sábado, 23 de marzo de 2013

El Pays Catalane


19 a 25 de mayo de 2012
I El tren abandonó el andén en la medianoche de Ginebra y puso proa al Mediterráneo. Dormimos hasta la madrugada, poniendo freno y reposo al agitado trajín que supuso trasbordar desde la formación que nos trajo desde Santa Lucía, Venecia, en una lugar desconocido y con sólo veinte minutos de tiempo.
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Amanecía y llegábamos a la apacible Gare de Perpignan, nos despertaron en nuestro idioma y apeábamos en un lugar conocido, la querida, la bella capital del Pays Catalane francés. Es que Perpignan es una ciudad apacible, bueno, eso creíamos al llegar...
Nos costó muy poco encontrar un lugar en donde desayunar un sábado a las siete y media de la mañana. Para ello anduvimos los 700 metros de la Avenida Charles de Gaulle y un poco más, hasta encontrar un bar abierto que pareciera atractivo a nuestro gusto. Así llegamos hasta la plaza Jean Payra, donde pudimos restaurar energías y hallar sosiego. Debíamos esperar algunas horas hasta que la agencia de renta de autos abriera, tomar el que habíamos reservado y dirigirnos a Ille sur Tet donde Isabel Muslera y su marido, Jean Louis Daniel, nos esperaban.
La sorpresa la llevamos al salir de la estación, la Avenida de Gaulle estaba extremadamente sucia. Ya habíamos visto papeles en la calle en los mismos Champs Élysées de París; pero esto resultaba desproporcionado en cantidad de papeles, botellas y latas de cerveza y gaseosas desparramados por las veredas y aún en la calle. Cuando volvimos del café, a eso de las 9 de la mañana, nos topamos con una cuadrilla de trabajadores municipales que estaban limpiando, dejando la traza impecable, casi como habíamos soñado encontrarla. Entonces pensé en la gran cantidad de basura que se produce en nuestros días y en la escasa cultura de limpieza que tienen los habitantes de las ciudades, incluso de las que están desarrolladas en dimensión humana, como es el caso de Perpignan que tiene alrededor de 115.000 habitantes. También pensé como se agudiza el problema en aquellos barrios en los que se concentra una agitada actividad nocturna de jóvenes (lo que los españoles llaman marcha).
La estación de trenes de Perpignan tiene dos caras, como Jano. El andén al que arribamos, y que están terminando de restaurar, ofrece a la vista el paisaje de una estación clásica al estilo inglés. Su hall está dedicado a homenajear a Salvaldor Dalí que expresara efusivamente su admiración y amor por esta ciudad catalana y por su estación de ferrocarriles. Del otro lado, el andén nuevo para el tren de alta velocidad (TGV), se erige como un conjunto modernista a partir de tres cubículos vidriados que alojan las instalaciones de la estación, un hotel y un shopping, hechos con notable mal gusto. Tampoco fue la única vez que vimos este tipo de construcciones modernistas en Francia hechas con mal gusto... En París hay muchos ejemplos.
Haydée y yo sentimos amor por Perpignan, pero lo que no podemos saber es la medida en que el afecto con que Isabel y Jean Louis nos reciben  alimenta ese amor por el Pays Catalane y por su capital. Formalmente la cataluña francesa se constituye en el departamento de los Pirineos Orientales y éste en la región del Languedoc-Roussillon, siendo Perpignan la capital de ambas jurisdicciones.
El Pays Catalane es un triángulo isósceles, por cuya mediana corre el río Tet. El territorio nace en los pirineos, cerca de Andorra y se va ensanchando junto con el aumento del caudal del río. En el centro de la región se encuentra la ciudad de Prades y unos kilómetros río abajo, a más de veinte kilómetros de Perpignan, se erige Ille sur Tet.             
Después de recorrer la región, no es difícil entender que Ille sur Tet tenga un casco viejo construido en el interior de un recinto medieval fortificado. Se pueden reconocer tres murallas: la primera del siglo XI que incluye un edificio de esa misma época (la torre Alexis), ésta y la segunda son apenas visibles al viajero. La tercera muralla finalizada en el XIV es bastante visible, incluye en su interior la ciudad vieja.(1) Por otro lado, la ciudad del siglo XX, se erige en sus alrededores.
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Intramuros hay una serie de monumentos dignos de ser visitados, la iglesia parroquial, por ejemplo, con su fachada barroca. Pero lo que más nos llamó la atención a Haydée y a mí, fue un relieve, al estilo de un blasón, ubicado en una esquina con la imagen de un caganer (la imagen de un señor agachado, defecando al aire libre que suele utilizarse para completar el pesebre navideño, en un lugar discreto de la escena central).
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El caganer es un personaje de la imaginería navideña catalana, aunque se lo encuentra también en algunos otros lugares de Europa. Por lo que pude saber, su origen es barroco y su significado bastante inasible. En algunos relatos, es la viva imagen de la irreverencia, de una actitud contestataria, anarquista, anticlerical. En otros, representa la personificación de la fertilización de la tierra que el Salvador provoca con su nacimiento. En la actualidad, es frecuente encontrar caganets en Barcelona con la imagen de personajes famosos (v. g., el presidente norteamericano).(2) Con toda esta carga de sentido histórico, deben imaginarse nuestra sorpresa al encontrarnos esta imagen incrustada en la pared. Por su ubicación (casi enfrentado con la Iglesia de la Tercera Orden del Carmen (edifico de 1766) y a menos de 100 metros de la iglesia parroquial de Saint Etienne), sospecho de la permanencia y arraigo de esa tradición, contó con el consentimiento oficial, y de la clerecía, y el subrayado de la identidad catalana de la región.      
