sábado, 24 de marzo de 2012

Almuerzo en la pampa


Lucio V. Mansilla (1831-1913), militar y escritor argentino, es reconocido como uno de los mayores exponente de la llamada Generación del 80. Entre sus obras más importantes se encuentra Una excursión a los indios ranqueles, donde expuso las experiencias obtenidas en la expedición que encaró en 1867 bajo directivas del Gobierno Nacional. La técnica utilizada para relatarlas es el uso de un estilo epistolar. Efectivamente, los capítulos tienen la forma de cartas dirigidas a un amigo, Santiago Arcos; pero sólo se representa en él un destinatario retórico, un recurso para justificar el estilo.
El fragmento que se presenta describe una escena en que los soldados aprontan un pucherete de campaña que comparten con algunos indios. La base de ese puchero estaba compuesta por charqui y choclos, subrayando el autor que los choclos estaban dulces como melcocha.(1)
Llegaron, pues, las suspiradas cargas, y mientras se puso todo en tierra y se eligieron los pedazos de charqui más gordos, se hizo un gran fogón colocando en él una olla para cocinar un pucherete y cocer el resto de choclos que quedaba.
Los padres se ocuparon en abrir sus baúles, en sacar los ornamentos sagrados, que estaban húmedos, y en extenderlos con el mayor cuidado al sol.
Con una parte de los presentes para los caciques hubo que hacer lo mismo.
Las mulas se habían caído repetidas veces en los guadales del Cuero, y todo se había mojado, a pesar de haber sido retobados en cuero fresco, con la mayor prolijidad, en el fuerte Sarmiento.
Yo estaba contrariadísimo; ya sabía por experiencia cuán delicado es el paladar de los indios, pues muchísimas veces se sentaron a mi mesa en el Río Cuarto, teniendo ocasión al mismo tiempo, de admirar la destreza con que esgrimían los utensilios gastronómicos, la cuchara y el tenedor; lo bien que manejaban la punta del mantel para limpiarse la boca, el perfecto equilibrio con que llevaban la copa rebosando de vino a los labios.
Tengo muy presente un rasgo de buena crianza de Achauentrú, capitanejo de Mariano Rosas.
Comía en mi mesa; el asistente que le servía le pasó la azucarera, y como el indio viese que no tenía cuchara dentro, echó la vista al platillo de su taza de café y como viese que tampoco tenía cucharita miró al soldado, y lo mismo que lo habría hecho el caballero más cumplido, le dijo:
-¡Cuchara!
-Pronto, hombre, una cuchara para Achauentrú -le grité yo, cambiando miradas de inteligencia con todos los presentes, como diciendo: Positivamente, no es tan difícil civilizar a estos bárbaros.
Avisaron que el charqui estaba soasado y los choclos cocidos, pronto el pucherete.
-A comer -llamé.
Y sentándonos todos en rueda, comenzó el almuerzo, ocupando las visitas los asientos preferentes, que eran al lado de los franciscanos y de mí.
Las dos chinas estaban hermosísimas, su tez brillaba como bronce bruñido; sus largas trenzas negras como el ébano y adornadas de cintas pampas caían graciosamente sobre las espaldas; sus dientes cortos, iguales y limpios por naturaleza, parecían de marfil; sus manecitas de dedos cortos, torneados y afilados; sus piececitos con las uñas muy recortadas, estaban perfectamente aseados.
Esa mañana, en cuanto salió el sol, se habían ido a la costa de la laguna, se habían dado un corto baño, y recatándose un tanto de nosotros, se habían pintado las mejillas y el labio inferior, con carmín que les llevan los chilenos, vendiéndoselo a precio de oro.
María, la cuñada de Villarreal, más coqueta que su hermana la casada, se había puesto lunarcitos negros, adorno muy favorito de las chinas.
Para el efecto hacen una especie de tinta de un barro que sacan de la orilla de ciertas lagunas, barro de color plomizo, bastante compacto, como para cortarlo en panes y secarlo así al sol, o dándole la forma de un bollo.
El charqui estaba sabrosísimo -a buena gana no hay pan duro, dice el adagio viejo-, el pucherete suculento; los choclos dulces y tiernos como melcocha.
