domingo, 8 de enero de 2012

Los varones y la cocina


Siempre me he demorado buscando el no tiempo de la eternidad en la charla amable, junto al vino o la cerveza y los fuegos, sea frente a la parrilla, sea frente al hogar de leños, sea en la cocina. Siempre sucumbí fascinado ante la transformación de los alimentos en la cocción... Luego de años de vivir la fascinación de los fuegos, me atreví a poner mano en asados, empanadas, tortillas o, simplemente, en el armado de los platitos de la picada veraniega. Pero, la sensación de cierto dominio sobre las técnicas, la expansión de las búsquedas y el perfeccionamiento es más reciente.

¿Fui una rara avis, un varón capaz de acumular estas vivencias? No me parece. Pensando bien la cosa, un varón en la cocina no resulta tan extraño, tampoco infrecuente. No faltan ejemplos en mi familia, y mucho menos en el círculo de mis amigos. Tengo la impresión de que una encrucijada social, un cambio de cultura, nos llevó a los varones a la cocina por senderos inesperados.
Muchas mujeres de mi generación representaron una ruptura en la construcción de la identidad femenina. No importa cuáles son los nombres que se usaron para definir este movimiento socio cultural; importa que ellas decidieron ocupar su propio sitio en el mundo profesional y laboral. Fue así que emigraron de su encierro en el hogar a la conquista del mundo junto a sus varones. El hecho no tiene nada de malo... muy por el contrario, es altamente positivo para una sociedad que se vio enriquecida de miradas diferentes.
Lo que digo es por demás evidente, pero lo que no lo es tanto es la ruptura que esto supuso en la tradición culinaria.
Las mujeres que estuvieron en la avanzada, si no todas, muchas de ellas por lo menos, militaron de anti cocineras. La cocina rápida y fácil(1) o el delivery y el “arreglarse con cualquier cosita” pasaron a ser el liet motiv que informó su accionar. Se soltaron de las cadenas que las vinculaban a las a las otras mujeres de la familia. Fue de este modo que esa poderosa maquinaria didáctica, la comunidad de las mujeres de la familia, que funcionó durante siglos, se desarticuló como si siempre hubiese sido un castillo de naipes. Basta ya de conquistar cotidianamente a un marido por la boca (como sentenció, no sin sorpresa para las feministas, Juana Manuela Gorriti en su Cocina ecléctica).(2)
Los varones que nunca perdimos la vocación de gorditos, que no podemos vivir sin almorzar, aunque tengamos que cuidarnos del sobrepeso (casi siempre por prescripción médica, casi nunca que por inclinación cultural), sentimos el vacío que ellas provocaron. Muchos de nosotros decidimos ocuparlo.
Tradicionalmente, la cocina como espacio físico, era el corazón de la casa, el lugar en donde las mujeres hacían circular el afecto entre todos los integrantes de la familia. Hoy, después de la rebelión femenina, vuelve a jugar un papel central, pero ya no hay en ellas mujeres sumisas. Ahora la cocina es el campo de cultivo de placeres a cargo de auténticos sibaritas. Es un lugar donde el afecto circula como en una red sin centro, pero el placer gastronómico tiene un dueño: el gordito de marras.
Este paso supuso la necesidad de resolver un gran problema. ¿Cómo aprender a cocinar? Las mujeres, durante siglos aprendieron a cocinar sensualmente. Mirando podían comprender como se hacían las cosas. Tocando y probando podían sentir el punto justo de la textura de una masa, de la salazón de una cocción, etcétera. Con los ojos y con las manos podían calcular las proporciones de ingredientes sin necesidad de que todas las tazas o todas la cucharas tuvieran la misma capacidad. Con el oído podían medir la temperatura adecuada del aceite ¿Cómo aprendimos los hombres? No sé otros, pero yo que empecé como un autodidacta empecinado en transformar el asombro en un plato nutricio. Tuve que razonar cada receta, tuve que acceder intelectualmente a las técnicas para corregir mañas y defectos propios del auto aprendizaje. Pero, aquí estoy en la cocina, feliz de los pasos que he dado...
¿Hay algo más? Sí, sí, hay algo más, pero ya no tiene que ver estrictamente con la cocina. Creo estar en condiciones de exhibir las pistas para acceder a un tesoro, si nos ponemos de acuerdo en valorarlo de este modo.
Si cocinar, como sostiene Jeff Tobin,(3) es una manera de pensar; si las mujeres fueron capaces de tener una mirada integradora, donde las palabras de cada receta eran interpretadas desde una memoria que no residía en la mente, sino en los sentidos; si nos cuesta tanto a los hombres, a mí me cuesta por lo menos, alejarnos de las abstracciones para comprender algo tan simple y complejo a la vez como es una receta de cocina, es hora de que emprendamos una revolución copernicana y aceptemos que esa manera de pensar, la femenina, no constituye una cultura subalterna como siempre sostuvimos... ¿Qué tal si pensamos que se trata, simplemente, de un cultura diferente, de un idioma diferente que es necesario valorar en su justa medida? ¿Qué tal si pensamos en el valor de la convivencia de miradas y lenguajes? ¿Qué tal si aceptamos que hay un tesoro en el mundo femenino que sólo es accesible en la vida compartida?
Notas y bibliografía:
(1) 2010, Berreteaga, Choly, Cocina fácil para la muer moderna -edición aniversario35°-, Buenos Aires, Editorial Atlántida, 1° edición 1975. Este fue un libro emblemático de esta corriente.
(2) 1890, Gorriti, Juana Manuela, Cocina ecléctica, Buenos Aires, Félix Lajouane Editor (Librairie Générale), 1890. leído en http://www.biblioteca.clarin.com/pbda/miscelanea/cocina_eclectica/cocina_00indice.htm, el 4 de noviembre de 2011.
(3) 2005 Tobin, Jeff, “Patrimonializaciones gastronómicas: La construcción culinaria de la nacionalidad” en AAVV, La cocina como patrimonio (in)tangible, Primeras jornadas de patrimonio gastronómico, Buenos Aires, Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, pp. 26-46.