II En el Pays Catalane, la vida se nos repartió entre algunas excusiones por la región y el disfrute de los encuentros familiares.
Río arriba por la ribera del Tet, a 25 kilómetros de Ille dimos con la Villefranche de Conflent (Villafranca). Una ciudad fortificada que se ubica sobre el río Tet en las primeras estribaciones que conducen al macizo de Canigou. La importancia estratégica de esta ciudad fundada a fines del siglo XI parece evidente cuando uno observa como el camino se va estrechando.
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La ciudad se encuentra bien conservada, pero el clima medieval que debiera generar el paisaje urbano se ve contaminado por una excesiva cantidad de locales habilitados para realizar actividades comerciales (algunos restaurantes, pocas galerías de arte y muchísimas tiendas de souvenires baratos para el turismo). Para alcanzar el clima buscado, es necesario subir a las murallas.
En Villafranca viven alrededor de 240 personas, ellas por sí solas no darían abasto para mantener la estructura comercial que allí se ve. Esto me condujo a algunas reflexiones sobre el tema de la conservación de los monumentos arquitectónicos, las pretensiones del viajero y la avidez del turista.
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Una vez más he comprobado que la conservación del pasado no sólo es una tendencia aún joven en Europa, sino que también está constituida por una heterogénea trama de tensiones que, en algunas de sus aristas, llega muy a menudo a ejercer una “protección” bastante irrespetuosa del pasado que se pretende tutelar.
No estoy planteando la cuestión de las intervenciones que pretenden restaurar edificios como si estuvieran recién construidos. Este es un debate académico que interesa poco porque no tiene solución. ¿Qué es más importante poner a la luz unas ruinas deterioradas que demandan demasiado esfuerzo a la imaginación de los viajeros neófitos o recrear el paisaje como debió verse? Y, en este último caso, ¿qué grado de pureza debe seguirse en materias de técnicas constructivas y uso materiales, si la evolución de estos acompañó el mantenimiento mientras estuvo activo, a veces por siglos? No estoy planteando esta cuestión porque si todo se redujera a ella, no sería difícil alcanzar alguna idea rectora que nos permita vincularnos con el pasado.
Tampoco cuestiono la idea de que los habitantes de un lugar, mejoren sus condiciones de vida, arreglando las viviendas que habitan, siempre que se establezcan y se respeten ciertas reglas. Tampoco este sería un problema mayor.
Estoy planteando la cuestión de la violencia que se ejerce cuando se cambia el uso del monumento que se pretende conservar sin tomar mínimos recaudos, como, por ejemplo, limitar el tránsito vehicular, la cantidad de locales que puedan destinarse al comercio y las características que deben tener estos locales. Villafranca es un recinto que no debe tener más de 500 metros por 200 y no tiene desniveles visibles en sus calles. Bien puede prescindirse, por ejemplo, del uso de automóviles en su interior.
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Quiero aclarar que no se trata de una regla general, sino de una tensión provocada muchas veces por la presión comercial y otros por la desidia. No todos los sitios están tan descuidados. A veces, el menor interés comercial colabora (v. g., el barrio gótico de Tarragona se respira más gótico que el de  Barcelona). Pero Haydée y yo estábamos muy impresionados. Veníamos de Venecia, un conjunto de islas donde viven 60.000 personas. Allí hay áreas comerciales, donde la profusión de locales es grande (algunos de ellos representan la actualización de una actividad que ni siquiera se ha modificado brutalmente, como es el caso de la zona de comercios que rodean al Mercado de Rialto); sin embargo, hay muchos sectores de la ciudad que conservan la vida apacible de barrio. Si esto ocurre en la ciudad que recibe 60.000 turistas por día, es porque el cuidado es posible. Esto ocurre porque los venecianos cuidan su ciudad. 
De modo que estos son los problemas que aquejan a Villafranca, donde las maravillas de la arquitectura románica, gótica y barroca se dejan apreciar en ciertos rincones del trazado urbano sin lograr configurarse en un paisaje encantador que permita al viajero intuir el ambiente humano en que ese monumento se ha edificado. Mis reflexiones se verían confirmadas a lo largo de todo el recorrido que hicimos por Europa porque, lamentablemente los sitios de interés se parecen más a Villafranca que a Venecia.     
En la bella ciudad de Perpignan, ocurre otro tanto. Junto a la Municipalidad hay un edificio que originariamente ocupaba la Loge de Mer, un tribunal comercial que ya no existe. Está ubicado en el centro de la ciudad, en el barrio en que, según las indicaciones para turistas inscriptas en un mojón, conserva el ambiente medieval a partir de los edificios que se han preservado. El barrio es un verdadero centro comercial a cielo abierto. La Loge de Mer es el edificio más viejo de la ciudad, su clara edificación gótica nos remonta al siglo XIII. La fachada de la planta baja ha sido intervenida con unas vidrieras modernas, polarizadas, que esconden y exhiben a la vez una pizzería.
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Por suerte, más allá de la Catedral de Saint Jean Batista, el barrio  se trasforma en uno de los rincones residenciales de la ciudad y, aunque un poco degradado, se constituye en un paisaje más atractivo en donde la ausencia de modernidades, o mejor, de las habituales burlas de la deconstrucción posmodernista, nos deja ver el ambiente gótico en una aproximación muy interesante.