Los cristianos comimos bien; Villarreal y las chinas se saturaron con aguardiente.
Villarreal lo hizo hasta caldearse, término que, entre los indios, equivale a lo que en castellano castizo significa ponerse calamucano.
Llegó el turno del mate de café; no teniendo otro postre, y habiéndome apercibido de que nos rondaban algunos indios, recién llegados, los llamé, los convidé a tomar asiento en nuestra rueda y les di unos buenos tragos del alcohólico anisado.
Hice acuerdos en ese momento de que no me había informado el cabo conductor de las cargas de las novedades del camino; y aquél, no habiendo sido interrogado, nada me había dicho al respecto.
Rumiaba si le llamaría o no en el acto, cuando ciertas palabras cambiadas entre mis ayudantes me hicieron colegir que algo curioso había ocurrido.
Me resolví al interrogatorio, diciendo incontinenti:
-¡Que llamen al cabo Mendoza!
-¡Mendoza! ¡Mendoza!, lo llama el Coronel -oyóse. Y acto continuo se presentó el cabo, cuadrándose militarmente.
-Y, ¿cómo ha ido por el camino? -le pregunté.
-Medio mal, mi Coronel -me contestó.
-¿Por qué no me habías dicho nada?
-Porque usía no me preguntó nada.
-Yo creía que no hubiera habido novedad, y tú debías haber pedido la venia para hablarme.
El cabo agachó la cabeza y no contestó.
-Bueno, pues, cuéntame lo que te ha sucedido.
-Señor, cuando íbamos llegando a un charco que está allacito no más, cerca del médano de la Verde, me salió un indio malazo, con cuatro más, diciéndome:
"Ese soy Wenchenao, ése mi toldo, ésa mi tierra. ¿Con permiso de quién pasando?
"Voy con el coronel Mansilla.
"Ese coronel Mansilla, ¿con permiso de quién pisando mi tierra?
"Eso no sé yo, amigo, déjeme seguir mi camino.
"Los indios nos ponían las lanzas en el pecho y las hincaban a las mulas en el anca para hacerlas disparar.
"No siguiendo camino si no pagando.
"¿Y qué quiere que le pague, amigo? ¿No ve que lo que llevamos es para el cacique Mariano?
"Entonces dando, mejor. Mariano teniendo mucho; Padre Burela viniendo con mucho aguardiente.
"Mientras estábamos en esa conversación, mi coronel, uno de los indios descargó una mula, y llegaron unas chinas con unas pavas, las llenaron bien, echaron bastante azúcar, tabaco y papel en un poncho y se fueron.
"Wenchenao nos dijo entonces:
"Bueno, amigo, siguiendo camino no más, pero dando camisa, pañuelo, calzoncillo.
"Y hasta que no le dimos algo de eso, no nos quitaron las lanzas del pecho, ni nos dejaron pasar."
-Pues has hecho buena hazaña -le dije- ¿Conque tres hombres se han dejado saquear por unos cuantos indios rotosos?
-¿Y qué habíamos de hacer, mi Coronel? -contestó-. Que por hacer pata ancha, nos hubieran quitado todo.
-Tienes razón -le dije-, retírate.
Dio media vuelta, hizo la venia y se alejó.
Aprovechando la presencia de Villarreal y de los otros indios, simulé el mayor enojo e indignación; me levanté de la rueda del fogón; paseándome de arriba a abajo exclamaba a cada rato:
-¡Pícaros! ¡Ladrones! -rellenando estas palabras con imprecaciones por estilo de ésta: -¡Ojalá me hagan algo a mí, para que se los lleve el diablo!”
Notas y bibliografía:
La imagen de Lucio V. Mansilla fue tomada de http://www.google.com.ar/imgres?start=21&num=10&um=1&hl=es&biw=1024&bih=606&addh=36&tbm=isch&tbnid=pwM30XUfOqveZM:&imgrefurl=http://es.wikipedia.org/wiki/Lucio_V._Mansilla&docid=QXx7ADr8wE7BzM&imgurl=http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/thumb/6/67/Luciovmansilla.jpg/225px-Luciovmansilla.jpg&w=225&h=300&ei=77BtT4SWIYPYgQfasJ1r&zoom=1&iact=rc&dur=588&sig=116545076419276919472&page=2&tbnh=139&tbnw=110&ndsp=20&ved=1t:429,r:0,s:21&tx=31&ty=29 el 24 de marzo de 2012.


(1) Mansilla; Lucio V.; Una Excursión a los Indios Ranqueles; cap. XIX, 3° edición, Juan A. Alsina editor, Buenos Aires, 1890, leído el 9 de setiembre de 2011 en Proyecto Biblioteca Digital Argentina, http://www.biblioteca.clarin.com/pbda/cronicas/ranqueles/ranqueles_00indice.html.


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