando el lugar es recorrido por una excesiva cantidad de personas. El día estaba espléndido y la caminata placentera.   
En otros recorridos, llegamos hasta el Lago Nonthue y al Lago Lolog. El camino a Nonthue es más llano que el de Quila Quina y el lago parece más apacible que el Lacar, con el que está conectado. Apenas nos cruzamos viajeros... en esta época del año, todo es paz y tranquilidad. Llegamos  hasta el Lago Lolog, donde nace el río Quilquihue. Poco antes de cruzar el río hay una barrio de casas de gentes de dinero y, a poco de atravesarlo, se levantan las cabañas que se pueden contratar en la oficina de turismo de mi sindicato(1). El lugar es paradisíaco, bastante aislado de todo ruido urbano, pero hay apenas 12 km de ripio hasta San Martín.
Anduvimos y anduvimos kilómetros por entre bosques que ya insinuaban nuestra cercanía a la tierra del pehuén; en algún rincón playero del Lago Nonthue encontramos un arrayán aislado, pero bien vivo... vegetación de sombras apacibles y visión entrecortada de luz solar intensa. De vuelta, nos atrevimos por el acceso al Mirador Bandurrias. El camino es el más difícil que nos tocó transitar. Una cornisa profunda, con una calzada angosta, a veces atravesada por hilos de agua provenientes del deshielo. Pero la vista del Lago Lacar, desde esa altura es maravillosa y bien vale la aventura.
IV La ciudad tiene sus restaurantes de diversa calidad y su cerveza local que se llama Lacar y es muy interesante.
El más fanfarrón de los restaurantes a que asistimos es Posta Criolla. Está por la Avenida San Martín, frente al Centro Cívico. Cordero al asador y espectáculo de tango. El mozo nos anunció que nos iba a sorprender el modo en que íbamos recibir el cordero. El corte no es tradicional, dijo casi con temor a que nos fuéramos, sino industrial, se hace con una máquina. La verdad es que comimos algo que se parece al cordero, sin poder identificar a que sección muscular del animal pertenecía lo que teníamos en el plato que, además, estaba seco porque había sido recalentado en el horno.
La compensación estuvo en los restaurantes de la costanera. Son tres, Deli, La Costa de Pueblo y La Barra. Los tres tiene locales muy lindos y con vista al lago, los tres tienen un excelente servicio y una cocina patagónica muy digna... pero hay uno que sobresale porque nos alimentó con una historia bella, una de las tantas historias personales de esta tierra sin historia.   
Deseaba almorzar algo liviano y le recordé a Haydée que en el restaurante Deli ofrecían una tarta de berenjenas. Pruebo la tarta y advierto que, además de un relleno delicioso, tenía una masa extraña que me cautivó por su sabor, textura y originalidad. Era una típica masa brisée, pero tenía cierta esponjosidad. Le comenté a Haydée que parecía una mezcla de masa de tarta con pizza... esto tiene levadura, dije... ¿A quién se le habrá ocurrido esta idea en este restaurante cuyo nombre evoca a ciertos locales gastronómicos de New York?
Le pregunté al mozo, me dijo que no sabía cómo era la receta y me contó que viernes, sábado y domingo, doña Delicia (el restaurante se llama Deli en su homenaje) concurre al local con sus 80 años y amasa las tartas para toda la semana... pero que iría a preguntar cómo estaba hecha.
Diez minutos después vino una mujer joven, la adicionista de turno, y nos dijo, Doña Delicia es la bisabuela de mis hijos, es ella la que amasa, acabo de llamarla y me pasó la receta. Tomó un papelito con sus apuntes y leyó manteca, harina leudante, un huevo... de pronto se detuvo y dijo, ¡uy, no me dio las cantidades! Repliqué que no se preocupara, que no se las había dado porque no las sabía, porque debía preparar todo a ojo, y que me había dado el dato que yo quería...
Me emocionó la historia que doña Delicia sigue construyendo todos los fines de semana, me emocionó el resultado de su tarea amorosa, la tarta sabía a como si ella me hubiera invitado a comer a su casa, me emocionó porque sigo reivindicando las maravillas que se produjeron en las cocinas argentinas gracias a la harina leudante, a pesar de la mala prensa que tiene.
Finalmente llegó el día, nuestro tiempo en San Martín de Los Andes se había terminado por el momento. Esta ciudad es un lugar en donde se puede vivir sin perder humanidad... pero teníamos que partir y así los hicimos... es una lástima, ya me había acostumbrado a parar en todas las esquinas para que primero crucen los peatones.  
Notas y referencias:

(1) Asociación del Personal de Organismos de Control (APOC)  

2 comentarios:

  1. ...y el pedestal con los ciervos que nos recibían a la entrada de la ciudad? Claro, pasaron más de 30 años.
    Saludos Mario

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    1. Gracias, Norma, por tu comentario:
      Decime si no es un lugar para vivir...

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