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Con todo, caminar por la bella ciudad de Perpignan es una experiencia placentera, ya he hablado de la escala humana (115.000 habitantes). Es maravilloso el canal La Basse que la atraviesa antes de desembocar en el Tet, la catedral es bella y los bares acogedores. No me canso de decirlo, ciudad apacible porque el equipamiento urbano, el tránsito, el transporte público, la señalización, es decir, todo aquello que esté vinculado con la intervención estatal en relación con la vida cotidiana está muy bien resuelto. Pero esta no es una característica de esta ciudad, sino de todos los lugares de Francia que he conocido. En Francia las reglas de la convivencia urbana en la vía pública están bien resueltas, tal vez porque se problematizan las situaciones conflictivas y se buscan las soluciones adecuadas (y no al revés como ocurre en otros lados en donde la soluciones buscan los problemas). Está claro que, además hay una cultura de cumplimiento. Es difícil, por ejemplo, que alguien haga algo inesperado cuando maneja. Es un placer manejar en Francia y es un placer ser peatón en Francia. 
Collioure es un pequeño paraíso frente al mar. La villa es pequeña, pero atractiva. La caleta que imagino refugio, ayer, de turbios comerciantes, es  hoy solaz de veraneantes. La fortaleza fálica representación de una nobleza  en decadencia no es ni del dolor de ya no ser. Sus bares y rincones parisinos con cafés, pintores y poetas son un atractivo para el viajero que quiere un poco de paz en ese pañuelo agitado por las urgencias del verano que se aproxima. En un rincón verde, unos hombres juegan petanques  sobre el pasto y yo, que vine a buscar algo, lo encuentro de casualidad.        
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Hemos dejado el auto en Port Vandrés, como a dos kilómetros de la caleta de Collioure. Con Haydée hemos andado esa distancia con el fastidio que nos dio no haber visto donde se podía estacionar. Ese sentimiento no nos impidió recorrer la villa y disfrutarla.
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Emprendimos el regreso, yo resignado a esperar un nuevo viaje para dar con el sitio deseado, y empezamos a descubrir donde estaban los estacionamientos para vehículos. Ese descubrimiento nos produjo un nuevo fastidio. “Mirá, me dijo Haydée, hasta hay un estacionamiento al lado del cementerio”. “¡El cementerio!”, grité... y salí corriendo. Me había llegado hasta Collioure, con la idea de conocer el cementerio y estarme unos minutos frente a la tumba de Antonio Machado, el poeta de mi adolescencia, y sólo por casualidad había dado con él. Sobre la tumba una bandera de la Segunda República española y yo, ahí parado, conmovido, me dejé inundar por unos versos de su autorretrato que acarician con sonora contundencia mis más recientes actitudes políticas... “Hay en mis venas gotas de sangre jacobina, / pero mi verso brota de manantial sereno...”(3)
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Pocos minutos... pocos, intensos y emotivos para un hombre que nunca va a los cementerios porque siempre tuvo el mandato de dejar que los muertos entierren a sus muertos.      
III Isabel y Jean Louis nos recibieron con gran afecto en su casa. Jean Louis cocina muy bien. Cuando lo conocí, en 2009, nos saludó y le dijo a Haydée, en un castellano con clara entonación andaluza: “Vas a comer en el mejor restaurante de Francia... ¡mi casa!”
En esta oportunidad, el tiempo nos tuvo encerrados por un par de días que usamos para la charla con Isabel y el disfrute de la cocina del dueño de casa. Isabel prefiere las comidas más frugales con productos bío y los buenos quesos de Francia; pero Jean Louis nos sorprendía con preparaciones complejas, de laboriosa ejecución. Todas tenían un elemento en común: su sabor inigualable. Pasaron solomillos de cerdo, pato y otras carnes en distintos modos de cocción y acompañados con guarniciones diversas; conservas salidas de sus manos (se destacaron una terrina de jabalí salvaje de Córcega, y una mermelada de higos) y la exhibición de un laterío de conservas industriales de excelente calidad. Fue así que un día nos sirvió una cassoulet riquísima, disculpándose por no haber dispuesto de tiempo suficiente para prepararla íntegramente de sus manos. El agasajo se completaba con excelentes vinos de Córcega.
En el Pays Catalane, fuera de la casa de Isabel y Jean Louis, hemos comido razonablemente bien (recuerdo una sardinas asadas que comí en Port Vandrés) y hemos bebido mejor. Los vinos secos de Collioure y los tintos dulces de Banyuls tienen mayor estatura que su fama. Es más, hacen que la uva garnacha, buen partenaire en lo vinos de Rioja, tengan un papel protagónico, tanto en tintos como en blancos. Es decir, bebimos vinos muy catalanes.
La sorpresa final la tuvimos la noche antes de partir. Sandra, la hija de Isabel, y su marido Antonine nos invitaron a comer una picada en su casa. El despliegue de solvencia para la cocina japonesa que exhibieron esa noche fue sorprendente. A una picada tradicional argentina (con productos locales, por cierto), agregaron unas brochetas grilladas de pollo y de pato que habían sido marinadas en una salsa oriental (mirin, sake, salsa de soja, etc.), unos bocadillos al vapor, una bandeja enorme de piezas de sushi y unos deliciosos nem. Una cena tan inesperada como difícil de empardar.            
Notas y referencias:
(1) Sitio oficial de la Villa de Ille sur Tet, en http://www.ille-sur-tet.com/, leído el 25 de julio de 2012
(2) Sitio oficial de la Asociación de Amigos del Gaganer, leído el 30 de octubre de 2012 en http://www.amicsdelcaganer.cat/castella/.  
(3) 1907-1917, Machado, Antonio, “Retrato” en Campos de Castilla, en Poseía, Buenos Aires, Losada, 1973, pp. 86-87. 