5 comentarios:

  1. Coincido con el supuesto. Somos la generación que se crió comiendo todos juntos, y lo añoramos. Por eso queremos volver a disfrutar comida elaborada como la que nos amamantó, enriqueció e hizo grandes. Las comidas hechas de y con tiempo. Volver a sentir el olor de los guisos que ahumaban mientras mirábamos, extasiados, el cucharón que servía siguiendo un rito en cuanto a quien le correspondía cada plato. ¡Y estábamos todos a la mesa! Me parece que esto es lo que más extrañamos. Porque la vorágine diaria desalojó el tiempo de compartir la comida hecha con amor o, a lo mejor, fue la pérdida del amor en hacer la comida lo que desarmó la mesa familiar. No sé . . .

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  3. Parece obvio que los ritmos de aquellos tiempos no volverán. Los tiempos han cambiado para bien y para mal... Y, sin embargo, no está mal el empeño de dar un espacio en nuestras vidas a las "comidas hechas de y con tiempo".
    Es mi parecer que no se trata de entregarse al ritual melancólico de sobrevalorar lo pasado; sino de dar cauce a ciertos valores de la salud: tomar buenos productos, ingerir los alimentos con adecuada morosidad, disfrutar del amor que se pone en cada comida que se prepara y de la charla y la mesa compartida, etc.
    Gracias, Oscar por tu comentario.

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  4. Veronica Deschamps11 de enero de 2012, 13:32

    En mi caso, la comida como el baile, es en algunos casos, una forma diferente o si se quiere alternativa de comunicación. Cuando vienen invitados, el esmero en que todo esté perfecto, tanto en el servicio de mesa como en la comida y bebida hace que demostremos cuanto nos importa aquel que disfrutará de ese momento. Yo disfruto la comida. Prepararla y comerla. Y creo que algunos hombres lo experimentan de igual modo. En cada preparación, por más simple que sea,están incluidos los sentidos. Y eso, junto al disfrute que nos proporciona elaborar algo, es un complemento mágico a la hora de encender una hornalla, el horno aun con más de 30º de calor o simplemente,al preparar una picada. Experimentar, recordar sabores de las abuelas o las madres,transformar lo simple en algo gourmet,meter un dedo en la preparación para verificar la sazón y emitir un suspiro de placer total por haber obtenido el resultado deseado. Ambas partes hacemos exactamente lo mismo pero hay dos miradas sin dudas. Sin embargo en algún punto, ambas se entrelazan logrando una fusión maravillosa. Besos Marito....

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  5. Caramba, Verónica, siempre clara en tus escritos (alguna vez te dije que admiro en ellos ese equilibrio entre la racionalidad severa y la sensualidad amable).
    Comparto la idea de que la cocina es una forma de comunicación, comparto la descripción que hacés de lo que sentís cuando cocinás para invitados; pero lo más importante es que comparto también esa idea de las dos miradas que conviven.
    Te mando un beso y te agradezco tu participación.

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