2 comentarios:

  1. HOLA MARIO, UNA HERMOSA RECOPILACIÓN DE RECUERDOS, SABORES Y EMOCIONES QUE HE LEÍDO CON ENTUSIASMO. ME DEJAS LAS PREGUNTAS ACERCA DE CÓMO CONSERVAR EL PATRIMONIO HISTÓRICO, AUNQUE POR LO QUE TE LEO, CREO QUE CONVENIMOS EN QUE ES POSIBLE Y QUE NOS MOLESTAN LAS MISMA COSAS.

    EL CAGANER HA SIDO TODO UN DESCUBRIMIENTO PARA MI, MUY INTERESANTE Y DESFACHATADO.

    Y POR SUPUESTO, ME HE CONMOVIDO CON TU ENCUENTRO CON LA TUMBA DE ANTONIO MACHADO.

    UN GRAN ABRAZO Y QUE TENGAS UN LINDO FIN DE SEMANA

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    1. Gracias, Pamela, por tus comentarios.
      Había olvidado que vos también sos una viajera incansable.
      El asunto de la conservación del patrimonio está en pañales en Europa, pero se avanza. Aquí en Buenos Aires, los amantes del cemento, detestan el patrimonio histórico y la naturaleza, no cuidan los árboles de la ciudad.
      Sabés una cosa, los vinos tintos de Banyuls son de cosecha tardía, pero tintos. Una originalidad que empieza tomar color en Salta. Para las partes grasas del asado criollo (por ejemplo, las mollejas, son inigualables).

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